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2017.03.31: Claudio Di Véroli: Anécdota X - Últimos trabajos en la Argentina y un nuevo comienzo en Irlanda

Para mediados de la década del 90 trabajaba yo como Gerente de Proyectos para una consultora argentina de sistemas; hicimos trabajos interesantes, como ser un diseño de base de datos relacional con un centener de tablas, un sistema de asignación de profesores y aulas para una universidad privada (NO la que mencioné en la Anécdota IX) y un algoritmo de carga de cisternas de camiones-tanque. Lamentablemente la consultora, que tenía unos 40 analistas-programadores cuando me uní a ellos, para 2000 se había reducido a solamente cuatro. Mi mujer y yo estábamos ambos pasados la cincuentena, y en los últimos dos años yo había trabajado solamente tres meses; la cosa pintaba muy mal y no nos quedó sino emigrar a inicios de 2001. Como le decía un personaje de Quino al taxista que lo llevaba a una consulado, "¡No me voy, me echan!".

Los primeros tiempos en Irlanda fueron muy duros. Trabajar en Argentina ocasionalmente en inglés es una cosa; otra muy distinta es mudarte a un país de habla inglesa, buscar allí trabajo y luego desempeñarte en un ambiente empresario donde (a) sos de los poquísimos extranjeros, (b) le llevás más de 20 años a casi todo el mundo, (c) no tienen empacho en comentar tu "curioso acento", y (d) que tengas que adaptarte a todo eso ya pasados los 55 años de edad.

Claudio con seis de las "Claudio's girls", 2004
De un modo u otro, al tiempo me hallaba yo en una importante empresa de servicios dirigiendo el desarrollo de sistemas. Además de coordinar una veintena de Analistas-Programadores proporcionados por una conocida empresa informática internacional, supervisaba yo a cuatro Business Analysts y cuatro System Testers. A estas ocho irlandesitas las había hábilmente reclutado mi astuto predecesor: las había altas y bajas, gordas y flacas, rubias, pelirrojas y morochas, pero todas eran muy simpáticas y sumamente eficientes. Yo les llevaba como 30 años y para mí eran niñas, pero los muchachos de otros sectores las veían con otros ojos, y me causaba mucha gracia 
Claudio frente al edificio donde trabajaba en Dublin, 2003
cuando alguno de ellos se aparecía por nuestra oficina “rondando la presa”. Eso sí, el grupo pronto adquirió merecido prestigio: en alguna reunión algún gerente mencionaba algún inconveniente con un sistema y otro le decía "No problem, man! Just call Claudio's girls and they will solve it!" ("¿Qué problema te hacés? ¡Llamá a las chicas de Claudio y te lo resuelven!”). Yo escuchaba cómo las "Claudio's girls" se habían vuelto legendarias, y me enorgullecía como si fueran hijas ...


Y todo esto sirve como introducción para la Anécdota XI. ("¡Continuará!")

28/03/2017: Conversando con Hugo Scolnik, Parte II


Conté en Conversando con Hugo Scolnik, Parte I que la entrevista había sido por Skype. Sin embargo, cuando me dispuse a continuar con el relato me di cuenta que, a pesar del torrente de información que había recibido de mi entrevistado, chispeante, abierto, divertido, además de plagado de famosos, había cosas que me faltaban. 

Nuestra segunda charla por Skype nos llevó media hora. Pero fue fundamental para conocer mejor la otra cara de la luna, esa que cada uno de nosotros tenemos pero que pocos conocen.

El detonante para volver a conversar con Hugo fue Fernando, su hijo menor.

Fernando
Fue cuando recibí el mail:

Dice mi hijo menor: Qué linda entrevista!! Quiero la segunda parte!!!

Vuelvo al relato. 


HS: En el grupo de modelos que formamos para la Cândido Mendes estaba la que fue mi mujer por doce años, Irene Loiseau, madre de mis otros dos hijos: Marina, que nació en 1979, y Fernando, en 1981.

La carta de recomendación de George Dantzig le significó a nuestro amigo sumar al trabajo en la Cândido Mendes la posición de Profesor Titular en la Universidad Federal.

HH: ¿Cómo te las arreglabas con el idioma?

HS: En el primer año hacía algún esfuerzo para hablar portugués. Los alumnos de Rio Grande do Sul le traducían a los demás y me pedían por favor que hablara en castellano, despacio. El segundo año la cosa mejoró, me entendían la mitad. En tercer año ya daba clases en portugués más o menos decentemente.

HH: ¿Cuantos años estuviste en Brasil?
HS: Unos tres años y medio, volví en el 79, por varias razones. Una principal, por mi hijo mayor, porque la situación era que yo no podía vivir sin él así, viéndolo tan poco. 

En la Cândido Mendes había mucha presión para que generáramos ingresos. Pude generar una cantidad de contratos con distintos organismos de Naciones Unidas. Cuando decidí volverme a la Argentina, en 1979, estaba con un contrato de CEPAL, mío, personal. Les avisé que me volvía a Buenos Aires y que iba a continuar con ese trabajo desde Buenos Aires. Ahí fue cuando me dijeron que no iban a extender el contrato si no iba a trabajar a Chile, época Pinochet. Les dije que a Chile no iba. Volví a Buenos Aires y cuando se acabó ese contrato me quedé sin laburo.

HH: 1979. Tu hija Marina nació ese año.
HS: Sí, es brasilera. Era una beba de tres meses cuando nos volvimos.

Me llamaron de astilleros Astarsa, un ingeniero a quien yo conocía. Me cuenta que en los sistemas de construcción de buques hay una parte del casco que se llama desarrollo de chapa, que consiste en determinar qué formas de acero hay que cortar para que dobladas en el espacio vayan formando el casco. La proa y la popa son las partes más difíciles.

