2015.09.22: Rodolfo Ratto: El que roba a un ladrón...
Fue un placer especial enterarme, después de cuarenta y cinco años, de esta historia sobre aquel programa que hice, creo que a fines de 1968.Hernán Huergo, 1971 |
Leyendo el relato me enteré de
dos cosas, que a Rodolfo le decían Ratón, y que soy acusado de ladrón. Quizás,
siguiendo con la rima, el Ratón tenga razón, pero aclaro que mi memoria insiste
en registrar otra historia.
Se me cruzó un refrán, pero más que nada por la rima, no porque nadie en IBM sintiera que le robaban conocimientos. Era una grata sensación compartir lo que aprendíamos.
El trabajo que me asignaron, una aplicación que debía programarse en el CUPED para consultas de expedientes en una mesa de entrada que utilizaba una terminal IBM 1050, para mí se trataba de la primera experiencia en Teleprocesamiento. Como tal, aunque era un graduado con honores en Assembler, no tenía la menor idea de cómo encararlo.
“Tenés que usar BTAM” me dijeron, como si esa sola frase fuera la solución. Tomé el manual de BTAM y no podía creer que tendría que descifrar ese mamotreto para saber qué tenía que hacer. Entonces, alguien se apiadó de mí: “Si querés entender algo de este tema, andá a verlo a Antonio Cavallari”. Cosa que hice, por supuesto.
Cuando entré en la oficina de Antonio, él parecía, como siempre, que no tenía nada que hacer, y si había algo que debía hacer, o ya lo tenía resuelto, o no le preocupaba en absoluto. El mundo de la computación era una cosa fácil para él. Todo laberinto tenía sus atajos y él los conocía. No existía problema que le borrara la sonrisa, ese es mi recuerdo.
Sin embargo, lo primero
que me dijo fue:
Antonio Cavallari |
Le dije que quería consultarlo por una aplicación que tenía que
hacer en BTAM, que volvería en otro momento.
–No hay problema, en
diez minutos te explico lo importante.
Y arrancó: “En
Teleprocesamiento se piensa diferente, se resuelve a partir de cada transacción, … bla… bla…
bla…, y cuando usás BTAM lo importante es, … bla… bla… bla…”.
Yo escuchaba
asombrado, mientras tomaba notas. Tenía enormes dudas de estar entendiendo lo
que me decía. Mejor dicho, entendía todo, pero no me convencía de que fuera suficiente para mi trabajo. ¿Qué diablos significaba que hubiera un manual de
BTAM que recuerdo como mamotreto si este hombre me estaba dando una especie de
receta mágica en pocos minutos?
–Disculpame, Hernán,
me tengo que ir.
Los diez minutos se
habían ido.
Repasé mis notas y
arranqué con ellas. De a poco, a partir de la explicación recibida, comencé a lidiar
con el BTAM. No me llevó demasiado tiempo llegar al momento de probar lo que
había programado. Estaba ampliamente convencido de que no me iba a funcionar y
que tendría una nueva sesión con Cavallari. Sin embargo, para mi enorme sorpresa y
emoción, anduvo prácticamente de entrada.
¡Bravo Cavallari,
querido Antonio, padrino de mis comienzos!
¡Cómo habrán sido de buenos tus
consejos que ahora me entero de que lo que programé fue usado como modelo por
generaciones siguientes de ingenieros de sistemas!
¡Que aquel programa que hice
a partir de tus “tips” pasó a formar parte de un libro oficial de IBM -que nunca vi- que se
llamaba algo así como Arquitectura del Sistema 1050!
Lástima que no hice Copyright, reclamaría hoy por los derechos de autor.
Lástima que no hice Copyright, reclamaría hoy por los derechos de autor.
Años más tarde me enteré que persona o personas desconocidas (por mí) habían intentado venderle el programa, recodificado creo que en FORTRAN, a un cliente que yo conocía pero que ahora no recuerdo, diciéndole que a mí me correspondía cierta cantidad de dinero, dinero que, por supuesto, yo nunca iba a ver. Eso ocasionó gran enojo en el jefe de equipo del cliente, a tal punto de que no quería ni que le mencionaran mi nombre, y luego de que me enteré del tema, eso me causó mayor enojo a mí. Intenté investigar quiénes eran esas personas, sin éxito.