[Capítulo 19 de La Informática y yo]
Procesamiento distribuido y terminales industriales
Mucho antes de que aparecieran los servidores de PC, IBM ya se había
percatado de que no era conveniente que los terminales remotos se conectaran
directamente al computador central. Para los que hoy usamos internet y nos
impacientamos por el tiempo que demora en aparecer una página, imagínense cómo
sería la cosa cuando las velocidades de red no se medían en Megabytes sino en bits
por segundo (baudios). Llenar el buffer de 1980 caracteres de una terminal de
video IBM 3270 pueden demorar cerca de 10 segundos usando una típica línea
telefónica de 2400 baudios, siendo la cosa mucho peor si la línea es compartida
por muchos terminales. Esto puede no ser grave en tu casa, pero sí lo sería si
estuvieras de cajero en un banco con una larga fila de clientes enfrente.
Las terminales de video de la época no desentonaban en las oficinas,
pero cuando el usuario atendía público resultaban claramente descomunales. Las
recuerdo ocupando casi la mitad de las casetas en que policía internacional
registraba entradas y salidas del país. En Brasil las usaron hasta muy avanzada
la década de los 80, debido a que IBM no podía vender PC porque ese mercado
estaba reservado a los armadores locales. Pero lo que más me sorprendió en una
de mis llegadas a ese país fue encontrarme con que el funcionario detrás de la pantalla
era el primero en ofrecer cambiar mis dólares en el mercado negro. Por supuesto
que la cotización era pésima, peor que la que me ofrecieron apenas salí a la
calle y mucho peor que la que se conseguía después en la oficina. El tamaño de
la pantalla quizás le servía para ocultar su cara de vergüenza.
La solución que encontró IBM fue diseñar terminales especiales para cada
tipo de aplicación, conectadas mediante un bucle (loop) a un controlador de
sucursal. Todo el diálogo con los usuarios de las terminales era manejado a
gran velocidad por el controlador, el cual sólo transmitía a la computadora
central los datos propios de la transacción, como ser el número de cuenta o el
código del producto. Fue así como ya en 1973 se habían anunciado las familias
IBM 3600 para la banca e IBM 3650 para el comercio, aún poco difundidas en esa
época en nuestros países. Por último, en 1978 apareció la familia IBM 3630 de
terminales de industria (Plant Communications System) que fue la que me tocó en
suerte.
Entretanto qué era lo que le había tocado en suerte a mi mujer y a mi hija.
Nuestro departamento era bastante lindo, ubicado en Pueyrredón 1445 9°B. Cuando
le conté la dirección a un compañero de oficina, éste me dijo: — ¡Ah, es ciego!
— Me indigné, porque teníamos una linda vista al centro de manzana. Recién a la
noche caí que yo le había dicho no-ve-no-be. ¿Lo entendieron? Cuando se lo conté
a mi mujer me dijo que era porque los argentinos pronunciábamos igual la 'v'
corta y la 'b' larga. ¿Será berdad?
Las plazas más cercanas quedaban bastante lejos, 6 cuadras al norte o 6 cuadras
al sur. Mi mujer las alternaba para que mi hija pudiera disfrutar del poco de verde
que ofrecen las plazas porteñas. Al llegar mi hija se lanzaba por el tobogán (resfalín
en Chile), se hamacaba (columpiaba) o hacía una larga cola para subirse a la
calesita (carrusel). Como ven mi hija era bilingüe desde temprana edad. Un
episodio divertido fue cuando mi mujer estaba viendo televisión y mi hija se puso
delante. — ¡Salte, Sofía! — le dijo en su mejor chileno, y ¡mi hija se puso a saltar!
Mi mujer no entendía nada hasta que le dije: — ¿Ves? ¡Si le hubieras dicho salite,
se hubiera corrido en seguida (al tiro)!
Volviendo a las IBM 3630, eran terminales todo terreno. Algo así como el
Falcon argentino. Aguantaban polvo, humedad, ambientes ácidos y temperaturas
extremas. Nada que ver con las pitucas IBM 3270 que usábamos en nuestras
oficinas. Se trataba de minimizar la entrada por teclado, que no es fácil donde
todos los operarios usan guantes de seguridad. El sistema incluía pistolas para
escanear los códigos de barras y lectores de tarjetas con banda magnética para
identificar a las personas. Y todas
estas maravillas habían sido ofrecidas por nuestro vendedor al frigorífico
Swift.