Era la  época de Martínez de Hoz y me contrataron primero como asesor externo, cobraba en dólares, muy bien. El único problema era que el primer paper que me dieron explicaba que lo que ellos querían hacer no se podía hacer. El tema es que se hacía a mano, la Facultad de Ingeniería le enseñaba a los ingenieros navales cómo hacerlo. En la práctica sólo quedaban dos viejitos que sabían hacer bien el trabajo, que se iban a jubilar o desaparecer y entonces el astillero dejaría de funcionar.  Bueno, lo pude hacer, aplicando mi tesis de doctorado.

Astarsa estaba muy bien, habían comprado el sistema de la McDonnell Douglas para diseñar aviones. Tenían todo un edificio nuevo, dedicado a CAD /CAM, con computadoras modernas, hermosos terminales gráficas Tektronix. Pasé tres años en el astillero que fueron joya. 

HH: ¿Por qué te fuiste de Astarsa?
HS: Yo veía que la empresa  se iba a fundir. Simplemente porque no podía competir en el mundo. 
Apareció un contacto en Diners, año 1982. Querían hacer modelos de tarjetas de crédito. Se hacían modelos en Estados Unidos pero acá nadie los hacía. Estudié el problema, hice una propuesta y me ofrecieron un contrato. Trabajé tres años para Diners/Citibank. 

En el campo de las tarjetas de crédito los modelos son muy interesantes. Me fui al Citibank Nueva York y estuve trabajando en un centro de modelos que tienen ahí. Diners era una tarjeta muy restrictiva. "Lo que tienen que decidir es si quieren ganar plata o minimizar el riesgo", les dije al volver, "son dos temas distintos". Se arriesgaron a ganar plata y de hecho hice el primer modelo de scoring de la Argentina. Cuando una persona era entrevistada y le tomaban todos los datos el modelo decía si la aceptaban o no. En todo caso, cuál era el nivel de riesgo para el caso.

HH: Cuando Alfonsín comenzó pasaste a ser una persona muy relevante en la Universidad, tengo entendido.
HS: Con Alfonsin volví a la Universidad, estuve un tiempo trabajando en el rectorado, tenía la parte de Computación a mi cargo. 

Vino un proyecto de las Naciones Unidas: querían hacer un centro cómputos de apoyo al
Juan Sourrouille
Ministro de Economía, en ese momento Juan Sourrouille. 
Gané el concurso, montamos el Centro de Cómputos en el Ministerio de Economía. Durante tres años pusimos 10.000 de series de tiempo, software de modelos, etc. 

La situación de la economía era patética. El ministro tenía ocho asesores profesionales de carrera de muy buen nivel, pero entre todos compartían una única calculadora. Colapsó Alfonsín y seguimos aguantando, primero a la gente de Bunge y Born y después al menemismo.

Los fondos de Naciones Unidas finalmente se cortaron y se terminó el trabajo de nuestro grupo. Nunca supimos qué fue de la base de Datos que armamos de toda la economía argentina.

HH: Leí en Internet que fundaste, gerenciaste, presidiste y/o vicepresidiste varias empresas. Contame de ellas.
HS: Una empresa que fundé, en 1985, se llamaba Turbosistemas. Al principio andaba muy bien, teníamos unos cuantos clientes. Ganamos una licitación muy importante, Seguridad  Informática para el Banco Hipotecario.


"Estaban Jorge Boria y Jorge Aguirre"
Después apareció un proyecto para hacer Outsourcing y fundamos una empresa que se llamó Pampa Software. Nuestro primer y único contrato fue con Hewlett Packard Estados Unidos. Nos fuimos a trabajar con un equipo de gente a 


Mountain View, California. Estaba Jorge Boria en el grupo, también Jorge Aguirre. Vivimos un tiempo en California. Nos encontramos que el sistema de pedidos que tenían era de una programación desastrosa, sin documentación -año 1987 más o menos. 

Estábamos por viajar y me llamó la tipa que nos contrataba, de California. 

-No vamos a hacer el proyecto con ustedes.
-Ajá, ¿por qué? 

-Porque tenemos una oferta de los chinos mucho más barata. 
-Bueno, le aconsejo que la acepte. 

Y colgué. Al día siguiente llamó para confirmar que nos contrataban porque los chinos no tenían  idea de lo que era client/server.

HH: Alguien me comentó que trabajaste como consultor para Fate, donde eras muy respetado.
HS: La historia es así. Un día recibo un llamado del vicepresidente de Fate, Rainani Barbagna, ingeniero, a quien conocía por los trabajos que en la Fundación Bariloche habíamos hecho para Ducilo. Yo lo conocía bien a Manuel Madanes y me buscaban para crear Fate Electrónica II. Nada que ver con la primera Fate Electrónica, la de Zubieta, que ya era historia. El plan que tenían era hacer un acuerdo con NEC para trabajar en toda América latina. Me ofrecían la gerencia de mainframes.
"A mí me gusta jugar al go"
La verdad es que en ese momento me iba muy bien económicamente y muy entusiasmado no estaba. Me convencieron por una razón que no tenía nada que ver con la computación. A mí me gusta jugar al go. Cuando estaba en Astarsa me habían mandado a Japón y a Corea, quedé muy fascinado con Japón y con el go. 

Discutimos y cerramos condiciones y plata. Pero había una sorpresa.

-El miércoles que viene tenés que presentar un equipo de gente en Tokio. 

Era un viernes. Sería el año 90 y le dije que sí, tengo el sí fácil. Antes de mi primer viaje lo fui a ver a Madanes. 

-Don Manuel, me voy para Tokio. ¿Cuáles son las directivas? 
-No sé, definí vos. 

Me pasé la vida viajando a Japón, como 14 veces. Pusimos el mainframe en Aluar. El hardware muy bueno, el software un desastre. Imposible competir con empresas como IBM. Pasó el tiempo, las promesas de mejorar el software no se cumplían. Después de una cantidad de viajes y de discusiones lo fui a ver a Madanes: 

-Acá lo único que queda es cerrar. 
-Te quedás sin trabajo. 
-Sí, pero no lo voy a continuar, esto es el Titanic. 

