UNA ESCUELA LLAMADA PELOURO, por José Miguel López de Lagar
Viendo el precioso video que publicó Ida Bianchi sobre los niños aprendiendo sobre el arte de la pintura, me acordé de pronto de una experiencia inolvidable que vivimos hace unos cuantos años en Galicia, España.
En ese viaje y, casi por casualidad y sin tener la menor idea qué era lo que íbamos a ver, tuvimos la oportunidad de visitar la “Escuela de Innovación O Peleuro”, está ubicada en Caldelas de Tuy – Pontevedra – España.
Habíamos ido a Galicia con unos amigos, vigués él, porteña ella, para recorrer las maravillosas Rías Altas y Baixas, y asistir también a la Misa del Peregrino, en Santiago de Compostela.
Los fundadores de esta Escuela, a quienes conocimos y mucho, fueron Teresa Ubeira Santoro y Juan Rodríguez de Llauder, psicopedagoga y psiquiatra respectivamente. Dos maravillosas personas en todo el sentido de la expresión, que amaron mucho lo que hacían, característica esta que se trasuntaba en cada rincón y piedra del edificio donde funcionaba esta Escuela.
Fueron dos revolucionarios que lucharon denodadamente para generar una forma diferente de enseñar, a un alumnado en el que convivian y conviven, un centenar de niños y niñas de todas las edades entre los que hay autistas, superdotados, con síndrome de Down y con diversos problemas mentales y emocionales.
Lograron que egresaran con título secundario aquellos que, en las escuelas clásicas, nunca lo habrían lograrlo.
Seguramente lo que más les costó, fue bregar con la burocracia de las autoridades educacionales españolas, para que les concedieran vallidez a los títulos obtenidos en esta Escuela.
Cuando nosotros fuimos, recorrimos todas las instalaciones y terminamos llorando a mares por la emoción de ver semejante obra.
Hoy Juan ha fallecido y Teresa no está muy bien de salud.
Como dije, la institución está ubicada Caldelas del Tui, que es un lugar muy especial, sobre el río Miño, a un paso de Portugal, con gente muy noble que todavía respeta la palabra y el apretón de manos.
En esa escuela quedamos maravillados, si bien no somos especialistas en estos temas, al ver los libros que usaba y algo de la enseñanza que impartían.
Los libros que utilizan los van haciendo los mismos alumnos con lo que van aprendiendo y proponiendo, por supuesto bajo la tutela de los profesores.
En cuanto a la enseñanza, nos impactó como usaban en esa clase de arte, la comparación como herramienta didáctica.
El día que fuimos, estaban enseñando pintura y, en lugar de hablar de las caracteríticas de Goya o de Velázquez, ellos usaban la comparación diciendo:
“A ver niños, que cosas diferentes veis en esta pintura de Goya y en esta de Velázquez”. Y así jugando, casi como en un juego de los siete errores, iban descubriendo características de trazos, colores, proporciones y demás características de cada artista, para finalmente crear un texto sobre estos cuadros.
Juan me decía por lo bajo: esto no se lo olvidan más, y lo gracioso en que lo aprenden casi jugando.
Por otra parte, en ese ambiante casi sin presiones, conseguían una fantástica convivencia con niños con diferentes problemas y edades.
El resultado?, simplemente maravilloso.
En aquel año, habían ido educadores de muchos paises para estudiar esta metodología que curiosamente llamaban Pelouro. Y digo curiosamente, porque cuando les preguntamos por qué Pelouro, Teresa nos dijo que Peloruo, llaman ellos la piedra de canto rodado que está en los ríos, que comienza como una roca áspera con bordes cortantes y que, gracias al masajeo del agua, va rodando y se va puliendo para convertirse en una piedra sin aristas y con bordes redondeados y suaves.
No se nos ocurrió otra cosa que abrazar a esta pareja de luchadores, besarlos y agradecerles una de las tardes más bonitas que pudimos pasar.
Cuando volvimos a la casa de nuestro amigo, a la sazón primo de Teresa, nos preguntó si nos había gustado la visita.
No tuvimos palabras para explicar cómo nos sentíamos.
Aunque esta no sea la panacea educativa, me di cuenta que hay mucho que tenemos que aprender en la materia, sobre todo mirando para un futuro que viene a toda velocidad y que, seguramente, nos va a sobrepasar.
Gracias Ida por hacerme acordar de todo esto.
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06/02/2020
LA COLONIZACIÓN DE VENUS, por Ricardo Forno
Las crónicas al respecto son muy detalladas; no dejan la menor duda sobre los hechos.
Allá por el 3500 de la era cristiana, el Gobierno Central de la Tierra se convenció de que la única solución para el problema del aumento de la población terráquea consistía en llevar parte de la misma a otros planetas. En realidad, esto era sólo un pretexto para el inextinguible instinto colonialista que ya no se podía ejercer en la propia Tierra desde la instauración del Gobierno Central único.
Desde hacía mucho se había estudiado la posible colonización de diversos cuerpos del espacio. Aunque había pequeños asentamientos en la Luna y en Marte, era impensable una emigración masiva debido a la falta de atmósfera. En la Luna, una atmósfera artificial se mantendría por un tiempo muy escaso. En Marte, el problema era similar; aunque se intentó descomponer los óxidos de la superficie para obtener oxígeno, la presión resultante se mostró insuficiente y, cuando se la pudo aumentar algo, la atmósfera pronto comenzó a desleírse en el vacío; el costo de construir una campana de presión se demostró excesivo; y por otra parte, la lejanía del Sol impedía prosperar a los vegetales.
Júpiter y los otros planetas exteriores estaban fuera de la cuestión; Mercurio era demasiado tórrido y con los mismos o peores problemas que la Luna o Marte; y los asteroides y los varios satélites tampoco ofrecían posibilidades interesantes. En cuanto a otros sistemas planetarios, la tecnología aún no había permitido alcanzarlos; aparte, no había uno más o menos cercano con planetas similares a la Tierra, y los tiempos para viajes tripulados eran prohibitivos; todos esos inconvenientes dejaban como única opción a Venus.
Pero Venus, aún en el 3500, no era apto para la Vida. La temperatura en la costra sólida era de unos 450 grados centígrados, no tanto por la mayor cercanía del Sol como por el efecto de invernadero de su espesa atmósfera, compuesta principalmente por anhidrido carbónico, nitrógeno, agua y ácido sulfúrico, y cuya presión era 90 veces mayor que la de la atmósfera terrestre. En resumen, un ambiente totalmente hostil para la Vida.
Los científicos terrestres ya habían elaborado un plan para hacer habitable a Venus. En la Tierra habían desarrollado cepas de bacterias que prosperaban en condiciones análogas a las de las capas superiores de la atmósfera venusina, metabolizando los gases existentes para manufacturar oxígeno bajo el influjo de la luz solar. Se especulaba con que en pocos años la acción de tales bacterias transformaría la química gaseosa de Venus hasta hacerla similar a la terrestre. Luego irían precipitando diversas substancias, adelgazando la capa gaseosa y disminuyendo su formidable presión. Con la desaparición de los gases primigenios, cesaría el efecto de invernadero, y las temperaturas se irían haciendo más aceptables. Aunque la zona tropical continuaría siendo tórrida e inhóspita, se calculaba que en los polos las temperaturas serían similares a las de la zona templada terrestre.
Concluida la primera fase, continuaría la colonización con el envío de algas y plancton a los mares, y vegetales a las partes emergentes. Luego se enviarían peces a los mares y otros animales útiles a las islas y continentes. Y finalmente, cantidades masivas de la población terrestre podrían colonizar Venus.
El plan se cumplió en todos sus detalles en un plazo de sesenta años terrestres, cuando ya el aumento de la población hacía insostenible la situación en el planeta de origen. Podría uno preguntarse si los científicos terrestres eran tan poco hábiles como para no saber controlar el crecimiento demográfico; por cierto que sabían cómo hacerlo, pero las condiciones políticas imperantes se lo habían impedido. Ésta es otra historia que ha quedado registrada en las crónicas y que alguna vez contaremos.
Pero terminemos ahora con Venus. Se había logrado la colonización del planeta al transformar sus condiciones físicas, originalmente no aptas para la Vida, en otras perfectamente aceptables para los terráqueos.
Fue entonces cuando los científicos terrestres descubrieron una invasión de extrañas partículas en la atmósfera de la propia Tierra. Estas partículas transformaban el oxígeno, el nitrógeno y el agua en compuestos extraños, que rápida e incontrolablemente barrieron a toda la población terrestre, no sólo la humana —científicos incluidos— sino también animal y vegetal. Ya no habría más problemas de exceso de población terrícola, aunque por suerte quedaban sus clones en Venus, no se sabe por cuánto tiempo. Los científicos de Xix, del Sistema de Fomalhaut, habían encontrado en la Tierra un planeta cuyas características eran muy favorables para la colonización, exceptuando su atmósfera, totalmente inapta para la Vida.
Eso cuentan las crónicas de la Vía Láctea.
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09/01/2020
EL ÚLTIMO VUELO DEL ABUELO, por Luis Alberto Carelli
Siete de la mañana, la claridad recién asomaba y el abuelo, a pesar de la hora, ya aparecía despierto en la cocina. El cielo diáfano y transparente, unido a esa temperatura excesivamente elevada para la época, se empeñaban en contradecir el espíritu y la tradición de ese feriado de mediados del otoño.
El hombre se veía pensativo junto a la puerta que daba al parque, cuando su nieto se cruzó con él. Era extraño que en el feriado del Día del Trabajador el nieto tuviera que trabajar, pero ese día era el ideal para que los gurkas pakistaníes a su cargo, mudaran el software de aplicación al poderoso hardware recién instalado.
Abuelo y nieto, que tenían entre sí un lazo entrañable, se entrelazaron en un abrazo de varios segundos de duración. Ezequiel, el nieto, partió, e Ilarraz, el abuelo, quedó mirando el jardín mientras dos lágrimas enormes rodaban por sus mejillas.
El anciano, que ya había superado los ochenta, enjugó su rostro con el dorso de su mano y salió al espacio abierto mal iluminado por el sol naciente, portando una silla de lona, un vaso de leche y un ícono que nadie que lo conociese bien, podía pensar que sería acariciado alguna vez por sus manos.
Miró el jardín del fondo de la casa como si lo viera por primera vez, fijó su vista en los dos árboles que lo adornaban: un viejo nogal y un jacarandá, mucho más joven, que había plantado junto a su nieto cuando el niño tenía apenas tres años.
Ubicó la sillita bajo el árbol autóctono y sobre un tronco recortado que hacía las veces de mesa, ubicó el vaso de leche y la figura de San Antonio de Loyola.
Ingresó nuevamente a la casa, para retornar llevando en sus manos un rollo de papel afiche y un marcador de fibra.
Con parsimonia y sopesando las palabras del concepto que quería expresar, escribió una frase en una de las hojas, y pinchó con una tachuela en el árbol cercano el cartel que acababa de diseñar.
LA VIDA ME HA DADO TODO Y YO LE HE
DADO TODO A LA VIDA... ¡ES HORA!
Relajado y seguro de su finalidad, se sentó en su sillita, bebió la leche de un solo impulso y entró en estado profundo de meditación.
A las ocho de la mañana se levantó Concepción, la esposa del nieto, calentó agua, preparó el desayuno, y al igual que todos los días fue a despertar al vasco Ilarraz con el mate del amor.
La sorpresa se reflejó en su rostro al ver la cama vacía, buscó en el baño y allí tampoco encontró al abuelo, con desconcierto recorrió otras salas de la casa, salió al patio trasero, y descubrió sobre el final del predio, en el lugar que el césped moría, al anciano sentado bajo el jacarandá.
Conce se acercó al viejo, le dio un beso en la mejilla y le alcanzó el primer mate del día, pero Ilarraz no se inmutó ni dio señales de vida. Ante tamaña quietud, la muchacha desconcertada levantó la vista, leyó el cartel, se llevó la mano a la boca, y salió corriendo para despertar a Asuni, la mamá de Ezequiel y suegra de Conce.
—Señora... Despierte —dijo Concepción sacudiendo a Asuni—. El abuelo está paralizado abajo del jacarandá, colgó un cartel, y dice que se quiere morir.
Asuni despertó, se incorporó, e introdujo a Conce en su profundo conocimiento del padre.
—Nena... El abuelo es un ser especial y de vez en cuando nos da una sorpresa haciendo alguna locura. Seguro que hoy se levantó mal, se le ocurrió que se tenía que morir, y armó su teatro, pero ya vas a ver que cuando tenga hambre se le pasa. Nosotras desayunemos.
Las mujeres fueron a la cocina, charlaron y olvidaron al anciano.
A las diez el sol trepaba por el celeste, calentaba la piel como en un día de verano, y la sombra del jacarandá dejaba de ser suficiente para proteger al estoico penitente que no había alterado su posición desde el amanecer.
Espontáneamente, unos retoños del árbol emergieron sin dar aviso y comenzaron a trepar enredados por las patas de las sillitas y por las piernas de “Vasco”, cómo lo llamaban sus amigos, hasta inmovilizarlo.
Ilarraz reaccionó y golpeó sus manos, Concepción salió, tomó el vaso vacío que le ofrecía “Vasco”, volvió a la cocina donde Asuni lavaba los trastos y comunicó:
—Me pidió leche.
—Yo te dije que cuando tuviera hambre se le pasaba. Si habré visto locuras del viejo. Para él todo es política y el Día del Trabajador es su día fundamental, desde que era un lechero anarquista que andaba en su carro por las calles de Banfield, hasta que entró a la usina lechera de “La Armonía” y se hizo dirigente sindical: en este día siempre se manda una macana.
Conce llevó la leche y reingresó.
—Al abuelo le da el sol. ¿No habrá algo para protegerlo?
—En el quincho hay una lona. Fijate si sirve.
Conce improvisaba un toldo que protegiese al hombre del sol, mientras Ilarraz tomaba el marcador, escribía, intentaba pararse, y al no poder por las raíces, pinchó otro cartel a su lado:
LA TIERRA BUSCA RETENERME; MI DESTINO
ES TRASCENDER. ALLÁ VOY.
Se relajó, tomó su leche, y nuevamente entró en el limbo.
La mujer terminó el toldo, giró la vista, pegó un grito de terror e ingresó a la casa.
—Asuni... Asuni… Venga pronto, al abuelo lo agarró el árbol, y él y el santo están en medio de una aureola azul.
Las mujeres salieron y contemplaron estupefactas la escena y Asuni fue la primera en hablar.
—Los carteles son amenazadores, al santo es la primera vez que lo veo, y a las raíces no le encuentro explicación, pero al halo azul que vos decís, yo no lo veo.
—Mire bien, le sale de todo el cuerpo.
—Yo no lo veo, probablemente vos tengas un poder especial. Voy a llamar a tu marido, es el único que puede entender al viejo.
Asuni llamó y atendió su hijo.
—¿Qué pasa? —sonó Ezequiel con voz fastidiosa.
—Pasan cosas raras... El abuelo se sentó en el fondo, no habla y escribe carteles que dicen que se va al otro mundo, pero lo raro es que el nogal lo agarró por los pies, tiene una imagen de un santo, y tu mujer dice que a él y al santo lo rodea una aureola azul.
—Mamá, llamá al doctor Morchio y contale.
—¿El doctor Morchio?... ¿El pediatra tuyo?...
—Sí, el abuelo siempre dijo que lo llamara si le pasaba algo. Yo voy para allá.
Cortó con su hijo, e inmediatamente, Asuni se comunicó con Morchio.
Pasado el mediodía el cielo se encapotó, el médico apareció, y recién llegado pidió ver a su amigo. Se acercó a “Vasco”, colocó su rostro a treinta centímetros de su cara y gritó.
—I... LA... RRAZ... Nosotros... Los ácratas... No resignaremos de nuestras creencias ante la muerte, y menos pidiéndole ayuda a un inexistente Dios. Así, nunca trascenderás dignamente.
“Vasco” abrió los ojos, tomó el vaso, y lentamente extendió la mano hacia su hija.
Asuni corrió a la cocina y retornó con el líquido primitivo. Mientras esto ocurría, Ilarraz escribía y pinchaba en el árbol.
LA EPIFANÍA TARDÍA ES COMO ERECCIÓN DE OCTOGENARIO: UNA SORPRESA INUSITADA Y LEVEMENTE FAMILIAR A LA VEZ.
—Dios no existe, y no hay revelación posible —insistió el médico.
Ilarraz tomó otra hoja y remató:
EL MATASANOS NO CREE, PERO AL
LLEGAR SU MOMENTO, ÉL TAMBIÉN CREERÁ.
Tomó el vaso de leche y se aisló del mundo nuevamente.
Al rato llegó Ezequiel y se acercó al médico.
—¿Qué opina, Doctor?
—Estoy convencido que estamos ante un trauma psíquico de negación de vida. Debemos sacudirlo, llamen a todos sus amigos de la plaza y del club vasco, puede que así entre en razones.
Ezequiel fue por los teléfonos, mientras los otros hacían guardia y Asuni rompía el silencio.
—Doctor. ¿Se queda a comer con nosotros?
—Me quedo hasta que sea necesario, y si invitan a comer mejor.
En ese momento Concepción pegó un grito:
—Los halos pasaron del azul al violeta y ahora son rojos.
El Doctor la miró como si fuera otra loca más, y ante la explicación de Asuni, maduró la idea de llamar a un cura o a algún santón, para que interprete esos misterios del más allá.
A las cuatro de la tarde, cuando ya habían llegado los jubilados de la plaza y los amigos del club vasco, el cielo explotó, la lluvia corrió a amigos y parientes, y el abuelo, que cautivo no podía eludir al chaparrón de ninguna forma, quedó solo, tapado con unas lonas. La reunión siguió en el comedor de la casa y se hizo tan vivaz que el jolgorio era más apropiado para un cumpleaños que para una tragedia. Más tarde, el grupo se completó cuando llegaron: por la Iglesia Católica, el Padre Luis Virano de la iglesia local, y por lo esotérico, el Gurú Lama Tsonga de los budistas.
La lluvia cesó, Morchio decidió que era el momento y arengó al grupo:
—Vamos a salir, nadie debe deprimirse por el aspecto, ni por los carteles, ni por el árbol que lo aprisiona. Quiero que lo animen, que entienda que es un referente y debe seguir con nosotros, y a los religiosos, les pido que lo orienten por el camino correcto.
Con viento frío del sur que comenzaba a soplar y una neblina pesada, el tropel salió al jardín, mientras Concepción sacaba las protecciones que cubrían al penante.
—Hombre —gritó el primero en acercarse—, despierta que en la plaza se te echa de menos.
—¡Arrayúa! Abel —gritó otro—. Que nos falta uno para el mus.
Ilarraz abrió los ojos y extendió el vaso.
—Así se hace Abel, venga a caminar con nosotros —arengó un tercero un poco más despistado, que no había caído en la cuenta que no podía caminar.
La leche volvió, mientras Abel pinchaba otra hoja en el árbol.
LA COMPARSA VA VINIENDO, PERO YO ME SIGO YENDO.
Concepción dio la alarma:
—El aura de Abel se puso gris y la del santo se apagó.
El cura ignoró los dichos de Conce, y arrancó:
—Este hombre le pide a Dios su salvación, pero no lo logrará si insiste en dejarse morir. Suicidarse o dejarse morir es la misma cosa.
Abel midió a la multitud con la mirada, tomo su lápiz, escribió y pinchó la hoja.
NO ME DEJO MORIR NI ME SUICIDO; SIMPLEMENTE ME VOY.
Ante el silencio y el estado estupefacto de la concurrencia, el Gurú Lama Tsonga, que afirmaba la presencia del halo gris, fue el primero en reaccionar, meditó, y afirmó convencido:
—Este hombre está transitando el camino hacia una nueva vida, que lo devolverá reencarnado en un noble animal.
Abel escribió y pinchó:
EL ÚNICO ANIMAL NOBLE ES EL HOMBRE...
Y HASTA POR AHÍ NOMÁS.
Morchio no pudo aguantar más y evidentemente enojado apostilló al condenado.
—Si el hombre insiste en volverse miserable, solo el polvo de sus huesos quedará.
Ilarraz completó la última hoja y la mostró al público:
¡MERDE!
Con gesto teatral, Ilarraz se echó para atrás, bebió su leche, emitió un suspiro profundo, y penetró al mundo infinito.
Los presentes quedaron sorprendidos, una sensación de desesperanza los invadió, y luego, con lentitud, los hombres descubrieron sus cabezas y las mujeres sacaron sus pañuelos.
De pronto y sin aviso… Las raíces liberaron al prisionero, un solitario gorrión se posó sobre su cabeza, y unos instantes después, el pájaro emprendió vuelo para desaparecer entre la niebla.
—El pájaro que acaba de levantar vuelo es dorado y el abuelo se puso blanco brillante —gimió Concepción.
—Ese hombre ya ha logrado la sanación eterna —pontificó el Gurú Lama Tsonga.
La noche era la ideal, la niebla cerrada, la luz del farol de la esquina cayendo como chorro de leche sobre el asfalto, y como siempre ocurría en días como esos, en una esquina del pueblo, comenzaron a aparecer los fantasmas de los famosos de Banfield.
El primero en llegar, luciendo sus enormes bigotones blancos, fue el ánima del Doctor Oscar Alende, médico famoso del pueblo y alguna vez Gobernador de la Provincia. El espectro llevaba una sillita, voló raudo hasta el voladizo de la esquina, y se sentó a esperar. Poco después, desde otra casa de la vuelta de la esquina de la que había parido a Alende, salió, luciendo su tupida cabellera rojiza, el fantasma del maestro Alfredo Deangelis, cantando una de sus canciones.
Viene serpenteando la quebrada,
La pastora,
su majada,
y su tra, la, la, la, la…
Trepó al voladizo, desplegó una reposera, se sentó junto al otro, y dijo:
—Don Oscar. ¡Qué nochecita! El frío me parte.
—Que quiere don Alfredo, estamos entrando al invierno y es nuestra primera salida del año.
Mientras tanto, por la calle Belgrano, se acercaba, tocando su tamborín, el fantasma del negro Eduardo Silvera, un uruguayo que vino a jugar al fútbol en el club Banfield en la década del cuarenta y se quedó a vivir en el pueblo. Al verlo llegar, Deangelis dijo:
—Hola don Eduardo, lo veo medio rengo.
—El otro día jugamos los espectros negros contra los blancos y Bagnato me dio un patadón que todavía duele.
—Son cosas del futbol.
Apenas terminó de hablar, cuando por la calle lateral apareció un fantasma saltimbanqui haciendo medias lunas, mortales y flip flaps. El tipo se acercó al grupo, y como único saludo gritó:
—Patapúfete.
—Éramos pocos —dijo Alende—, y llegó Pepe Biondi.
En ese momento, otro individuo verde apareció flotando desde el Oeste. El tipo era alto, tenía barba descuidada y rala, llevaba un libro bajo el brazo y vestía pantalones cortos y delantal escolar.
—Éste que hace por acá —dijo Alende por el recién llegado.
—De vez en cuando viene.
—Él vivía del otro lado de la vía
—Sí, pero me parece que por acá venía a la escuela.
—Le voy a preguntar.
—Mire que no se le entiende mucho.
—Che, Julio. ¿Qué haces por acá? Esta es mi esquina. —Desafió don Oscar.
—¡Cgronopios! Yo vengo a la escuela.
—¿Qué escuela? Acá no hay ninguna escuela.
—¡Octaedgros! A la escuela diez, Julio Argentino Groca.
—Me parece que te equivocaste.
—¡Grayuela! Acá estaba hace setenta años.
El moreno, mientras tanto, percibió un disturbio importante en el aire que lo rodeaba, llamó a silencio a sus compañeros, y como un poseso: comenzó a repiquetear su tamborín en un crescendo repleto de intriga y emoción.
Por el fondo de la calle Maipú, el quinteto fantasmal vio emerger de la neblina a un carro de lechero repleto de filigranas, que era impulsado por un etéreo caballo gris y llevaba en el pescante a un ánima blanca tocada con boina colorada.
El fantasma de Oscar Alende hizo un gesto ampuloso para los demás, el moreno calló su tambor, y los cinco se pusieron de pie para recibir al recién llegado.
El ánima flamante los enfrentó, e inclinó sumiso su cabeza en señal de respeto.
—¿Cómo le va, Ilarraz? Estábamos ansiosos esperando por usted. ¿Trajo su sillita? —Saludó en el nombre de todos, don Oscar.
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13/06/2019
LA ESCUELA, por Ricardo Forno
Estaba frente a mi computadora, escribiendo un cuento. Alguien llamó a la puerta de calle. Observé por la mirilla y vi una mujer más que madura, quien me resultó vagamente conocida. Le abrí.
—Buenas tardes, Rodolfo. ¿Te acuerdas de mí? —dijo.
Me extrañó que empleara el tuteo español. Estábamos en Argentina, donde se usa ya sea el voseo o el tratamiento de “usted”.
—Disculpe; me acuerdo pero no muy bien. ¿Por qué no me aclara quién es? No me gustan las adivinanzas.
—¡Soy tu maestra de cuarto grado! ¿Cómo puedes haberte olvidado?
—¡Ah, claro, la señorita Etelvina!
—¡No! ¿Cómo has podido confundirme con esa inepta de tercer grado? Mi nombre es Clotilde. Puedes dirigirte a mí como “señorita Clotilde”. A ver, ¿qué estás escribiendo ahí? ¡Un cuento! ¿Te consideras apto para esa tarea? ¡No lo ocultes, déjalo en la pantalla! ¡Ya encontraré algún error! ¿No te dije? ¡Exhuberante con una hache después de la equis! No hay caso, siempre fuiste malo en ortografía. ¡Y ese horrible tratamiento de “vos”! Ven conmigo. Urgentemente debemos regresar a la escuela.
—Pero, señorita Clotilde, ahora no puedo ir. Ni siquiera he desayunado.
—Siempre lo mismo: tu alimentación deficiente. No importa, ven conmigo; ahí tomarás tu copa de leche recién sacada de la vaca.
Dicho esto, me tomó del brazo y, como me resistía, me agarró de una oreja, que me dolió bastante, al tiempo que exclamaba:
—¡Chico malo, incorregible!
Así fue como, tras haber ingerido a disgusto el vaso de leche espesa y cremosa, me encontré sentado en el aula, todo un hombre de treinta años, cubierto por un guardapolvo blanco que me llegaba sólo a la cintura y que casi reventaba con mis brazos. Estaba rodeado de mozalbetes de ocho o nueve años, quienes no manifestaron asombro alguno. La maestra ordenó: “Composición: La Vaca”, y todos empezamos a emborronar el cuaderno con ideas aún confusas e inmaduras. Teníamos media hora para entregar nuestras creaciones, pero antes de que termináramos la señorita Clotilde pasaba por cada pupitre y espiaba lo que habíamos escrito. Al acercarse a mí, no pudo contenerse:
—¡Qué barbaridad! ¡Ocacion con c! ¡Se escribe o-c-a-s-i-ó-n! ¡Y encima sin la tilde! ¡Al rincón, y cálzate este bonete de burro! —exclamó, al tiempo que con los nudillos me aplicaba unos coscorrones en la cabeza.
Fui al rincón con el bonete, y lloré por un rato, avergonzado.
Llegó el recreo; pretendí huir, pero la puerta de la escuela estaba cerrada con llave, así que unos minutos después me encontraba de vuelta en el aula, en la clase de historia. Como no supe precisar la fecha de la batalla de Salta, me envió otra vez al rincón con el bonete de burro.
Otra vez el recreo, y a clase de geografía. La señorita Clotilde preguntó:
—¿Quién puede decirme cuántos pozos semisurgentes hay en la provincia de Catamarca?
Levanté la mano y respondí, antes de que pudiera hacerlo otro:
—¡Dieciocho mil novecientos veintisiete!
—Hummm… —fue todo lo que pudo articular la señorita Clotilde—. Por hoy la jornada ha terminado.
Se abrieron las puertas y pude regresar a casa.
