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2005.12.14: Hernán Huergo: ¿Habrá sido un sueño? - Conociendo a Rodolfo Naveiro.

¿Habrá sido un sueño? (Cena de SADIO en el Centro Argentino de Ingenieros, crónica del 14/12/2005).

Puedo casi asegurarles que no lo soñé. Estoy noventa y cinco por ciento seguro que lo de anoche fue cierto. Tengo unos cuantos testigos para llamar y verificarlo. El hombre con quien me encontré ayer después de tantos años en la cena de SADIO en el Centro Argentino de Ingenieros era Rodolfo Naveiro, nomás. Es cierto que se parece muy poco al Naveiro aquél, al que conocí en Alpargatas, normalmente tan hermético e indescifrable como un logaritmo. Aunque la manera de hablar sigue siendo la misma. Cada frase parece correr en forma desesperada buscando la siguiente, a velocidades difíciles de seguir para los seres comunes. El tono es siempre en la misma nota, las comas y los puntos deben adivinarse. Las oraciones están plagadas de enigmas. El oyente hace los esfuerzos para superar tamaños desafíos mientras Naveiro le dispensa una sonrisa compasiva y una mirada mansa.

Recuerdo aquellos tiempos, yo trabajaba entonces en IBM, en que el jefe de él en Alpargatas era Dasso, uno de esos mortales de aspecto acomodado e inteligencia más bien mediana. Recibía las andanadas de nuestro amigo con cara de entenderlas. Naveiro descubrió bien temprano que el secreto para tratar a tal jefe era aumentar todavía un poco más la velocidad de la dicción y la oscuridad de los enigmas. La rendición del hombre a tales artes era total e incondicional. Dasso se convenció muy pronto de dos verdades. La primera era que la informática era una ciencia más allá de su alcance. La segunda era un alivio: por suerte tenía al genio para darle todas las respuestas, sin importarle demasiado que él no las entendiera. También recuerdo de aquella época los años en que volvió loco a Hugo Castro, un colega mío de la Big Blue. El pobre Hugo caminaba paredes y techos y sufría todo tipo de insomnios tratando de resolver el tema: la simulación de los telares de la textil. Fueron años y años. “El tema no tenía solución”, me confidenció Rodolfo, muy suelto de cuerpo, “pero a mí Oxenford me aguantaba todo, era el niño mimado”. Miré la copa de vino de Rodolfo, me pareció bastante llena.

En la mesa quedé sentado con Ana Pollitzer a mi derecha, debe ser quizás por eso que se me ocurrió por un momento que lo de anoche fue sueño. Tito Suter estaba a mi izquierda, después los Oliveros, luego seguían Pilar y Juan Carlos Fränkel. Del otro lado de Ana, el protagonista de esta crónica, Don Rodolfo Naveiro. Soy consciente del poco tacto de llamar protagonista a uno solo de una mesa tan célebremente poblada pero les aseguro que soy justo. Estuve discutiendo un rato conmigo mismo si alcanzaba para considerar a Ana como coprotagonista pero no, no alcanza. Quizás si hubiera tenido mayor oportunidad de decir todo lo que pasaba por su mente lo hubiera logrado, pero apenas pudo pronunciar algunas palabras que intercalaba aquí y allá, cuando Naveiro paraba unos instantes para respirar. Es posible que pueda merecer algún premio como actriz de reparto, hasta allí sí. Los demás fuimos apenas actores secundarios. A fuerza de insistir con la justicia y el poco tacto el otro que habló bastante fui yo, pero en función de mi nueva profesión, la de cronista. Así que no cuenta.

El Naveiro de anoche me sorprendió hablando de unos italianos cuyo apellido me cuesta recordar, pero que empieza con G. A veces hablaba con devoción de uno, un tal Juan, otras veces hablaba pestes de otros, unos ladrones y haches de pe. “Hicieron desaparecer al alemán para robarse la parte”, dijo. “Le devolvieron al hijo lo que le habían robado al padre para calmarlo”, añadió.

“Somos almas gemelas”, lo escuché en un momento decir, hablando loas de un colega de Alpargatas, “es un genio”. Como buen cronista no lo dejé pasar y le pregunté si eso significaba que él también era un genio. “¡No, yo soy modesto!”, exclamó, levantando apenas el tono de voz y sin convencer a nadie.

“Yo era creyente hasta que me convertí en agnóstico, y fui agnóstico hasta que me convertí en creyente”, afirmó Rodolfo, en uno de los pasajes logrados de la noche. “Lo último me ocurrió a los 65. Lo bueno que habrá sido el cura que logró convencerme”.

En el Nacional Buenos Aires alguien le dijo que para ser el mejor le faltaba ser de la Acción Católica. Lo mandó a la pe que lo pe y fue primero de todas maneras. “Yo hice amigos dentro de la Asociación Cristiana de Jóvenes, que lo que más tiene son judíos. Allí conocí a mi mejor amigo y a quien más respeto”.

Otro pasaje notable de su monólogo, que haría palidecer al mismo Tato Bores, fue cuando nos comentó que en su vida había sido abrigado por tres úteros. “El de mi madre, el de la biblioteca de mi padre y el palco del Colón que era de una amiga de mi abuela”. A los doce años leyó las Obras Completas de Freud, allá por 1942. En el 48 la vio a la Callas cantando Norma en el Colón.

Para mí la memoria es una cosa inesperada, fuera de mi control. Pero por alguna razón las imágenes de las chicas de Alpargatas vinieron de golpe a mi cabeza. Las telas de las chicas eran tan mínimas que no alcanzaban a cubrir demasiado. Cada una usaba no menos de un par de medidas abajo de lo necesario. Yo era gerente entonces y los ingenieros de sistemas que yo mandaba quedaban trastornados. Las niñas ofrecían espectáculos que en la época sólo era posible encontrar en el Maipo o en el Nacional, y eso hablando de las modositas. Lo que mostraban las más osadas competía con lo que sólo algunos podían ver en vestuarios y camarines. 