A nivel mundial los mainframes NEC fueron un fracaso. Se acabó el trabajo en FATE.

HH: ¿Y después?
HS: Trabajé en tantos lados que no me acuerdo.

Apareció Meridian Financial, que la manejaba Carlos Fuks, ex capo del Citibank. Creaban una gerencia de investigación y desarrollo en la cual me nombraron a mí. Ahí el hijo de su madre me confesó que con el modelo de scoring que yo había hecho en Diners habían ganado la módica suma de 100 millones de dólares. En Meridian hicimos modelos de las cosas más increíbles, pero se metieron en aventuras que no funcionaron y cerraron. 

En esos años aprendí a desarrollar modelos de otra manera. Como había infinidad de modelos se nos ocurrió hacer un software general de modelos que ya está en uso, el año pasado lo usé para modelos en el agro.

HH: ¿Qué podés contar de las otras empresas a las que diste vida?
HS: Cuando terminamos en Meridian fundé otra empresa, Mathematical Solutions, que lo que más trabajamos fue para Estados Unidos, modelos muy sofisticados para Bear&Sterns, JP Morgan y otras empresas.

Hacia el año 1997 inventé Firmas Digitales que todavía subsiste. Trabajamos para muchas empresas, como OCA, Telecom, Telefónica, etc. Aparte de mi trabajo universitario tuve y tengo este trabajo empresario. 

HH: Leí por allí que sos uno de los fundadores de CertiSur, ¿cómo fue esa historia?
HS: En un momento vi que venía el mundo de los certificados digitales y se me ocurrió la idea de crear lo que hoy es CertiSurFui a verlo al dueño de Veraz: "Hay que hacer una empresa dedicada a eso". Cuando entendió lo que era dijo:

-Bueno, pero nosotros hacemos negocios únicamente con Coca Cola. 
-¿Y qué querés decir con eso? 
-Traeme a la número uno del mundo. 

Me fui a Estados Unidos y contacté a Verisign, hoy parte de Symantec. Fueron largas negociaciones, dos años, afortunadamente funcionó.
CertiSur creo que en este momento es la empresa de Seguridad Informática más importante de América Latina. Cumplió 18 años el otro día. Soy socio, operativo poco o nada.

HH: ¿Cuál es tu "trabajo universitario", actualmente?

HS: Soy profesor consulto titular en Exactas, dicto Criptografía (Licenciatura en Matemática, Computación y Doctorado). Ahora la doy en el posgrado de Seguridad Informática de la UBA. En el edificio nuevo de Económicas, Córdoba y Uriburu.

HH: ¿Como fue que ganaste el premio Konex?
HS: Eso fue por varias cosas, una de ellas fue el fútbol robótico.
Robofútbol Corea 2002- Equipo argentino  
Venía el mundial de fútbol de Corea en 2002. Un ex compañero de estudios mío que trabajaba en el Stanford Research Institute, dedicado a la inteligencia artificial, me dijo: "Qué lástima que la Argentina, siendo una potencia mundial en fútbol, no participe“. Nos ponemos a charlar de eso y decidimos armar un equipo. Todo lo que necesitábamos lo teníamos en la Facultad. Conseguimos plata de varios sponsors y compramos unos robots baratos en Corea. Los tuvimos que modificar mucho para que funcionaran más o menos bien y desarrollamos montones de software para hacer el control de los robots. Yo en particular desarrollé un sistema de optimización para que pudieran meter goles. También hubo que desarrollar el arquero y el reconocimiento de imágenes de las cámaras de televisión. Pedimos apoyo a empresas y Hewlett Packard -gracias Hugo Strachan- nos donó una máquina de 8 procesadores, sin la cual no hubiese sido posible conseguir lo que se consiguió. Nos fuimos con el equipo de fútbol a Corea a competir. 

Cada robot está comunicado con un sistema central y tiene reglas propias y recibe a su vez órdenes de la central. En función de todo esto emerge un comportamiento colectivo,  algo muy interesante.

Nos fue bárbaro, terminamos cuartos, perdimos con Alemania y Corea, que contaban con robots muy superiores, que ganaban “atropellando”. Cuando terminamos, la fábrica a la que le habíamos comprado los robots nos desafió con su propio equipo. Tuvimos que compartir nuestra cámara Sony para estar en igualdad de condiciones. Ganamos 8 a 0.

HH: ¿Cómo te definirías a vos mismo, en pocas palabras?
La Fraternidad, Galería Pacífico- Demetrio Urruchúa
(clic para ampliar)

HS: La pregunta es difícil. Yo me siento muy dividido. De chico, tipo 15 años, me dedicaba mucho a la pintura. Trabajaba en el taller de Demetrio Urruchúa, un pintor famoso. Uno de los frescos de la Galería Pacífico es de él. Al taller iban Berni, Spilimbergo, Castagnino. En un momento le dije que iba a dejar de pintar porque me iba a dedicar a la ciencia. "Es un gran error, lo va a lamentar", me contestó.

Nunca dejo de pensar en lo que esa vez me dijo Urruchúa y sigo con ganas de volver a la pintura.

HH: ¿No podés volver ahora?
HS: Estoy tapado de trabajo, me meto en demasiadas cosas. Me defino como un tipo muy curioso, me gustan muchísimas cosas distintas, quizás demasiadas. En ese sentido es como que estoy insatisfecho porque no termino de hacer todo lo que quiero, por ahí anda mi definición.

HH: Una pregunta estereotipada: ¿Pensás que podés encontrar la felicidad en este mundo?
HS: No sé. Creo que la gente más feliz es la que llega a conformarse con lo que hizo, con sus hijos, con sus nietos, o lo que sea. Me producen felicidad las cosas que hago, las cosas que investigo. También, al mismo tiempo, me producen ganas de hacer otra cosa, de que no terminé, de que no me va a alcanzar el tiempo, de que siempre me van a quedar las cosas que quise hacer y no hice.
"Mi hija Marina está ahora en Japón"
(clic para ampliar)

HH: Hablame de tus hijos.