*************
PASANGENICANOS, por Ricardo Forno
Venía desde Brasil manejando solo; luego de pasar por Santana do Livramento y Rivera, erré la ruta y acabé en la minúscula población uruguaya de Vichadero. En la única estación de servicio, me informaron que en ese momento no tenían combustible; les llegaría sólo por la mañana siguiente. Me maldije por mi imprevisión. Como la nafta no me alcanzaba para volver a Santana, le pregunté al empleado adónde podría pasar la noche.
—Aquí no va a conseguir nada. Pero a unos quince kilómetros, por ese camino de tierra, hay una comunidad de gente rara que a lo mejor le da alojamiento. Viven como hace mil años; no tienen luz ni gas ni nada, y se visten de una manera... Todos tienen la misma cara. Se hacen llamar Pasangenicanos.
—¿Y ese nombre?
—Dicen que viene de la India. Bueno, que tenga suerte, pero cuídese.
—¿Que me cuide? ¿De qué?
—Y... uno nunca sabe... Parece que son medio locos.
Así que me fui para allá. Como el sol rajaba la tierra, dejé el auto en un bosquecillo y me acerqué a pie.
Era cierto: esa gente vivía como en la Edad Media, y también hablaba de esa manera. Vestían como entonces, y ni pensar en televisión, luz eléctrica, gas, inodoros ni otras comodidades; pero fueron amables y me proporcionaron una pieza con un camastro. No parecieron entender mucho mi explicación de por qué estaba allí.
Esa noche cené con ellos: comida simple y sana. Les quise pagar, pero rechazaron mis billetes porque, según decían, no les servían para nada, y les creí.
Tras la cena, nos reunimos alrededor de un fogón, porque había refrescado. Comenzaron a contar historias:
—...y esa noche apareció el licántropo. Era el séptimo hijo varón de Iseo; intentó atacar a Clotilde, pero ella le mostró la cruz aspada y el lobo se disipó. Clotilde fue por los aires para acusarla a la madre, pero Iseo se había vuelto araña. La reconoció mirando por el espejo de tres faces.
Siguieron en ese tono, contando las historias más inverosímiles, sin que ninguno expresara el menor asombro. Por supuesto, me abstuve de emitir opinión.
Tras varias anécdotas más, uno me requirió:
—Vos, extranjero, que vestís de forma tan extraña, debéis tener maravillosos acontecimientos para referir. Con ansias aguardamos el relato de vuestras aventuras.
No se me ocurrió nada de ese tipo de cuentos. Pero recordé algo raro que me había sucedido y, vacilante, comencé:
—Hace poco tuve una idea interesante sobre un problema matemático. Lo curioso es que eso se le ocurrió también a un ruso, y lo publicamos a la vez en Internet. Terminé comunicándome con él en inglés por chat, y resultó que teníamos justo la misma edad, nos habíamos casado el mismo día, y ambos teníamos dos hijos. ¡Casi gemelos a veinte mil kilómetros!
—¿Cuál es esa distancia?
—¡Ah! Son unas tres mil quinientas leguas.
—¿Vos fuisteis hasta Rusia, o él os visitó?
—No, fue todo por Internet, como hablar por teléfono...
—No sé qué son esas cosas. Pero ¿cómo pudisteis oíros, a semejante distancia? Vos no tenéis la voz tan fuerte.
Contuve la risa.
—Bueno... No hace falta que uno grite. No sé cómo explicarles... Es como con esta pantalla —y, para mi perdición, extraje la Tablet del bolsillo y la encendí.
Se arracimaron alrededor, los ojos desorbitados. No podían creer lo que veían. Luego, silenciosos, se fueron apartando.
No se volvió a cruzar palabra, pero me pareció oír algunos cuchicheos entre ellos. Enseguida llegó el momento esperado: fui a mi habitación y me acosté. Habían dejado una vela encendida. Para distraerme, me puse a estudiar algunas fórmulas en la Tablet.
Cosa de media hora después oí un tímido golpeteo en la puerta, e invité a entrar a quien fuese. Resultó ser una joven bonita, a quien ya le había echado el ojo durante la cena, pues aun a cara lavada era muy atractiva.
Tras una conversación que nos dejó intrigados a ambos, pues no podíamos comprender nuestras respectivas formas de vida, se animó a explicarme el motivo de su visita.
—Vengo a preveniros. Por vuestro bien, huid mientras tengáis tiempo. Se han reunido en Concejo. Os acusan de falsario y enviado del Demonio.
—¿Falsario?
—Sí, no os asumáis inocente. Todas las mentiras que habéis proferido, esas distancias imposibles, esos artilugios inexistentes... Pero a mí no me afecta, os estimo tal como sois.
—¿Pero no has visto por ti misma esto? —y le mostré la Tablet.
Cerró los ojos y se alejó un tanto.
—Eso es lo peor. Prueba que algún trato tenéis con Satanás. Pero os repito, eso no hace más que atraerme hacia vos —y apagó la vela aplastando la llama con la mano.
—¡Te vas a quemar! Podrías haberla soplado.
—No, eso ahuyentaría al ángel que nos protege a ambos.
Estuvimos juntos hasta altas horas de la noche. Unos golpes afuera, como martillazos, no alcanzaron a perturbarnos. Al retirarse, ella insistió con sus advertencias:
—Huid mientras tengáis tiempo. Os van a aspar.
—¿Aspar? ¿Qué es eso?
—Os clavarán en dos maderos cruzados en forma de equis. Os crucificarán. Cuando prepararon el patíbulo es que hemos oído esos golpes.
Se me heló la sangre. Entonces comprendí el consejo del hombre en el puesto de servicio. Casi sin respirar, me vestí en pocos segundos. Recapacité y me descalcé para evitar el ruido. Ella ya se había ido; juraría que lo hizo flotando en el aire.
Salí con sigilo y pude ver la cruz aspada; antes no estaba. Las irregularidades del suelo lastimaban mis pies, pero nada me habría detenido. Parecía que no habían descubierto el auto. Llegué al bosquecillo, rogando que alcanzara el combustible. Respiré recién al pasar por Vichadero, que entonces me pareció el lugar más civilizado del mundo.
Unos siete meses después, la noticia de la crucifixión de una mujer embarazada cerca de Vichadero sacudió por unos días al mundo. Los verdugos la habían acusado de concebir un hijo de Satanás.
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02/04/2019
Yo quiero una canción - un cuento de guerra, por Fabián Berdiales
Cuando Enrique era pequeño su madre y su abuela le enseñaron pequeñas
canciones populares, de esas que uno aprende y repite sin pensar mucho en
la letra.
De esas en que los padres miran embelesados a su niño mientras dicen,
"que lindo, como canta, ese es mi hijo!".
De aquellas que llegaron importadas de una cultura europea que se laceró
con historias e imágenes de la guerra, del hambre, la miseria y la tragedia.
Historias que, a los argentinos que nacimos en la década de 1960, nos
parecían de otro planeta.
"Mambrú se fue a la guerra,
que dolor, que dolor, que pena
Mambrú se fue a la guerra
No sé cuándo vendrá
Do re mi, do re fa".
Así cantaba Enrique cuando tenía apenas 4 años, para deleite de padre,
abuelos y tíos.
"Mambrú se fue a la guerra,
quizá no vuelve más".
¿Quién sería Mambrú?, se preguntaba Enrique 15 años después. Se miró
y tenía los pies hundidos en el fango y el agua del pozo de zorro que el
Sargento le había enseñado a cavar unos días atrás.
Sus pies estaban tan hinchados adentro de sus borceguíes de cuero que ya
parecía un bebe, no sabía a quién le pertenecían esas extremidades. ¿De
quién son esos piezotes? se decía irónicamente a sí mismo. “Míos no
parecen la gran puta, si no los siento casi”. Azules, hinchados, hediondos.
¿Quién sería ese Mambrú? Al menos le hicieron una canción se decía.
¿Habrá alguien cantando en mi barrio “Enrique se fue a la guerra”? Y
mientras pensaba esto intentaba sacar el agua de la trinchera, tarea que
sabía inútil pero que al menos lo entretenía y lo hacía olvidarse del constante
cañoneo de las fragatas y otros barcos de guerra del enemigo.
El pozo de zorro era la mejor fortificación para la defensa, dijo el Sargento.
Es capaz de aguantar el fuego propio de artillería de obuses 60 y 80 mm,
fuego destinado a provocar bajas al enemigo mientras se salvaban las
propias. Nunca le contó el sargento que no resistirían el fuego de los
cañones de 105 mm.
Nunca le contó tampoco lo difícil que resulta escapar de allí cuando el
enemigo avanza decidido, superando las defensas y reventando los pozos, y
a los que allí están, con sus granadas.
¿Pero quién carajo pensó en esta guerra en el hemisferio austral, a pocos
kilómetros de la Antártida y en pleno invierno? ¿Es que nadie leyó la historia
de las guerras? ¿Nadie pensó que este pozo se iba a llenar de agua y
nosotros adentro congelados?.
Pese a todo, pese a tanta improvisación, Enrique se hizo de amigos en esos
40 días interminables esperando la batalla. Enrique era de Castelar, en la
provincia de Buenos Aires, en el gran Buenos Aires más precisamente y
ellos de Córdoba y de Corrientes, tan distantes en todo y sin embargo ahora
tan unidos en el objetivo común de sobrevivir.
El Cordobés era un canto a la vida, siempre jodiendo y haciendo chistes. El
pelo castaño, los ojos ídem. El Correntino, más callado que cualquiera de
ellos, sabía escuchar, cantar y cebar mate. Su pelo negro corto, muy corto,
casi duro como un cepillo de alambre. Compartían la trinchera sin saber cúal
iba a ser al final de la historia.
Al sargento Gómez también lo estimaba. Al final, era un pibe igual que él.
Tenía 23 años y apenas dos de instrucción. El sargento Gómez le había
enseñado lo poco y nada que sabía de esta guerra que se venía.
Enrique miró los cerros una vez más y la planicie que se extendía más abajo.
¡¡Fucking Falklands!!, gritó desde adentro de su alma. Claro, no lo
entendieron el Cordobés ni el Correntino. Los que seguro lo entendieron
estaban a menos de 500 metros y eran los ingleses. Y seguramente más de
uno habrá asentido en silencio.
De fondo sonaba atronador el fuego de artillería naval, que hacía su tarea
constante de desgaste y aproximación. Esta noche, pensó Enrique. Lo
sabemos, el combate será esta noche.
Cerró los ojos y contempló el combate, imaginario y cercano. Será terrible, pensó. Se encomendó a Dios y le dijo con su alma:
Querido Dios, Nunca te he dado mucha atención. Claro, fue en otras circunstancias de mi
vida, menos terminales que la actual. Espero que comprendas que el lugar desde donde uno vive su realidad
modifica mucho la forma que ves todo. Y que no me juzgues un oportunista.
Hoy hablo con vos pensando en que mañana, quizá, haya terminado mi
corta vida. Por eso quiero pedirte una lista de cosas. Y de paso te digo que ya que
estoy aquí, no me parecen tantas. Primero quiero pedirte por los viejos y mis hermanos. Que si algo me pasa
les des el valor de empezar de nuevo. Dios: te ruego les des las fuerzas
para enfrentar y recomponer, para construir y renacer. Y que no caigan en la
tristeza y el rencor. Que construyan un mundo mejor para mis hermanos. Segundo te pido por mí. Cuando esto comience no me dejes en los brazos
del miedo. Arráncame de allí, déjame ser fuerte y valeroso. Mantenme alerta y
solidario. Y no me dejes abandonar al Cordobés y al Correntino. Que si algo
nos pasa no sea por dejar de cuidarnos sino porque el enemigo nos
sorprende siendo más poderoso y arrojado. Te pido también Señor para que si algo llega a pasarme, me protejas del
olvido. Me asusta el olvido más que la propia muerte. Será mucho pedir que
me hagan una canción? Como a Mambrú.
¡¡¡ Broooom !!!
¡¡¡ Broooom !!!
El estruendo lo trajo de vuelta a la realidad. La noche había
echado su manto y el enemigo decidió el ataque. Sonó la artillería de 105
mm, lejos todavía de las posiciones.
Todos corrieron a tomar sus puestos.
Lo más difícil es no ver nada, se dijo Enrique. Maldita noche, cerrada como
pocas, sin visores.
Las balas trazantes que comenzaron en todas direcciones le hicieron
morderse la lengua. “¡Por que no te callás Enrique!, se dijo y se puso atento
a las órdenes del sargento.
¡Ustedes tres, reclutas, ahora es la hora ! ¡Para esto nos preparamos tan duro.
Sé que no me van a defraudar, sé que van a dar todo de ustedes. Solo
estemos juntos y atentos!
¡Los voy a sacar vivos de esto, se los prometo! Y aunque la oscuridad y los
rostros tiznados con betún no permitían que se viera nada, todos adivinaron
que los ojos del sargento Gómez estaban llenos de lágrimas .
¡No me dejen, no se abandonen, seamos uno solo! Terminó su arenga
Gómez.
Enrique preparó su fusil, controló las granadas que colgaban de sus
correderas, revisó una vez más las municiones en reserva y
finalmente tanteó sus borceguíes para ver si estaba allí su cuchillo de defensa
personal.
La posición de Enrique y sus compatriotas, estaba bien arriba en el monte.
Contaban con fusiles automáticos livianos FAL y uno de ellos adaptado con
cañón para transformarse en ametralladora liviana, conocido como fusil FAP.
El Cordobés controlaba la ametralladora, el Correntino y Enrique a su lado,
separados por unos pocos metros. El sargento iba y venía entre las
posiciones. Los oficiales de radio hacían lo suyo. La artillería propia
comenzó a devolver el fuego con sus obuses de 60 y 80 mm.
El sonido era aterrador. Enrique sintió que se paralizaba, que el miedo lo
inmovilizaba. No se atrevía a asomar su cabeza por encima de la línea de
tierra que le permitía adquirir una visual, oscura y caótica, de la planicie de
Ganso Verde.
Fue el sentido de oído, y tal vez el de la supervivencia que le permitió
adivinar que la línea de combate se había estrechado y que los ingleses
estaban allí, casi encima de ellos. ¡¡¡ Fuego !!! ¡¡¡ Fuego !!! Gritó Gomez y el
Cordobés comenzó a atronar la noche con su ametralladora liviana.
Enrique sintió que la sangre le hervía. Saltó sobre sí mismo, se puso de
frente al combate, asomó su fusil por la boca del pozo y comenzó a disparar
en modo automático.
Los ingleses replicaron, sus balas trazantes buscaban callar la ametralladora
del Cordobés. Pero el Cordobés no se dejó amedrentar y su ametralladora siguió vomitando
fuego y calor. Enrique y el Correntino no se quedaron atrás, aplicaron fuego
máximo durante minutos interminables. Se podía ver claramente el cañón
de sus armas al rojo vivo. Los ingleses retrocedieron a tomar posiciones
más resguardadas y a recoger a sus heridos. El silencio se atravesó por
algunos ayes de ambos lados. Gritos que pedían ayuda y que se entendían
en cualquier idioma. Estaban escritos en el lenguaje del dolor.
La aparente calma no era tal, los ingleses adelantaban sus comandos, para ir
tomando los pozos de zorro. Buscaban tomar posiciones, evitando la
frontalidad del avance. Y ajustaron su precisión con la artillería, comenzando
a batir las posiciones más altas con infernal precisión. Los cañones de 105
mm no perdonaban y Enrique comenzó a ver algunos pozos vecinos saltar
por el aire y destruirse por completo, hundiendo con ellos a sus habitantes.
Enrique levantó la vista y no pudo dar crédito a lo que veían sus ojos, dos
ingleses avanzaban en línea directa a su pozo disparando sus armas cortas
directo a la ametralladora del Cordobés. Enrique giró su cuello y como en
cámara lenta vio las balas que atravesaban el casco y la cabeza de su amigo,
quien hasta con su último aliento siguió martillando su FAL. El Cordobés
cayó vencido hacia un lado, su cara cubierta de sangre, sus ojos abiertos
mirando a Enrique como diciendo, “Aquí estoy. No te fallé amigo”.
Enrique disparó su FAL furioso, y mató a los dos ingleses en el acto. Casi
inserviblemente siguió perforando sus cuerpos en venganza por su amigo
muerto. Y ya fuera de sí abandonó el pozo y atacó ciegamente.
Por el rabillo del ojo vio que el Correntino lo seguía, y hacia la derecha vio
otra sombra que se sumaba, se dio cuenta enseguida que era el sargento
Gómez.
¡¡Reclutas, seguirme!! Fue la orden del sargento y como una tromba bajaron
la ladera en busca de un peñasco, tras del cual estaba el comando inglés.
Enrique tomó sus granadas, las detonó, y las arrojó detrás de las piedras
mientras el Correntino y Gómez lo cubrían con fuego de sus FALs.
Volaron piedras, uniformes, ráfagas y explosiones del ala izquierda. Enrique
sintió fuego en el estómago y en su hombro derecho y cuello. Cayó de
rodillas. Como en dos tiempos su cuerpo se recostó en la hierba y quedó
mirando al cielo.
Le quedó un último instante de lucidez para mirar hacia el costado,
buscando a Gómez y a su amigo de Corrientes. Cerró los ojos viendo como
el Correntino hundía su cuchillo en el cuello de un inglés. Y a Gómez poner
su cuerpo delante del Correntino para salvarle la vida absorbiendo en su
pecho la metralla inglesa.
"Enrique fue a la guerra
Que dolor, que dolor, que pena
Enrique fue a la guerra,
quizá no vuelve mas
Ay ay ay, ay ay ay
Quizá no vuelve más".
Sus amigos de Castelar, jamás olvidaron a Enrique. Levantaron una placa en
su honor en la esquina de Carlos Casares e Inocencio Arias. Sus padres
tuvieron el valor y el coraje de seguir adelante y hoy todavía luchan por
construir un mundo mejor, en homenaje y por amor a Enrique.
Y yo no supe escribirte una canción, pero te escribí este cuento para que
nadie te olvide.
Nota del Autor: Todos los personajes y los hechos relatados son ficticios
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20/11/2018
Milagros y demonios, por Eduardo Vila Echagüe
(capítulo 29 de El Universo Improbable o El Dios Probable)
Ya vimos en capítulos anteriores que es casi imposible que los judíos le hubieran prestado atención a Jesús si no fuera por su extraordinaria capacidad para curar a los enfermos que le ponían a su paso. Ni siquiera sus enemigos dudaban de ella. Los cojos andaban, los ciegos veían, a los sordos se les abrían los oídos, los leprosos quedaban limpios. Las curaciones no se muestran como un fin en sí mismo, sino para introducir y reforzar alguna enseñanza moral. Pretender aceptar la doctrina y al mismo tiempo rechazar los elementos milagrosos es una cirugía tan complicado como operar a un enfermo con metástasis para eliminar todas las células cancerosas sin afectar las sanas. Pero claro, si mi lector tiene ya una posición tomada al respecto, no nos es posible viajar en el tiempo para comprobar en el lugar la validez o falsedad de los relatos evangélicos. Sólo nos queda ver si los milagros siguen ocurriendo en la actualidad.
Hoy sale en el diario la noticia de un niño de un año y cuatro meses de edad que se ahogó en una piscina mientras jugaba, sufriendo un paro cardiorrespiratorio de 18 minutos de duración. El médico que lo atendió en la clínica explica que durante ese lapso el niño estuvo prácticamente muerto, pues su corazón estaba parado, y que es muy extraño que una persona reaccione después de tanto tiempo. Pese a ello, el niño fue reanimado y hoy no tiene ninguna secuela. El comentario final del facultativo es: “Por la evidencia médica que tenemos, no esperábamos este resultado. Podría calificarse de milagroso”. La familia atribuye la recuperación a las cadenas de oración que convocaron de inmediato. ¿Es esto un milagro? ¿Hay otros casos parecidos, inexplicables para la ciencia?
¿Pero será una noticia confiable? La noticia se publicó el 21 de enero del 2015 en el Mercurio de Santiago, el diario de habla castellana más antiguo del mundo. ¿El médico es una persona seria? No lo conozco, pero sé que trabaja en una de las mejores clínicas de la ciudad y que casualmente es el pediatra de uno de mis nietos. ¿Se violaron leyes físicas o biológicas? Hay casos de personas que caen en aguas muy heladas y eso les permite sobrevivir con tiempos de inmersión relativamente largos, pero no creo que ese sea el caso de una piscina de lona en medio de un tórrido verano. ¿La curación presuntamente milagrosa se debió a las cadenas de oración? No lo sé ni tampoco determinarlo es el propósito inmediato de éste libro, que sólo pretende llamar la atención sobre hechos que no se pueden explicar por las puras leyes naturales.
El tema de los milagros es complicado. Hoy tiene más aceptación social decir que uno cree en OVNIs, adivinos o en las flores de Bach que en milagros. Por otra parte en muchos de los santuarios cristianos y posiblemente también en los de otras religiones, hay innumerables ex-votos como agradecimiento por curaciones milagrosas debido a la intervención del santo patrono del lugar, algo que ya ocurría en los templos paganos de la antigüedad. También en los santuarios marianos de Argentina, Chile y otros países católicos se juntan una vez al año multitudes cercanas al millón de personas para agradecer por favores presuntamente concedidos por la intercesión de la Virgen. ¿Hay algo de cierto en todo esto, o es una especie de alucinación colectiva?
¿Se trata de milagritos o de verdaderos milagros? Les doy un ejemplo de milagrito. Fui despedido de mi empresa a los 54 años de edad. Durante dos años busqué trabajo sin mayor éxito. Mi señora chilena, sabiendo que en Argentina hay una gran devoción a San Cayetano, especialista en temas laborales, le hizo una 'manda', es decir una promesa si me conseguía trabajo. Al poco tiempo un amigo me llamó ofreciéndome un puesto, y se dio la coincidencia de que entré a trabajar después de dos años y medio en el mismo día de la fiesta de San Cayetano. ¿Milagro? ¡En absoluto! Ninguna ley física fue violada, salvo quizás la ley de las probabilidades. En todo caso y por si están en la misma situación que estuve yo, les cuento que por la misma época dos de mis hijos consiguieron trabajo apoyados por las oraciones de mi señora. ¡San Cayetano no sólo funciona con los argentinos!
Lo cierto es que en la actualidad las iglesias cristianas creen en milagros. Todos hemos visto películas donde en EEUU falsos pastores embaucan a sus ingenuos feligreses con pretendidos milagros en sus reuniones públicas. En el extremo opuesto está la Iglesia Católica, para la cual los milagros auténticos son requisito para el proceso de canonización. Se necesita un milagro para que alguien pueda ser declarado beato y otro más para que llegue a la categoría de santo. Normalmente se analizan sólo curaciones, donde es más fácil comprobar si es posible descartar que respondan a causas naturales. La revisión está a cargo de una comisión de médicos, incluyendo algunos no católicos.
Para que vean lo estricto que es este proceso, tenemos el caso reciente de la canonización de los Papas Juan XXIII y Juan Pablo II. Como para el primero había un sólo milagro comprobado, el Papa Francisco tuvo que autorizar una excepción al procedimiento, basándose en el inmenso prestigio que había tenido y aún tiene como promotor de la actualización de la Iglesia al convocar el Concilio Vaticano II. ¿Nadie en los 50 años desde su muerte fue capaz de 'fabricar' un segundo milagro para evitar que el llamado Papa Bueno tuviera que entrar en la santidad por una puerta lateral?
Así es como hay innumerables candidatos a beatos o santos en todos los países esperando uno o dos milagros para asegurarse su estadía en el cielo. ¿Por qué Perú y Chile tienen más santos que Argentina y Brasil, que los triplican en población? El indiecito Ceferino Namuncurá, hijo del último gran cacique de las Pampas, tuvo que esperar más de 80 años para recién alcanzar la categoría de beato ¿Por qué se ha demorado tanto el proceso de canonización del famosísimo arquitecto Antonio Gaudí, a pesar de los esfuerzos del Arzobispado de Barcelona? Simplemente porque milagritos hay muchos, pero milagros, milagros realmente comprobados, hay muy pocos. Aún admitiendo la posibilidad de los milagros, ciertamente que no son en absoluto frecuentes.
Para formarse una idea de cómo son estos milagros, le sugiero busque en Internet los milagros relacionados con las canonizaciones recientes. Lea atentamente los relatos y saque sus propias conclusiones. Verá enfermos avanzados de Parkinson que sanaron repentinamente, una joven con cáncer de útero que cuando iba a iniciar la quimioterapia resultó que éste había desaparecido de un día para otro, un bombero resucitado después de haber sido declarado clínicamente muerto, etc. Puede ser que haya muchos otros casos que no llegan al Vaticano, que sólo analiza los presuntos milagros en que se invocó la intercesión de algún candidato a la santidad.
Posiblemente el no creyente piense que en todos estos milagros hay fraude o error involuntario. Pero esa es una posición tan cerrada como la que tuvo la Iglesia en el caso Galileo. Un verdadero científico no descarta los hechos sólo porque no coinciden con su modelo teórico. Lo que hace es profundizar la investigación para ver si se ha cometido algún error y, de no ser así, procede a revisar su teoría.
Es interesante preguntarse si existen hoy milagros que no tengan connotación religiosa. Curaciones consideradas imposibles para la medicina, donde nadie invocó a alguna potencia espiritual. Situaciones que también harían probable la existencia de algo más que este universo improbable. Pero dejemos esto para algún futuro investigador.
Hasta ahora hemos hablado de la curación de las enfermedades del cuerpo. Pero muchas veces éstas son menos graves que las llamadas enfermedades del alma. En tiempos de Jesucristo se pensaba que éstas eran causadas por espíritus que de alguna manera se introducían en la mente de las personas. Estaban endemoniados.
En los evangelios hay algunos relatos donde se dice que la causa de la enfermedad es la posesión demoníaca. Hoy diríamos simplemente que la causa era la epilepsia, la esquizofrenia o alguna enfermedad semejante. Sin embargo, al menos en dos casos se establece un violento diálogo entre el presunto demonio y Jesús antes de la curación. Los fariseos explican lo sucedido acusándolo de que su poder viene de Belcebú, el príncipe de los demonios. Ya vimos la respuesta de Jesús en el capítulo anterior.
En la actualidad ya nadie parece creer en los demonios. Tengo un amigo, muy católico, que insiste en que el infierno no existe porque Dios es infinitamente bueno, etc. Yo le respondo medio en broma diciéndole que le creeré a él cuando muera y resucite al tercer día, pero que mientras tanto le seguiré creyendo a Jesús de Nazaret. Pero hablando en serio, el asunto es ver si a lo largo de la historia y en la actualidad hay casos en que el comportamiento de un enfermo mental no se pueda explicar por las patologías típicas del cerebro humano. ¿Hay alguna base en la creencia del cristianismo de que existen posesiones diabólicas hasta el día de hoy?
Seguramente muchos de mis lectores ya mayorcitos recuerdan la película El Exorcista. En su momento todo el mundo hablaba de ella. A mí en lo personal me impresionó mucho más la forma de hablar del demonio que los numerosos efectos especiales, los que por momentos me daban hasta risa. La película estaba bien hecha y se inspiraba en relatos contemporáneos de posibles posesiones demoníacas. Sin embargo, se trata sólo de una película y el celuloide al igual que el papel aguanta todo, especialmente cuando viene de la mano de Holywood.
Es por eso que prefiero contarles una historia real más cercana a nuestros países y ocurrida a mitad de camino entre el oscurantismo medieval y el sensacionalismo moderno. Me refiero al curioso caso de la endemoniada de Santiago.
Volemos con la imaginación a Santiago de Chile, en el año 1857 de nuestra era. Si piensan que eso es historia antigua, no lo es tanto para mí, es el mismo año en que nació mi abuelo paterno. La República Chilena en ese momento tenía un gobierno relativamente liberal que estaba enfrentado con la Iglesia por los intentos de ésta de eliminar el patronato y recuperar algunos privilegios que había perdido desde la independencia, unos 40 años antes. Es en ese ambiente donde se produce el caso de la endemoniada, del cual tenemos un relato de primera mano del sacerdote a cargo del exorcismo, los informes de varios médicos que la examinaron y también las noticias de los periódicos sensacionalistas que se burlan de todo el proceso.