Me asignaron a esta cuenta, quizás porque encontraron que el tema era tan
raro como aquellos neutrones de Bariloche. Como es habitual, el trabajo empieza
con una visita al cliente, que en este caso no era una oficina en Buenos Aires
sino ir a conocer el ambiente hostil del frigorífico que tenían cerca de la
ciudad de Rosario. Llegamos con el vendedor, nos disfrazaron de operarios y
salimos a recorrer las instalaciones. En una de esas vimos parado frente a una
puerta un personaje que parecía Olaf el vikingo, con casco y una larga barba
que le llegaba hasta cerca de la cintura. Cuándo preguntamos quién era, nos
contaron que detrás de esa puerta estaba la cámara frigorífica de la faena Kosher,
el tipo de carne faenada según las prescripciones rituales de los judíos
ortodoxos, la que era exportada íntegramente a Israel. El personaje en cuestión
era un rabino israelita cuya misión era asegurarse de que no hubiera contaminación
por parte de algún desaprensivo operario criollo.
La faena Kosher era un negocio redondo para Swift, ya que a un judío ortodoxo
sólo le están permitidos los cortes del cuarto delantero del animal. Resulta
que los cortes más caros y apetecidos son los del cuarto trasero, los que el
frigorífico exporta al resto del mundo. Pude ver cómo se embalaban unos
exquisitos filetes (lomo en argentino) y otros cortes de exportación que de
sólo recordarlos se me hace agua la boca.
Lo que seguía era un viaje a EEUU a conocer las terminales industriales
y conocer como era la programación. Partimos con un compañero más joven y
dembarcamos en Nueva York. La primera escala era en un laboratorio de IBM en
Carolina del Norte. Hicimos el viaje hasta Washington en el auto de un conocido
que nos encontramos en el avión, lo que nos permitió conocer esa bella ciudad, incluso
el obelisco, que no tiene nada que envidiarle al nuestro. Al fin y al cabo
todos nos copiamos de los egipcios, ¿no? Finalmente llegamos al laboratorio
donde además de mostrarnos las terminales, vimos los cajeros automáticos que
estaba por lanzar IBM. La segunda visita fue en Milwaukee, Wisconsin, en el
norte, donde sólo recuerdo que había muchas fábricas de cerveza. Allí conocimos
un neozelandés muy interesante. Estaba al tanto de todos los detalles de los
complejos procesos políticos de Chile y Argentina. ¡Hasta sabía quién era López
Rega! Cuando le pregunté cómo era que sabía todo eso, me dijo que el problema
era que en Nueva Zelanda prácticamente no tenían historia propia y por eso
estudiaban la de los demás países. O sea, ¡qué manga de chismosos!
A mi regreso a Argentina fui incluido en un lista de charlistas en un evento
de actualización técnica para toda nuestra fuerza de ventas e ingeniería de
sistemas. Naturalmente mi pomada sería las nuevas terminales industriales. Muy
pocos me conocían, ya que no frecuentaba el casino de IBM donde ellos almorzaban,
puesto que prefería ir a mi casa. ¿Me creerían que en una evaluación formal de desempeño,
me incluyeron entre los objetivos almorzar en el casino? Cumplí con el objetivo
yendo una vez y basta. La familia es más importante. Sea como fuera, cuando me
presenté en el escenario del hotel que habían alquilado para el evento, han de
haber creído que yo era el número humorístico, porque cuando empecé a manipular
pistolas imaginarias y a pasar las tarjetas por ranuras lectoras igualmente
imaginarias, la concurrencia imaginó que las pistolas pasaban por las ranuras,
y prefiero no tratar de imaginarme lo que imaginaron a continuación, pero todos
se reían como locos. Ahí descubrí que tenía pasta de humorista, la que terminé
de desarrollar cuando volví a Chile. ¡Ustedes no se imaginan cómo aprecian a
los humoristas los gerentes de IBM!
¿Qué pasó con el frigorífico y las terminales industriales? La verdad es
que no me acuerdo. Creo que me pasaron a otro tema y mi compañero de viaje se
quedó con el asunto. No creo que las IBM 3630 hayan sigo un gran negocio para
IBM. Por más que ahora busqué en internet no logré encontrar referencias ni
fotos de este sistema, por lo que se quedarán sin saber si realmente las
pistolas y lectoras podían ser causa de los malos pensamientos de mis
compañeros, o más bien si yo era el responsable de su ruidosa hilaridad.
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