HS: Mi hijo mayor es discapacitado, es autista. Sufrió muchísimo en el parto y se detectó que había una lesión en la base del cerebro. No hay nadie en el mundo que sepa si eso implica algo. Lo hicimos ver en Estados Unidos y también en Suiza, sin resultados prácticos.

Mi hija Marina está ahora en Japón, la invitaron a un congreso. Es médica de planta del Hospital Italiano. Estuvo trabajando un tiempo en Inglaterra y volvió "chiflada" por las enfermedades autoinmunes. En el Hospital Italiano le propusieron trabajar en el tema dentro de Reumatología. 

HH: ¿Es soltera, casada, tiene hijos?
HS: No, todavía es soltera. 


"Mi hijo Fernando es un piola
del año cero" (clic para ampliar)

HH: ¿Fernando?
HS: Fernando es un piola del año cero. Es sociólogo. 

HH: ¿Tenés nietos?
HS: No..., todavía no. 

Y en la pausa y en el tono es fácil adivinar que le gustaría tenerlos.

HH: Contame más de Fernando. 
Hs: Bueno, se dedica mucho a la política. Es un tipo con enorme sentido del humor. Cada vez que nos juntamos todo el mundo se mata de risa con él. Inventa los chistes en el momento con las situaciones que se dan. Le cae bien a todo el mundo, muy simpático y agradable. Easy going, como dicen los yanquis.

HH: ¿Te admira o te critica?
HS: Las dos cosas, lo cual es lógico. Yo con el tiempo quizás pueda mejorar. Él con el tiempo va a madurar. Nos llevamos bárbaro. 

HH: Tu padre era ruso, ¿sabés ruso?
HS: No. Él llegó a los 11 años acá e hizo el máximo esfuerzo para olvidarlo. A los 23 años ya era médico. O sea que en 12 años hizo primario, secundario y universidad. Se rompió el alma para borrar el ruso e incorporar el castellano, que hablaba perfectamente, sin ningún acento.

HH: ¿Querés añadir alguna cosa?
HS: Me estaba acordando que cuando yo pintaba, el arte me producía un cierto tipo de emoción, distinta de lo que es la actividad matemática. Quizás extraño la pintura, quizás pasó mucho tiempo, quizás es un recuerdo nada más. Hice dos años de la carrera de la Historia del Arte, en el Museo de Bellas Artes.

HH: Eso está muy bueno, muy bueno.
HS: La verdad es que me tocaba fibras. Me enganché mucho con los profesores, realmente me gustó mucho. Me la paso mirando ahora qué hay en Bellas Artes, con ganas de volver a hacer alguna otra cosa.

Tengo un proyecto delirante de investigación en el que estoy hace 10 años buscando la piedra filosofal. Me divierte, me agota, me fascina, me mufa, me provoca un montón de cosas raras. A eso fundamentalmente me dedico.

HH: ¿Le das más importancia a tu proyecto que a volver al arte?

HS: Quizás le tengo un poco de miedo. Uno se siente más conforme con los recuerdos. Son cosas que me siguen dando vuelta en la cabeza. 

HH: Como decía no sé quién, lo dejamos ahí. Muchas gracias, Hugo.

2017.03.25: Alberto Rozenfarb: Anécdotas de mis tiempos de Exactas: la Cuarta

Alberto Rozenfarb en Facebook

Corría Diciembre 1973.

Con mucho esfuerzo, compartiendo estudios y trabajo, llegó Marzo de 1973 (la prehistoria de Computación en Exactas) y me planteé: 
me falta Seminario Superior de Computación, elegante formato para denominar a mi trabajo final de tesis.
El panorama laboral era paupérrimo y me dije: "tengo que prepararme lo mejor posible". 
Para ello elegí como profesor a Hugo Ryckeboer.

Dentro del material investigado había  la posibilidad de desarrollar un controlador de ejecución de programas dentro del sistema operativo de una IBM/360. Con ello se podrían sacar estadísticas del uso de la máquina en tiempo real y aprender sobre el mismo.
Allí decidí emprender mi recta final y mi elección me satisfizo.
Hugo Ryckeboer (2013)

Tuve una primera reunión con el profesor, donde planteé mi objetivo (que fue cambiando después de  varios encuentros posteriores) hasta que llegamos a un acuerdo sobre el objetivo de mi trabajo. No fue poco el costo de este acuerdo en tiempo y esfuerzo.

Tenía que estudiar el funcionamiento del SO. Curiosamente estábamos en la mismas condiciones con que se maneja cualquier Software Libre: (aunque en esa época nada se sabía al respecto): el programa completo del SO de la /360 estaba totalmente disponible, pero en microfilms: todo en Assembler y perfectamente documentado. Teníamos máquinas especiales donde podíamos leer la programación, avanzando slide por slide.
Ni se imaginan el trabajo que resultó leer y mucho más ENTENDER la programación. Ante la complejidad del tema cambiamos nuevamente de objetivo quedándonos con el de estudiar "ESTRUCTURAS DE INFORMACIÓN EN UN SISTEMA OPERATIVO".

Concurrí entre dos y tres veces semanales a una empresa cerca de Retiro, donde el profesor trabajaba. Llevaba las clásicas sábanas de papel con el avance de la programación en mi propuesta.
El trámite tardó un poco más de 8 meses con la periodicidad semanal antes descrita. Obviamente, alcanzamos durante ese período un conocimiento bastante intenso y  recíproco entre mi persona y el profesor y eso fue para mí muy beneficioso.
Hasta que llegó el ansiado día en que acordamos que el trabajo estaba listo.
Yo pensé: también estaba lista mi carrera, había llegado sano y salvo a la meta.
La alegría se desató en mí y lo único que se me ocurrió preguntar es: ¿CUANDO? ¿CUANDO RECIBO FIRMADA MI LIBRETITA?

El profe Ryckeboer me indicó: "dentro de dos semanas nos encontramos en la UTN donde doy clases y allí terminamos".
"Por supuesto", dije, sin preguntar ningún otro detalle.