El relato es un informe del presbítero Zisternas a pedido del arzobispo Valdivieso, completado el 15 de agosto, inmediatamente después de concluido el exorcismo. En él Zisternas nos cuenta como ha oído un par de veces la historia de que en el hospicio hay una joven 'espirituada' que tiene un comportamiento extraño. Inicialmente no le prestó atención a la noticia hasta que el 27 de julio, comentando el caso con otros dos sacerdotes, deciden hacerle una visita para comprobar el probable fraude.
La joven se llamaba Carmen Marín y tenía en ese momento 19 años. A los 13, después de un sueño en que se vio peleando con el Diablo, comenzaron sus ataques. Ya había estado internada en dos hospitales por más de un año en manos de los médicos, sin mejora perceptible. En uno de ellos había intentado suicidarse salvándose por muy poco. Finalmente los médicos la enviaron al hospicio como incurable.
Cuando los tres sacerdotes llegaron al hospicio, encontraron a la joven absolutamente tranquila. Zisternas, convencido de que los pretendidos ataques eran un fraude, dijo en voz alta que él conocía un remedio para esta enfermedad, consistente en aplicar una plancha bien caliente en la boca del estómago. Obviamente no pensaba aplicarla, pero en el momento en que las monjas le traían la plancha, la enferma pronunció estas palabras: “A la Carmen quemarás, pero no a mí”. Cuando Zisternas quiso dialogar con ella, emitió una risa burlesca acompañada de movimiento de los ojos y violentas contorsiones de su cabeza.
Como no había forma de detener la agitación de la mujer, una de las monjas dijo que la única forma de calmarla era con la lectura del Evangelio de San Juan, fenómeno que habían observado casualmente durante su estadía en uno de los hospitales. Se trajo el libro y comenzó la lectura, inicialmente con un efecto contraproducente, ya que ella dobló el cuerpo, abrió cuanto pudo la boca y se le erizaron los cabellos. Pero al llegar al pasaje donde se dice: “Y el Verbo se hizo carne”, cesó inmediatamente el ataque y volvió a ser una gentil muchacha que conversó largamente de su vida con los sacerdotes.
Cuando le contaron lo sucedido al arzobispo éste, más bien escéptico, convino con ellos en que invitaran a los principales médicos de la ciudad para que la examinaran. Zisternas cursó las invitaciones y quedaron en juntarse nuevamente en el hospicio al día siguiente.
Cuando llegaron había una veintena de personas junto a la enferma. Todo estaba tranquilo, a la espera del nuevo ataque que ella había anunciado para dentro de dos horas. Los presentes le hacían preguntas en francés, inglés y latín a las que ellas respondía en castellano, pero dando muestras de entender las preguntas. Uno de los sacerdotes empezó a cantar el Magnificat, y ella seguía la entonación, pero reemplazando las palabras sagradas por otras obscenas. Lo mismo sucedió con himnos religiosos en francés. Si cantaban canciones profanas en diversos idiomas, ella simplemente se reía.
En esto llegó el primero de los médicos convocados. Le tomó el pulso, le hizo un par de preguntas, observó sus convulsionas e inmediatamente diagnosticó que se trataba de un ataque nervioso. Invitado a ver algunas otras pruebas, dijo que no lo necesitaba. Su visita no duró más de quince minutos, ¡visita de médico!, y se retiró anunciando que mandaría un informe. Éste llegó días después diciendo que la enfermedad era histeria y que le enviaran los 6 pesos que había costado la visita. ¿No les decía yo que ya había llegado la modernidad?
En los días siguientes fue examinada por otros diez médicos, que le hicieron diversas pruebas. Unos le clavaron alfileres en los brazos, sin que la mujer manifestara el menor sufrimiento. Otros experimentaron poniéndole cruces junto a su boca, lo que provocaba una fuerte reacción en la enferma. Quisieron engañarla envolviendo las cruces y presentándoselas alternativamente con otros envoltorios vacíos, pero ella sólo reaccionaba con los que contenían la cruz. En un caso pusieron la cruz sobre la mano del médico que cubría su cabeza, y ella gritó: “¡Bribón! ¡Me quieres engañar!”
También llegó un sacerdote con el texto griego del Evangelio, y comprobó que su lectura tenía el mismo efecto de cuando se leía el texto en castellano y latín. Al comenzar la lectura de San Juan sus ataques se hacían más violentos pero cesaban tan pronto se llegaba a la frase que proclamaba la encarnación del Verbo.
Muchos de los médicos coincidieron con el diagnóstico de histeria en grado avanzado, en tanto que otros dijeron que sus conocimientos de medicina no eran suficientes para explicar lo que habían presenciado. Incluso uno dijo al salir: “Es primera vez en mi vida que veo un milagro”.
Finalmente Zisternas, habiendo descartado que lo que le ocurría a la niña tuviera causas naturales, dio inicio al ritual del exorcismo. Éste culminó con el siguiente diálogo:
— Exorciso te creatura salis per Deum vivum, per Deum verum, per Deum sanctum...
— ¡Bribón!
— ¿Tengo yo facultades para echarte?
— Sí.
— ¿Y si yo te echo, te irás para siempre?
— No.
— ¿Y a qué signo obedeces?
— Al Evangelio de San Juan.
— ¿Por qué atormentas a la Carmen?
— Para probar su paciencia..., y también la tuya.
— Exorciso te, creatura aquae, in nomine Dei Patris omnipotentis, et in nomine Iesu Christi Filii eius Domini nostri, et in virtute Spiritus Sancti...
— ¡Bribón! No sabes con quién te estás metiendo.
— ¿Cuándo volverás?
— Dentro de un año y medio.
— ¿Volverás en la misma forma?
— No se sabe, tendrás que averiguarlo.
Después de haber vivido muchos años en Chile, sospecho que el epíteto no era “Bribón” sino otro bastante parecido que, por supuesto, no podía incluirse en un informe al arzobispo.
Todo el proceso narrado hasta ahora demoró en total unos 6 días. A la fecha en que Zisternas terminó el informe, la enferma no había experimentado ninguna recaída. Desgraciadamente no contamos con información posterior de lo que pasó con Carmen Marín, ni tampoco si se cumplió la promesa demoníaca de retornar al año y medio.
Tanto el informe de Zisternas, los de los médicos y los comentarios injuriosos de los periódicos liberales de la época fueron recogidos en el libro La Endemoniada de Santiago, recientemente editado. En él podrán encontrar muchos más detalles.
Les he contado este episodio para que cada cual saque sus conclusiones. El relato es contemporáneo a los hechos que se describen, Zisternas intenta ser imparcial a pesar de su condición de sacerdote, ya que no puede arriesgarse a hacer quedar en ridículo al arzobispo, especialmente habiendo muchos testigos que podrían haberlo desmentido en caso de falsedades. Por último tenemos también los informes discordantes entregados por los médicos, en muchos de los cuales se aprecia el fastidio de haber tenido que ser testigos de fenómenos que no podían explicar con su querida ciencia. Ya entonces muchos de ellos se sentían superiores al común de los mortales.
Y con esto pasamos al próximo capítulo.
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05/08/2018
LOS PELIGROS DE LA IMAGINACIÓN, Por Ricardo Forno
Mientras maneja el auto y discurre por caminos aburridos que conoce a la perfección por haberlos transitado innúmeras veces, incluso escuchando música o el informativo para mitigar la soledad, Marcos suele imaginar situaciones hipotéticas y especular con lo que sucedería si tomara alguna actitud inopinada. Ese día comenzó a imaginar qué sucedería si detuviera el auto sobre el arcén e hiciera señas a algún otro automovilista para que se detuviera a su lado. Le diría que estaba un poco desorientado y quería saber en qué lugar se hallaba:
» —Disculpe, ¿sabe dónde estamos? Me desorienté manejando el auto.
» —Estamos cerca de San Carlos. ¿Hacia dónde va usted?
» —La verdad, no lo sé.
» El otro no sabría qué responderle de inmediato, pero luego le ofrecería un menú de posibles destinos:
» —¿Va a Punta del Este? ¿A José Ignacio? ¿A Piriápolis? ¿A Montevideo? ¿A Rocha? ¿A Chuy?
» —No, nada de eso…
» —Disculpe señor, pero ¿cómo se llama?
» —Marcos.
» —¿Marcos cuánto?, quiero decir, su apellido. Disculpe mi curiosidad, pero estoy intentando ayudarlo.
» —No recuerdo.
» —No quiero parecer un policía, pero ¿me permite su documento? ¿O su libreta de conducir?
» —Sí, cómo no —dice Marcos— y extrae de un bolsillo el permiso de manejo.
» —A ver… Marcos Senanes. Pero acá no dice dónde vive. ¿Tiene a mano su cédula? No, ahora recuerdo que en la cédula tampoco figura la dirección. Decía, para ayudarlo a llegar a la comisaría de su barrio. A ver… ¿Dónde se atiende? ¿En Médica Uruguaya? ¿En La Española? ¿En ASSE?
» —No… no recuerdo.
» —¿Tiene su celular?
» —No, debo de haberlo dejado en casa, cargándose.
De pronto, Marcos se da cuenta de que la situación es real, que se llama Marcos Senanes, que está cerca de San Carlos, pero nada más. No sabe a dónde se dirigía, ni quiénes componen su familia, dónde trabaja... Lo único que le queda es el auto y sus documentos.
Marcos detiene el auto sobre el arcén, como imaginó, y esta vez la situación se repite, pero ya no es imaginaria sino real.
UNO, por Ricardo Forno
Si yo tuviera el
corazón,
el corazón que di,
si yo pudiera como ayer
querer sin presentir…
La miré,
muy atento. Tatiana no se percató; su rostro se reflejaba en el espejo del
botiquín. “¡Dios! ¡Qué fea es!”, me dije. “¿Cómo puede ser que esté casado con
ella?” Cierto que la sorprendía en uno de sus peores momentos: había estado
llorando tras una discusión. Sin llegar a tornarla bonita, su sonrisa, cuando
la lucía, le daba a sus rasgos algo simpático que disimulaba las facciones un
tanto toscas. Pero en ese momento se la veía fea, sin duda. “¿Qué será de ella
si la dejo? ¿Quién podría quererla, con esa cara y su carácter exasperante?
Pero lo soy todo para ella. No puedo dejarla. Volveré a amarla”.
Bajo el
cristal del escritorio conservo la foto de nuestros dos hijos junto con ella,
cuando todavía era bonita, pese a los doce años cumplidos desde el casamiento.
La observé detenidamente; como una premonición, casi todo el rostro había
quedado velado al derramarse un vaso de bebida sobre el escritorio y escurrirse
bajo el cristal. Esa foto la había tomado yo en el momento de embarcarnos para
unas vacaciones, una de las últimas de cuando todavía éramos felices. Los años
transcurridos habían infligido los mismos estragos a la foto, a sus facciones,
a su carácter y a nuestro amor.
Salí a dar
una vuelta con el auto. Mientras manejaba, mi cabeza estaba en un mundo aparte;
oía una y otra vez la letra del tango. Luego, no sé de dónde, aparecieron unas
frases que me decía a mí mismo: “Dónde estás, amor mío, que no te puedo
encontrar… Te quiero, te amo… pero no sé quién sos… cómo te llamás… dónde
vivís…”
Sin
proponérmelo, me fui alejando del barrio. Casi choqué contra otro auto; poco
después estuve a punto de atropellar un peatón. Cuando crucé un semáforo en
rojo, pude notar que veía nublada esa luz, tal como poco antes había visto la
foto. Me pasé la mano por el rostro; comprobé que estaba húmedo de lágrimas. No
podía seguir manejando. A un costado del camino divisé un bar; estacioné a unos
metros. Antes de bajar, me sequé con el pañuelo y respiré profundamente durante
algunos minutos.
Me senté a
una mesa y pedí un whisky con hielo. Evité incurrir en los pensamientos
anteriores; de seguro mi aspecto no era alegre, pero supongo que sería
tolerable. Observé que una chica, sola en una mesa cercana, me miraba con
disimulo y cierto interés. Sus facciones eran simétricas y tranquilas, y no
llevaba maquillaje. Ella estaba comiendo un tostado y bebiendo un café; terminó
su merienda y se levantó. Pensé que iría camino del baño, pero al pasar frente
a mí se acercó y me dijo:
—Discúlpeme
si soy entremetida, pero ¿le pasa algo?
—¿Tanto se
me nota?
—Sí. No se
preocupe. ¡Arriba ese ánimo! La vida es bella.
—En
realidad no es nada grave lo que me pasa. Pero usted sabe como son esas cosas. Uno
entra a pensar, se da manija… Y aquí me tiene, sin saber qué hacer de mi vida.
No
transcribiré acá la conversación que tuve con la chica, que dijo llamarse
Marisa, pero la resumiré. Hablamos de gustos y preferencias; coincidíamos en
casi todo. Me considero bastante culto, y ella estuvo a la altura de las
circunstancias. Fui quien más charló, pues estaba sintiendo una necesidad
enfermiza de desahogarme, pero ella también tuvo su parte. Se mostró
comprensiva y tierna. Al principio nos tratábamos de “usted”, pero al rato ya
nos tuteábamos. En ningún momento mencionamos detalles tan prosaicos como
nuestros estados civiles, aunque ambos nos referimos algo a parejas actuales y
pasadas, sin aportar datos precisos. Lo cierto es que poco a poco estaba
enamorándome de ella; lo que siguiera después lo dejaba en manos del destino.
Pero todo
lo bueno llega a su fin. A su tiempo, Marisa auscultó su relojito y me indicó:
—Perdoname,
pero se me ha hecho tarde. Me están esperando. Acá te dejo anotado mi celular.
Llamame cuando quieras.
Hice una
seña al mozo, que trajo la cuenta. Nos levantamos; me acerqué, la besé en la
mejilla y le dije:
—Nos vemos
en cuanto sea posible. Hasta la próxima.
—Disculpame,
pero me debés doscientos pesos. No puedo permitirme gastar un tiempo que podría
haber usado en otras actividades sin tener una compensación. No te preocupes
por la consumición de la otra mesa; me hago cargo yo.
La miré,
estupefacto. Pero enseguida reaccioné y le respondí:
—Por
supuesto —al tiempo que extraía de mi billetera el importe solicitado y se lo
ofrecía.
—Gracias.
Vos no propusiste nada, pero si querés seguirla vamos al telo. Te hago precio.
—Muy
amable, pero hoy no. Gracias por tu compañía —y era sincero.
Nos
despedimos y monté en el auto. Había disfrutado de una hora de felicidad. Ya
podía volver al hogar y enfrentar lo que fuese.
*************
22/06/2018
Obra de Teatro: LA ESENCIA ES LA SORPRESA
Por Hernán Huergo
Interior de una peluquería. Cartel en pared que dice “TORIBIO, peluquería unisex para gente única”. Un gran sillón. Un casco, para señoras. Espejo en la pared. Cosas típicas de peluquería en la mesa pegada al espejo. Peine, tijeras, espejo de mano (requeridas). Otras no imprescindibles: champú, secador, navaja, peines, cepillos, aerosoles, guantes de látex. Un teléfono.
Reparto:
Toribio, el peluquero, alrededor de 50 años.
Jaime, hombre de clase alta, alrededor de 40 años, cliente del peluquero.
Patricia, señora de clase alta, algo menos de 40 años, esposa de Jaime.
Norma, viuda, alrededor de 45 años.
Primer acto:
(Toribio está en la peluquería. Arregla las cosas que están sobre la mesa debajo del espejo. Entra Norma.)
NORMA. –Buenas tardes, Toribio, ¿cómo está?
TORIBIO. –Señora Norma, ¡qué gusto! (Mira su reloj pulsera, algo sorprendido.) Hoy llega un poco más temprano, son las tres menos cuarto, pero no hay ningún problema, la atiendo ya.
NORMA. –No, Toribio, me encantaría, pero venía a avisarle que hoy no puedo. Discúlpeme que no pude avisarle antes. Los martes a las tres tengo un nuevo curso de Literatura. Vamos a tener que buscar otro horario para mí a partir de ahora. Los martes no voy a poder venir más.
TORIBIO. –No se haga problema, señora Norma. Déjeme ver. (Consulta un cuaderno.) ¿Qué opina de venir los miércoles a la misma hora?
NORMA. –No, tampoco. Los miércoles a las tres tengo Entrenamiento de la Memoria. El jueves tampoco sirve, tengo Yoga de dos a cuatro.
TORIBIO –Uy, uy, señora Norma, estamos mal. Viernes y sábados son días muy solicitados. Tengo los turnos todos tomados.
NORMA. –Algo se le va a ocurrir, Toribio. Quizás el sábado a la tardecita, me encantaría. Sea creativo. (Tono algo insinuante.) Bueno, me voy, no quiero llegar tarde a mi primera clase de Literatura. Espero que encuentre tiempo para mí, Toribio, sea creativo. (Otra vez algo insinuante).
(Toribio se ha quedado mirando la puerta por la que salió Norma, pensativo. Suena el ring del teléfono.)
TORIBIO. –TORIBIO, peluquería unisex para gente única. Buenas tardes. (Habla con voz mecánica con el cuerpo en posición de firmes. Pausa mientras escucha. Amplia sonrisa.) Señora Patricia, ¡qué gusto! (La voz es obsecuente, melosa. Pausa menor, escucha algo, congela algo la sonrisa.) Bueno, sí, ¿cómo estás?, todavía no me acostumbro a tutearla, a tutearte. (Pausa mientras escucha.) No, el señor Jaime no está. El hombre llega a las cuatro en punto, ni un minuto antes, ni un minuto después. (Pausa de tres segundos.) No, no hay nadie, la señora Norma canceló su horario de las tres. (Pausa de tres segundos.) ¿Ahora? (Voz de total sorpresa.) ¿Dónde estás? Por supuesto, Patricia, venite.
(Toribio cuelga rápido el auricular corre hasta el espejo. Se peina frente al espejo y se arregla las patillas. Entra Patricia al cabo de diez segundos, sonriente y agitada. Mira a todos lados dentro de la peluquería como si buscara a alguien.)
PATRICIA. – Hola, Tori. ¿Seguro que no está mi Jaime? (Camina por la peluquería sin parar, mirando a todos lados, como si estuviera convencida que Jaime está escondido por allí.)
TORIBIO. – (Gira la cabeza junto con el cuerpo mientras la sigue con la mirada.) ¿El señor Jaime? Ya te lo dije, llega a las cuatro en punto, ni un minuto antes ni un minuto después. ¿O no lo conocés a tu marido?
PATRICIA. (Para de caminar y da una vueltita graciosa para mirarlo, pensativa pero siempre con la sonrisa.) – ¿El señor Jaime?, qué gracioso cómo lo llamás, Tori. Sí, por supuesto que lo conozco. (Breve pausa, deja de moverse, mira al público, frunce el ceño, como dudando de lo que dijo.) O creo conocerlo, porque ahora no estoy tan segura y me pone nerviosa la sorpresa. No sé qué puedo esperar de mi Jaime. (Vuelve a recuperar el movimiento y la gracia. Ahora camina de nuevo. Mira debajo del sillón de hombres.)
TORIBIO. – ¿Sorpresa? (Tono sorprendido.)
PATRICIA. – Sí, dice mi Jaime que me va a dar una sorpresa. Me muero por saber de qué se trata. (Revolotea por la peluquería. Mira dentro del casco para mujeres).
TORIBIO. – ¿Qué tipo de sorpresa?, ¿cuándo? (Gira la cabeza junto con el cuerpo mientras la sigue con la mirada.)
PATRICIA. (Deja de caminar y lo mira, divertida.) –Ay, Tori, si supiera qué y cuándo no sería sorpresa. El otro día le dije tu frase favorita, “la esencia es la sorpresa”. Ahora jura que me va dar la sorpresa. Me muero por saber de qué se trata.
TORIBIO. –No puedo creer que le hayas dicho “la esencia es la sorpresa”, Patricia. Esa frase era para vos, no esperaba que la repitieras por ahí. (Pausa. Ella ahora está quieta y seria, lo mira, espera que él siga.) Bueno, ya está hecho, (Gesto de resignación) pero por favor no le digas nunca que la frase me la escuchaste a mí.
PATRICIA. –Por supuesto, Tori, quedate tranquilo.
TORIBIO. –Está bien. Hablando de sorpresas soy yo el que tiene algo muy especial que decirte, Patricia.
PATRICIA. (Recupera la sonrisa.) –Ay, Tori, ¿vos también una sorpresa?
TORIBIO. –Sí, Patricia. Llegó el día que te prometí, Hoy a las siete y media. ¿Podrás venir? (Él la mira ahora expectante, con cejas que se levantan y parecen implorar la respuesta positiva.)
PATRICIA. –Ay Tori, Tori. ¿Estás hablando en serio? ¿Hoy mismo?
TORIBIO. – Sí, hoy mismo. Lo tengo todo arreglado. Pero si no podés no hay problema.
PATRICIA. – ¿En el Ritz? ¿Con orquídeas?
TORIBIO. – En Lemos 496, sexto piso F. Es el segundo cuerpo.
PATRICIA. – ¿Lemos? (Frunce el ceño.) ¿Qué es eso?
TORIBIO. – Un departamento que me presta un amigo. No queda tan lejos. (Expresión de culpa)
PATRICIA. – Bueno, el taxista sabrá llegar. ¿Y las orquídeas?
TORIBIO. – Serán rosas, bien rojas.
PATRICIA. – Ay Tori, Tori. No sé, pobrecito mi Jaime, pobrecito. (Camina en círculos nerviosa, mira al espejo, lo mira a él. Piensa unos segundos). Bueno, puede que sí, voy a ver. Pero no de noche, Tori. (Pausa menor, piensa algo.) Mejor pasado mañana a las dos de la tarde. Tengo clase de Yoga de dos a cuatro. Parece que voy a faltar. Bueno, quizás. No sé si mi Jaime se merece esto, pobrecito. (Otra vez se mira al espejo, pensativa.)
TORIBIO. – ¿Jueves de dos a cuatro? Pero yo a esa hora trabajo.
PATRICIA. – Bueno, qué lástima, Tori, otra vez será. Igual, no sé si mi Jaime se hubiera merecido algo así, pobrecito. Debe ser una señal de Dios.
TORIBIO. – No, está bien, está bien, Patricia, está bien. Me las puedo arreglar. Jueves a las dos de la tarde. Lemos 496, sexto piso F, segundo cuerpo.
PATRICIA. – Ay, Tori, Tori, no sé, no sé. (Piensa unos segundos.) Bueno, bueno, el jueves a las dos de la tarde. Quizás. (Está muy indecisa.)
TORIBIO. –Nada de quizás, Patricia. Espero que sí. (Pausa, la mira, detecta la inseguridad de ella.) Esperá un segundo, tengo algo para darte. (Abre un cajón de su mesa saca un sobre pequeño de color azul, saca un papelito de su interior, lo lee, corrige algo en él, lo pone de nuevo en el sobre pequeño de color azul y se lo entrega.) Tomá, esto es para vos. No lo pierdas ni lo olvides.
(Ella toma el sobre y saca el papelito de adentro. Lo lee en voz alta.)
PATRICIA. – “Querida señora. La espero el jueves a las dos de la tarde en Lemos 496, sexto piso F. Segundo cuerpo. Toribio.” Pero qué romántico y formal, Tori. (Vuelve a mirar y a leer el papelito.) Acá dice querida señora, sin nombrarme. ¿Qué quiere decir esto, Tori? Que tenés estos papelitos arreglados para quien sea. No puedo creerlo.
TORIBIO. –Pero por favor, Patricia. Nunca antes escribí algo igual. No está tu nombre por discreción, entenderás. (Suena el teléfono.)
TORIBIO. – TORIBIO, peluquería unisex para gente única. Buenas tardes. (En posición de firmes y con voz de aviso comercial. Pausa. Patricia se ha quedado quieta y lo mira en forma escrutadora.) Señora Norma, ¿qué dice? (La voz es obsecuente y melosa.) ¿Se canceló la clase? Sí, señora, el turno sigue libre, venga ya mismo. La espero. (Cuelga y mira a Patricia, se encoge de hombros.) La clienta que había cancelado viene para aquí.
PATRICIA. –Sí, Norma, la re-conozco (Marca la sílaba re.). Estamos juntas en las clases de Yoga y nos hemos hecho re-amigas. (Lo mira fijo a los ojos, con leve sonrisa.) Tan viuda y solitaria, la pobre.
TORIBIO. – ¿Viuda? No tenía idea.
PATRICIA. – Sí, viuda y solitaria. (Breve pausa.) Está encantada con vos, Tori.
TORIBIO. – ¿Encantada conmigo? ¿La señora Norma? Es bueno saberlo. Tiene un pelo complicado, pero creo que le encontré la vuelta. Me alegra saber que esté tan contenta.
PATRICIA. – Sí claro, Tori, le encontraste la vuelta al pelo. (Sonríe y usa un tono de quien no cree lo que dice el otro.) Hasta el jueves. (Vuelve a leer el papelito.) Lemos…, espero no perderme. No te olvidés de las rosas, bien rojas. (Patricia mete el papelito en el sobre azul y el sobre en la cartera, y abre la puerta. Se encuentra frente a frente con Norma, a punto de entrar). ¡Normita divina! ¿Cómo estás?
NORMA. (Cara de sorpresa.) – ¡Patricia querida! ¿Qué hacés aquí? Creí que ya no venías más a Toribio.
PATRICIA. –Y así es. Pero vine a buscarlo a Jaime, pero parece que hasta las cuatro no llega.
TORIBIO. –A las cuatro, ni un minuto antes, ni un minuto después.
PATRICIA. –Bueno, tengo que irme. Toribio, buenas tardes. Hasta luego, Normita. No sé si nos vamos a ver el jueves en Yoga. Creo que viene a visitarme una tía de Salta.
NORMA. –Pero mañana tenemos Entrenamiento de la Memoria, ¿o te olvidaste?
PATRICIA. (Sonríe, divertida) – ¿Podés creer que se me había olvidado total? Se ve que todavía no aprendí nada. Te veo mañana, entonces.
NORMA. –Sí, mañana, Patricia. Pero te mato si no vas, tengo algo importante para contarte.
PATRICIA. –No voy a faltar. Yo también quiero contarte algunas cosas, Normita. Hasta mañana. (Sale)
TORIBIO. (Cara de sorpresa, preocupado. Frunce el ceño.) –No sabía que ustedes dos fueran tan amigas.
NORMA. –Sí, Toribio, una amiga del alma, la mejor.
(Toribio mira al público, las cejas bien levantadas, con cara de preocupación. Cae el telón.)
Segundo acto:
(En la peluquería. Toribio le abre la puerta a un cliente. Entra un hombre prolijo, bien vestido, edad alrededor de cuarenta años.)
TORIBIO. – Buenas tardes, señor Jaime, ¡qué gusto! Cuatro de la tarde, ni un minuto antes, ni un minuto después. Usted siempre tan puntual.
JAIME. – Hola, Toribio. (Sin mirarlo ni detenerse. Se sienta en el sillón.) Lo de siempre.
TORIBIO. – Por supuesto, lo de siempre. (Le pone la sábana blanca y se la acomoda en el cuello.) Calor, ¿no?
JAIME. – Sí, bastante frío, pero no importa.
TORIBIO. – ¿Frío? Debe haber sido ahora que refrescó. La señora que se fue recién se quejaba del calor.
JAIME. – Patricia… (Dicho como en un susurro, como para sí mismo.)
TORIBIO. (De pronto nervioso y tartamudeando.) – No, la señora Patricia no. Hablo de la señora Norma. Su señora hace tiempo que no se atiende conmigo, señor Jaime. (Peina y pega un tijeretazo de tanto en tanto.)
JAIME. – Ya sé, Toribio. Lo que iba a decirle es que Patricia siempre tiene calor.
