4. Un matemático en París
Laura
Rozenberg. —Su alejamiento del PC
prácticamente coincide con una invitación a Francia para desarrollar allí
trabajos de investigación en el campo de la matemática aplicada. Usted fue el
ganador de una de las mil becas que el gobierno francés otorgó a destacados
jóvenes extranjeros ni bien terminó la guerra. Tal como me contó en otras
oportunidades, eso le permitió mantenerse con su mujer un año entero en París.
La pregunta que se impone es: ¿por qué una nación en ruinas como la Francia de
la posguerra impulsa semejante plan de apoyo que más parece pensado para
tiempos de prosperidad? ¿Qué explicación le encuentra?
Manuel
Sadosky. —Yo creo que hay que verlo de este modo: De Gaulle se
propuso
recuperar a Francia, y esto significaba lisa y llanamente recuperar cuanto
antes el liderazgo intelectual, artístico y científico. Es obvio que sabía lo
que estaba haciendo. Dio apoyo a la ciencia pero no descuidó los demás flancos:
fijese que se ocupó muy bien de que París volviera a ser el centro mundial de
la moda…
Charles de Gaulle (1890-1970) |
—Esa es una opinión muy
favorable para De Gaulle. Pero en su época fue muy cuestionado, en particular,
por los estudiantes progresistas.
—Por
supuesto, nadie niega que era un conservador y que lo respaldaban las fuerzas
de derecha. De Gaulle era un gobernador clásico. Pero un gobernante que hizo
una revolución. Incorporó a su equipo a gente como André Malraux y le dio carta
libre. Creo que un gobernante que dialoga con hombres de pensamiento merece
respeto y es muy deseable para una nación. De todos modos, las becas eran
bastante precarias y justo es reconocer que nuestros familiares nos ayudaban
enviándonos muchas cosas, incluso alimentos… Además, Corita, nuestra hija, ya
tenía seis años. El primer grado lo hizo en una escuela francesa y después
continuó en el Colegio Francés de Roma cuando pasamos a Italia.
—En su caso, la beca
representó además la posibilidad de tomarse un respiro y empezar una nueva
etapa.
—Así
es. Realmente fue una suerte. La beca nos hizo muy bien a Cora y a mí, porque
pudimos retomar las cuestiones de estudio superior y, a la vez, ampliar nuestra
cultura viviendo en un país con una tradición mucho más antigua que la nuestra.
—Al llegar a Francia,
usted había terminado su tesis de doctorado en matemática aplicada. Esta es la
línea que continuará, con Alexander Ostrowski, en el Instituto Poincaré y, más
adelante, en el Instituto de Cálculo de Roma, bajo la dirección de Mauro
Picote. ¿Podría definir brevemente el campo que abarca esta rama de la
matemática?
—¡Oh,
sí! Es simplemente el campo que se ocupa de resolver problemas numéricos a
través del cálculo. O sea que no es algo abstracto, como los teoremas.
—¿Está ligada a la vida
diaria?
—No
necesariamente. Depende cómo se la mire. Muchas teorías clásicas, que no se
utilizaban por las dificultades que presentaban sus cálculos, pudieron
actualizarse a medida que la física o la ingeniería lo demandaban. Hay que
recordar que fue una época muy fértil y que se produjeron innovaciones
decisivas en la tecnología contemporánea.
—¿Cuál fue el tema de su
tesis?
—Integración
numérica de ecuaciones diferenciales. La hice bajo la dirección de Esteban
Terradas, un colega catalán de Julio Rey Pastor que estuvo dos años en la
Argentina.
—¿Usted fue alumno de Rey
Pastor?
—Sí.
—¿Cómo lo recuerda?
—Llegó
a la Argentina en 1918, invitado por la Asociación Cultural Española, que
dirigía por aquellos tiempos el doctor Avelino Gutiérrez. Sus exposiciones
fueron muy comentadas aquí, y eso dio lugar a que le ofrecieran una cátedra en
la Facultad de Ciencias Exactas y él aceptó venir.
Esa
asociación cultural era la misma que, en su momento, trajo a figuras como
Ortega y Gasset y a Menéndez Pidal, y los resultados fueron muy positivos. De
cada encuentro surgía una posibilidad concreta para el país. Algo que ahora no
sucede tan a menudo… Lo que hizo Menéndez Pidal fue recomendar la creación de
un instituto de filología, que felizmente se fundó a instancias de Amado
Alonso, Pedro Henríquez Ureña y Ángel Rosemblat.
—¿Cómo eran las clases de
Rey Pastor?
—¡Ah!
Él era un profesor asombroso. Había estado en centros muy importantes. Después
de terminar sus estudios en España se especializó en Alemania. Era una persona
con una preparación excepcional, de gran cultura científica, conocía diversos
campos de la matemática y de la historia de la ciencia. Además, era muy amigo
de sus discípulos, a veces salíamos a conversar. Tuvo un alumno, José Babini,
que había tomado notas del curso de 1918 y con ellas se pudieron editar más
adelante textos más modernos que los tradicionales.