Y el 13 de diciembre de 1973 me presento a la Universidad Tecnológica de Medrano y Córdoba. Lo ubico al profesor en el aula en que estaba dictando clase y me dice: "esperame en el aula de al lado que te voy a hacer el interrogatorio".

Quiero hacer presente que en aquel tiempo, en Exactas, aprobar una materia implicaba:
·        aprobar los tres parciales
·        aprobar "el interrogatorio" que era una paseo por toda la materia que hacía el jefe de TP para ver si el alumno tenía conceptos bien fundamentados de los temas más importante de TODA la materia. Al aprobar el JTP te firmaba la libreta aprobando los trabajos prácticos
·        dar el examen final.

Recibí un balde de agua fría. Reaccioné y le digo: "Pero Hugo, hace 8 meses y pico que nos vemos de 2 a 3 veces por semana. ¿para qué necesitas hacerme un interrogatorio? Sabes perfectamente lo que pude haber aprendido durante este tiempo, el contenido y alcance de mi trabajo".

Me respondió: "vos sos alumno de Exactas y tenés que cumplir todos los pasos indicados en el reglamento".

Me quedé sin respuesta (sin mi título) y sin otra posibilidad que ¡esperarlo!.
Mi señora estaba esperando sentada en mi Citroen y aguardando lo que se caía de maduro. (Que yo aprobaba).

Yo quería comerme las paredes.
Una hora después, aparece el profesor y me dice:

"Empecemos con el interrogatorio".
Obviamente me volvió a hacer las mismas preguntas que me había hecho la semana pasada, y la anterior y la previa, durante los larguísimos 8 meses de trabajo continuo. Dos horas después (dos horas de preguntas y respuestas) me dice finalmente:
"Bueno Alberto, terminamos con el interrogatorio. Has respondido correctamente a todo. No obstante, no puedo ponerte una nota alta".

Respondo: "¿y porqué? ¿Acaso no respondí a todas tus preguntas?"
Me dice Ryckeboer: "No te corresponde una nota alta, pues otros alumnos  tardan 2 o 3 años haciendo el trabajo conmigo, y vos sólo 8 meses". Hay una desproporción evidente.

Pregunté inocentemente (y con unas ganas de escaparme,  difíciles de explicar): "¿Acaso la nota no está en función a los conocimientos que exhibí, a la calidad del trabajo, a las respuestas a tus preguntas?".
El profe: "Todo está bien, pero solo trabajaste 8 meses. Por lo tanto, la nota que estimo te corresponde es un 8".

En un instante se me cruzaron varias ideas: hablar con mi señora y avisarle, golpearme la cabeza contra la pared, saltar de alegría y otras ideas que no puedo contar. Decidí decir: "Bueno, está todo OK".

Con esos sentimientos mezclados de incredulidad, alegría, alivio y angustia, saqué del bolsillo interior de mi saco la libreta universitaria y se la extiendo a Ryckeboer para su firma. Fue una dulce y terrible angustia: se había terminado todo y con éxito.

El profe me dice: "Alberto, no te puedo firmar aquí. Vos sos alumno de Exactas y aquí estamos en la UTN. Te espero en mi despacho (Instituto de Cálculo, Pabellón I, Ciudad Universitaria) y allí te firmo"

Solo dije  "Hasta luego".
Obnubilado, casi ciego,  bajé a la calle. Vi mi Citroen y escucho la pregunta de mi mujer: ¿Y?. "Todo bien", respondí.
Le entregué la llave del coche y le dije: "Vamos a la Ciudad Universitaria".

Viajamos con  una sensación indescriptible y sin palabra alguna.

En el despacho me estaba esperando el profe. Ambos con una cara como si nada (ni acontecimiento, ni tiempo) hubiese pasado. Me firmó. Y me gradué de Computador Científico.

22/03/2017: Conversando con Hugo Scolnik, Parte I

La entrevista fue por Skype y duró como una película, unas dos horas. Una buena película, aclaro. Con un montón de ingredientes para entretenerme a mí y supongo que a muchos.


Yo había preparado unas cuantas preguntas, las básicas y las que sirven para largar cuando se producen los silencios. ¿Silencios? No hubo silencios. La pregunta fue en la práctica una sola:

HH: ¿Cómo llegaste a dedicarte a los temas claves de tu vida?
HS: Bueno, brevemente…

(HH: Lo de "Brevemente" es un decir algo relativo, como los lectores ya apreciarán.)

Me interesé por la química cuando era chico. Fui a un colegio industrial espantoso,  me recibí de técnico químico en el 58, trabaje en algunas empresas Ducilo, Ferrum y en el predecesor del INTI. 

Mi destino era seguir Ingeniería Química. Yo trataba de entrar a la Facultad de Ingeniería pero mi nota máxima en Matemática en el Ingreso era un 1. No sabía nada de Matemática. En el colegio espantoso lo único que hacían era enseñar cosas de memoria y nunca razonar. Llegue a la conclusión de que tenía que empezar de cero, me conseguí libros a ver que era una hipótesis, que era una tesis, todo eso. Con enorme dificultad pude entrar en la facultad, raspando.

Pero ya en primer año, con Análisis I me empezó a ir mal de vuelta. La Facultad de Ingeniería era muy represiva, para mi gusto. Lo que más les interesaba era demostrar que los alumnos eran unos burros y nunca estaban interesados en enseñar en serio.

Alguien me dijo que en Exactas explicaban bien. Me fui al curso de Ingreso de Exactas con la idea de aprender un poco de Matemática para que me fuera mejor en Ingeniería.  Ahí encontré a (Héctor) Pirosky, hijo del médico del Malbrán (Ignacio Pirosky). El joven era un matemático, un tipo encantador. En vez de demostrarme que era un burro me enseñó, desde las cosas muy básicas. Me gustó tanto que decidí cambiar a Exactas.