TORIBIO. – Sí, me parece saber a qué se refiere, señor Jaime.
JAIME. – ¿Qué quiere decir?, Toribio. ¿Desde cuándo la conoce tan bien a mi mujer? Ya dicen por ahí que usted es rápido con las clientas.
TORIBIO. (Le sale un tijeretazo desmedido, Jaime se agacha un poco del susto.) – Pero señor, ¿qué cosas está diciendo? (Abre los brazos en jarras y pone cara de carnero degollado.)
JAIME. – Es sólo una broma, Toribio, no se asuste. Pero no se distraiga, siga cortando. (Pausa, duda de lo que va a decir.) Necesito hablar un tema muy importante con alguien y pensé en usted, Toribio, que por algo es peluquero. Hay gente que habla estas cosas con el cura pero no es mi caso. Hace años que no me confieso y no me veo yendo al cura ahora. Ir a un psicólogo menos todavía. No sólo son caros por demás sino que los cuerdos se vuelven locos mucho más que los locos que se vuelven cuerdos. Me queda usted, Toribio.
TORIBIO. – ¿Yo? (Para de cortarle el pelo. Lo mira, intrigado.)
JAIME. – Sí, Toribio. Usted es peluquero. ¿O nunca oyó hablar de la función social del peluquero?
TORIBIO. – La verdad, señor… (Sigue mirándolo, sin cortar el pelo.)
JAIME. – Siga cortando, Toribio, no se distraiga. Ustedes, los peluqueros, son la alternativa mejor que tenemos los hombres cuando no queremos o no podemos hablar con curas ni psicólogos. Si usted está de acuerdo en ayudarme, claro.
TORIBIO. (Peina y corta) – Claro que lo voy a ayudar, señor Jaime, aunque no entiendo cómo, señor.
JAIME. – Fácil, Toribio, bien fácil. Yo digo lo que se me pasa por la cabeza y usted escucha.
TORIBIO. – ¿Y yo qué debo hacer?
JAIME. – ¿Usted qué hace? Nada, o casi nada. Usted sólo escucha. Pero si se le cruza algo por la cabeza y quiere decirlo, lo dice. ¿Entendió?
TORIBIO. – Bueno, tiene razón, parece bien fácil. ¿Eso es todo?
JAIME. – Así de fácil, Toribio. Ah, una cosa más, cuando usted termina de cortarme el pelo, me lo dice, me cobra y me despide hasta la próxima semana. Aunque yo le implore un minuto más de su tiempo. ¿Está todo bien claro?
TORIBIO. – Clarísimo, señor Jaime, lo escucho. Mientras, le sigo cortando el pelo.
(Jaime se tira bien para atrás, se relaja y cierra los ojos. Toribio lo peina. Después de unos segundos empieza a hablar.)
JAIME. (Habla en medio de suspiros, relajado.) – Patricia, Patricia. Fue mi primera novia. Porque a Malena no la puedo contar como novia. Ni siquiera la presenté en mi casa. No, no era presentable. No, no hablo de eso, Toribio. Malena era una mina para desmayar a cualquiera. Cuando digo que no era presentable hablo de lo social. Me imagino la cara de la vieja si se la hubiera presentado. Muerta, habría caído allí mismo muerta. (Se queda callado unos segundos, siempre con los ojos cerrados.) Malena, Malena (Suspira, arrastra la voz.), qué bestia. Era imparable y yo también con ella. Las ojeras se me marcaban en la cara como surcos, parecía un payaso destruido cuando estaba en la facultad. Piel y huesos. Qué manera de enseñarme cosas. Qué tiempos, cosas de juventud. Cómo me hizo llorar cuando me cambió por Roberto. Te la doy a Pichi, me dijo Roberto, y yo, desesperado por los celos, agarré viaje. Pichi, nada que ver, a esa sí que se le notaba que era más puta que las gallinas. Siga cortando, Toribio. Pero lo nuestro con Patricia es más que lujuria, es amor verdadero. Un amor ideal, por muchos años. Bueno, es lo que yo creía. (De pronto abre bien grandes los ojos, ya no los volverá a cerrar. Mira hacia delante, al espejo.) ¿Será verdad eso de la comezón del séptimo año, Toribio? Porque estamos justo allí, en el séptimo año.
TORIBIO. – No sé, señor Jaime, hay muchos que dicen eso.
JAIME. – No hable, Toribio. Usted sólo debe escuchar. Excepto cuando se le ocurra decir algo inteligente.
TORIBIO. – Disculpe, Jaime, pero ¿cómo sé que lo que voy a decir es inteligente? (Otra vez deja de cortar el pelo y lo mira.)
JAIME. –Muy simple, Toribio, si no lo sabe no lo diga. Sólo escuche. Y siga cortando. (Jaime suspira. Toribio retoma peinado y corte.) Ella parecía encantada, cada sábado.
TORIBIO. (Otra vez deja de cortar) – ¿Cada sábado? (Retoma la tarea.) Perdón, Jaime, perdón, no debo hablar.
JAIME. –Está bien que me llame Jaime, lo de señor no va en este rol suyo de ahora, Toribio. Sí, cada sábado a las dos y media de la tarde. Cada sábado de amor. No sé si lo entiende, Toribio, usted debe ser de los que tienen sexo día por medio, si no todos los días. Pero lo nuestro es amor sublime, un ritual que se consume cada sábado. Sagrado y fulmíneo. Todo estuvo perfecto hasta…
TORIBIO. – No puedo dejar de decirle, señor, que Patricia ni ninguna mujer se puede conformar con tan poco. (Acompaña la frase con tijeretazos al aire.)
JAIME. – ¿Tan poco? Usted no la conoce a Patricia, Toribio.
TORIBIO. – Sí, la conozco, es una mujer. Usted dice que una hora los sábados y eso es todo. (No corta ni peina.)
JAIME. – Nunca dije eso de una hora, no invente. (Enojado.) Es una hora si la cosa está mal, esos días que no puedo olvidarme del stress. A la hora abandono. Pero lo normal es que nuestro fuego sublime se consuma en siete minutos, a veces diez.
TORIBIO. – ¿Siete minutos? Lo suyo está muy mal, señor Jaime, pobre Patricia.
JAIME. – Le rogaría, señor peluquero, que se refiera a mi esposa como señora Patricia.
TORIBIO. – Mire, Jaime, si me va a usar en vez del cura o del psicólogo me parece que esas cosas no van. Mejor paramos aquí, me dedico a cortarle el pelo y hablamos del tiempo. (Empieza a cortarle otra vez.)
JAIME. – No, Toribio, tiene razón, diga lo que quiera. Por favor, necesito su opinión. ¿Qué debo hacer? Hace un tiempo que estoy pensando en un plan para combatir esto.
TORIBIO. – ¿Combatir qué cosa? (Corta y peina.)
JAIME. – Ya van tres veces, Toribio, tres veces seguidas que Patricia me dice, con ojos extraños: “Mi Jaime, mi amor, estoy aburrida”. Tres sábados, curiosamente a la misma hora. Increíble, ¿no?
TORIBIO. – ¿A la misma hora? (Corta y peina.)
JAIME. – Tres menos diez, minuto más, minuto menos. ¿Puede creerlo? Siete años de amor para escuchar esto. “Estoy aburrida”. Pero ese es el tema, Toribio. Quiero contarle mi plan, a ver qué le parece. La idea es añadir un nuevo acto de amor sublime los miércoles por la noche.
TORIBIO. – ¿Los miércoles por la noche? (Corta y peina. No puede creer lo que está escuchando.)
JAIME. – Sí, Toribio. Lo estudié bien. Miércoles a las veintidós treinta. ¿Qué opina, Toribio? La otra alternativa, es los martes a las veintidós quince. O sea hoy mismo. Sí, mejor hoy mismo. No sabe cuánto me gustaría saber qué opina, Toribio.
TORIBIO. – Usted está loco de remate, Jaime. No se puede creer que tenga al lado una mujer como Patricia. (Tijeretazos al aire.)
JAIME. – Señora Patricia…
TORIBIO. (Deja de cortar, enojado.)– Patricia, Patricia y Patricia. Usted no se la merece. El amor no es rutina, no se trata de actos sublimes ni rituales programados. El amor es libertad, aventura, el amor es sorpresa, es no saber qué sigue ni por qué. Olvídese de los sábados, olvídese de los miércoles. (Parece bastante furioso, una personalidad desconocida. Ahora es él el que domina la situación.)
JAIME. – ¿Pero eso no va a ser peor, Toribio? ¿Olvidar los sábados y los miércoles? ¿Dejo los martes?
TORIBIO. – Pero no sea idiota, hombre. La esencia es la sorpresa, la sorpresa. (Remarca las palabras. Ya no corta ni peina.)
JAIME. (Se yergue de golpe, gira para mirarlo fijo a Toribio) – ¿La esencia es la sorpresa? (Habla marcando todavía más cada sílaba) ¿Dijo “la esencia es la sorpresa”? Esto sí que es extraño. Dígame la verdad, Toribio, ¿usted hace esto con las mujeres que vienen aquí?
TORIBIO. – No sé de qué me habla, señor Jaime. (Perdió seguridad de golpe. Gira hasta quedar a las espaldas de Jaime. Vuelve a ser el peluquero sumiso y obsecuente. Peina cuando puede, con toques nerviosos.)
JAIME. (Gira la cabeza hacia uno y otro lado tratando de enfocar al peluquero, que gira a su vez para evitar la mirada) – Hablo de Patricia, Toribio. ¿Alguna vez ella le comentó alguna de estas cosas?
TORIBIO. – Por Dios, señor Jaime. (Sigue peinando cuando puede, con toques muy nerviosos.) Hace mucho que no la veo a su señora, y cuando se atendía conmigo, no hablábamos de nada que no tuviera que ver con el oficio.
JAIME. – ¿El oficio?
TORIBIO. – Peluquero, señor, peluquero.
JAIME. (Se tranquiliza, vuelve a reclinarse en el asiento) – ¡Qué extraño! Porque cuando ella dijo “Mi Jaime, mi amor, estoy aburrida” la última vez, el sábado pasado, le pregunté qué podía hacer yo para que dejara de decir eso. ¿Y sabe qué dijo?, Toribio.
TORIBIO. – ¿Qué fue lo que dijo Patricia?, ¿qué dijo su señora, señor Jaime? (Sigue peinando, con toques suaves, más tranquilos.)
JAIME. –Es de no creer. Dijo “La esencia es la sorpresa”, sus mismas palabras exactas.
TORIBIO. (Muy nervioso y tartamudo. Retoma el peinado con toques nerviosos.) – Esas palabras son tan viejas como la Biblia, señor Jaime. (Breve silencio) ¿Y usted qué le dijo?
JAIME. –Tendrás la sorpresa, mi amor, y será bien pronto. Eso le dije. (Breve pausa.) Y estaba decidido a que fuera hoy a las veintidós quince, hasta que hablé con usted. ¿Y ahora qué hago? Usted sí que es bueno en el oficio.
TORIBIO. – ¿El oficio? ¿Peluquero?
JAIME. – Loquero, Toribio, o psicoanalista, como quiera llamarle. No pasó ni media hora y ya me volvió loco, se pasó. ¿Qué carajo hago ahora?
TORIBIO. – Malena, también Pichu. (Habla como en susurro, como si fuera para sí mismo. Sigue cortando el pelo.)
JAIME. – ¿Malena, Pichu? ¿De qué me está hablando, Toribio?
TORIBIO. – Ah, ¿me escuchó? Pienso que la solución es simple, Jaime. Tiene que pensar en ellas, revivirlas.
JAIME. – Mire que dice cosas raras, Toribio. Que yo sepa esas dos andan por allí, tan vivas como siempre, o quizás más.
TORIBIO. – No me entiende, tiene que revivirlas en su mujer, en Patricia.
JAIME. – Siga haciendo de peluquero, Toribio, y hable en fácil, que como psicoanalista no se le entiende nada.
TORIBIO. (Deja de cortar, suspira y lo mira frente a frente.) – A ver cómo se lo explico. Hay una Malena dentro de Patricia. Eso es todo lo que usted debe pensar. Hay una Malena y, más también, hay una Pichu dentro de ella, esperándolo.
JAIME. – ¿Esperándome?
TORIBIO. (Retoma el corte y peinado, ahora tranquilo.) – Esperándolo a usted o a quien sea, si usted no aparece, Jaime.
JAIME. – ¿O sea, Toribio? ¿Qué carajo tengo que hacer?
TORIBIO. (Da los últimos toques, deja el peine y la tijera y mira al cliente, orgulloso del corte que hizo) – Sólo dos cosas le repito, Jaime. Y en verdad debería cobrarle por estos consejos. Una: La esencia es la sorpresa y dos: hay una Malena dentro de su Patricia.
JAIME. – Otra vez esa cantinela de la esencia es la sorpresa. Qué les pasa a todos. ¿Se puede saber qué tengo que hacer, señor experto?
TORIBIO. – Creo que le quedó muy pero muy bien, señor Jaime. ¿Usted qué opina? (Coloca un espejo de mano para que Jaime se mire, pero Jaime lo mira a él.)
JAIME. – Le hice una pregunta, Toribio, ¿qué hago?
TORIBIO. – Sí, quedó perfecto. (Le saca la sábana blanca.) Son veintiséis pesos, señor Jaime.
JAIME. – No, por favor, Toribio. Necesito su ayuda. Aunque sea una pista. ¿Qué hago?
TORIBIO. – Si tuviera cambio me haría un gran favor, señor Jaime.
(Jaime lo mira hasta darse en cuenta que no hay nada que hacer, paga y se va sin saludar, pensativo)
Tercer y último acto.
En un departamento de la calle Lemos, una mesa con un florero con rosas rojas, al lado una botella de champagne, un balde de hielo, dos copas. Toribio camina nervioso por el cuarto mirando su reloj pulsera.
TORIBIO. – Dos menos diez. Maldición. No sé si esto será una buena idea. Mi Jaime, Tori divino, ¡qué loca! También, con ese marido. Pobrecita. Si lo mío es casi como un apostolado. Champagne, rosas rojas, horas de trabajo perdido. Deberían indemnizarme.
(Suena el timbre, Toribio se arregla rápido frente al espejo y aprueba su imagen. Mira a todos lados como controlando que esté todo bien. Luego va rápido y nervioso hasta la puerta y la abre. Es Patricia, muy sonriente.)
PATRICIA. – Hola, Tori divino. No te imaginás lo contenta que estoy. (No hay beso ni nada, ella empieza a revolotear por el cuarto, mira todo, el champagne, las rosas.) ¡Pero qué rosas más lindas, Tori!
TORIBIO. – ¡Patricia, estás preciosa! ¿Una copa de champagne?
PATRICIA. – No, Tori divino, guardalo para después.
TORIBIO. – Bueno, no tenemos mucho tiempo, Patricia. ¿Querés ponerte cómoda?
PATRICIA. (Ahora toca las rosas, las huele. Toca el balde de hielo.) – Conmigo no te va a llevar más de unos minutos, Tori, diez minutos a lo sumo.
TORIBIO. – Ay, preciosa. No te imaginás lo que te espera.
PATRICIA. (Se frena y lo mira.) – Ay, Tori divino. Creo que es al revés. Sos vos el que no te imaginás lo que te espera.
TORIBIO. (Con cara de gran intriga) – Me estás preocupando, ¿de qué se trata?
PATRICIA. (Ahora mira la marca del champagne.) – La esencia es la sorpresa, Tori, como le decís a todo el mundo.
TORIBIO. –A todo el mundo no. Patricia. Si ya te dije que es una frase nuestra.
PATRICIA. (Otra vez lo mira.) –Parece que te olvidás que también se la dijiste a Jaime el martes pasado, Tori divino. Pero no me quejo. ¡No sabés! Cuando mi Jaime llegó a casa, serían las cinco estaba como loco, se abalanzó hacia mí. “Como dice Toribio, la esencia es la sorpresa”, gritaba, y me besaba, me adoraba. “La esencia es la sorpresa”, repetía una y otra vez, en medio del delirio. Terminamos felices y llenos de moretones, como a las seis de la mañana.
TORIBIO. – Bueno, no sé qué decir. (Desconcertado, busca qué decir y qué cara poner.) Te felicito, los felicito. Y estas rosas bien rojas, este champagne, ¿ahora para quién son?
PATRICIA. – No para mí, Tori divino. (Mira el reloj pulsera.) Pero no puedo quedarme ni un minuto más aquí Tori, son casi las dos. Adiós Tori divino, gracias. (Le da un beso rápido en la mejilla, camina hacia la puerta y la abre.)
TORIBIO. – Pero ¿qué pasa, por qué tanto apuro?
PATRICIA. – Adiós Tori, que seas feliz. (Se va, cerrando la puerta)
(Toribio se queda confundido, camina hasta la mesa con las rosas y el champagne, menea la cabeza, contrariado. Suena el timbre. Toribio pone cara de sorpresa, mira el reloj pulsera, hace un gesto que significa que son las dos en punto, y va a abrir la puerta. Es Norma, con sonrisa radiante. Agita un sobre pequeño de color azul en su mano derecha.)
NORMA. –Realmente no esperaba que usted fuera tan creativo, Toribio, esto sí que es una sorpresa para mí. (Entra, mira todo.) ¡No hay sillón de peluquería pero sí champagne y rosas rojas! Qué creativo, Toribio. No sabe lo que me encantan las sorpresas.
TORIBIO. (Toribio sirve el champagne en dos copas y entrega a Norma una.) –Ay, señora Norma. La sorpresa es toda mía, se lo aseguro. La sorpresa y el placer, brindemos. (Brindis, toman un sorbo.) No hay caso, otra vez se confirma que, en la vida, la esencia es la sorpresa.
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22/05/2018
HOLA Y ADIÓS, por Ricardo Forno
Sol de amor, ¿cuándo
brillarás
para enjugar mis
lágrimas amargas?
(Li-Tai-Po)
Es un desvarío, recitó la gitana; tiróme el Tarot y predijo desgracia. Y la asistía razón. ¿Cómo podía ocurrírseme embarcar en un velero con destino insular, habiendo hoy artilugios voladores tan seguros? Nunca supe quién podría haber fletado velero tan vetusto con destino a San Sebastián de La Gomera; de la nada surgió el contacto a través de una amistad trashumante de las que no suelo jactarme.
No soy la única mujer a bordo ni tampoco el único pasajero. Me acompaña en la aventura un caballero distinguido que, de no haberlo oído intercambiar unas pocas palabras con la única representante femenina de la tripulación, habría considerado su posible mudez. Fue sólo un breve apretón de manos y un saludo convencional en algún idioma nórdico infrecuente, quizás islandés. Lo repite conmigo. Tan misterioso es ese otro pasajero para mí como para él debo de serlo yo.
Reloj de arena entre las jarcias es la silueta de la otra mujer. Bonita, ojos sesgados, cabellera al viento cubierta a veces por el birrete, segundo oficial, cosa rara si las hay, ha excitado al instante mi antipatía por la arrogancia de su gesto.
Mujeres somos sólo dos, pero hombres sí, los hay, y muchos. Capitán, oficiales, marineros, grumetes, cocinero... Reflexiono que tal vez mi incómoda, pertinaz soltería me haya lanzado a esta aventura, en busca de varones de mi complacencia.
Clávanse en los míos los ojos de color azul cobalto de un grumete, cubiertos por pestañas doradas. Desvío la mirada, pero mi cuerpo responde; me estremezco.
También de hito en hito me mira, indeciso, el otro pasajero. Quizás. Pero infranqueable aparéceseme la barrera idiomática y desdeño todo posible contacto. El grumete, en cambio, por lo menos habla español con los otros marineros. A hurtadillas he intentado pispar sus conversaciones.
Transcurren los días sin mayores novedades. Bandadas de aves que no identifico. Peces voladores; una noche, varios de ellos caen sobre la cubierta. Cerca del ecuador, el mar ha brillado de noctilucas.
Extendida sobre una tumbona, fatigo los ojos sobre los libros que he traído, y apenas comenzados los abandono.
Una calma chicha paraliza nuestro desplazamiento. Creo saber que eso implica la vecindad de una tormenta; parece indicarlo así el celaje.
Nos asombra una presencia, rara en estas latitudes: ¡tiburones! Como si buscaran algo, circundan el velero. ¿Habrá caído algo de comida al agua? No lo justificaría. Temerosos, pasajeros y tripulantes nos agrupamos tras el barrote de la borda para observar los escualos. De a poco nos vamos retirando. Quedamos sólo el grumete y yo. Él me toca; no reacciono; avanza. El capitán lo ha visto. Vocifera una orden y lo envía al tope del mástil. Sin hesitar, el grumete obedece; trepa por los obenques, deslizándose entre el palo mayor y el gratil, y al fin alcanza la cofa. Con una sonrisa maligna pintada en su rostro, la segunda oficial lo ha visto subir. El otro pasajero mira y parece que intercederá, pero no creo que se atreva.
El capitán ha ordenado desenvergar y navegamos a palo seco en previsión de la tormenta, la que a poco se desata. El velero se bambolea tanto que me obliga a aferrarme de la protección de borda; de chiripa no he caído al mar. Me mojo hasta los huesos. El grumete, allá arriba, no atina a decidirse. Veo cómo intenta zafar y asirse de un obenque, pero vacila y cae. Parece que irá al agua, pero es mitad sí y mitad no. Cae de espaldas, con casi todo el cuerpo afuera, pero la cabeza rebota en la borda.
Debe de haberse matado, discurro. El agua se revuelve más aún. Los tiburones están de fiesta.
Lloro.
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20/05/2018
2018 04 27 La Casa de Papel, por David Vergara
Mis etcéteras de este momento son colecciones de fotos menos usuales de París. Te mando la última. Lo que he fotografiado son unos enormes carteles de publicidad de la serie de Netflix que han puesto en La Défense sobre la fachada de Les Quatre Temps. Además hay una serie de fotos tomada en una casa "particular" (exposición de figuras diversas hechas con latas de conserva por mi amigo Orson Buch), con un San Jorge incluido en la serie adjunta. Las otras son de exposiciones públicas (Foujita, Robots, Pompidou, etc.) y muchas simplemente de carteles, generalmente del Metro (calavera metálica, por ejemplo), y graffiti, algunos muy chicos (el cartelito de pretzels mide 15x15 cm).
Durante unos meses estuve sin aparato fotográfico serio (era un Canon 5D, cumplió 12 años, se rompió y "ya no es reparable" (???) y me acostumbré a usar el teléfono para fotografiar, con la ventaja de que siempre está conmigo. El resultado es que cada mes tengo unas 30 fotos "muy diversas" y las cuelgo en Vimeo.
2018 04 27 La Casa de Papel from
David Vergara on
Vimeo.
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20/05/2018
Desde un barco, noctilucas, por Gonzalo Ballester Sastre
Un mar tranquilo
Máquina adelante
Estela blanca
Y viento casi calmo,
Pequeñas burbujas
Destellos blancos
En el borde de las olas,
Pareciera que estrellas
Han resbalado
Desde el cielo,
Un suave ronroneo
De las entrañas
Del barco nos acompaña,
Los ojos se llenan
De reflejos claros
Que los asaltan,
Desde las aguas
Las noctilucas saludan
Y nadie las llama
Salvo cuando
Desde adentro
De cada marino
Se acarician aguas
A veces, no siempre,
Amigas
De navegantes almas,
La imaginación traviesa
Piensa,
Seguro son
Diminutos brillantes,
Sueños
Que otros rostros
Mirando el mar
Han dejado caer
Desde cubiertas
De hierro,
Quizás solo nostalgias
De tierras ahora lejanas,
Noctilucas
Destellos blancos
Antes del alba
Pareciera que estrellas
Han resbalado
Desde el cielo.
18/05/2018
El agente Juan Carlos, por Alfredo Ballarino
Un rumor lejano y persistente se hacía cada vez más fuerte, fortísimo. A los porteños ese ruido ya les estaba taladrando los tímpanos. Lo acompañaba un calor que poco a poco iba templando la invernal mañana. La gente desesperada salía a la calle y miraba a todas partes desorientada. Pero ese estado duró poco. El ruido y el calor explotaron avasalladores y la devastación se desencadenó sin contención. Una bomba nuclear estaba destruyendo la ciudad de Buenos Airesy matando a sus habitantes, sin darles tiempo a pensar ni reaccionar sobre lo que estaba pasando.
Juan Carlos sabía muy bien lo que sucedía. La tierra se estaba autodestruyendo y aún los países que se creían lejanos del conflicto de las potencias nucleares, caían víctimas de las bombas por cálculo, por error, por precaución o por venganza. Estados Unidos, Rusia, Europa, China, las Corea y todo el Oriente y aún la América Latina estarían ya totalmente arrasadas por los ataques y los contraataques que nadie conocía quién había comenzado. Ya poco importaba.
Juan Carlos se sentía muy poderoso. Sabía que no le iba a pasar nada. Se lo había asegurado su guía que le había contado con detalle qué cosas iban a suceder en esta tierra descontrolada y cuál iba a ser su misión. La invasión había sido calculada con precisión y fruto de un desarrollo inteligente que superaba ampliamente el que reinaba en el lugar que iban a invadir. Además se haría con el ahorro mayor de esfuerzos. Había que dejar a los terráqueos que actuaran por sí solos. Se autodestruirían sin compasión. Sólo sería cuestión de tiempo. O por medio de la guerra nuclear como estaba sucediendo o la catástrofe ambiental que ya estaba bastante avanzada. Tan solo debían diseminar agentes por todo el mundo que esperasen el momento oportuno. Cuando la debacle ocurriese ellos tomarían el control de la situación sin mucha dificultad. Sabían que ni las bombas, ni las radiaciones podían hacer mella en esos cuerpos venidos del planeta lejano. Solo se destruiría la caparazón que les daba forma de humanos, que copiaba todos sus comportamientos, y que habían sido construida minuciosamente en sus talleres. En ese momento se juntarían los distintos grupos de invasores y cada uno cumpliría con su tarea asignada. Los más importantes eran los encargados de extraer esos minerales raros que habían descubierto que la Tierra poseía y que eran tan necesarios para la supervivencia de su planeta.
Juan Carlos se había enamorado del nombre que había adoptado - lo tomó de un taxista, el primer porteño que había contactado - y le sonaba más agradable que el sistema que ellos tenían para identificarse: un emisor de un complejo código personal inmerso en el cuerpo. Las actividades de su grupo estaban más orientadas a la sociología y la política, como las denominaban los terráqueos. Debían hacer una relación muy detallada del por qué y el cómo de la autodestrucción de la Tierra. Debía servir a su propio planeta para no caer en el mismo error.
Juan Carlos salió a recorrer la ciudad que se había convertido en un páramo. Mucha destrucción, gente muerta por todos lados. Unos pocos terráqueos deambulaban como sin ver ni entender, con los cuerpos heridos, las vestimentas rasgadas y una máscara de terror esperando que las radiaciones completaran su letal trabajo. Él tenía algo de pudor de mostrarse con su verdadero aspecto, pero ya no podía reconstruir su caparazón de terráqueo. Era un personaje disonante más en ese incomprensible panorama. Empezó a emitir señales corporales para poder ubicar a sus colegas. Le costó mucho trabajo. De los veinte que debían reunirse, apenas once lograron hacerlo. Se constituyó en líder del grupo y comenzaron los encuentros de trabajo. Allí descubrió que no era lo mismo que cuando estaban en su planeta. Se parecían a reuniones entre terráqueos. Comenzaban por comentar anécdotas. Algunos tenían la teoría que los ausentes habían claudicado. Se habrían identificado con la gente de la Tierra. Luego era engorroso o imposible elaborar una posición común sobre la redacción de la investigación. Largas horas de trabajo. Hasta que un día, repentinamente, aparecieron los nueve que faltaban. Irrumpieron en patota y agresivamente le trasmitieron al resto en forma telepática la siguiente idea: “Nos hemos estado reuniendo por separado todo este tiempo. Conocemos algo de lo que ustedes han desarrollado, pero que no han podido acordar. Rechazamos sus propuestas. Nosotros ya tenemos el informe completo y es el correcto. Así que lo enviaremos como el definitivo”. Esta abrupta proposición desató una discusión descomunal sin final a la vista.