Me
acuerdo del día en que estalló la Guerra Civil Española: salíamos de la
facultad y oímos que los canillitas anunciaban la noticia. Él se quedó muy mal,
además, porque en España estaban sus familiares y sus amigos.
Al
terminar la guerra civil se empeñó en ayudar a los científicos, como Luis
Santaló, Enrique Corominas y Manuel Balanzat. Por otro lado, fueron arribando
otros matemáticos, como Beppo Levi, Alessandro Terracini y Aldo Mieli, que
escapaban de las leyes raciales de Italia. Todos ellos eran investigadores de
prestigio.
—¿Qué posibilidades
concretas tuvieron aquí?
Aldo Mieli (1879-1950) |
—Las
cosas estaban muy difíciles. Ellos pudieron venir gracias al esfuerzo de unas
pocas personas, como el rector Cortés Pla, de la Universidad del Litoral. Pero
a los gobernantes de turno les importaba poco su situación y la de la ciencia
en el país. Estamos hablando de personas que hubiesen podido formar escuelas
importantísimas. Aldo Mieli dejó en Buenos Aires, al morir, la mayor biblioteca
universitaria de la historia de las ciencias con que cuenta el país hoy en día.
—En estos
establecimientos, ¿tenían los matemáticos algunas posibilidades de hacer
investigación?
—Escasísimas.
No había sueldos de investigador ni existía la dedicación exclusiva en la
facultad, que hubiese significado un respiro para aquellos que pretendían ser
docentes y a la vez dedicar un tiempo a las tareas científicas. Por supuesto,
hablamos de cuando aún no existía el CONICET. En un momento, mientras yo era
ayudante, hicieron una encuesta preguntando si nuestros cargos universitarios
“colmaban nuestras aspiraciones para la investigación”. La nota daba risa. Yo,
para mantenerme, tenía que dar clases particulares, ocuparme de esa cátedra y
de otra más en Ingeniería de las Telecomunicaciones.
—Casi como los profesores
de hoy en día…
—El
momento era distinto. La guerra, la influencia de la guerra en el país, el
clima cerrado en las universidades. En aquella encuesta recuerdo que puntualicé
tres temas: los nombramientos precarios, los sueldos impagos y la falta de
actualización en las bibliotecas. Con todo, había algunas personas, discípulas
de Rey Pastor, que se las ingeniaban para hacer investigaciones matemáticas.
—¿Por ejemplo?
Alberto González Domínguez (1904-1982) |
—Uno
de ellos era Alberto González Domínguez. Trabajaba de traductor en el
Ministerio de la Marina, sabía además de inglés y francés, el alemán y el ruso,
y en sus “ratos libres” se dedicaba a la investigación. También había gente en Tucumán,
y en la Universidad del Litoral estaba Beppo Levi. La llegada casual del físico
Guido Beck, en 1942, cambió totalmente el panorama en el campo de la física. Al
poco tiempo de su arribo lo contrató Enrique Gaviola, que dirigía el
Observatorio Astronómico de Córdoba. En seguida aparecieron alumnos de todas
partes. Se llamaban Balseiro, Alsina Fuertes, Bunge… Es cierto que no éramos
muchos, pero lo que hay que destacar, más
allá de las dificultades, es que esta
gente, al formar esos núcleos, mantenía viva una tradición.
José Antonio Balseiro (1919-1962) |
—Pero en la Argentina no
había tradición de investigación en matemática.
—Claro
que sí. Una sola persona o un pequeño grupo ya es una tradición. Es como una
pequeña llama, un pequeño foco y hay, desde luego, una diferencia muy grande entre
la falta de fuego y una llama pequeña. Cuando se estudia la historia de las
ideas, ese pequeño grupito de Juan Bautista Alberdi, Esteban Echeverría y Juan
María Gutiérrez cobra una importancia formidable. Después hubo un apagón,
durante el gobierno de Rosas, porque se cerró la universidad y se cerró la
escuela anexa, pero luego el espíritu se vuelve a reavivar cuando llega
Sarmiento, con Avellaneda como Ministro de Educación y Gutiérrez en el
rectorado. Es un grupo pequeño, pero el estímulo es importante.
Cuando
nosotros no podíamos incorporarnos al estudio o al trabajo en la universidad,
porque teníamos previamente que afiliarnos al peronismo, igual nos reuníamos
afuera. Ese era el objetivo del grupo que formamos con Westerkamp, con Bunge.
Tomábamos un tema y lo discutíamos con toda intensidad.
Federico Westerkamp (1918-2014) |
Mario Bunge (1919) |
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