Por supuesto, mi decisión significó una pelea pelea con la familia: "Nene, como vas a dejar de ser ingeniero, algo prometedor para el futuro". Terminé estudiando Física como una solución de compromiso. Igual, la Física me gustaba.

Ahí me enganché mucho con la Matemática. Como consideraba que me faltaba bastante por aprender logré ganar un concurso de ayudante; no hay método mejor  para aprender una materia.  Entonces, ayudante de Análisis I, de Álgebra, empecé a arrancar. Me empezó a ir muy bien en Física. Resolvía los problemas, todo. Hice tres años de la carrera. En ese momento, 1962, era el boom de la Física teórica, por un montón de razones. 
En formato de diploma van los personajes famosos
que marcaron rumbos en la vida de Hugo Scolnik

Hablando con un gran físico argentino, que era Roederer, que venía de Estados Unidos donde había trabajado muy brillantemente, me dijo: "Si a usted le interesa la Física Teórica la verdad que tiene que aprender bastante más Matemática que la que sabemos los físicos porque con esta carrera no alcanza". 

Decidí meterme en la carrera de Matemática para aprender  y volver a la Física.

HH: Es decir que ¿te metiste en Exactas para aprender Matemática y volver a Ingeniería. Y después te metiste en Matemática para volver a Física?

HS: Exactamente. 

Yo necesitaba trabajar, tenía que vivir de algo. A fines del 59 lo conocí a Sadosky. En el 60 me comentó su plan de traer una computadora. Cuando le dije que necesitaba trabajar me ofreció un cargo -se ríe-, Secretario de la Sociedad Argentina de Cálculo (1961). Era una especie de pinche. Yo editaba una revista que casi todo eran traducciones de revistas extranjeras. Andan por la web todavía ejemplares de esa revista.

HH: Con Sadosky ¿fue amor a primera vista que le pediste algo y te lo dio en seguida?
HS: Realmente tuvimos una empatía. 

Un día me dicen que va a venir una inglesa para enseñarnos a programar. No había máquina todavía. Fuimos compañeros de curso con Juan Carlos Angió, entre otros. Cicely Popplewell fue quien nos enseñó a programar. Fue la programadora del sistema operativo de la Ferrranti. Hicimos buenas migas, la llevamos a Miramar. Lástima que en ese momento no sabía que había trabajado con Alan Turing.

Yo era muy amigo de Jonás Paiuk y de Oscar Matiussi, los dos ingenieros de la máquina.
Me acuerdo que en esa época me empecé a dedicar a Inteligencia Artificial, a Machine Learning. Tenía programas que duraban toda la noche. Lo que hoy con la PC se resuelve en un minuto.

HH: Ya te habías recibido? 
HS: No. En 1962 comenzó a dictarse la carrera de Computador Científico. Yo seguí en Matemática y me recibí en 1964 como Licenciado en Matemática.

Me pasaba toda la noche en la facultad. Dormía en un sofá en la oficina de Sadosky. A veces en medio de la noche venía Paiuk, que dormía en un catre cerca de la computadora, y me avisaba, "se descompuso la Clementina". A arreglarla y empezar de vuelta. Esa era la vida de la computación en ese momento.

Cuando me recibí estaba interesado en Teoría de Autómatas. Sadosky me lo recomendó a Antonio Monteiro, un lógico matemático muy famoso, que dirigía el Instituto de Matemática en la Universidad Nacional del Sur. “Encantado de que venga”, me dijo. En 1965 gané un concurso para ser Investigador recontra Junior en la UNS. Me fui allá (Bahía Blanca). Cada 15 días me venía a Buenos Aires a correr los programas en la Clementina.

HH: ¿Como era tu vida personal?
HS: Yo tenía una novia en Buenos Aires, otra razón para venir. 

En Bahía Blanca vivía en condiciones muy miserables. Compartía pieza con un colectivero en una pensión, en una calle de barro. No tenía ni para cenar, comía galletitas. Todo por la ciencia -se ríe.

Apareció un concurso de Jefe de Trabajos Prácticos con dedicación exclusiva. Me presenté y lo gané, aunque a Monteiro le disgustó mucho, quería que siguiera como investigador sin obligaciones docentes. “Mire, con el sueldo de investigador no puedo vivir”. Me asignó como materia Análisis III.

-¿Por qué esta materia tan avanzada? ¡Soy un jovencito!
-Los alumnos están ya bastante fogueados como para aguantar un joven que se quiera mandar la parte - contestó Monteiro-. Los viejos como yo nos dedicamos a los chicos jóvenes, somos más pacientes. 


Me rompí el alma dando Análisis III.

A fines del 65 recibí una invitación de la Facultad de Ingeniería de la UBA para ser Jefe de Trabajos Prácticos y crear un Departamento de Matemática Aplicada con Eduardo Ortiz. Era un matemático que hizo mucho en la Facultad de Ingeniería de la UBA, tenía unos apuntes maravillosos, que los ingenieros usaban.

En esos años vino Ernesto García Camarero a enseñarnos más profundamente los temas de programación. Nos hicimos muy amigos, incluso publicamos juntos un paper sobre inteligencia artificial. Cada tantos días le escribo. Gané el concurso y me vine a Buenos Aires… porque además estaba mi novia. Cometimos el error de casarnos en marzo de 1966.

HH: ¿Seguís con ella?
HS: No, no, duró un año ese matrimonio...

... porque la cosa empezó a complicarse, porque vino la noche de los bastones largos. Junio del 66. Yo renuncio como todo el mundo, heroicamente, y después me encontré con un problema. Que ya no tenía nada para vivir el mes siguiente, no tenía sueldo, no tenía nada.

Entonces apareció un programa de ayuda de la Fundación Bariloche para que los científicos no se fueran del país. Tenía fondos de la fundación Ford. Me contactaron. Yo acababa de ganar un concurso para hacer un Doctorado en la Universidad de Wisconsin. Mi mujer, hija única, no quería irse. En septiembre de 1966 acepté la oferta de la Fundación, enseñar Matemática Aplicada en el Balseiro.
Nos fuimos y vivíamos en el Centro Atómico Bariloche. La vida empezó a cambiar, lo que había en la Fundación Bariloche era un grupo de sociólogos, y la Camerata Bariloche. No había más.