El escepticismo invadió el sentir de Juan Carlos. Tomó la iniciativa y envió a su guía un mensaje cifrado: “Dificultades para terminar el informe en el tiempo previsto. Seguimos trabajando.” La duda comenzaba a horadar sus convicciones de fiel soldado. ¿Cómo hacer para que los habitantes de su planeta no cayeran en los mismos errores de los terráqueos, sobre todo cuando todos los invasores retornaran a su lugar natal? La misión parecía imposible.
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08/05/2018
El marinovio de mi hija (versión de Marina), por Hernán Huergo
Estoy definitivamente harta de Nora. No aprendo nunca. La boluda me llama todos los jueves, como si nada.
– ¿Salimos el sábado, Marina? ¿A comer al lugar de siempre, no? –me dice.
Y yo, más boluda que ella, siempre contesto:
–Sí, dale. Buenísimo.
La tortura empieza el viernes, la peluquería que cada vez está más cara, que el color de pelo ahora que se fue Andrea nunca lo sacan, que la chica nueva me hace mamarrachos. Y después elegir la ropa, eso es lo peor. La pelotuda esa tiene mil vestidos, setecientos collares y un millón de carteras y zapatos. Tampoco le voy a pedir a Héctor que invierta una fortuna para que la guacha no me humille. Bastante ajustado viene el pobre. Pero la culpa es mía, no me daba cuenta cuando mamá me lo decía, entonces yo tenía quince:
–Hija, no necesitás que Norita te preste nada. Pedime lo que quieras y te lo hago, puedo hacerte vestidos mucho mejores que esos trapos baratos de marcas caras que te presta tu amiga. Lo mismo que los aros o las pulseras. Usá cuando te parezca cualquiera de mis cosas.
–No mostrar la necesidad a los amigos es de gente inteligente –decía papá, casi como música de fondo.
Bueno, que en paz descanse el viejo, pero recuerdo lo que yo pensaba cada vez que me lo decía: 'Lo inmostrable para mis amigos es que somos gente necesitada por tener un padre un poquito vago y un poquito borrachín'. Nunca llegué a decírselo, murió por la cirrosis una semana después de que yo cumpliera veinte. Por suerte ya me habían tomado como secretaria en el banco. Yo era la mayor de las tres y fui la primera en conseguir trabajo para parar la olla.
Pero la verdadera tortura es el mismo sábado, la cena. ¿Será posible que siempre hablen de las mismas estupideces? Bueno, no hablo de Eduardo, el pobre es un santo. Ya con aguantarla a ella va derecho al cielo. Lo digo por los temas que saca la boluda. Que el próximo viaje, que si será mejor Viena o Berlín. Que qué opino del Tren Transiberiano. Que por qué no vamos con ellos a un crucero a los fiordos noruegos. Que el nivel de retenciones es un espanto y las lluvias vienen malas así que la soja este año parece que no va a dar nada. La muy guacha sabe perfecto que estamos lejísimos de todas esas cosas. Que el único viaje, fuera de la luna de miel en Río, fueron las dos semanas en España para nuestras Bodas de Plata. Ella sabe bien que ser gerente de banco, por más multinacional que sea el mismo, no lo convierte a Héctor en un poderoso. Y de mí lo sabe todo.
Pero hoy es un domingo distinto a otros, una mañana feliz como pocas. Porque ayer, a mitad de la comida, le clavé un puñal.
–El marinovio de mi hija me parece un amor, por suerte –le dije de golpe.
Aunque no había mucha luz pude ver que la cara se le puso como un tomate, nunca se me pudo ocurrir decir algo más genial. Al pobre Eduardo no le fue mejor. Vi cómo la miraba con ojos desorbitados mientras asomaban en su frente gotitas de sudor. ¡Qué placer! Lo digo por Nora, no por el marido, que es un encanto.
Pero si en algo no es boluda la guacha, es cuando tiene que hacerse la boluda. Porque sin contestar nada, arrancó con el asunto de los dos aviones malayos que se accidentaron hace poco, que no puede ser casualidad. Y del tema marinovio no dijo una palabra, por supuesto, ¿qué hubiera podido decir?
El golpe estaba dado, y vaya que lo gocé. Porque nuestra hija Marinita tiene un novio en serio. Bueno, lo de en serio es porque hacen vida de pareja sin privarse de nada. Digamos que se llevan todos los gustos sin incurrir en los disgustos de la gente casada. Cristián no es ninguna maravilla, no le dura demasiado ningún trabajo, pobre mi hija. Y pobre yo, que sufrí por veinte años un padre un poquito vago y ahora por ahí me toca este yerno, Dios me libre. Pero Marinita está chocha, de eso no tenemos duda. Ella sigue teniendo su cuarto aquí y a veces los escuchamos.
En cambio, la pobre Vero dice tener un novio en la Antártida, un Comodoro, o algo así. Lo conoció en la Base Marambio, contó, cuando fue por unos días a hacer una nota periodística allá, en pleno verano. Bien merecido lo tiene la boluda, que la hija tenga un novio en la Antártida. Aunque sea cierto, para qué puede servir a nadie tener un novio en la Base Marambio. Vero tiene veintiocho, como Marinita, y mucho mejor para ella sería no tenerlo, ¿o no? Las monjas tienen como novio a Cristo, Vero tiene como novio a un Comodoro en la Antártida. Casi igual. No, peor.
Ahora, no puedo entender que en esta mañana feliz aparezcan de a ratos momentos de angustia propios de las mañanas de otros domingos. Tengo la constante sensación de que esta felicidad que siento puede ser de corto plazo.
–¡Qué vieja se la ve a Nora! ¿Te diste cuenta? –le pregunto a Héctor, que volvió de la cocina con el diario en la mano.
–A mí me pareció igual que siempre. No la llamaría vieja, tiene tu edad.
–No, querido, tiene un año más que yo y bien que se le nota; no importa las cirugías que se haga o el bótox que se aplique.
–Sí, tenés razón en eso. Haga lo que haga siempre va a tener casi un año más que vos. Aunque te pasaste un poco anoche, Marina. ¿De dónde sacaste esa palabra, marinovio? Primera vez que la escucho. Tuve que hacer un esfuerzo en la cena para no preguntártelo delante de Eduardo y Nora, me moría de curiosidad.
– ¿No te encanta? Me la enseñó la chica de la limpieza.
– ¿La cubana?
Nunca le pregunté a Héctor qué significa esa sonrisa que le ilumina la cara cada vez que nombra a la chica. Ni pienso preguntárselo hoy, no en esta mañana de domingo. Las felicidades mueren solas, no hay por qué matarlas antes de tiempo.
–Sí, Dorys. Me dijo el otro día: "Señora, la niña Marina y el señorito Cristián son lo que en mi país llamamos marinovios". Parece que en Cuba le han puesto un nombre de lo más original a eso que llamamos vivir en pareja. Y te digo una cosa, Héctor, por cómo viene la mano para mí está muy bien lo de marinovios. Si fueran marido y mujer ya la veo a Nora preguntando: ‘Y tu yerno, ¿tiene ingresos para soportar una familia?’. Lo mejor de todo es que nuestra hija tiene marinovio y la de Nora no. ¿No es un placer?
–Bueno, no estoy tan seguro de ponerme contento con un candidato sin trabajo fijo.
–Héctor, te aviso que lo de Supervisor en Carrefour le está por salir, dice Cristián que es seguro.
–A seguro lo llevaron preso, Marina. Me pondré muy contento cuando le salga, si le sale.
Héctor puede ser un poco amargo, y no será un poderoso, pero lo amo. En especial los domingos, cuando por la tardecita salimos al cine y a comer por nuestra cuenta. Eso es otra cosa que Nora no tiene, porque que yo sepa jamás amó a nadie en su vida, fuera de a sí misma y un poquito a su hija Vero.
∞∞∞
Pasó cuando entrábamos a casa, cerca de las doce de la noche, sonaba el teléfono con tonos que me parecieron urgentes. Me pegué un susto de novela y fui corriendo a atenderlo, Marinita no estaba en casa y siempre estoy sufriendo por que le pase algo. Era la boluda de Nora para darme su gran noticia. Héctor tardó como cinco minutos en entrar al cuarto. Yo ya había colgado y miraba al techo, tendida en la cama, despatarrada. Ni siquiera los zapatos me había quitado.
– ¡Marina!, ¿quién era?, ¿qué pasó? ¿Le ocurrió algo a Marinita? ¡Decime por favor qué pasó!
–No, nada, Héctor. Era la boluda de mi amiga para darme una noticia.
–Bueno, menos mal. Pero, ¿se puede saber cuál era la noticia de Nora tan importante para llamar a medianoche?
–Se trata de Vero. Se quedó embarazada del tal José, el Comodoro. Se casan de apuro en cuanto puedan.
Lo conozco de memoria a Héctor y no quise mirarle la cara, aunque sé que por delicadeza hubiera omitido la sonrisa que lo recorría por dentro. Y por supuesto que no lo dijo, por más que lo pensara, porque si lo hubiera escuchado de sus labios me hubiera muerto de depresión: "La hija de Nora tiene algo más que un marinovio, tiene un futuro esposo". Por suerte no lo dijo, lo amo.
Lo peor de todo, sin duda, será soportarla el próximo sábado. Y los que sigan.
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06/05/2018
El marinovio de mi hija (versión de Eduardo), por Hernán Huergo
Estábamos a mitad del plato principal cuando Marina nos lo dijo:
–El marinovio de mi hija me parece un amor, por suerte.
Recuerdo que en ese momento tuve la impresión de haber recibido una especie de descarga eléctrica, y estoy seguro de que al marido le pasó algo parecido, porque los dos frenamos nuestras manos en el aire, que quedaron por algunos segundos levantadas a media asta, blandiendo tenedores.
Por un buen rato yo había pensado que esta vez no pasaría la fija de todos los sábados a la noche. Marina y Nora dicen todo el tiempo, la una de la otra, “mi mejor amiga”, y cada sábado se saludan como si lo fueran, con el beso, el abrazo y las sonrisas del “cuánto te quiero”. Héctor y yo, mientras tanto, al intercambiar el abrazo de rigor, nos miramos brevemente, nuestros ojos más esperanzados que confiados. Pero, ya van tantos sábados que ni me acuerdo, la cosa entre nuestras mujeres termina como la mierda.
Todas las miradas se dirigieron a mi mujer que, luego de un par de toques suaves de su servilleta en los labios, dijo:
–Eso de los accidentes de la línea aérea malaya para mí es bien raro. No creo en las casualidades.
El tema del marinovio no apareció de nuevo, pero su fantasma se adueñó del resto de la noche. Otra vez nos despedimos aliviados de terminar la noche, ellas con el besito de hielo, cada una mirando hacia la nada, Héctor y yo conectando al pasar nuestros ojos resignados, con el abrazo no tan fugaz que sella nuestra esperanza de que las cosas mejoren el sábado siguiente.
Y las mañanas de domingo, como hoy, siempre arrancan con un silencio estruendoso entre nosotros, con la mirada acusadora de Nora clavada en mí, que yo intento ignorar mientras me refugio en el diario, por suerte interminable. Como si yo tuviera la culpa de las ondas negativas Marina-Nora, Nora-Marina, que pudrieron la cena de la noche anterior. En descargo de mi mujer debo decir que casi todas las veces es Marina la autora de las palabras que pudren las cenas de los sábados. Tiene esa inteligencia para la maldad que es don de mujeres curtidas por las carencias tempranas de la vida.
Recién a media mañana mi mujer arremetió:
–Vos siempre el mismo, esa boluda puede decir cualquier cosa y no sos capaz de pararle el carro ni una sola vez.
–No tengo la menor idea de qué me estás hablando, Nora.
–Vamos, Eduardo, no te hagás el boludo. Vi cómo te quedaste helado cuando dijo lo del marinovio de Marinita.
–Ah, eso. Sí, me pareció un poco traído de los pelos.
Quizás sea una desgracia para dos matrimonios amigos tener hijas de la misma edad. Ambas tienen veintiocho, ambas hijas únicas.
– ¿Traído de los pelos? ¿No te das cuenta de que es una forma de decirnos que Vero no tiene marinovio? ¡Estoy harta de las agresiones de esta mina! Te digo que es el último sábado que salimos a comer con ellos.
–Siempre decís lo mismo, Nora. Los jueves es tu mejor amiga; los domingos no querés verla nunca más. Además, el tema no me parece que sea para ponerse así. Vero tiene novio y, que yo sepa, te parece un candidato excelente. Eso decís siempre, excelente, y sonás bien convencida. Algo que me intriga sobremanera, porque apenas lo hemos visto un par de veces. Aunque quizás no estés tan convencida, porque anoche, cuando debiste decírselo a Marina, no te salió decir nada.
–Sabés perfecto que tener un novio en la Antártida no es lo mismo que tener un marinovio en Buenos Aires.
La conozco tanto a mi mujer que ya había imaginado, desde el mismo momento en que la frase estalló, la tormenta que se avecinaba, conmigo funcionando como chivo expiatorio, como siempre. Por eso, en mi “escala técnica” de las cuatro de la mañana, había consultado el diccionario. "Novios que viven como marido y mujer", decía una acepción. "Persona con quien se mantiene una relación amorosa y sexual estable sin casarse", decía la otra.
–Puede que yo sea chapado a la antigua, pero soy de los que piensan que dos personas que viven como marido y mujer lo natural es que estén casadas. No me importa lo que haga Marinita, pero me parece chocante que la madre diga con orgullo eso de marinovio.
–No entendés nada, Eduardo, o te hacés el que no entendés. Lo que nos refriega Marina es que su hija tiene una vida sexual con su novio, algo para Vero imposible. Y sé que me vas a decir ahora que el novio de Vero es Comodoro, que es el Jefe de la Base Marambio, etcétera, pero el hecho es que el pelotudito ese con que se llena la boca Marina, que nunca terminó la carrera de Derecho y que trabaja changas que no le duran, es el marinovio de Marinita.
– ¿Y entonces?
–Entonces pueden tener sexo cuando carajo quieren, son marinovios porque eligen serlo. Nuestra hija no puede elegir tener como marinovio a un hombre al que sólo puede visitar en el verano, un par de semanas de enero, y de febrero a diciembre pasa a ser un novio por Internet. Vero tiene veintiocho años, Eduardo, preferiría a muerte que tuviera marinovio. Eso de tener un novio por Skype me parece frustrante, además de asqueroso.
¡Cómo cambian los tiempos! Ayer mismo ni siquiera sabía muy bien el significado de esa palabra modernosa y ajena, ‘marinovio’, y hoy me entero que el gran problema de mi hija es no tenerlo.
–Bueno, Nora, es fácil. Si te preocupa tanto el tema esta noche se lo preguntamos.
Los domingos a la noche Vero es infaltable, viene a cenar a casa. Es un momento normalmente lleno de cosas agradables y ayuda a compensar los sinsabores residuales de la noche del sábado. Claro que la vida está llena de sorpresas, para bien o para mal.
–Vero –arrancó mi mujer, a los postres–, ayer nos comentó Marina que está encantada con el marinovio de Marinita. ¿Vos qué pensás?
–¿Cristián? Pobre, me parece un buen chico.
–Tu mamá te pregunta sobre qué opinás de que tu amiga tenga un marinovio –intervine yo.
–Me parece perfecto. Cada cual se fabrica su propia suerte.
Creo que en eso se parece a mí. A veces digo cosas que nadie sabe qué significan, ni siquiera yo mismo. Pero Nora no se la iba a dejar pasar.
–¿Y cuál es la suerte que vos te fabricás para vos misma? ¿José, un novio en la Antártida?
Vero no contestó por largos segundos, mientras se llevaba el vaso a los labios y tomaba agua. En eso de contestar con silencios se parece a la mamá. La sonrisa le sobresalía por los costados y los ojos la acompañaban.
– ¿Me están diciendo que preferirían que tuviera como marinovio a un tipo como Cristián?
–No, hija –dije yo, mediador como siempre–, tu madre está encantada con José, pero sólo quiere saber si te hace feliz tener un novio tan distante, el Jefe de la Base Marambio, en la Antártida.
La forma enfática en que pronuncié la palabra Antártida me sonó a mí mismo como si hablara de otro planeta, Júpiter o Saturno.
–Bueno, es algo que quería contarles hoy. José dejará de ser Jefe de la Base Marambio a partir de abril.
– ¿Pero por qué, qué pasó? –dijimos los viejos, al mismo tiempo.
–Pidió y obtuvo ser transferido a Buenos Aires. Pasará a ser Jefe de la Base Aérea Palomar.
– ¿Así de fácil? –dije yo, sin sospechar nada.
–Sí papá, sí mamá, así de fácil cuando un Comodoro que vive en la Antártida anuncia su casamiento.
– ¡¿Casamiento?! –gritamos a coro.
– En septiembre a más tardar, antes de que les nazca la nieta.
Las risas de todos se fueron transformando, en el caso de mis mujeres, en llanto. La felicidad tiene esos efectos misteriosos e indescifrables, muy en especial en Ellas.
Era cerca de medianoche, Vero se había ido, cuando Nora tomó el teléfono. Hubiera sido inútil para mí intentar detenerla.
–Hola, Marina. Quería que fueras la primera en saber las noticias. Vamos a ser abuelos en octubre; una nieta, estamos refelices.
–…
–Sí, claro que José, ¿quién iba a ser? Bueno, ya sabés que estoy encantada con él, es lo mejor que le podía haber tocado a mi hija. Le dieron un destino nuevo acá en Buenos Aires, una promoción.
–…
–Por supuesto, Vero está programando la fecha para septiembre, si no antes. No quiere lucir con mucha panza.
–…
–Sí, Cristián es un amor, Vero siempre nos lo comenta. Hablando del marinovio de tu hija nos enteramos de la buena noticia: Supervisor en Carrefour. ¡Qué bueno! Ojalá se le confirme.
–…
–…
Nora se acaba de dormir, feliz y relajada. Yo también me recuesto y la miro, sorprendido de las nuevas sensaciones que tengo adentro. Dos pensamientos se suceden y se repiten adentro mío, en contrapunto: 'El marinovio de mi hija es un muchacho excelente', que me suena a mandamiento; 'En octubre voy a ser abuelo de una nieta', que me llena de consuelo.
Recién cuando apago la luz aparece el pensamiento que concilia mi sueño, la pequeña felicidad que lo borra todo: a partir de hoy los sábados pueden dejar de ser podridos, al menos para nosotros.
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29/11/2017
El Misterio, por Juan López
Caminaba con alegría junto al Maestro de Sabiduría por caminos de estrellas y campos de energías multicolor. La maravilla de tal visión alentaba el alma para realizar preguntas al Maestro de Sabiduría. Como adivinando mi pensamiento me pregunta: ¿Cómo te sientes frente a este espectáculo que nos regala la Creación?. Maestro es una emoción múltiple, por un lado me siento unido a ese todo que veo, cientos de miles de millones de galaxias con cientos de miles de millones de estrellas y planetas, y por otro lado tengo la sensación de ser un granito de arena perdido en el basto océano del Universo.
Así seguimos caminando, yo extasiado y el Maestro muy concentrado pero sonriente. Mis ojos y diría todo el cuerpo miraban en visión 3D, a los 360º en el cual no existía arriba ni abajo. Cómo llamar a cada imagen que se manifestaba? Como interpretar esos conjuntos de estrellas?. Por instantes sentía un poder inexplicable de eternidad e infinitud, pensaba en ese sentir; “Si yo llego a sentir todo esto y sólo soy una partícula en la Creación, cómo será el sentir de quien o quienes crearon el todo?. Me di cuenta que el Maestro sonreía..
En un momento veo pasar frente a mi campo de observación un cuerpo en forma de esfera, celeste, blanco, multicolor del cual podía percibir frecuencias intensas que variaban de intensidad, pasaban de emociones del dolor a la alegría con tal potencia que llamaron intensamente mi atención y atraparon mis sentidos.
El Maestro dejó de sonreír y su gesto se torno muy serio. Espere un momento y le pregunte por ese globo multicolor que viajaba rotando sobre su eje a 1730 Km/Hora y trasladándose al mismo tiempo a gran velocidad de 108.000 Km/Hora, alrededor de una estrella de fuego. Maestro he sentido emociones desconocidas hasta ahora que pude interpretar como dolor, alegría, desesperación, amor, y más que llamaron a mi Alma y sacudieron como una tormenta todo mi ser. ¿Que hay en ese lugar? ¿Cómo puede ser tan cambiante el estado interior de ese mundo?.
En el Gran Libro de la Creación, me explica el Maestro, que no sabemos aún como llego a ser manifestado, se habla de ese lugar como un campo de experiencias peligrosas y difíciles de olvidar. Es como quedar atrapado en un espacio del cual no puedes salir. Siendo lo más desafiante recuperar el SER SI MISMO. Pregunto, Maestro; ¿Como se puede perder el SER?, es que ese lugar tiene leyes propias y muy particulares desde el sistema de manifestación biológica y la relación con las categorías humanas evolucionarías de cada lugar y grupo y de cada especie no humana. Te propongo olvides todo esto y observa en otra dirección.
Por un tiempo, que no puedo definir en su duración, se abrieron en mi conciencia millones de imágenes, emociones, historias como si ese Gran Libro de la Creación me estuviera mostrando un capítulo con la aventura de infinidad de seres que pasaron por ese mundo; eran luces y sombras, bellezas y monstruosidades y sin embargo en ese tiempo-no-tiempo descubrí que muchas Almas de Luz volvían y volvían a vivir experiencias en el mismo mundo con historias diferentes y similares. Era como si existieran lazos de unión entre muchos de esos seres. El Maestro me dice olvídate y sigue estudiando e investigando sobre tu plan de nuevos núcleos atómicos y leyes gravitacionales de nuevos universos.
Maestro ese lugar es muy magnético, siento fuerzas que me atraen, percibo muchos millones de puntos que cual partículas gravitacionales están relacionadas con mi SER. El Maestro me dice; Tu ya sabes que hay más allá del tiempo, como velo ilusorio, un punto Divino que nos fue dado a todos los SERES en el inicio de una nueva manifestación consciente, más allá que pueda ser olvidada o adormecida según la experiencia a vivir que el SER decida, desde ese lugar es desde donde estas captando a tus hermanos eternos y su sentir en ese mundo Celeste, Blanco con un sin fin de colores y tipos de formas de vidas. El Maestro paso su brazo por mis hombros y me dijo: “Si tu Alma siente y sabe que no podrás estar en PAZ si no vives la experiencia TERRENA, entonces tendrás que sumergirte en las leyes de la Tierra y experimentar esa forma de vida”.
Si Maestro lo siento en todo mí SER, quiero conocer y vivir como un terráqueo. Bien entonces deberás saber y definir algunas cosas acorde a las leyes de la afinidad y la experiencia a vivir en ese lugar. Debes saber en que lugar geográfico vas a nacer. Cada lugar tiene diferentes culturas, formas de interpretar la vida y idiomas. Quienes serán tus padres, se dice así a quienes prestaran sus energías y cuerpos para tu manifestación en el plano tridimensional, cuales serán tus capacidades, potencialidades y vivencias en los diferentes campos de la sociedad en la cual vivirás y te conectaras a medida que vayas cumpliendo las etapas de desarrollo que van desde ser un niño totalmente indefenso hasta la vejes, cuando ya quizás, no puedes valerte por ti mismo y vuelves ya como anciano (se dice así a los Seres que ya su cuerpo biológico no puede renovarse adecuadamente), a ser como un niño que depende de sus semejantes, en espera de lo que allí llaman la muerte, que es dejar ese cuerpo de material biológico, para volver a recuperar su identidad, su Alma.
Maestro siento que debo ir a ese mundo, pero que puedo aportar?, que debo hacer?, que aprenderé?. Puedes definir brindar a la Humanidad, así lo dicen allá, tus conocimientos, puedes sembrar nuevas visiones y saberes para que las nuevas generaciones vivan mejor y puedan evolucionar como seres de LUZ, es decir estar en el camino de la Sabiduría DIVINA, que es AMOR EN ACCIÓN, que como tu sabes es un conocimiento y una experiencia Integral; Todos los campos del saber se conjugan en un SER Multivectorial y Multidimensional, que todo lo sabe o puede conocer al Instante, por interacción con sus Hermanos de LUZ, en la Biblioteca de la Creación, desde los misterios locales de las formas de vida como; reino vegetal, animal, mineral, humano, hasta la poesía, la economía, la literatura, la arquitectura y cientos de actividades más.
Muchos Hermanos de LUZ visitaron la Tierra, ese globo multicolor, dejando en el curso de sus vidas, sus conocimientos, sus enseñanzas, sus ejemplos y muchos dieron sus vidas biológicas por defender causas nobles y verdades más allá del grado racional de su tiempo. Esas verdades son antorchas de LUZ para señalar el camino de la Verdad y la Hermandad de todos los seres que viven y vivirán en ese planeta. Existe una interpretación errónea del poder DIVINO que los enloquece en general a todos y es la sensación de PODER, que se pierde en la degradación de la dominación, ambición, egoísmo, que los lleva a la Violencia, y ésta se puede dar desde; el padre de familia, el líder de un grupo hasta los que tienen la oportunidad de gobernar reinos, sociedades o países en los cuales se agrupan bajo consignas de identidad particular. No ven que esa sensación de poder es la CHISPA DIVINA que espera ser reconocida en cada SER, que la viva y manifieste en su vida para si mismo y para ayudar a su prójimo, eliminando el dolor que viven sus hermanos en muchas partes del planeta Tierra; Hambre, Miserias, Esclavitud, Delitos, Corrupción, Asesinatos, Analfabetismo, Enfermedades, Destrucción de los Recursos Naturales y otras calamidades más. Lo más grave que veras, es que se dañan a si mismo, al otro, su hermano y no han logrado pensar y construir un nosotros.
El aprendizaje que deberás superar como Terráqueo, será el desafío más extremo, el cual es que vuelvas a reconocer tu propio SER, que vuelvas a encontrarte y que no vayas a quedar atrapado en los laberintos de atracciones de los sentidos y emociones de apego que la vida terrenal te presentara y que tu cuerpo biológico te exigirá en muchos casos vivir. Uno de los campos de gravedad más difícil de superar es el miedo a perder la vida, y las posesiones que dispongas allí. Deberás buscar y practicar los ideales morales y éticos de tu SER de LUZ, ellos estarán en tu pensamiento y tratarán que los reconozcas, para tu conducta de vida para contigo mismo y con tus hermanos en el camino. Otro enemigo de tu SER será el sentimiento de poder y saber que has incorporado por tu recorrido espiritual, pero que usado egoístamente y para querer dominar al otro se convierte en sombras de dolor y dominación, es lo que ha retrasado la evolución de ese mundo. Mucho más podrás indagar en el Gran Libro de la VIDA TERRENA y prepararte para la Aventura Humana, una experiencia ineludible en el camino que nos llevará al umbral del Misterio que en ese globo denominan DIOS. Estas serán parte de las experiencias que marcaran tu Alma y aumentará tu Sabiduría de la Creación, cuando vuelvas a ser un ALMA libre del cuerpo biológico.