Acá Oliveros nos sorprendió a todos. “Yo diseñé los uniformes de las chicas, resultó un ahorro colosal para Alpargatas. La ropa interior también fue suprimida como parte del ahorro”. Esta vez miré mi propia copa. Seguro que yo también debía haber tomado mucho. No me imagino que el conspicuo ex presidente de SADIO pueda haber dicho eso. Pero Naveiro no estaba dispuesto a perder protagonismo. Retomó el control y el asombro de la mesa con una frase que recrudece mi sospecha de haberlo soñado todo. “Había dos de estas grabo verificadoras poco vestidas que no se iban nunca”, dijo el protagonista. “Un día les pregunté porqué se quedaban. Trabajamos de putas, me dijeron, ¿no quiere que lo llevemos a alguna parte?”. Dejo sentado que a veces estas ráfagas de palabras veloces, sin puntos ni comas, pronunciadas en nota igual, pueden producir distorsiones al ser escuchadas por los seres más comunes. Puede que nuestro hombre haya dicho cualquier otra cosa.

Rodolfo es casado. Le pregunté por sus hijos y nietos. “No tengo descendencia”, me dijo, “aunque cada vez que trato de dibujar el árbol genealógico de mi familia me pierdo”. Supongo que se refiere a la parte de arriba y de los costados del árbol. “Tengo parientes que tienen mujeres, descendientes y esas cosas”, dijo allí. Parece que “esas cosas” son personas del mismo apellido de los padres “xy” pero más difíciles de dibujar en los genealógicos.

Ana es hoy docente de materias de Sistemas en la Kennedy, donde Naveiro es Decano. ¿Una relación Jefe- Subordinado?, pregunté, inquisitivo. No recuerdo lo que me contestaron. Pero fui aprendiendo la respuesta a lo largo de la noche. La relación es Jefe-Subordinado, pero se alternan la posición de subordinado. Cuando Naveiro habla con Pollitzer lo hace con ritmo humano, pausas y comas, con alguna variedad inusual en él en los tonos y notas utilizadas. Señal clara que la considera una mente despierta, a un nivel que vale la pena. De vez en cuando el Jefe-hombre manda escritos geniales a la Subordinada-mujer. Los escritos son contestados y corregidos magistralmente por la Jefa-mujer y apreciados con humildad por el Subordinado-hombre.

Un tema preferido entre ellos son los griegos. Les gusta recordar las aventuras de Odiseo. Naveiro relató las escenas triple equis del encuentro entre Odiseo y Nausica como si me las estuviera contando el mismo Homero. Después me dijo, con sonrisa especial, cuál era su Venus preferida, con el sátiro actuando por detrás y ella amenazándolo con la sandalia en la mano. “¿La Venus de la Chancleta?”, preguntó Ana. “La de la Sandalia, la que está en Delfos”, contestó él. “Sí, esa”, dijo ella, como si hubiera estado en Delfos el día anterior. 

Traté de disimular sin lograrlo mi ignorancia y chatura vernácula. Cuando Naveiro empezó a hablar de Tahití y la Polinesia francesa como el paraíso en la tierra me sentí reconfortado. Allí estuve una vez hace unos años, como doce días. Era un lugar en que la Subordinada-mujer no había estado nunca. El Jefe-hombre aprovechó la superioridad del momento para explayarse. Para sorpresa de Ana y mía describió las costumbres “top_less_in_the_water” de las nativas versus el estilo “top_less_on_the_beach” de las occidentales. Parecía conocer en detalle este tema.

Pude observar que Rodolfo Naveiro comió todos los platos, el crepe, el pollo, el postre helado. Debo admitir que no me di cuenta en qué momento lo hizo porque me pareció que hablaba todo el tiempo. Pero no, corrijo. Ahora me acuerdo que Ana nos contó con cierta municiosidad sus proezas con el scanner especial. Es capaz de devorar todo, incluyendo diapositivas y negativos. Ella pasa muchas horas alimentando al bicho. Es casi mejor que hacer zapping. 

La explicación de Ana creo que coincidió con el momento en que Naveiro comía el crepe. ¡Ah!, ahora que me acuerdo Alejandro pudo hablar casi dos minutos de su afición a las cámaras analógicas, a las fotos tomadas con mucho esmero y ninguna gente. Debe haber sido en el tiempo en que Rodolfo daba cuenta del pollo.

A la hora de los discursos, Gabriel Baum comentó los éxitos de los últimos años, matizados con algunas frases modestas que aumentaron el brillo de los logros. Naveiro, fiel a su costumbre de la noche, siguió hablando, como si fuera un traductor simultáneo, español a español. “SADIO es la institución decana de la Argentina”, decía Gabriel. “Más de 45 años”, traducía Rodolfo. “Lo que sí estamos recuperando son las JAIIO”, otra vez Baum. “Eso es lo único que importa”, acotaba nuestro amigo. Cada frase recibía su traducción, interpretación o nota al pie.

“Quedó demostrado que puede haber vida después de Pilar Suter”, siguió Baum, arrancando sonrisas de Pilar y de Alejandra, y aplausos de la audiencia. Alejandro pidió un reconocimiento para Gabriel, ganador del Sadosky de Oro del año.

Un saludo a todos, y un agradecimiento para SADIO y todos los responsables de que haya pasado un rato tan agradable.

¡¡Feliz Navidad y Feliz 2006!!

Hernán Huergo

14/12/2005

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