Los sociólogos querían hacer modelos. Empecé a ayudarlos. 

Vino un profesor de Suiza, Peter Heintz, sociólogo y economista. Necesitaba un modelo para su teoría de las tensiones estructurales. Quería explicar los movimientos relativos de los países en el sistema internacional. En Suiza no había encontrado quién le hiciera un modelo que funcionase. 

Le hice un modelo que funcionó, año 1967. En el Centro Atómico también me enganchaban los físicos para hacer modelos.

A fines de 1968 me llega un comunicado del gobierno suizo diciéndome que me habían otorgado un subsidio. Lo había pedido Peter Heintz, sin mi permiso, sin mi conocimiento. El subsidio era para mí, de investigación. Mi matrimonio andaba para el demonio. De común acuerdo acepté ir a Suiza.

 Junté mis pocos pesos para ir y llegué a Zurich con us$200. Peter me instaló en el departamento con su madrastra, con quien hablábamos distintos idiomas pero nos entendíamos. Una semana después no tenía un mango y pregunté cómo se cobraba.

-¿Usted no entiende cómo es el sistema? –preguntó la secretaria. 
-No entiendo absolutamente nada. 
-Mire vaya a tal lugar… - y me dio una dirección en la ciudad vieja de Zurich.

Cuando llegué había un señor mayor.
-Lo estaba esperando, está su subsidio – dijo, y abrió una caja fuerte, llena de guita-. Este es su subsidio.

Me quedé pálido. No me imaginaba que fuera toda esa plata.

-Soy un extranjero, llegué hace pocos días, ¿usted me puede explicar por qué me va a dar todo ese dinero?
-Eso es una decisión del gobierno suizo, yo no tengo nada que opinar, sólo tengo que ejecutar.


HH: ¿Estás hablando de algo como cincuenta mil dólares?
HS: O más, no me acuerdo. Era mucha plata. 

A fin de ese mes yo había alquilado una casa a orillas del lago, me compré un auto, empilchaba, viajaba todos los fines de semana por Europa, y además me compré una lancha con motor fuera de borda.

Allí conocí a una chica suiza, que es la madre de mi hijo mayor.

Yo trabajaba en Sociología y empecé a recibir mucha demanda de modelos. Todo el mundo quería modelos.

Pasó una cosa curiosa: por esos años la NASA estaba preocupada por hacer modelos de órbitas de satélites. Habían listado 150 variables que influyen en una órbita. Eso no era manejable por las computadoras de ninguna manera efectiva así que habían contratado a la Universidad de Stanford para que les inventara un método matemático para trabajar con el tema de órbitas. Uno de los que trabajaba allí era un argentino conocido mío del Instituto de cálculo Víctor Pereyra. Me mandaron el software y lo empecé a estudiar y comencé a basar mis modelos de Economía y Sociología en ese software, y de paso lo mejoré.



Estaba interesado en hacer un Doctorado. Pedí hablar con Peter Henrici, profesor del Politécnico Federal, una especie de ídolo en Suiza, que había escrito el primer libro en serio de Análisis Numérico que todo el mundo utilizaba y que revolucionó el mundo. Me recibió en seguida y me explicó que tenía tapados los Doctorandos por 10 años. 


Lo fui a ver al vicerrector del Politécnico, que curiosamente hablaba bien el español. Revisó mis antecedentes y dijo:

-Mire, según el reglamento usted debería aprobar un examen de Mecánica Cuántica para entrar, y me parece un desperdicio de tiempo porque sus intereses van por otro lado.
-Sí, van por otro lado.
-Pero bueno, usted es Investigador de la Universidad de Zurich y tiene derecho a ser admitido al Doctorado sin ese examen.
-¿Y con quién hago el Doctorado? ¿Qué me sugiere?
-El matemático vivo más famoso del mundo está aquí, se llama Van der Waerden. 


Van der Waerden es el tipo que hizo el primer libro de álgebra moderna y el primer libro de estadística, un pope nacido en Holanda. Me atreví a pedirle una entrevista, que para mi sorpresa me dio en seguida. Absolutamente autoritario, como buen profesor germánico.

-¿Usted que quiere hacer? –preguntó.
-Tengo una idea para hacer el Doctorado.
-Allí tiene el pizarrón. 

Se la expliqué.

-Yo lo admito. 
-¿Y? 
-Lo eximo de hacer materias. 
-¿Y? 
-Empieza a trabajar y me trae informes.

Así hice el Doctorado. Yo escribía, escribía, pero Van del Waerden nunca me prestó la más mínima atención, jamás me ayudó. Muy decorativo, el asunto. 

Llegando al final, en 1968, un día me dice: 

-Va a tener que dar el examen final del Doctorado. 
-¿Y eso qué es? ¿En qué consiste?
-En toda la matemática.
-¿Cómo? ¿Y si no apruebo?
-Se tiene que ir. El examen no se puede dar dos veces.
-¿Quién más va a estar en la banca? –cometí el error de preguntarle.
-¿Usted cree que yo, Van del Waerden, necesito otro profesor? –contestó a los gritos.
Pero después hubo otro profesor, nada menos que Strassen, otro famoso. Fue quien inventó la manera de multiplicar matrices más rápido, está en los libros.

-Usted publicó en Teoría de Autómatas, le puedo preguntar sobre eso –dijo Strassen, justo antes del examen.
-Sí, pero hasta el año 65, porque después cambié de tema.

Entramos y el único que preguntó fue Van der Waerden. Me hizo preguntas sobre mi tesis que antes no se me habían ocurrido. Más o menos me iluminé y pude contestar.


-Lo felicito, tiene un seis. 

Viejo h. de p., me felicita y me pone un seis. Sólo cuando me llegó el certificado días después aclarando que había sacado la “Beste Leitung”  supe que era la nota máxima en Suiza.