Maestro voy a vivir esa experiencia de VIDA. Te pregunto Maestro; “Cómo estaré en contacto contigo especialmente cuando más lo necesite?”. Estaré a tu lado en el mismo momento que tu mente me nombre o recuerde, ya sabes que no hay tiempo ni espacio entre las ALMAS, lo que en la tierra llaman intuición es la forma de contactarnos con los Humanos. Hay allá formas de aprender a entrenar la mente que denominan meditación, puedes practicarla y luego de un tiempo por tus conocimientos vas a poder estar en estado de SER consciente de meditación permanente y sin división entre tu cuerpo-mente y tu saber DIVINO. Serás una fuente de sabiduría para tus Hermanos y deberás abrir el Sendero de la IGUALDAD que deberá Iluminar en las CONCIENCIAS Humanas el MISTERIO de la CREACIÓN sin estar divididos por visiones erróneas de un DIOS que desconocen y que han usado y malinterpretado a tus HERMANOS de LUZ que dejaron sus enseñanzas de LIBERTAD y CONDUCTAS SOLIDARIAS, que alegraban el CORAZÓN del CREADOR y de cada uno de sus Hijos en el Universo. El mayor legado que dejarás será; La Enseñanza a los Líderes del Mundo a Construir las bases del Amor a la Vida y por la Vida de toda manifestación. Cómo alcanzar la Verdadera Hermandad de la Humanidad más allá de toda diferencias, así se podrá decir que llego el Tiempo de la Hermandad del Cielo a la Tierra. Habrá desaparecido el Dolor causado por los errores, hipocresía, engaño y ambición, comenzando el camino de la Paz y Felicidad en la Convivencia Terrena. Así será que se habrá recuperado la integridad y valor de la palabra, intención y realización para alcanzar la VERDAD, BELLEZA, COMPASIÓN y PAZ en tu paso por el Globo Celeste y Blanco.
Observa, como en este instante de tu decisión, han llegado tus Eternos Hermanos de LUZ para acompañarte en tu Desafío!!. Ellos y Yo, te acompañamos en tu Aventura Terrena y te estaremos esperamos para el abrazo fraterno en el camino DORADO del MISTERIO CREADOR.
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04/11/2017:
POR QUÉ NO SOY PSICÓLOGO SOCIAL…, por Luis Pees Labory
Ya jubilado, con poca actividad como síndico concursal y como perito contador, y con ganas de saber algo relacionado con la psicología, me bajé del “19 – Plaza Once a Carapachay” en Federico Lacroze, a la altura del FC Urquiza, con la idea de tomar el subte B, que me dejaría, en esa mañana lluviosa, más cerca del Estudio.
Al pasar por el edificio anexo a la estación del tren, que parecía tomado por una asociación de ayuda comunitaria me encontré con un cartel escrito en una pizarra que decía “Curso de Psicología Social – Sin estudio previos – duración tres años”… Me llamó la atención el no-requisito pero entré para averiguar. Alguien me indicó que debía presentarme el día miércoles a las 18 hs y hablar con la persona que dictaba el curso. El siguiente miércoles estuve ahí, puntual, en el amplio tercer piso, llevado por un ascensor que invitaba a subir por escalera. Había otras personas esperando al profesor. Unos minutos después apareció alguien con actitud de profesor. Nos preguntó si veníamos al curso y nos invitó a entrar a una sala.
Sentados en círculo, nos pidió que nos anotásemos en un papel que circuló, y nos pidió que nos presentáramos, nombre, edad, actividad, estudios, etc. Ahí me enteré que éramos una fauna diversa, desde personas con estudios primarios, pasando por enfermeros, y terminando con un profesional con un postgrado que no mencionó para no romper la desarmonía del conjunto.
Así fue que el profesor comenzó a contarnos de qué se trataba el curso. Nos dijo que había estudiado con Pichón Riviere (el impulsor del tema en la Argentina) – a quien yo conocía de mentas, y a quien la mayoría desconocía. Cuando el profe nos preguntó si conocíamos la obra de Sigmund Freud, se hizo un silencio de radio… Yo también hice silencio porque si bien conocía al fulano, y había tenido sesiones con un psicólogo, conocía el título de algún libro, sobre los sueños, pero jamás había leído algo de su obra.
Luego nos preguntó a cada uno el motivo por el interés en el curso. Yo le dije que tenía curiosidad por saber de qué trataba, ya que mi pareja era psicóloga y a veces compartíamos temas relacionados con su profesión. Otros compañeros comentaron que no habían podido cursar todo el secundario por razones económicas pero que en ese momento podía dedicarle horas al estudio y, de recibirse, sería un gran halago para ellos, y hasta un cambio de vida.
Realmente era gente muy linda por su necesidad de crecer, y por atreverse a lograrlo.
El profesor nos dijo que el curso había comenzado el año anterior, que los jueves daba el curso para quienes habían aprobado el primer año, y que al aprobar el tercer año nos daría un Certificado indicando que éramos Psicólogos Sociales.
Al terminar la clase, bajamos juntos por la escalera, y me pidió que lo esperase porque quería decirme algo. Luego de hablar con alguien del edificio comunitario, se acercó y me dijo: “Vos tenes otro nivel… si te interesa podes venir los jueves, al segundo nivel, hay gente que sabe del tema, nada que ver con los del primer curso…”. “Pero - le dije - yo apenas conozco del tema…”.
“Vení y ves, yo creo que pronto vas a estar a tono”. “Bueno - le dije - mañana vengo y veo”.
Al llegar a mi casa, mi pareja me preguntó que tal el curso…
Bien, y le conté la experiencia. Había aprobado el primer nivel yendo a una sola clase.
Ahí nomás, les mandé un mensaje a mis hijas diciéndoles: “feliciten a su padre, pasé a segundo año”. De queeeeeeeeé? Fue la respuesta inmediata (y en tono grosero de mi hija mayor, la médica). “Cómo de qué, de la carrera de Psicólogo Social”…contesté. Pensó que era una broma…
El jueves, o sea al día siguiente de mi primera clase de la carrera, comencé a cursar el segundo nivel. El nivel del grupo era muy distinto. Todos sabían de qué trataba la cosa. Lo primero que hizo el profesor fue darnos unas fotocopias (cuatro hojas doble faz) con un resumen de la vida del gran Sigmund F.
“Yo no pescaba una…ni con red”. Hablaban de teorías, intercambiando opiniones y experiencias (había quien ejercía la profesión de algo que sonaba parecido “couching o counseling”), y yo no había llegado a leer el dorso de la primer hoja del resumen de la vida de don Sigmund.
Eso sí, después de la segunda clase, promoví ir a comer buena pizza a la Santa María – Olleros y Avda. Corrientes -. Allí, la cosa cambiaba, hablábamos de cualquier cosa, donde yo era el veterano experimentado...
Luego de tres o cuatro clases, el profesor viendo el buen nivel de los asistentes (sin excluirme, obvio…) nos dijo que el Curso iba a terminar a fin de año. O sea que estábamos muy cerca de recibirnos.
……….
Ni siquiera me dio para decirles a mis hijas que me recibía a fin de año. Mi vergüenza pudo más que el título que me permitiría ejercer tan noble profesión. Hablé con el profe y le dije: “No puedo seguir, no agarro una, hablan en un idioma que no comprendo. Ni siquiera leí toda la vida de Freud que me diste en fotocopia”. Me instó a seguir… le agradecí mucho y me despedí.
O sea, que no soy PSICÓLOGO SOCIAL, porque no quise… te queda claro? ¡!!!
Luiggi
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27 de Febrero 2013
Mejor tarde que nunca, dice un viejísimo adagio. Esto es lo que siento que ocurrió conmigo y que quizás ocurra con ustedes, si logro transmitir mi experiencia adecuadamente.
Ignoro la razón, pero en un mismo momento aparecieron en mi vida inquietudes diferentes, pero casualmente con mensajes iguales o similares.
Creo que esto no fue casualidad, sino que existen causalidades cuyas energías me derivaron por estos caminos.
Un día apareció en mi correo una invitación para certificar internacionalmente como Coaching Transformacional (Ontológico).
Como esta era una inquietud que me había acompañado durante años y nunca cristalizado, sentí que era el momento ideal para concretarlo. Ignoro por qué, pero así lo sentí.
A los pocos días, conversando con mi hija, me cuenta de su hermosa experiencia en “El Arte de Vivir”.
Ambas cosas eran intensivas, por eso, les dediqué intensos fines de semanas consecutivos (el de coaching son varios fines de semanas durante varios meses) para realizarlos.
¿Qué encontré?
Que un gran número de comentarios, mensajes e ideas, eran idénticos, o al menos apuntaban en una misma dirección.
Quedé maravillado.
Primero por la coincidencia de los mensajes, y segundo por la coincidencia de mi impulso de abordar estas inquietudes, conjuntamente.
Al razonar sobre esto, las distinciones allí aprendidas, y la cantidad de gente muy joven con similares inquietudes, me dije:
Hay una luz al final del túnel.
Tan solo para sustentar mínimamente lo importante y profundo de este proceso, voy a partir de una cosas muy simple, pero fundamental en lo que hace a nuestras vidas, para lograr, una mejor, más civilizada y más efectiva forma de comunicarnos.
Parto con un convencimiento: la verdad NO EXISTE.
Solos existimos observadores que describimos lo que estamos viendo, con nuestras limitaciones y filtrado por nuestros intereses, cultura, biología, lenguaje, formación religiosa y familiar, etc.
Esto que decimos ver, y le llamamos arrogantemente “La Verdad”, es lo que nos conduce irresponsablemente a no respetar a interlocutores que con similares limitaciones y defectos, nos exhiben su verdad.
Hay momentos de tal obcecación, terquedad y ceguera, en los cuales, podemos llegar a proponer el exterminio del oponente como individuo, como grupo o como etnia. O como mínimo llevar la discusión a una escalada de agresiones difícil de resolver.
Así nos hemos manejado y aún nos manejamos a nivel global, sin distinciones, a nivel personal, grupal, de países. De aquí provienen los desastrosos resultados obtenidos.
Pensemos:
Si logramos entender, aceptar e incorporar a nuestros procederes, simplemente y para comenzar, convencimientos tales como:
La verdad no existe.
Solo existimos observadores que con nuestras limitaciones (filtros) conformamos una idea sobre lo observado, que constituye nuestra posición.
Que existen otros observadores que con similar procedimiento y limitaciones, arriban a otras conclusiones, que conforman una idea diferente sobre la misma observación.
Que es aquí donde comienza normalmente el intercambio llamado “discusión”.
Que si la discusión se desarrolla bajo los términos de la humildad, será posible caminar en la búsqueda de una observación coincidente o más cercana.
Que es posible abordar un respetuoso intercambio en torno al análisis de lo observado.
Que debemos ajustarnos a los hechos comprobables.
Que debemos dejar de emitir juicios sin fundamento.
Que no debemos agredir jamás a nuestro interlocutor.
Que ambos debemos escuchar atentamente, con todos los ingredientes que el escuchar implica:
– Escuchar muy atentamente y libre de prejuicios, sin interrumpir.
– Repreguntar para constatar que lo entendido es lo que se quiso decir.
– Respetar las opiniones de nuestro interlocutor, aún sin coincidir.
– Analizar desapasionadamente lo escuchado.
– Estar abiertos a cambiar de opinión si lo expresado así lo amerita.
No duden que la luz al final del túnel se agigantará y tendremos una sociedad más feliz, más justa y más digna de ser vivida.
Los invito a ponerlo en práctica en lo cotidiano, con la familia, los amigos, los colegas, en fin, con todos nuestros interlocutores y verán cuan bueno es.
Con gran afecto Carlos
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03/07/2017
Hechos inquietantes, por Ricardo Forno
Le di un beso fugaz a mi chica, para no despertarla, y me fui caminando hacia la guardia del Hospital. En el trayecto encontré lo que a primera vista semejaba una flor de jazmín encima de una tapia; sin embargo, al acercarme comprobé que era una pasionaria. La examiné con detenimiento: el triple pistilo como clavos, los cinco estambres como martillos, y la corona de espinas. Me pareció de mal agüero.
Ya de entrada, las cosas se pusieron espesas. Entre las dos enfermeras y yo atendimos gente con una profusión de cuerpos extraños en los ojos; luego se presentó un tipo baleado que pretendió hacerse pasar por víctima, pero comprendimos que era un delincuente y, tras una apresurada curación, se lo llevó la policía. Pero éste era sólo el comienzo.
A eso de las cuatro de la madrugada cayó un individuo joven, que llevaba una mujer alelada en silla de ruedas. La mujer, de unos cuarenta años, tenía vendadas ambas manos, y los pies unidos y envueltos en vendas, todas manchadas de sangre. También se veían gotitas de sangre coagulada sobre su frente. Pregunté qué le había pasado.
—Está mal de la cabeza —susurró el muchacho a mi oído—. Cree que es una reina y se siente amenazada por los fantasmas de Cristo y los dos ladrones en el Gólgota. Esas vendas se las puso ella, seguro. Como así no podía moverse, la traje en la silla de ruedas de mi madre, que falleció hace poco. Soy el hermano.
—¿Y la sangre?
—No sé.
Fui desenvolviendo con cuidado las vendas de la mano derecha de la mujer, quien parecía mayor que el hermano. Permanecía muda y con la mirada fija en algún punto de la sala. Al descubrir la mano, encontré en ella un clavo que desde la palma la atravesaba de lado a lado; la sangre había dejado de fluir. Nunca había visto algo así. El hermano se puso muy pálido y balbuceó algunas palabras.
Hice lo propio con la mano izquierda y encontré otro clavo. Ya intuía lo que iba a hallar en los pies. No obstante, los destapé, y allí había otro clavo que los traspasaba juntos.
—¿Quién hizo esto? ¿Cómo ocurrió? —inquirí, sabiendo de antemano que no obtendría respuesta alguna de parte del muchacho, y menos aún de ella.
Ausculté los signos vitales de la mujer y constaté que no corría peligro. Convoqué al policía de turno. Miró sin comprender.
—Pida que venga la policía científica. No haré nada mientras no lleguen, porque la mujer no corre peligro inminente.
Aparecieron antes de lo esperado; tomaron fotos y muestras e interrogaron a todos. Creo que nadie pudo sacar algo en limpio. El muchacho había intentado irse, pero el policía lo retuvo, y debió responder las preguntas. Debe de ser horroroso ver a una hermana en tal estado y desconocer las causas.
La mujer quedó internada, y el hermano “demorado”. Exhausto, y con permiso de la policía, retorné a casa. Al llegar, mi chica estaba acostada boca arriba, con los ojos cerrados. Quité la sábana y la vi desnuda, con los brazos extendidos como Cristo. Me sobresalté, pero ella abrió los ojos, sonrió con picardía y me incitó con la mirada.
—No, por favor —le dije—. Hoy no podría.
Días después fui a la playa y vi algo así como una gaviota a orillas del muelle; como no se movía, parecía muerta. Me acerqué, y pude verificar que en cambio era una corona de espinas.
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30/06/2017
Antes de mi última hora, por Hernán Huergo
Estas líneas las escribo el 16 de enero de 2002, con
la total certeza de que voy a morir en este mismo invierno, no llegaré a los
82. Mi problema no es la muerte, el cáncer de pulmón que me tortura me la hace
desear más y más cada día. Y si no llegara por sí sola, ya sabe mi médico cuál
es la fecha límite.
Mi problema no es la muerte, mi problema es que
ustedes, mis lectores, insisten en decir que hay en mí una “escritora de talento”. Yo,
Traudl Junge, una bailarina frustrada, que me hice famosa más por suerte que
por méritos cuando me tomaron como secretaria del hombre más poderoso del
mundo, resulta que ahora insisten en decir que soy una “escritora de talento”.
Aquel momento que viví cuando tenía 25 años lo
recuerdo como si me hubiera pasado ayer. Sé que quien leyó Hasta la Hora Final,
sabe de qué momento estoy hablando.
Cuando escuchamos el primero de los disparos, Martín
Bormann, los edecanes y yo nos quedamos esperando el segundo, que no llegaba. A
los quince minutos el secretario personal, el que todos sabíamos que era mucho
más que eso, el que tras los bastidores llamábamos el Sub Führer, decidió no
esperar más y abrió las puertas dobles del aposento privado. No dudé en
acompañarlos cuando entraron. Nadie se hubiera atrevido, ni siquiera Bormann, a
impedir la presencia de la secretaria personal de Hitler. La escena era atroz. Wolf estaba en el sillón
doblado sobre sí mismo, con una mueca que deformaba su boca, con la
pistola caída de su mano derecha y con un hilo de sangre que aún fluía de
su sien. Eva estaba tendida a lo largo del diván con los ojos bien abiertos y
la pistola que no había utilizado todavía en su mano. El cianuro en ella había
sido más rápido que su decisión de dispararse. Una cosa terrible para mí había
sido imaginar la escena. Otra cosa espantosa era observarla. Los ojos se me
llenaron de lágrimas y las rodillas casi no me obedecieron, pero no me caí ni
ellos se dieron cuenta de lo que me pasaba, porque era momento de ejecutar lo
que el Führer había ordenado. Cruzó por mi mente en ese momento la imagen de esos
empleados de circo que entran en forma rápida entre un acto y el siguiente y
reacomodan todas las cosas con eficiencia y precisión mientras los payasos
entretienen al público. Gunsche y Linge se ocuparon de Wolf. No tardaron ni
siquiera dos minutos en envolverlo en la alfombra, según las instrucciones. Bormann
tardó menos todavía para enrollar a la Braun en la otra alfombra. Nunca fue más
notorio para mí cuánto la despreciaba, fue como si lidiara con una bolsa de
papas. Salieron los tres del cuarto al mismo tiempo, Bormann un paso delante de
los edecanes. Se había puesto la “bolsa de papas” al hombro izquierdo y
caminaba rápido, abriendo puertas y llaves con la mano derecha. No quería ocultar,
era evidente, el asco que su cara mostraba con impudicia, como quien está
oliendo a podrido en forma casi insoportable. Los edecanes lo seguían en fila
india, Gunsche delante y Linge detrás, ambos como mirando el mismo horizonte, con
la alfombra conteniendo a Wolf entre ellos, asida por sus extremos. Caminaban
erguidos, a paso lento y enérgico, que parecía ensayado, como portando un
féretro en un desfile militar que nadie miraba, excepto yo, que los seguía a discretos
metros. Salieron del Bunker y caminaron hasta el lugar preparado del jardín, ya
inundado de gasolina, y depositaron con extremo esmero el cuerpo sagrado en el
lugar elegido, con movimientos pausados, idénticos y sincronizados. Los obuses
soviéticos caían cada vez más cerca y la tierra temblaba tanto o más que mis
rodillas, pero nada del mundo hubiera alterado el protocolo que estaban
ejecutando. Bormann, en cambio, esperó con gesto impaciente que los edecanes
concluyeran sus ritos, para luego tirar con todo descuido su fardo al lado de Wolf.
Por alguna causa misteriosa, las alfombras quedaron adosadas una a la otra, centímetro
a centímetro. Como si Wolf y la Eva le estuvieran diciendo a Bormann, “Te guste
o no nos amamos, Martín. Te guste o no somos ahora esposos, no amantes”. Y el
crepitar y la danza de los novios convertidos en llamas hizo estallar en gritos
y llantos al impredecible, a quien yo nunca había visto llorar en mi vida. Eran
las 16 horas y 22 minutos del 30 de abril de 1945.
“Escritora de talento”. Cuanto más lo creo más me pesa
no haber escrito las cosas que no quise o no me animé a escribir en mi libro.
Cuando estén leyendo estas líneas yo estaré muerta. No las quise publicar en
vida, porque mi libro acaba de salir, y es una criatura que amo y no quisiera
lastimar. Escribo esto para ser publicado un año exacto a partir de mi muerte.
Siento que de no hacerlo traicionaría a la “escritora de talento” que dicen que
soy, por contar verdades a medias. “Omitir es mentir”, decía mi madre. Y qué
mayor pecado puede haber en un escritor que la mentira.
Yo lo adoraba a Adolf Hitler como a un padre. Hablo en
serio, como el padre que no tuve, o tuve tan pocos años que ni recuerdo nada de
él. Cuando entré en la Liga Alemana de Jóvenes no lo hice porque era la moda, o
por imitar a mis compañeras de secundario de los años superiores que lo hacían.
Fui la más joven de todas por un tiempo, necesitaba conocer más al padre que
había elegido. Tantas veces leí Mein
Kampf
que las chicas empezaron a evitarme cuando con cualquier excusa me largaba a
recitar párrafos extensos del libro que conocía de memoria. Aún hoy puedo
repetir sin consultarlo cualquiera de las setecientas veintiocho páginas de la
que entonces era mi Biblia.
Después amé a Wolf de otra forma, cuando lo tuve bien
pero bien cerca. Él lo sabía. Pero ya la había elegido a Eva. “El castigo
merecido para la deslealtad no puede ser otro que la muerte”, eso decía, y
jamás hubiera traicionado su principio. Se conformó con una chica simple y
afable, poco esbelta, bromista a pesar de sus limitaciones, y además católica.
Aunque reconozco que éste no era un problema grave para Wolf, bien claro lo
dice en el libro, “Para el futuro de la humanidad, no radica la importancia del
problema en el triunfo de los protestantes sobre los católicos, o de los
católicos sobre los protestantes, sino en saber si la raza aria subsistirá o
desaparecerá”. Sin embargo, lo que todos sabíamos, y comentábamos siempre entre
nosotros, y él también percibía, era que Eva estaba bien lejos de lo que cualquiera
podría llamar una mujer aria pura. Por eso es que la escondió durante tantos
años, porque le era difícil, si no imposible, reconciliarse con esa otra sentencia
que estaba en el libro, tan esencial como quizás ninguna otra, “La historia
humana demuestra con asombrosa claridad que toda mezcla de sangre aria con la
de pueblos inferiores tuvo por resultado la ruina de la raza de cultura
superior”.
Tengo la edad que tengo y hace tiempo de que me di
cuenta de que lo que yo adopté como mi Biblia contenía incontables atrocidades.
Sé que mucha gente no me ha creído cuando dije que nunca llegué a saber nada en
vida de Hitler de lo que hoy llamamos Holocausto. Que me han llamado hipócrita,
mentirosa y cosas mucho peores cuando dije en forma pública que me sentía destrozada por haber
simpatizado con “el más grande criminal que jamás haya vivido”. Pero es la
verdad total, este escrito es para enmendar mentiras revelando verdades
omitidas, no para otra cosa.
Yo reconozco mi pasado con toda su culpa, que amaba a
ese hombre entonces como hombre, que hubiera querido amarlo con el total
sentido del verbo, que ni me importaba que fuera treinta años mayor. Pero quiso
Dios que el hombre que yo amaba no tuviera ese lugar para mí. Ya había sido
ocupado por más de diez años antes por la Eva, la católica, la no tan aria, la
no tan joven. Se quedó con ella y hoy lo veo como una de mis mayores suertes. Pero
eso no quita lo que llegué a ser en la vida de Adolf Hitler, mi Wolf entonces,
muy en especial en las últimas semanas en el Bunker, cuando fue palpable para
todos que mi rol de secretaria personal no fue menos privado, íntimo y cercano que
el de su amante. Y en las últimas horas, me atrevo a decirlo sin vergüenza ni
modestia fingida, más importante todavía. Pero no se confunda nadie, fui su
secretaria, jamás su amante. Eva Braun se dio el gusto de morir como Eva
Hitler. Un nombre que le duró menos de lo que tarda la tierra en dar media
vuelta sobre sí misma.
El casamiento fue el casi último acto de la vida de
Wolf, el mismo 30 de abril a las tres de
la mañana. Éramos sólo cinco personas los presentes, Martín Bormann, Joseph y
Magda Goebbels como testigos, Erik Kempka el chofer, y yo, la secretaria
personal, indispensable y cercana, como siempre por esos días. Concluida la
ceremonia, cuando Eva hacía bromas sobre el anillo que le bailaba en el dedo,
los presentes esperábamos que los flamantes esposos se retiraran a su
dormitorio para estrenar la privacidad de siempre con un nuevo nombre y quizás
con un sabor diferente. Pero Wolf nos sorprendió a todos cuando dijo, sin que
mediara protesta ni el mínimo gesto por parte de Eva, “Ahora nos vamos a retirar
con Traudl al Cuarto Azul. Necesitamos estar a solas para trabajar un tema importante
y urgente durante un par de horas. No debemos ser molestados salvo extrema
urgencia”. Recuerdo bien que las palabras me sonaron terribles, me ponía en el
lugar de la esposa y sufría. La mirada del Führer recorrió lentamente los otros
rostros, la mano derecha le temblaba mucho más que de costumbre y el silencio
era cortado por las estridencias que producían los obuses soviéticos, que cada
vez caían más cerca del Bunker. Eva seguía mirando y tocando el anillo que le
bailaba, como si el percance de que le quedaba grande se hubiera transformado
en el problema más importante del mundo. En el Cuarto Azul trabajamos durante dos
horas y diez minutos y el testamento final quedó terminado. Por increíble que
parezca, el primero de los actos de privacidad de Wolf luego de su matrimonio
fue conmigo, no con su esposa.
Me acerco a las verdades omitidas y sé que más de uno
va a decir que al final la Junge le va a dar la razón al “más maldito de los
malditos”, que ya todos saben a quién llamaba así Hitler. Es inútil que me
pregunten cómo lo comparo con el que hoy llamo “el más grande criminal que
jamás haya vivido”. Soy Traudl Junge, escritora, y no voy a gastar mis letras y
vuestras paciencias con respuestas que no agregan nada para nadie.
Ahora que vuelvo a mencionar mi apellido, y no es hora
de renegar de él, es curioso que no sea el de mi padre –no merecería serlo-, ni
tampoco el del hombre que amaba y de quien era secretaria. A Hans Junge lo
conocí en 1942, me casé con él en julio del año siguiente, y murió en Normandía
en agosto de 1944. Tuve marido por apenas 13 meses de mi vida pero el apellido
me acompañó hasta la vecina muerte, o sea casi 59 años. Por cierto que un poco
más que las doce horas que la Eva vivió con el apellido Hitler. Cuando me casé
con Hans, creía estar enamorada. Cuando comencé a trabajar para Wolf y sentí lo
que sentí, dejé de creerlo totalmente, -no puedo omitir verdades, perdón Hans.
El amor arrasador que me invadió dejó enana cualquiera de mis emociones
anteriores.
Sin embargo, sin embargo, al principio no lograba
entender cómo ocurrió lo que me ocurrió con Ferdinand Biesel. Sé que a mucha
gente le ocurrieron cosas con Ferdinand, vaya si todos lo sabemos. Miles de
personas, cuando lo veían, jamás dudaban de estar viendo al verdadero Hitler, y
no a su doble, el mejor de todos. Incluso en el ambiente íntimo en que nos
movíamos, muy en especial en las semanas finales en el Bunker, hacía tan bien
su papel que a veces el mismo Bormann me preguntaba, “¿Quién es, Wolf o
Biesel?”. Yo era la única que podía acertar el cien por ciento de las veces. Además
de Eva, por supuesto.
Reconozco que la personalidad de Ferdinand no tenía nada
que ver con la que yo admiraba en Wolf. Era un hombre bromista, aparentemente no
tomaba nada en serio, un perfil difícil de encontrar dentro de sus filas, la SS.
Sé porque me lo ha contado él mismo que el día que se decidió imitar al Führer,
a la hora de la taberna con los amigos, aprovechando su extraordinario parecido
físico, jamás imaginó el destino que le tocaría jugar. La costumbre ganó fama
dentro de la SS, hasta que los mismos superiores acudieron a comprobar si era
cierto lo que se decía. Lo que más les preocupó no fue que había razones para
considerar el juego como una mofa que agraviaba al Führer, en tiempos que cosas
menores se castigaban con la muerte. El terror que creció en ellos fue cuando
no pudieron evitar desternillarse de risa. El juego era ahora harto peligroso,
se estaban incluyendo a sí mismos en la posible lista de culpables a ser
ejecutados. “Hay que denunciarlo ya mismo a la Gestapo”, dijo de pronto alguien,
con astucia, existía alguno que otro inteligente entre ellos. La Gestapo, como
siempre, apareció en diez minutos, y puso de inmediato a Biesel tras las rejas.
La Gestapo, como siempre, informó de todo al Sub Führer. Nadie previó la
respuesta de Bormann. “Quiero que el señor Biesel se presente mañana mismo en
la Wolfsschanze”.
