Puedo casi asegurarles que no lo
soñé. Estoy noventa y cinco por ciento seguro que lo de anoche fue cierto.
Tengo unos cuantos testigos para llamar y verificarlo. El hombre con quien me
encontré ayer después de tantos años en la cena de SADIO en el Centro Argentino
de Ingenieros era Rodolfo Naveiro, nomás. Es cierto que se parece muy poco al
Naveiro aquél, al que conocí en Alpargatas, normalmente tan hermético e
indescifrable como un logaritmo. Aunque la manera de hablar sigue siendo la
misma. Cada frase parece correr en forma desesperada buscando la siguiente, a
velocidades difíciles de seguir para los seres comunes. El tono es siempre en
la misma nota, las comas y los puntos deben adivinarse. Las oraciones están
plagadas de enigmas. El oyente hace los esfuerzos para superar tamaños desafíos
mientras Naveiro le dispensa una sonrisa compasiva y una mirada mansa.
Recuerdo
aquellos tiempos, yo trabajaba entonces en IBM, en que el jefe de él en
Alpargatas era Dasso, uno de esos mortales de aspecto acomodado e inteligencia
más bien mediana. Recibía las andanadas de nuestro amigo con cara de
entenderlas. Naveiro descubrió bien temprano que el secreto para tratar a tal
jefe era aumentar todavía un poco más la velocidad de la dicción y la oscuridad
de los enigmas. La rendición del hombre a tales artes era total e
incondicional. Dasso se convenció muy pronto de dos verdades. La primera era
que la informática era una ciencia más allá de su alcance. La segunda era un
alivio: por suerte tenía al genio para darle todas las respuestas, sin
importarle demasiado que él no las entendiera. También recuerdo de aquella
época los años en que volvió loco a Hugo Castro, un colega mío de la Big Blue.
El pobre Hugo caminaba paredes y techos y sufría todo tipo de insomnios
tratando de resolver el tema: la simulación de los telares de la textil. Fueron
años y años. “El tema no tenía solución”, me confidenció Rodolfo, muy suelto de
cuerpo, “pero a mí Oxenford me aguantaba todo, era el niño mimado”. Miré la
copa de vino de Rodolfo, me pareció bastante llena.
En la
mesa quedé sentado con Ana Pollitzer a mi derecha, debe ser quizás por eso que
se me ocurrió por un momento que lo de anoche fue sueño. Tito Suter estaba a mi
izquierda, después los Oliveros, luego seguían Pilar y Juan Carlos Fränkel. Del
otro lado de Ana, el protagonista de esta crónica, Don Rodolfo Naveiro. Soy
consciente del poco tacto de llamar protagonista a uno solo de una mesa tan
célebremente poblada pero les aseguro que soy justo. Estuve discutiendo un rato
conmigo mismo si alcanzaba para considerar a Ana como coprotagonista pero no,
no alcanza. Quizás si hubiera tenido mayor oportunidad de decir todo lo que
pasaba por su mente lo hubiera logrado, pero apenas pudo pronunciar algunas
palabras que intercalaba aquí y allá, cuando Naveiro paraba unos instantes para
respirar. Es posible que pueda merecer algún premio como actriz de reparto,
hasta allí sí. Los demás fuimos apenas actores secundarios. A fuerza de
insistir con la justicia y el poco tacto el otro que habló bastante fui yo,
pero en función de mi nueva profesión, la de cronista. Así que no cuenta.
El
Naveiro de anoche me sorprendió hablando de unos italianos cuyo apellido me
cuesta recordar, pero que empieza con G. A veces hablaba con devoción de uno, un
tal Juan, otras veces hablaba pestes de otros, unos ladrones y haches de pe.
“Hicieron desaparecer al alemán para robarse la parte”, dijo. “Le devolvieron
al hijo lo que le habían robado al padre para calmarlo”, añadió.
“Somos
almas gemelas”, lo escuché en un momento decir, hablando de un colega de
Alpargatas, “es un genio”. Como buen cronista no lo dejé pasar y le pregunté si
eso significaba que él también era un genio. “¡No, yo soy modesto!”, exclamó,
levantando apenas el tono de voz y sin convencer a nadie.
“Yo era
creyente hasta que me convertí en agnóstico, y fui agnóstico hasta que me
convertí en creyente”, afirmó Rodolfo, en uno de los pasajes logrados de la
noche. “Lo último me ocurrió a los 65. Lo bueno que habrá sido el cura que
logró convencerme”.
En el
Nacional Buenos Aires alguien le dijo que para ser el mejor le faltaba ser de
la Acción Católica. Lo mandó a la pe que lo pe y fue primero de todas maneras.
“Yo hice amigos dentro de la Asociación Cristiana de Jóvenes, que lo que más tiene
son judíos. Allí conocí a mi mejor amigo y a quien más respeto”.
Otro
pasaje notable de su monólogo, que haría palidecer al mismo Tato Bores, fue
cuando nos comentó que en su vida había sido abrigado por tres úteros. “El de
mi madre, el de la biblioteca de mi padre y el palco del Colón que era de una
amiga de mi abuela”. A los doce años leyó las Obras Completas de Freud, allá
por 1942. En el 48 la vio a la Callas cantando Norma en el Colón.
Para mí
la memoria es una cosa inesperada, fuera de mi control. Pero por alguna razón
las imágenes de las chicas de Alpargatas vinieron de golpe a mi cabeza. Las
telas de las chicas eran tan mínimas que no alcanzaban a cubrir demasiado. Cada
una usaba no menos de un par de medidas abajo de lo necesario. Yo era gerente
entonces y los ingenieros de sistemas que yo mandaba quedaban trastornados. Las
niñas ofrecían espectáculos que en la época sólo era posible encontrar en el
Maipo o en el Nacional, y eso hablando de las modositas. Lo que mostraban las
más osadas competía con lo que sólo algunos podían ver en vestuarios y
camarines.