En el interín, la Fundación Bariloche había empezado a tomar mucho auge. Me empezaron a consultar porque querían construir un centro de cómputos. Me mandaban los planos, los proyectos de los arquitectos, etc. etc. Las cartas en aquella época tardaban 20 días para ir y venir. Finalmente se concretó todo el asunto ese y decidimos venirnos a la Argentina, en julio de 1970. En vez de quedarnos en Suiza. ¡Qué locura, no!

Construimos el primer centro de cómputos en Bariloche, pusimos la primer computadora. Era una Bull, se complementaba con la IBM que puso el Centro Atómico. Trabajábamos muy en común con ellos.


Llegamos a tener 50 personas entre el Departamento de Matemática y la Fundación Bariloche. Ahí empezamos a trabajar en muchísimos modelos de todo tipo. Por ejemplo para Hidronor, los modelos hidrológicos que sirvieron para el Chocón, trabajamos mucho en economía de la energía, siempre con los sociólogos además. 

En ese momento aparece el libro Los Límites del Crecimiento, que publicaron Dennis Meadows y compañía en Estados Unidos. Ese que pronosticaba el fin del mundo. Se armó toda la revolución que llevó al modelo mundial latinoamericano. Tanto el Club de Roma como el International Development Centre de Canadá decían de financiar el proyecto de un modelo mundial distinto. Yo era medio el candidato porque era el que había hecho modelos. 


En marzo del 72 me mandaron al MIT para estudiar el complejo modelo de los yanquis y ver qué especialistas había que mover para allá para estudiar algo de tal complejidad. 

El primer día que llegué al MIT Meadows me dice que a la tarde iba a haber una conferencia de Paul Samuelson (Premio Nobel de Economía 1970). Fui a la conferencia.


El conferencista pidió públicamente que echaran a toda la gente que había hecho ese modelo absurdo, que era una vergüenza para la institución. El modelo era catastrófico, ni siquiera valía la pena discutirlo.

Le comuniqué a la Fundación que no valía la pena mover gente, que el modelo era de una simplicidad espantosa y estaba plagado de errores conceptuales y técnicos. Tanto, que el último día que estuve en el MIT, Meadows me pidió una lista de libros para estudiar Matemática.  


Me fui a California a trabajar un tiempo con Graciela Chichilnisky, una matemática argentina y economista que trabajó en modelos, hoy profesora desde hace años en Columbia, y luego me volví a Bariloche. Allí armamos el equipo de modelo y nos pusimos a trabajar.


Se desarrolló el Modelo Mundial Latinoamericano. Yo viajaba mucho. El director del proyecto era Amílcar Herrera y yo el Subdirector. Hicimos un libro, Catástrofe o Nueva Sociedad. Cuando Amílcar se fue uno o dos años a Inglaterra yo quedé a cargo de todo el proyecto.

Empecé a trabajar mucho para organismos de Naciones Unidas, todos querían modelos. Nos fuimos a Ginebra, trabajé en la OIT, también en París para la UNESCO.

HH: Para vos ese libro ¿fue un hito muy importante en toda tu trayectoria? ¿Un momento culminante? 
HS: Sí, fue realmente importante.



Hubo años de paz entre el 72 y el 76. Por supuesto había muchos ataques políticos, porque plantear un modelo que diga que hay que redistribuir el ingreso para lograr el equilibrio entre recursos naturales, población, alimentación y demás yuyos, no es un mensaje muy simpático para los factores de poder.

En el 76, con el golpe militar, le cortaron todos los fondos a la Fundación Bariloche y esencialmente quedó destruida. Todo el mundo empezó a emigrar. La Fundación Bariloche fue el lugar más interesante que hubo en la Argentina de proyectos interdisciplinarios. No hay nada como vivir en conjunto y compartir la vida cotidiana con gente de distintas disciplinas. De ahí salen tres millones de ideas.

Entonces sucedió una cosa bastante curiosa. Estábamos haciendo un proyecto de modelo con Canadá y Brasil. En julio del 76 estábamos en Llao Llao, la sede de la Fundación, cuando recibo un llamado de Cândido Mendes de Almeida, un famoso personaje brasilero. Su bisabuelo manejaba las finanzas del imperio portugués. Heredó unas cuantas cosas, hay isla, hay calle, tiene universidad propia en un edificio medieval con la heráldica afuera, etc. Un personaje de García Márquez. “Viendo como están las cosas creo que el proyecto conjunto deberíamos hacerlo acá en Brasil”, me decía por teléfono. 


Me voy a Río, me ponen en un excelente hotel. Lo voy a ver a su universidad medieval. 

-¿Hasta cuando te quedás? –me pregunta.
-Yo entendí que vos querías que yo venga –y le explico. 
-¿Cuántos son?
-El núcleo del modelo son 8 personas. 
-Dame los nombres.

Y empezó a emitir pasajes de avión para todos. Así empezó el grupo en la Cândido Mendes.

Por esa época yo había hecho algunos inventos matemáticos que presenté en Stanford y allí conocí mucho a Dantzig, creador de la programación lineal. 

En Río, Cândido nos había puesto a los ocho en un hotel. Un día le digo:

-Muy agradecido, pero no puedo vivir en un hotel.
-Ah, yo tengo un departamento que quedó vacío.

Pasé a vivir en un departamento en Río frente al mar, bárbaro. Unos meses después lo convencí de que el alquiler lo debía pagar yo.

HH: En ese momento ¿vivías con tu mujer y tu hijo?
HS: No, yo me había separado de mi mujer suiza. Tenía otra mujer. Mi hijo se quedó en Buenos Aires, yo viajaba, él viajaba, una vida muy complicada.

Un día en Brasil suena el teléfono en mi departamento, me llamaban de la Universidad Federal de Brasil. “Llegó una carta del profesor Dantzig que lo recomienda muchísimo a usted y queríamos verlo y ofrecerle un cargo de Profesor Titular”.

Continúa en Parte 2