Ferdinand Biesel nos conquistó a todos, comenzando por
el impredecible Bormann, que en cuanto terminó de ver su primer show, al que yo
también asistí, recuerdo bien lo que dijo. “Con el último ya hemos contado 16
intentos de asesinato de mi Führer. Agradezco al cielo haberlo conocido, señor
Biesel. Hoy mismo empieza su nuevo trabajo, en este lugar. Y donde quiera que
esté mi Führer, allí deberá estar usted. La señora Junge y yo dedicaremos todas
las horas necesarias para que usted mejore su rol, que ya es extraordinario, a
niveles tan superlativos que sean capaces de convencer a todos, absolutamente
todos, de que están viendo al verdadero Hitler”. Biesel se lo quedó mirando,
con cara incierta. Bormann quizás le
adivinó el pensamiento, cuando dijo: “Por ser diez años menor que él no se
preocupe, señor Biesel. Eso se arregla más que fácil con maquillaje. Por los
centímetros que usted le lleva en altura, tampoco nos preocupemos por ahora. Ya
pensaremos alguna cosa que no sea cortar un poco de esas piernas”. La sonrisa
amplia de Bormann, yo lo conocía muy bien, quería decir que le estaba gastando
una broma. Pero Biesel palideció de golpe, mientras su boca intentaba sin éxito
dibujar una sonrisa. Yo me apiadé para decir, con voz bien fuerte y llena de
risa, “¡Pero Martín, no todos saben que te encanta hacer chistes de mal
gusto!”. Y por suerte el impredecible estalló en risas y la cara de Ferdinand
se aflojó y pasamos a ser tres los que reíamos con todo nuestro volumen.
Fueron muchas horas, y no tardé mucho tiempo en
adorarlo. No hablo de enamorarme, esa sensación única sólo la tuve con un solo
hombre. Pero estoy inmensamente agradecida a Ferdinand por todo lo que hizo,
que fue extraordinario para mí. Porque por de pronto puso su vida en juego
tantas veces, protegiendo a Wolf de los múltiples atentados que siguieron hasta
el número final, que según Bormann llegó a 42. Muy en especial el intento que
por casualidad no terminó con su vida, la Operación Valquiria. Yo lo visitaba
todos los días las tres semanas que estuvo internado y rezaba para que volviera
a ser el que era. La alegría fue abrumadora y contagiosa cuando volvió,
sonriente y vital como siempre, como si no hubiera pasado nada. “Por suerte que
Bormann no aprovechó la ocasión para cortar un poco de tus piernas”, le dije
yo, imitando el mal gusto de Bormann. Se lo dije en la cama, para ese momento
ya éramos amantes, y lo fuimos hasta el final.
Estoy en pleno terreno de las verdades omitidas, mis
queridos lectores. La “escritora de talento” comienza a sentirse mejor consigo
misma.
Ferdinand fue para mí una persona con la que podía
contar siempre, el único en mi vida en quien jamás descubrí segundas
intenciones ni ocultamientos, leal con su misión hasta el límite de lo
descabellado, el único que cuando decía “Estoy listo para dar la vida por el
Führer” yo le creía porque sabía que lo decía en serio, el único que en
aquellas horas siniestras de las últimas semanas en el Bunker podía tanto
hacerme reír como estremecerme por placeres que llegué a creer que nunca volvería
a tener.
Wolf me lo comentó al final de nuestro encuentro en el
Cuarto Azul. “La idea fue de Ferdinand, y no acepta que la rechace. No quiero
aceptarla. Pero es algo increíble, lo está pidiendo de tal manera, con tanta
vehemencia y argumentos, que estoy comenzando a dudar qué debo hacer. ‘Hablalo
por favor con Traudl’, me dijo, ‘ella es la que nos va a ayudar a los dos’”. Yo
no tuve ni un momento de duda, por más que desde ese mismo instante jamás me
abandonó la tristeza y de hecho la risa nunca regresó a mi cara.
Ahora sí, queridos lectores, ya me siento mejor,
despojada de las verdades omitidas. Quizás empiece a merecer más en serio el
título hasta ahora postizo de “escritora de talento”.
El 14 de mayo de 1945 un hombre entró a un hotel de
una localidad llamada La Falda, ubicada en una provincia llamada Córdoba de ese
gran país de Sudamérica llamado la Argentina. Su última vida comenzaba.
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03/04/2017RIVER LIFE, por Hugo Scolnik
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River police |
When I was a child I used to spend months with my great uncles who decided to live in the islands after their retirement. Life was a sort of novel for a young boy because I had my own boat, I was swimming and fishing, but unfortunately my great aunt forced me to work a lot because they had a big plantation with a lot of vegetables and fruits.The fertility of the soil is overwhelming !
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Local river bus |
At that time there was no electricity, and my uncles used to send batteries to the city in order to be recharged for at least being able to listen to theater plays in an old fashioned radio.
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River transportation |
There were floating groceries stores visiting the islands, as well as butchers and other merchants. The transportation was by means of a special kind of boats that still exist (see picture). This is what children use for attending schools.
During a certain period of the year thousands of apples were floating in the rivers coming from the north (the Parana river forms a delta with a myriad of other rivers and islands). We use to organize "armies" of many boats in order to have battles in the water using apples as ammunition.
Good memories of old times.
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18/03/2017
ESTÁS DE ACUERDO?, QUÉ AGREGARÍAS? por Espedito Passarello
18/03/2017: Ida Bianchi
¿Me permiten agregar dos?
Agregaría “Pinocho” y “El Príncipe” en ese orden.
Ida Bianchi
18/03/2017: Hugo Scolnik
Y el Juego de Abalorios de Herman Hesse
18/03/2017: Ricardo Forno
Ferdydurke, de Witold Gombrowicz
El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad
18/03/2017: Daniel Bronstein
NUEVE HISTORIAS de Salinger
El guardián entre el centeno o El cazador oculto (The Catcher in the Rye) J. D. Salinger.
20/03/2017: Norberto Maher
Corazón de Edmundo de Amicis.
20/03/2017: Jorge Hofmann
¿alguno ha leído libros de autores argentinos? porque no veo ninguno en todas las listas que pusieron
Para empezar
Civilización y barbarie D.F. Sarmiento
Cuentos de la Selva Horacio Quiroga
Diario de la guerra del cerdo Adolfo Bioy Casares
Bomarzo Manucho Mujica Lainez
Sobre héroes y tumbas Ernesto Sabato
20/03/2017: Luis Panozzo
Pregunta a los que saben.
He visto dos recomendaciones al libro de Gombrowicz "Ferdydurke".
La traducción que he encontrado no es la del mismo autor sino de Virgilio Piñera pero dudo que haga al fondo de la cuestión.
Gombrowicz me ha intrigado hace unos años y estas recomendaciones me llevan a preguntarme si vale la pena leerlo.
Agradeceré comentarios de porqué lo recomendaron.
20/03/2017: Eduardo Molinero
Coincido con todos los de la lista. Y propongo agregar:
"Biografía del Caribe" de Germán Arciniegas.
"El entenado" de Juan J. Saer.
"El Secreto de los flamencos" de Federico Andahazi
20/03/2017: Eduardo Molinero
He leído los que menciona Jorge (Hofmann), sugiero también El Matadero y la Cautiva; El Ombú; Juvenilia; Antología Poética de González Tuñón; todos los de J.L. Borges (El Aleph debe ser el que más veces releí) El Entenado de Saer; casi todos los de F. Andahazi; Flores Robadas en los Jardines de Quilmes (J. Asis). "Itinerario" de E. Sábato. "La Logia de Cádiz" y "El Puñal" de Fernández Díaz...
20/03/2017: Juan Carlos Masjoan
Cuando hablamos de la novela negra estadounidense no deberíamos dejar a un lado al francés Boris Vian.
Cuando hablamos al género policial escandinavo no podemos dejar a un lado las escritoras Assa Larson y Camille Lackberg.
Si mencionamos a Conan Doyle tenemos que incluir a Agatha Christie.
Si hablamos de escritores estadounidenses (casi) contemporáneos deberíamos incluir a Truman Capote, aunque solo sea por “A sangre fría”.
Me alegré de verlo a Jorge Amado y coincido con el libro elegido para representarlo.
Me falta, o me salteé Vargas Llosa quien merecería estar al menos por “Pantaleón y las Visitadoras”, desopilante descripción indirecta del extremo de la mentalidad castrense.
Si incluimos El Señor de los Anillos deberíamos hacerlo con la serie de ciencia ficción “Dune”,y ya que estamos incluir los libros de Asimov de la saga “La Fundación”, en particular por nuestros orígenes informáticos, quien además debería ser incluido por sus libros de divulgación científica (El electrón es zurdo) y su serie histórica que empieza en el Cercano Oriente o en La tierra de Canaán y termina en un EEUU post guerra civil,
y que valen la pena, es otra mirada.
Y si hablamos de historia deberíamos incluirlo a Eric Hobsbawm, y si de divulgación científica se trata deberíamos incluir a Stephen Hawkins, y no solo por “A Brief History of Time” y a Roger Penrose.
Me cansé, no me gusta escribir, pero no puedo dejar de hablar de mi coprovinciano Aguinis: al hablar de él no podemos dejar de mencionar alguno de sus primeros libros como La conspiración de los idiotas y La gesta del marrano.
De Andahazi el último “Los amantes del bajo Danubio” además de haberme resultado muy bueno, me dejó con la duda si no hay algo de historia real en él, sospecha basada en los nombres de pila de dos personajes que coinciden con el de dos personas a quien les dedica el libro.
20/03/2017: Luis Pees Labory
de Marcos Aguinis, "Un país de novela", me parece una descripción en miniatura de lo que vivimos post-libro.
20/03/2017: Ida Bianchi
Creo que entre los autores no deben faltar los maestros de la Ciencia Ficción como Asimov, H.G.Wells, George Orwell, Julio Verne, Theodore Sturgeon, Aldous Huxley, Ray Bradbury, Arthur C.Clarke.
21/03/2017: Daniel Bronstein
Sobre héroes y tumbas.
Cuántos de amor locura y muerte
Martín Fierro
Griselda Gambaro
22/03/2017: Hernán Huergo
Jorge Luis Borges, Obras Completas (todas!)
Kazuo Ishiguro: Nunca me abandones
Ian McEwan: Expiación
Adolfo Bioy Casares: La invención de Morel
Julio Cortázar: Cuentos (muchos!)
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22/02/2017
Compartiendo imaginarios II, por Espedito Passarello
La flor no sabe de su fragancia,
es su razón de ser.
No espera que detengan sus pasos los atribulados transeuntes,
para florecer.
Así en forma natural "es",
sin especulaciones utilitarias.
Sin molestarse por seres dormidos que destruyen sus jardines.
pisoteando juveniles pétalos...
Saben de su finitud, simpleza y seducción necesarios para alimentar lo sensible, lo pasional...
de amores abandonados..
SEGUIRÁN FLORECIENDO...
En silencio, bajo claras lunas ....
a la espera de ser ofrendadas,
en tardíos y formales ritos demostrativos,
Esperan provocar aun en los últimos suspiros la resurrección de vivencias afectivas postergadas..
Sobre los últimos encuentros de presencias corporales...
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19/02/2017
¡No puede ser!, por Alfredo Ballarino
“Trágico accidente. Un avión Airbus de la más importante compañía aérea española, procedente de Buenos Aires, cayó a tierra en la mañana de hoy, poco antes de llegar a su destino que iba a ser el Aeropuerto de Barajas, Madrid. Se desconocen aún las causas del accidente. Las autoridades han confirmado que lamentablemente han fallecido todos los pasajeros. Eran 246, entre ellos Daniel Campera, el famoso basquetbolista argentino que volvía a España luego de sus vacaciones, Ramón González Gil, conocido y acaudalado empresario gastronómico español que hizo su fortuna en la Argentina, José María Canto, actor …” y seguía el listado de los muertos que tenían cierta fama.
-¡No puede ser! ¡No puede ser! – decía Gabriel casi a los gritos, mirando asombrado el televisor. Pero no era una expresión de dolor, era casi de alegría.
De golpe recordó aquél dicho que muchas veces oyó decir a su tía Aída “Muerto el perro se acabó la rabia”.
Era tan importante esa noticia para él, que en seguida trató de confirmarla por internet en los diarios en línea.
Era cierto: había muerto Don Ramón González Gil, su ex patrón y quien lo estaba acosando persistente y despiadadamente desde hacía más de un año. Pedía que le devolviera el dinero que decía le había robado.
Una sensación de alivio invadió a Gabriel. No habrá más acoso. Estaba mal tener ese sentimiento ante la muerte de alguien, pero sólo él sabía lo que había sufrido.
Quiso compartir la noticia con su mujer, Rosario, pero no la vería hasta el lunes. Se había ido a pasar el fin de semana a lo de su amiga Delia, en una playa alejada de Mar del Plata. Le mandaría un mensaje por celular, aunque ya se habría enterado por la televisión. Rosario también sabía cómo Don Ramón le estaba haciendo la vida imposible.
Se fue en un taxi a su casa, quería estar tirado en la cama, tranquilo, para repensar la novedad.
Al llegar, recogió un par de cartas del buzón. Una le llamó particularmente la atención. La letra le era muy conocida. Miró el remitente: Ramón González Gil.
-¡No puede ser! ¡No puede ser! – de nuevo los gritos de Gabriel. Ahora estaba asustado.
-¿Qué está pasando? ¿Me escribe desde el Infierno? Hasta después de muerto no deja de perseguirme.
No era un interrogante fantasioso ni irreal. Sentía un temor profundo de abrir la carta y encontrase con las peores noticias. Se recompuso lo suficiente como para romper el sobre pero con mucha ansiedad.
Adentro había varias hojas rayadas escritas con una letra inconfundible. Una letra casi infantil de quien apenas ha hecho algunos años de la primaria. La misma letra con que a diario le había dejado instrucciones cuando era su patrón.
Leyó. Primero con dificultad y luego con más fluidez, pero siempre expectante.
Decía Don Ramón:
“Gabriel
Te perdono”
Aquí Gabriel hizo un paréntesis porque se sintió desconcertado, sorprendido. Repitió la lectura tratando de confirmar lo que había entendido.
“Gabriel
Te perdono”
Siguió ahora leyendo más ansioso que nunca.
“Sé que me has robado, pero no lo quieres reconocer. Sé que todos los días te quedabas con una parte importante de los ingresos del Café La Avenida, una pequeña joya dentro de mis innumerables inversiones, a cuyo frente te puse confiando en tu capacidad y lealtad. Sé que con esos robos poco a poco fuiste arruinando ese mi negocio hasta la quiebra. Sé que con el producto de esa felonía me dejaste y montaste tu propio Café y que te va muy bien. ¡Hasta los mejores mozos me birlaste! Me defraudaste no solo económicamente, sino también la confianza que había depositado en ti. Pero, ahora, aunque no reconozcas tu falta, te perdono.
"Es que estoy pasando un momento de felicidad profunda. He conocido el amor de mi vida, que me ha cambiado la manera de ver las cosas. Ahora soy menos apasionado por el dinero y más pendiente de una caricia, de un beso. ¡Quién iba a decir que este gallego bruto se volvió sentimental! Ahora mismo me estoy yendo con mi prometida a pasar unos días como de luna de miel a Las Canarias. Luego nos casaremos en algún lugar de Europa y nos iremos a vivir solitos y lejos de Buenos Aires.
"He escrito esta carta antes de partir y he arreglado las cosas como para que te llegue cuando estemos en Madrid, esperando el avión para Canarias. En ese momento quiero que sepas toda la verdad.
"El amor de mi vida es Rosario, tu mujer. Mejor dicho tu ex mujer. Estamos aquí juntos disfrutando nuestro mejor momento. No es venganza, es amor. Ella no te quiere escribir. Tiene vergüenza. Pero está totalmente segura del paso que ha dado.
"Yo había merodeado mucho por tu casa para conseguir una respuesta de tu parte. Si no cuido yo mis negocios ¿quién me los cuida? Hasta que un día me recibió Rosario. Fue verla y sentirme fuertemente atraído. Rápidamente entramos en sintonía y hasta incluso, luego de largas y agradables charlas, llegó a admitir que tu comportamiento había sido inaceptable. No te quiero agredir contándote más detalles de cómo avanzó nuestra relación, pero avanzó y mucho. Tanto es así que decidimos vivir juntos para siempre.
Y aquí estoy pronto a volar a España con Rosario. Los vuelos siempre me produjeron pánico, pero éste va a ser el mejor de mi vida.
"La idea de escribirte era también para decirte que no nos busques. Pensamos desaparecer por un tiempo largo, yendo a vivir a algún lindo lugar de Europa.
"A vos te queda un consuelo, que seguramente será muy importante por tu manera de ser. Te he perdonado. No te voy a reclamar nunca más lo que me has robado.
(Firmado con mucho firulete) Ramón González Gil”.
-¡No puede ser! ¡No puede ser! – ahora los gritos de Gabriel parecían ser de profundo dolor.
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26/01/2017
Memorias sin pasado, por Hernán Huergo
Lo despertó la luz intermitente, le lastimaba los ojos. Tenía mucho frío. El espejo en el techo le recordó el momento que vivía: estaba tendido en la cama metálica, en medio del proceso de clonación. Él y el clon ocupaban dos salas contiguas del instituto. Sabía que el clonado físico había terminado, aparentemente muy bien.
–Copia cuerpo ser exacta, incluso verrugas –había escuchado decir con voz sorprendida a Braun cuando había entrado al cuarto un rato antes –. En seguida comenzar fase dos, copia cerebro.
Sus ojos se acostumbraron y pudo ver la imagen de su cuerpo desnudo en el espejo, repetida una y otra vez. Tenía los brazos, las piernas y el cuello sujetos a la mesa de operaciones con agarraderas metálicas y podía ver el casco lleno de cables que le llegaba a las cejas.
En la pared de la derecha leyó de reojo el mensaje en la pantalla, titilante y potente, “Fase 1 terminada- Fase 2 en curso”. La cifra de abajo, uno-ocho-cero-cinco, debía de ser la hora, dieciocho cero cinco. Aunque como estaba escrita parecía un año, mil ochocientos cinco.
El 2 de Diciembre de 1805 Napoleón derrotó a rusos y austriacos en Austerlitz. Se sorprendió de acordarse de algo de sus épocas de colegio, veinte años antes. Laura ya no estaba en el cuarto. Le hubiera pedido una frazada, temblaba por el frío.
De pronto recordó las palabras de Braun, días antes:
–Contenido cerebro señor Roberto será copiado en clon. Ser copia total. Favor pensar y después firmar.
Él había firmado la autorización sin más ni más, el dinero era importante.
Mil ochocientos cinco, el 21 de Octubre Nelson derrotó a las flotas española y francesa en Trafalgar. ¿A quién le importaba eso ahora?
Copia total. No podía sacarse de encima las dos palabras. De pronto lo entendió. Él y el clon tendrían el mismo contenido en el cerebro. Sintió un escalofrío.
Quizás él no era Roberto, ¡quizás era el clon! Sintió que el corazón se le encogía y le dolía. Miró de nuevo la pantalla, “Fase 2 en proceso”. No, él tenía que ser Roberto, el otro todavía no pensaba. Dónde estaba el alemán para preguntarle. Por qué Laura no estaba allí.
“Favor pensar”, había dicho el hombre. Lo pensaba ahora y no podía entender lo imbécil que había sido al no darse cuenta antes. Muy pronto existiría un ser igual a él, con los mismos pensamientos, recuerdos y sentimientos.
¿Cómo podría evitar esa cosa querer a Laura? La querría como la mujer propia, no como la del prójimo. ¿Cuál sería la reacción de ella ante el otro, en todo igual a él? Toda la intimidad de dos invadida por un tercero, capaz de sentir las mismas vibraciones, interpretar las miradas cómplices, conocer los códigos y las señales. Cada cosa que descubría era más espantosa que la anterior.
Un temblor lo sacudió pero no era por el frío. Pronto alguien sabría las cosas que nunca le había contado a Laura. El viejo asunto con Viviana, por ejemplo. Una aventura idiota de unas pocas semanas cuyo fantasma no moría.
Viviana, la mejor amiga de su mujer. Si Laura se enteraba sería el fin. Diez años de pasiones, desencuentros, odios y reconciliaciones quedaban a merced de una cosa que no merecía llamarse hombre. Deseó intensamente que el experimento fallara, como decían que había pasado las otras veces.
Mil ochocientos cinco empezó en martes, ¿de dónde salía esa pavada? El 2 de Abril Hans Christian Andersen nació en Dinamarca. No recordaba dónde había aprendido eso. Un fuerte dolor de cabeza lo borró todo.
Cuando despertó otra vez en la pantalla se leía “Fase 2 terminada- Proceso completo”. El dolor de cabeza se había ido y tenía una frazada sobre el cuerpo. Seguro que había sido Laura, amorosa, se moría por verla.
La cifra de la pantalla decía ahora uno-nueve-cuatro-cinco, las diecinueve cuarenta y cinco. Mil novecientos cuarenta y cinco, un año que empezó en lunes, ¿sería cierto eso? Dónde estaba Laura.
El 30 de Abril de 1945 se suicidó Hitler. Por qué no aparecía Braun. La raíz cuadrada de mil novecientos cuarenta y cinco lo distrajo por un momento, cuarenta y cuatro, coma, uno, cero, dos…
“Proceso completo”, “Proceso completo”, titilaba la pantalla, como si quisiera recordarle que la cosa de al lado ya existía, ya pensaba.
¿Sabría ya el clon que él no era Roberto? Cómo sería empezar la vida con los pensamientos de otro, sin ser el dueño de nada. La casa, el trabajo, los amigos, todo ajeno. No precisaba adivinar lo que sentiría, odio total contra Braun y contra él. No, no, nadie odia al padre, sería odio asesino contra él, único obstáculo para ser un hombre como cualquiera.
Cinco, uno, cuatro, los decimales siguientes de la raíz cuadrada aparecieron en su cabeza, inesperados y ridículos. ¿De dónde salían?
–¿Cómo sentir? –dijo una voz conocida, de acento inconfundible.
No se había dado cuenta de que el científico estaba allí parado, a la izquierda, observándolo.
–Bien, doctor, bien –dijo en forma mecánica.
El 14 de Noviembre de 1945 Gabriela Mistral ganó el Nobel. ¿De dónde salían estas memorias?, ¿qué le pasaba? Ni siquiera se acordaba de haber leído alguna vez a la chilena.
–¿Seguro sentir bien? –Braun sonaba preocupado.
–Sí, perfecto –contestó, lleno de dudas–. ¿Qué pasó con el clon?
Braun tardó segundos en contestar. Odiaba a este loco y se odiaba a sí mismo por haberse metido en lo que estaba. El dinero no valía el sufrimiento. Uno, cuatro, dos, los decimales insistían, molestos.
–Todo salir bien. Sólo problemita menor fase dos. Disculpar pregunta necesaria, señor Roberto. ¿Cómo saber usted no ser clon?
Por un momento interminable sintió algo igual al vértigo de alguien cayendo al vacío. Buscó el por qué de la certeza que había tenido de ser Roberto sin encontrar nada. El dolor de cabeza reapareció con toda la violencia. Ser el clon era perder a Laura, perderlo todo. Uno, dos, dos, malditos decimales, no terminan más.
Si no era Roberto prefería morirse. Miró a Braun sin responder, resignado.
–Disculpar, señor –dijo el científico–, usted ser Roberto, quedar tranquilo. No ser intención asustar.
Roberto sintió que el alivio le llenaba el cuerpo. Exhaló un largo suspiro. Seguía siendo el dueño de las cosas que amaba. Las amó más que nunca, eran suyas. El placer fue interrumpido por una nueva oleada de dolor de cabeza, más fuerte que nunca. Se sentía mareado. Atinó a preguntar:
–¿Problemita menor?
–Menor, sí, menor –Braun lo miraba fijo–. Suceder que copia enciclopedias salir no perfecto.
–¿No perfecto? –dijo, le costaba cada vez más hablar.
Deseaba con toda el alma que el error fuera grave, terminal. No soportaba más la idea del otro. Tres, nueve, nueve, los decimales eran martillazos que multiplicaban el dolor de cabeza.
–Clon tener copia exacta cerebro –siguió Braun–, pero copia enciclopedias que ser para cerebro clon ahora estar por error en cerebro señor Roberto.
–¿Enciclope...? –hacía esfuerzos para terminar la palabra.
–Enciclopedias de ciencia y de historia, ser eso. Ah, también ser librerías matemáticas.
Escuchaba la voz de Braun cada vez más lejana. Estaba aturdido por el dolor y sentía que la cabeza se bamboleaba por su cuenta.
Alcanzó a leer la cifra en la pantalla, uno-nueve-cuatro-nueve, las diecinueve cuarenta y nueve. Mil novecientos cuarenta y nueve, un número primo y un año que empezó en sábado, Borges escribió El Aleph y George Orwell publicó su última novela, 1984. Mil novecientos ochenta y cuatro, un año que empezó en domingo.
Nueve, cero, cero, cero, cero, cero, cero, cero.
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20/11/2016
El traficante, por Ricardo Forno
Ella estaba acechando su presa tal como una gaviota acecha un pez o un cangrejo. Para mí fue tan fácil como tomar una flor de un jardín: se veía claro que su chulo no la cuidaba; le dije que conmigo iba a estar mucho mejor; así lo entendió, y abandonó su puesto en la esquina para seguirme.
Lo primero fue darle dinero y la receta para un análisis de sangre, escrita por mí con letra de médico y sello. Yo tenía un talonario y un sello que “distraje” en el Hospital. “No quiero tener problemas con el SIDA, ¿sabes?”. El análisis completo estuvo listo en pocos días.
Menos mal que no la quería para mí; encontré en ella un clavo remachado: no sabe cocinar, ni limpiar, ni siquiera hacer la cama. Para lo único que sirve es para el sexo, y en eso tampoco se distingue. Tiene cosas raras: a veces se ve amenazada por los fantasmas de la profusión de cuerpos humanos que yacieron con ella, y no puede dormir.
Miré bien la hora y fui al supermercado. Tiene, como muchos, unos cajones para guardar cosas que uno lleva y después retira a la salida, pero éste es maravilloso: en lugar de tomar la llave del locker, uno pone una combinación de cuatro números y a la salida la repite. Por supuesto, hay que recordarla. Encontré libre la casilla que solemos usar, digité 4276, puse el análisis adentro, cerré y me fui. Si la casilla estuviera ocupada, usaríamos la siguiente. Desde un teléfono público llamé a “Jonás” y dije: “Nos vemos en la calle Segura 4276”. Cada vez cambiamos la combinación. Jamás le vi la cara a él; sólo tengo su número de celular. Intentamos evitar encontrarnos en el supermercado; por eso cuidamos mucho la hora.
Una relación de este tipo debe basarse en la confianza y en la honestidad. Sabemos que, si no cumplimos, somos boleta. Por eso estoy muy seguro de que en dos semanas recibiré mi dinero por el mismo medio. Nunca me interesó saber cómo se arregla Jonás con su parte del trabajo ni con quién tiene contacto. Sólo sé que hay otros “arriba”, y que la organización es poderosa.
“Ella” (trato de no recordar nombres, que además suelen ser truchos) estuvo trabajando por ahí como veinte días, y yo recibía la mitad. Buen trato, mejor que el de muchos en ese ramo. A cambio, tenía casa y comida. En ese lapso me enteré de que andaba reventada desde hacía años, y me aseguré de que nadie la iría a echar de menos.
Ayer a última hora de la tarde la mandé a caminar por la calle Moreno y esperar que la levantara un tipo rubio en un auto rojo; el tipo tenía que decirle una palabra clave, para que no lo confundiera con otro. Yo ya había recibido la confirmación de que, por los análisis, la aceptaban. Jonás añadió que era muy buena y difícil de encontrar; algún plus me iban a reconocer.
Debe de ser horroroso para un enfermo saber que necesita un trasplante y que no hay muertos adecuados para proporcionárselo. Por eso, me considero un benefactor de la humanidad. De esta mujer que no sirve para nada van a poder sacar corazón, pulmones, hígado, riñones, médula, y no sé cuantas cosas más, porque es AB Rh negativo y tiene otros genes bastante buenos. ¡Cuánta gente va a deberme la vida!