Acá
Oliveros nos sorprendió a todos. “Yo diseñé los uniformes de las chicas,
resultó un ahorro colosal para Alpargatas. La ropa interior también fue
suprimida como parte del ahorro”. Esta vez miré mi propia copa. Seguro que yo
también debía haber tomado mucho. No me imagino que el conspicuo ex presidente
de SADIO pueda haber dicho eso. Pero Naveiro no estaba dispuesto a perder
protagonismo. Retomó el control y el asombro de la mesa con una frase que
recrudece mi sospecha de haberlo soñado todo. “Había dos de estas grabo
verificadoras poco vestidas que no se iban nunca”, dijo el protagonista. “Un
día les pregunté porqué se quedaban. Trabajamos de putas, me dijeron, ¿no
quiere que lo llevemos a alguna parte?”. Dejo sentado que a veces estas ráfagas
de palabras veloces, sin puntos ni comas, pronunciadas en nota igual, pueden
producir distorsiones al ser escuchadas por los seres más comunes. Puede que
nuestro hombre haya dicho cualquier otra cosa.
Rodolfo
es casado. Le pregunté por sus hijos y nietos. “No tengo descendencia”, me
dijo, “aunque cada vez que trato de dibujar el árbol genealógico de mi familia
me pierdo”. Supongo que se refiere a la parte de arriba y de los costados del
árbol. “Tengo parientes que tienen mujeres, descendientes y esas cosas”, dijo
allí. Parece que “esas cosas” son personas del mismo apellido de los padres
“xy” pero más difíciles de dibujar en los genealógicos.
Ana es
hoy docente de materias de Sistemas en la Kennedy, donde Naveiro es Decano.
¿Una relación Jefe- Subordinado?, pregunté, inquisitivo. No recuerdo lo que me
contestaron. Pero fui aprendiendo la respuesta a lo largo de la noche. La
relación es Jefe-Subordinado, pero se alternan la posición de subordinado. Cuando
Naveiro habla con Ana Pollitzer lo hace con ritmo humano, pausas y comas, con
alguna variedad inusual en él en los tonos y notas utilizadas. Señal clara que
la considera una mente despierta, a un nivel que vale la pena. De vez en cuando
el Jefe-hombre manda escritos geniales a la Subordinada-mujer. Los escritos son
contestados y corregidos magistralmente por la Jefa-mujer y apreciados con
humildad por el Subordinado-hombre.
Un tema
preferido entre ellos son los griegos. Les gusta recordar las aventuras de
Odiseo. Naveiro relató las escenas triple equis del encuentro entre Odiseo y
Nausica como si me las estuviera contando el mismo Homero. Después me dijo, con
sonrisa especial, cuál era su Venus preferida, con el sátiro actuando por
detrás y ella amenazándolo con la sandalia en la mano. “¿La Venus de la
Chancleta?”, preguntó Ana. “La de la Sandalia, la que está en Delfos”, contestó
él. “Sí, esa”, dijo ella, como si hubiera estado en Delfos el día
anterior.
Traté de
disimular sin lograrlo mi ignorancia y chatura vernácula. Cuando Naveiro empezó
a hablar de Tahití y la Polinesia francesa como el paraíso en la tierra me
sentí reconfortado. Allí estuve una vez hace unos años, como doce días. Era un
lugar en que la Subordinada-mujer no había estado nunca. El Jefe-hombre
aprovechó la superioridad del momento para explayarse. Para sorpresa de Ana y
mía describió las costumbres “top_less_in_the_water” de las nativas versus el
estilo “top_less_on_the_beach” de las occidentales. Parecía conocer en detalle
este tema.
Pude
observar que Rodolfo Naveiro comió todos los platos, el crepe, el pollo, el
postre helado. Debo admitir que no me di cuenta en qué momento lo hizo porque
me pareció que hablaba todo el tiempo. Pero no, corrijo. Ahora me acuerdo que
Ana nos contó con cierta municiosidad sus proezas con el scanner especial. Es
capaz de devorar todo, incluyendo diapositivas y negativos. Ella pasa muchas
horas alimentando al bicho. Es casi mejor que hacer zapping.
La
explicación de Ana creo que coincidió con el momento en que Naveiro comía el
crepe. ¡Ah!, ahora que me acuerdo Alejandro pudo hablar casi dos minutos de su
afición a las cámaras analógicas, a las fotos tomadas con mucho esmero y
ninguna gente. Debe haber sido en el tiempo en que Rodolfo daba cuenta del
pollo.
A la hora
de los discursos, Gabriel Baum comentó los éxitos de los últimos años,
matizados con algunas frases modestas que aumentaron el brillo de los logros.
Naveiro, fiel a su costumbre de la noche, siguió hablando, como si fuera un
traductor simultáneo, español a español. “SADIO es la institución decana de la
Argentina”, decía Gabriel. “Más de 45 años”, traducía Rodolfo. “Lo que sí
estamos recuperando son las JAIIO”, otra vez Baum. “Eso es lo único que
importa”, acotaba nuestro amigo. Cada frase recibía su traducción,
interpretación o nota al pie.
“Quedó
demostrado que puede haber vida después de Pilar Suter”, siguió Baum,
arrancando sonrisas de Pilar y de Alejandra, y aplausos de la audiencia.
Alejandro pidió un reconocimiento para Gabriel, ganador del Sadosky de Oro del
año.
Un saludo
a todos, y un agradecimiento para SADIO y todos los responsables de que haya
pasado un rato tan agradable.
¡¡Feliz
Navidad y Feliz 2006!!
Hernán
Huergo
14/12/2005
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