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09/11/2016
Así son las mujeres, por Hernán Huergo
Hace tiempo que me lo veía venir. Porque si hay una cosa que me distingue, algo que me ha llevado a ser quien soy, es el instinto. No digo que sea sólo eso, lo mío es mucho más, años de estudio y actualización tecnológica permanente. No como mi antiguo socio, Corradini, a quien le reconozco que me enseñó algunas cosas, que él a su vez aprendió de unos tíos. Así los llamaba, aunque nunca los conocí. No creo que los tíos fueran un invento, sí sospecho que eran impresentables. O, también puede ser, que estuvieran en cana con perpetua. Pobre Corradini, ahora vive en la miseria. Esta profesión no es para gente que se queda en el tiempo.
– No me gusta que sigas usando esa frase –me dijo la Luisa esta mañana.
– ¿Cuál frase?
– Vamos, Rolando Ferrauti, no te hagás el gil. Esa que decís todas las mañanas, de lunes a sábado.
“La muerte tiene una sola cosa agradable, las viudas”. Que la frase le caía para el carajo, lo supe desde la segunda vez que ella la escuchó de mi boca. Pero tardó cuatro años en escupir lo que sentía. Con todas las cosas que hemos vivido en este tiempo: el nene –hermoso, el Rolito, ya cumplió los tres–, el auto –con todos los papeles, por supuesto–, la mudanza a casa propia, el casamiento y encima la nena –la Mili, increíble de bonita, mañana cumple medio añito. Yo creía que nunca se iba a animar a decírmelo. Así son las mujeres, ingratas e imprevisibles. Guachas.
Y ahora, la puta madre, tengo que buscar otra, como si fuera tan fácil reemplazar la frase insignia. Bueno, hoy es domingo, será cuestión de consultar a la Internet. El día que le dije a Corradini que necesitábamos una compu al bestia le agarró un ataque de risa. Peor para él, porque lo mandé a la mierda ahí mismo. No me arrepiento para nada. Corradini nunca pasó de ser un idóneo, jamás le dio importancia a los estudios ni a la tecnología.
La primera de mis compus me costó cero guita. Gracias, Facundo Cardone, sea quien seas, por perder los documentos. La clave con las tarjetas de crédito es usarlas en seguida. Yo el traje azul oscuro lo tenía y con una buena lustrada de zapatos se supera al vendedor más pintado. La compu la domino de pe a pa, tengo un talento natural para eso. Pero además me rompo las pestañas estudiando, lo cual es fundamental. “Rolando Ferrauti- Profesional- Estudio, Tecnología e Instinto, unidos para el éxito”. Así dicen mis tarjetas.
- Qué profesional ni profesional, si todo el mundo sabe lo que sos –dice la Luisa cada tanto, otra vez esta mañana–. Todavía no entiendo cómo me enganché con vos.
Es injusta mi mujer, injusta e ingrata. Y, sobre todo, equivocada. Porque lo mío no sólo es profesional. Es un arte. Si hubiera Oscar para lo que yo hago, estaría entre los nominados, no tengo dudas.
Me levanto bien temprano, siete de la mañana. Leo el diario por la Internet, voy directo a los avisos fúnebres. Elijo sólo varones. Excluyo a los bisabuelos, porque sé que no dejan un mango, ya fueron esquilmados por los hijos y los nietos. También excluyo, si hay oferta suficiente, a los abuelos. En la planilla de cálculo del día apunto, de los que quedan, a los que tienen muchos avisos, buena señal. Anoto, para cada uno, todos los parientes y amigos que aparecen en los avisos. Luego sigo con la investigación a fondo. Si el occiso tiene página Facebook resulta fácil y rápido encontrar lo que necesito: las fotos y datos especiales de algunos de los parientes y amigos anotados –no más de seis, eso evita errores–; dónde pasó las últimas vacaciones; el nombre de la mascota; etc. Todo queda registrado en la planilla del día. Completo datos para máximo tres candidatos a visitar y les asigno montos estimados, que me sirven para establecer el orden de las visitas.
Llego al primero de los velorios a las diez y media de la mañana. Me olvidé de decirlo, sólo trabajo con velorios matutinos. Tengo ahora una especie de socio, Lucenti, que trabaja el mismo sistema mío por las tardes. Llegamos a un acuerdo y él me paga un fijo por mes para que yo no me cruce en su camino. Si alguna vez nos encontramos, es él el que debe retirarse. Si no cumple le corto la franquicia, así de fácil.
Una vez en el velorio, al cual concurro con la Luisa –ella llega quince minutos antes–, empiezo por abrazarla a ella, en escena larga y llorosa que llama la atención de todos. Lo mejor de la Luisa, bueno, una de las tantas cosas, es la capacidad que tiene de unir las caras de las fotos que le mostré a la hora del desayuno con las caras reales que están en el velorio, además de la memoria infalible para cada nombre y los datos especiales anotados. Durante la escena larga y llorosa ella me pasa el mapa de los parientes y amigos. Son frases cortas, codificadas, como: “Francisco, dos coma cinco metros a las menos cuarto, trae camisa azul, amigo de Villa Gesell”, “Elena, tres metros a las y cinco, aros turquesa, hermana menor”. Una vez que memorizo el mapa, me dirijo a ellos uno a uno, los abrazo con emoción y, en tono entrecortado y confidente, digo cosas que rompen cualquier resistencia. Aquí juega mi instinto, una de mis armas fuertes, como ya dije. Y también mi arte, por qué no decirlo. Hasta yo mismo me sorprendo con las cosas geniales que me salen. Cuando llego a la viuda, ella ya me junó por un buen rato y se muere por saber quién soy. La abrazo, lloro con lágrimas –curso de tres semanas, gracias, Norman–, y balbuceo cosas incomprensibles. Cuando me calmo, saco un pañuelo para secarme los ojos, aflora en mi boca una sonrisa entregada, la miro como si descubriera a mi hada madrina y la frase insignia me sale natural, suave y sentida:
– La muerte tiene una sola cosa agradable, las viudas.
Lo que sigue depende de la reacción de la viuda. Si veo que hay pileta –por ejemplo, que ella hace una sonrisa amistosa, o que discretamente busca un espejo en la cartera para arreglarse el rímel–, me largo con lo de la deuda que tenía el marido conmigo. Que no importa, que jamás se me hubiera ocurrido pedirle un papel, que amigos son los amigos, que la desgracia de perder un ser querido y extraordinario es mucho más importante que unos pesos. No uso expresiones vulgares, casi todas mis frases han salido de autores famosos. La frase insignia la encontré en la Internet y es de Enrique Jardiel Poncela. Genial, ¿no? Sí que es genial haberla encontrado.
La escena con la viuda no tiene que durar más de tres minutos, salvo que haya pique de primera, lo cual se produce en el 32% de los casos. Si en tres minutos no pasa nada, o sea que la viuda no hace gesto alguno para honrar la deuda del difunto, la dejo y me pongo a mirar el muerto, por no más de otros tres minutos. Es el momento de mayor placer, descargar mi alma con el llanto –gracias de nuevo, Norman. En el 18% de los casos en que no hay pique de primera, la viuda se acerca y me hace la pregunta, “¿Cuánto le debía mi marido?”. Y acá otra vez interviene el estudio, la tecnología y, por supuesto, el instinto. El monto estimado que había volcado en la planilla del día lo ajusto con mi ojo experto según lo que encuentro en el velorio. La ropa de la viuda, las joyas que lleva, la marca de la cartera y, fundamental, el tipo de ataúd en el que está el cuerpo. Cuando al entrar al velorio veo que el cajón es berreta, casi siempre aborto la misión y pasamos al siguiente velorio de la lista, salvo, por ejemplo, que la cartera de la viuda sea una Luis Vitón auténtica.
“Bueno, qué importa eso ahora, eran mil doscientos”, puedo contestar a la viuda, o el monto que sea. El tope de los montos estimados es dos mil, pero he llegado a obtener el doble de eso –mi día de gloria, el de la viuda que estrenaba visón blanco. Jamás menos de quinientos, uno es profesional. Si hubo pique mi ratio de eficiencia es excelente, 72%. Todos estos porcentajes –ahora los calcula la Luisa, que es una luz en Matemáticas– corresponden al último año, y no han parado de crecer desde que comencé con mi sistema, hace cinco años. Este año ya crucé la barrera de los quince mil pesos mensuales y con la franquicia supero los dieciocho mil.
Pero ahora la ingrata me dice que la frase insignia de mi sistema no va más. Es inútil que le diga que la conocí gracias a esa frase. Facebook no existía entonces y ese error cambiaría mi vida. Cuando le dije en el velorio, sin esfuerzo alguno, “La muerte tiene una cosa agradable, las viudas”, ella contestó, mientras la risa luchaba por salírsele por las comisuras, “Bueno, me faltan algunas cosas antes para ser viuda, pero gracias. Supongo que usted quiere hablar con aquella señora”. Yo entonces no pude reprimir la risa propia y, olvidado de mis obligaciones laborales, la invité a salir. “No sé si le conviene, señor, si para serle agradable debo convertirme en viuda”.
–Si le volvés a decir la frase a otra, te mato –dice ahora.
Así son las mujeres. Injustas e ingratas. Guachas.
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30/09/2016
Cuatro Poemas, por Ricardo Forno
Es posible que algunos de los Dinos recuerden mi mención de unos poemas que escribí para un concurso. Lo cierto es que mis "poemas", formados por frases enigmáticas y sin rima alguna, no obtuvieron premio en tal concurso. Así que decidí enviarlos para hacerlos públicos en el Blog. Acá van:
PREMONICIÓN
Lento… muy lento… lentamente…
adobas ese retazo de piel chamuscada
que hará las delicias
de indeseados comensales.
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LOS ENMASCARADOS NEGROS
El flujo incesante de máscaras negras
atosiga tus entrañas.
Impulsos y actos futuros
ya no dependerán de ti.
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ESPECTROS
Alas susurrantes, vengativas
se precipitan sobre tu cráneo indefenso.
Por siempre llorarás las infamias
cometidas en pos del bien.
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EL MANDARÍN
El reflejo de la luna en el estanque
desvaría y se agita con el viento tenue.
Miras y te preguntas
dónde estás, quién eres.
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27/09/2016
Memorias imaginarias de Salvador Dalí: Mis desencuentros con Sigmund Freud. Por Hernán Huergo
Desde muy joven tuve claro que yo era un genio. Aunque
no me imaginaba cuán lejos llegaría. Cuando yo era un joven veinteañero admiraba
como más grande a otro genio, Pablo Picasso. Un español como también yo, un
pintor como también yo, un comunista como tampoco yo.
Pero el mismo Picasso, estoy seguro, se dio cuenta al fin de sus días de que el
genio mayor era yo, Dalí. Por suerte para la pintura y para el siglo.
Cuando la gente conoció mis obras no tardaron en
llamarme genio, cosa que no me sorprendió. Eso me animó a mostrarles más y más
mi mundo interior. Los admiradores más devotos, no contentos con llamarme genio,
comenzaron a decir que yo era un loco. Sé que lo decían para halagarme. Allí
nació la duda que arrastré por años. No tenía claro si yo era un genio por ser
un loco o un loco por ser un genio. Ahora que escribo esto puedo decirlo: la
única diferencia entre un loco y yo era que yo no estaba loco, así de
sencillo. Mi fortaleza estaba en poder desatar mi talento sin los límites que
impone la cordura a los seres comunes. Tomen por ejemplo la primera de mis obras
que escandalizó al mundo, “El gran masturbador”. Veinticinco años tenía
entonces. ¿Pueden imaginar algo más loco? Los surrealistas de aquel entonces
quedaron como noqueados. No sabían si acusarme, bendecirme o desterrarme. Pero
después de que la voz superior, André Breton, optó por la bendición, pasaron
todos a ser genuflexos incondicionales. Y cuando llegó la orden contraria y me
echaron del surrealismo, todos clamaron en contra del hereje. Pero sabían que
era inútil. Cuando perpetraron el desatino, ellos y el mundo sabían que el
surrealismo era yo.
Fue una época de florecimiento para mí. Pintaba lo que
pasaba por mis sueños, sin tapujos. Había aparecido en mi vida Gala, Galuchka, mi Gradita, y los sueños
se multiplicaron.
Recuerdo como si fuera hoy el momento en que decidí
que debía conocer a Sigmund Freud. Tenía veintisiete años y estaba pintando los
relojes blandos con los que había soñado
la noche anterior. Podía volcar con precisión cada detalle de mi sueño. Recordé
entonces que el gran vienés también había encontrado en los sueños las facetas
más extraordinarias de su genio y sentí una urgencia extrema por verlo, sin
saber del todo para qué.
He divagado muchas veces sobre estas ansias de visitar
a Freud, y creo que he cambiado el argumento con el tiempo. En un principio me
tentaba la sola idea de que nos juntáramos los dos máximos genios del momento.
Más tarde pensé que quería verlo porque tenía miedo de volverme cuerdo y perder
mi talento. Quién mejor que Freud para devolverme la locura. Me consolaba
pensar que Diego Velásquez había sido el genio más grande de la pintura sin
necesidad de ser tan loco. ¿O sí lo había sido?
Fui tres veces
a Viena, cada visita era un calco de la otra. Por la mañana pasaba dos
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Alegoría de la memoria- Jan Vermeer 1662-1665 |
horas en
la Colección Czernin mirando a Vermeer. No cualquier pintura sino una, la
Alegoría de la Pintura.
He adorado esa pintura casi tanto como a Las tres meninas. Por la tarde iba a
buscarlo a Freud a su casa para encontrar siempre la misma respuesta. Estaba
fuera de la ciudad por razones de salud.
El encuentro tan deseado tardó unos cuantos años en
llegar. Estaba escrito que no iba a ser en Viena. Era 1938, y el agobio de
Hitler ya se cernía con fuerza sobre Austria y cada judío, sin medición de
talentos ni de noblezas. El hombre había aceptado la necesidad de mudarse a
otro lado y había elegido Londres. Teníamos un amigo en común, Stefan Zweig, el
gran escritor austriaco al que admiraré siempre. Él logró que se produjera el
encuentro tan deseado.
Era un día de julio con un sol agradable cuando
llegamos con Zweig a la casa de
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Metamorfosis de Narciso- Salvador Dalí 1937 |
Freud. Me había preparado para la visita.
Llevaba para mostrarle uno de mis cuadros más recientes, La Metamorfosis de
Narciso. También
llevaba conmigo una revista con un artículo mío sobre la paranoia. Debo decir
aquí que creo
que soy mejor escritor que pintor. Lo importante de mi escritura no es el
estilo, ni la sintaxis, ni los recursos discursivos. Lo importante de mi
escritura es sencillamente lo que digo, y eso llegará el día en que será
aceptado.
Entramos a la casa y nos acomodamos frente a él, que
estaba sentado en un sillón importante. No esperaba la imagen de un hombre tan
viejo. Los ochenta y dos años parecían en él demasiados. Sabía de su
enfermedad, de la que se hablaba poco, pero no conocía que fuera grave. Stefan
Zweig debió haberme advertido sobre el cáncer del paladar. Freud se mantuvo
todo el tiempo mudo. No miró en absoluto el artículo que yo había llevado. Ni
dedicó más que unos segundos al cuadro de Narciso que desplegué ante él. Hice
lo que hago a veces cuando no sé qué otra cosa hacer. Comencé a realizar un
retrato de él, al carbón. Cuando la inútil entrevista terminó lo saludé, él me
dijo palabras que no entendí y salimos.
–
¿Qué dijo? –le pregunté con gran curiosidad al
escritor.
–
Dijo que nunca vio ejemplo más completo de español.
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Freud, retrato al carbón Salvador Dalí, 1938 |
Con el tiempo, y por el mismo Zweig, supe la última
parte de lo que había dicho Freud. Las palabras que omitió el escritor fueron
¡Qué fanático! No condeno a Zweig por esta deslealtad con la verdad. Sí me
molestó un poco más que me mintiera sobre el retrato al carbón que le había
pedido que le entregara a Freud. No había logrado ningún resultado de la
entrevista con él excepto eso, un cuadro que a mí me parecía que lo reflejaba
hasta sus entrañas. La siguiente vez que vi al escritor le pregunté qué había
opinado Freud de mi obra. “Le gustó mucho”, fue la contestación seca y pobre a
mi pregunta llena de ilusión. Estaba claro que era inútil insistir, no me iba a
decir nada más. La verdad la leí después, escrita por el mismo Zweig. El
retrato que yo había hecho nunca llegó a destino. Cómo iba a mostrar a Freud
algo que “presagiaba de manera clara la inminente muerte” que tendría en menos
de un año.
Freud se fue del mundo y siento que nunca pudimos
encontrarnos de verdad. Una pena. Quedé solo.
05/09/2016
En la lucha, por Ricardo Forno
Ahí está, tras la vidriera, la muñeca inflable de mis sueños: morocha, de cabello largo y lacio, curvas suaves y caderas amplias. Lo que me detiene es el precio: casi un sueldo completo; pero hoy es día de cobro. Pienso también cómo ocultársela a mi mujer. Me dirijo al trabajo, decidido.
—¿Cómo? ¿Esta vez no hay cheques? —le pregunto al Subcontador.
—Falta una firma. Pero no te preocupes; tengo efectivo. Un garabato aquí, por favor.
Guardo los billetes en el bolsillo y voy a lavarme las manos.
Al entrar en el baño de la empresa, me asalta una gallina armada con un revólver. Ustedes creerán que estoy loco, pero no. Un ingenioso mecanismo permite que con un movimiento del ala levante el arma para apuntarme, y no me tranquiliza nada comprobar que de un picotazo puede apretar el gatillo.
Una inclinación del pescuezo y un cloqueo son inequívocos: me ordena dejar el dinero en el piso. No tengo más alternativa que obedecer. Adiós muñeca.
Salgo del baño. Soy quintacolumnista dentro de la empresa, y no puedo arriesgarme a que otros compañeros que también trabajan en la clandestinidad se enteren de cómo me han madrugado. Es claro también que la Contaduría está en connivencia con la gallinácea.
Esto no quedará así. En poco tiempo obtengo informes sobre cómo el ave ha logrado trepar en el escalafón. Como lo sospechaba, la fabricación de rascadores de espalda es sólo una pantalla para encubrir los negocios ilícitos de la empresa, una poderosa, inmensa y nefasta organización delictiva.
Todos hacen como si no lo vieran, pero la gallina otorga sus favores al Gran Jefe. El Capo agasaja al ave. El Cabecilla y la gallinácea retozan. El Mandamás pretende a la plumífera. La volátil se arregla con el Supremo. Ambos consienten. ¿Se entiende?
De modo que bastaría un tiro por elevación para lograr que el pájaro fuese defenestrado. Sin embargo, nadie sabe cómo hacerlo. Al fin, yo no me animo, pero uno de mis camaradas se ofrece.
La gallina no ha salido todavía del baño. Alguno entra y ve que se ha dormido sobre una de las mamparas, con la cabeza bajo el ala. Nuestras huestes se parten en dos. Pronto anochecerá. Yo vigilo al Prócer. Cuando empieza a guardar sus cosas en el cajón del escritorio, sin mirar a nadie emito las señales convenidas. El Delegado comienza entonces una fina tarea de seducción. Es la hora culminante. Como de costumbre, tras preparar su retiro, el Máximo se dirige al baño. Ustedes imaginarán el bochornoso espectáculo que le aguarda.
En menos que canta un gallo, la gallina es evacuada de la oficina. Uno de nosotros se encarga de ella.
Por supuesto, recupero el dinero; voy al sex-shop para concretar la compra, y con ella mi sueño.
Está sabroso el puchero de gallina. ¡Tantas dudas que tuve, y mi mujer acepta un trío con la muñeca inflable! Una lástima, la gallina: podría haber sido un cuarteto.
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03/08/2016
Informe preliminar, por Hernán Huergo
En primer lugar, su Eminencia, debo pedir disculpas por el tiempo que me ha llevado realizar este informe, 90 rotaciones, muy superior al programado, de 30 rotaciones, pero espero que Usted sepa comprender las razones luego de leer el presente, al que califico como un Informe Preliminar. Aprovecho para decirle que en planeta Tierra denominan días a lo que nosotros denominamos rotaciones –los días tienen una duración que duplica la de nuestras rotaciones-, así como denominan años lo que en Marte denominamos órbitas.
El informe hubiera sido rápido y breve si el objeto de estudio hubiera sido cualquiera de los animales que no ríen, que en general muestran comportamientos sexuales extremadamente simples y predecibles. El el caso de los terráqueos no humanos el proceso de acercamiento -que en planeta Tierra suelen llamar "seducción"- es tan simple como que el macho es quien se engalana, emite sonidos que llegan a los oídos de las hembras, baila y se contonea ante la primera que aparece, la hembra lo piensa mientras observa, usualmente se deja convencer y entonces se forma la pareja.
Pero yendo al objeto del presente estudio, los animales terráqueos que ríen, o sea los llamados humanos, en planeta Tierra se llaman hombre -el macho- y mujer -la hembra-, y exhiben un comportamiento bien diferente, extraordinariamente complejo y desconcertante. Lo usual es que sea la hembra la que se engalane. Esto puede incluir pintarse partes del cuerpo, como ser la cara, en particular los labios y los ojos, o también las uñas de todas sus extremidades. Otra parte importante de este engalanamiento suele ser el peinado y cubrirse el cuerpo con esencias.
Al revés de lo que podría pensarse, la hembra no suele usar vestidos abundantes ni adornos llamativos para realizar la “seducción”, sino más bien lo contrario, prefieren utilizar ropajes mínimos e incluso ausentes para producir un efecto más acelerado en los machos. Quiero aclararle a su Eminencia que estas reglas de comportamiento no son estrictas, ya que hay hembras que prefieren no llamar la atención, así como hay machos que suelen pintarse en forma hasta más llamativa que las hembras, pero estos casos son minoría, y daría para todo un nuevo informe tratarlos en mayor profundidad.
Volviendo al comportamiento más típico de los humanos, lo notable es que las técnicas de las hembras suelen producir resultados inmediatos en los machos, que son atraídos por ellas y se acercan. Entonces comienza la etapa del diálogo macho-hembra, proceso de lo más curioso. Es el macho el que suele comenzar el diálogo, diciendo alguna cosa trivial. Una frase usual puede ser “¿No nos conocemos de algún lado?”, pero hay muchas otras, en general carentes de significado real, y que son utilizadas en lugar de una frase más simple y directa, que no sería propia de los humanos, como decir, “Me gustas como hembra, ¿te gustaría ser mi pareja?”.
Aquí nos encontramos con la sorpresa de que la hembra suele responder al diálogo inicial del macho con una absurda indiferencia, aparentemente incompatible con todo el tiempo utilizado para sumar atractivos a su aspecto. Sin embargo, la respuesta indiferente e incluso el silencio total no son indicativos de nada. Y, quizás lo más desconcertante y difícil de entender es que incluso las respuestas negativas, aún las más tajantes, no significan en absoluto falta de interés de la hembra en el macho que inició el diálogo.
También es de hacer notar que existen machos que no se atreven a iniciar el diálogo, lo cual es un escollo adicional en el proceso de seducción. Sin embargo, según se ha podido comprobar en la investigación realizada, las frases de los machos, sean las triviales y vacías en el caso de los ejemplares más osados, o las ausentes en el caso de los más tímidos, no tienen mayor importancia en el proceso, porque las frases decisivas que conducen a la concreción exitosa de la seducción suelen provenir de las hembras, quienes se esmeran en aparentar que son los machos quienes han tenido el rol dominante en el proceso.
Entre los humanos hay distintos tipos de parejas. Este estudio se centra en la pareja de novios. Se denominan novios, o sea novio y novia, a una pareja formada con la intención de mantener una relación exclusiva y duradera macho- hembra, que puede conducir a la reproducción en el futuro. Durante el período de noviazgo es habitual que los actos sexuales se realicen con el objeto de lograr placer, evitando la reproducción, que es propia de un estado superior de la pareja, cuando el casamiento los convierte en esposos. De nuevo, su Eminencia, debo advertirle que no existen reglas estrictas, los novios pueden a veces procrear sin ser esposos, y los esposos pueden serlo sin procrear.
No trata este estudio de otras parejas usuales en planeta Tierra, pero que carecen del atributo declarado de relación exclusiva y duradera, como ser la pareja fugaz de las hembras que ejercen como prostitutas –algo desterrado de Marte hace muchas órbitas, aunque los miembros del partido Verde sostienen que todavía existe, opinión poco atendible sabiendo de quien proviene. En este caso, entre los terráqueos, el diálogo macho-hembra antes mencionado suele reducirse a pocas palabras y preguntas, como ser, “¿Cuánto?”.
También existe, entre los animales terráqueos que ríen, la pareja en la cual uno o ambos miembros forman parte de una pareja estable, sea como novio o como esposo, pero deciden olvidar la condición comprometida de relación exclusiva y por lo tanto mantienen dos o más relaciones simultáneas con individuos del otro sexo.
Es de hacer notar que la condición que distingue a los humanos, varias veces enunciada en este informe, de ser animales que ríen, está demostrada en su grado más supremo en la pareja de novios, sobre todo en las etapas iniciales del noviazgo. Esta condición pura de animal que ríe está lograda al máximo en los novios primerizos, que suelen reírse de cualquier cosa. Es usual que con el paso del tiempo los novios se rían menos y menos –siempre recuerde, su Eminencia, que no existen reglas estrictas-, y que transformados en esposos, si se transforman, puedan hasta olvidarse de que son animales que ríen –los únicos en la Tierra- y se conviertan en algo que también los hace únicos en su planeta, ser animales que lloran.
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29/07/2016
Amor con amor se paga, por Ricardo Forno
A su cuñado le habían dicho que la hermana andaba con todos, pero sucedía que la hermana del cuñado era justamente la esposa de Carlos, y él presumía en qué estaba metida desde hacía tiempo. Que ya fuera vox populi implicaba un golpe más.
La cuestión había surgido poco después de su casamiento con Anahí. Ella comenzó a salir por las tardes sin propósitos claros; retornaba casi de noche con aire ausente. Luego las salidas se hicieron más frecuentes y prolongadas. Comenzó a llegar a horas avanzadas de la noche, y después en la madrugada. En los últimos tiempos desaparecía días enteros. Era claro que mantenía relaciones con otro hombre, o tal vez con varios. Respondía con inverosímiles excusas a todas las inquisiciones del marido. Los celos se instalaron en la mente de Carlos, atormentándolo. Pensó en hacerla seguir para documentar su infidelidad y entonces divorciarse, pero eso habría representado perderla: mucho más de lo que él se sentía capaz de soportar.
Se negó a sí mismo el derecho de abrir la Caja de Pandora que era el corazón de Anahí, con su interior repleto de demonios. Porque ella sabía muy bien cuánto lo hacía sufrir, pero en la intimidad era la persona más seductora y apasionada.
Las cosas siguieron así durante varios meses. Antes de casarse, ella trabajaba en una empresa de turismo. En la luna de miel, por supuesto, no trabajó; después retornó a la oficina, pero de a poco fue abandonando la actividad. En los últimos tiempos vivía sólo de lo que le pasaba el marido, quien no le escatimaba el dinero pese a las desdichas que Anahí le hacía sufrir.
Un día en el que ella no había dormido en la casa, Carlos no se sintió bien al despertar, y se quedó en la cama hasta el mediodía. La cabeza le dolía desde la mañana. Al ducharse le entró champú en los ojos. Con la vista nublada por eso, tropezó con una silla, de donde colgaba un pantalón de Anahí. La silla cayó y el pantalón se desparramó sobre el suelo; lo recogió, y de un bolsillo brotó un trozo de papel.
Se había jurado no revisar las cosas de ella, pero no pudo resistir y rompió la promesa. Una mueca de agonía transfiguró su rostro. El papel había sido recortado de un texto impreso más extenso. Recuadrado con lápiz, lo inmundo estaba ahí, en un aviso del diario: “Gatita fogosa hace realidad tus fantasías”, y el número del celular de ella.
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23/07/2016