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2017.08.21: Eduardo Vila Echagüe: Argentinos vivarachos

[Capítulo 16 de La Informática y yo]
Argentinos vivarachos

A los pocos meses de estar en Chile fuimos invitados a una presentación sobre un nueva arquitectura que se decía mantendría a IBM a la cabeza de la tecnología durante las próximas décadas. Junto con toda la fuerza de ventas concurrimos al Club Palestino, perteneciente a una de las principales colonias extranjeras en el país. El tema de la presentación era la SNA, lo que para el chileno corriente significaba Sociedad Nacional de Agricultura, pero para nosotros serían las iniciales de System Network Architecture. Pasamos un lindo día de campo pero la verdad es que entendimos muy poco. Era como volver a las clases de filosofía del colegio. En lugar de hablar de terminales conectados por líneas telefónicas, usaban una extraña terminología de unidades físicas y lógicas, protocolos y otros términos a los que no estábamos acostumbrados. Recuerdo que había algo misterioso llamado System Service Control Point que sonaba como si fuera el mandamás de todas aquellas novedades. Sólo con el tiempo me fui dando cuenta de la importancia del anuncio. Esta nueva arquitectura le facilitó a IBM el enorme desarrollo del teleprocesamiento en la década siguiente, hasta el comienzo del reinado del Internet a mediados de los 90.
 
Habíamos sido asignados en Chile por un plazo de un año. Para uno de nosotros el plazo fue mucho menor. Tuvo un violento altercado con Recursos Humanos por una diferencia de criterio en cómo se controlaban los gastos en que incurríamos. Se negoció con IBM Argentina el fin inmediato de la asignación. Creo que renunció a IBM a poco de volver.

Sin embargo no era fácil llevar control de gastos de un grupo de 20 argentinos. Supe del caso de un Ingeniero de Sistemas que en el momento de ser convocado se estaba divorciando de su mujer, pero ocultó el hecho para que le dieran la asignación para vivienda que correspondía a los que iban con familia, mayor que la que nos daban a los solteros. Pero lo peor fue cuando nos enteramos que tenía problemas con la Policía de Investigaciones, porque había ingresado un auto como turista además del que estaba autorizado para los asignados de IBM. La Policía andaba revisando autos con patente de Argentina en los estacionamientos cercanos a la oficina, y en un momento imputó a uno de nuestros compañeros que no tenía nada que ver con el asunto. No tengo de idea de como se arregló el entuerto.

En aquellos años el costo de la vida en Chile era mayor que en Argentina, por lo que era usual que cuando uno viajaba le hiciéramos encargos, especialmente de medicamentos. Pero el personaje del que hablaba en el párrafo anterior una vez se hizo traer por avión un palier, el que, si no lo saben, es un semieje trasero de automóvil que ha de pesar como de 20 kilogramos. En otra oportunidad se enteró de que yo viajaría a Argentina en mi auto. Vino y me preguntó como estaba de la batería. Le respondí que estaba normal. Entonces me propuso el siguiente 'negocio'. Como su batería estaba en las últimas, las intercambiaríamos, yo viajaría a Buenos Aires con esa, allá compraría una nueva, al volver las cambiaríamos nuevamente, y así se ahorraba la diferencia de precios entre ambos países. ¿Qué ganaba yo con toda esta operación? El riesgo de quedarme tirado en la Cordillera por falla de batería. ¿Hace falta que les diga cuál fue mi respuesta?

Recuerdo otro viaje a Argentina en que nos juntamos varios para ir en un solo auto. Este era un Peugeot 504 igual al que tenía yo. En el camino, apenas comenzamos a subir los Caracoles de Portillo, el auto empezó a fallar. Logramos llegar a las puerta del túnel Cristo Redentor justo cuando empezaba el tránsito hacia Chile (¿recuerdan que tenía una sola pista?). Quedamos primeros en la fila para cruzar cuando se cambiara el sentido del tránsito. Abrimos el capó para tratar de ver cuál era el problema, aunque yo intuía que era una falla de la bomba de nafta (bencina en chileno) agravada por la altura. A mí ya me había pasado. Mientras investigábamos se abrió el túnel así que apurados bajamos el capó y partimos al frente de la caravana. Pero no habíamos avanzado 50 metros por el túnel cuando el auto se paró. Inmediatamente se armó un griterío detrás nuestro, porque todos se habían percatado de que nuestro auto andaba en problemas. ¿Y ahora, quién podrá defendernos? Del medio de la oscuridad apareció Vilaman, un nuevo superhéroe especial para la ocasión. Abrimos el capó, desconecté la manguerita que venía del tanque de combustible y chupé bencina como condenado, la enchufé nuevamente y volví al auto. — ¡Correte! — le dije al dueño. Me instalé al volante y cruzamos el túnel como a 60 km/h en primera, para que bombeara más nafta. El auto bramaba en medio de las estalactitas de hielo, pero afortunadamente no se fundió. A la salida le devolví el volante a su dueño y como todo era cuesta abajo ya no tuvimos problemas hasta llegar a nuestro querido Buenos Aires.

El Club de la Unión años atrás
La IBM de Chile no tenía comedor (casino en chileno) para empleados. Se podía almorzar en un local de la asociación de empleados, que contaba con una mesa de pool que afectaba sensiblemente la productividad vespertina de nuestros profesionales. La alternativa era almorzar en restaurantes atestados de gente en el centro de Santiago o, peor aún, comerse un sandwich de pie en uno de los innumerables boliches que ofrecían ese servicio. Ninguna de estas alternativas nos satisfacía a los argentinos, para los que el almuerzo debía ser sentado y bien conversado, como parece que aún se usa en España. Fue entonces cuando nos enteramos de que el Club de la Unión tenía una oferta para socios temporarios, a la que se podía tener acceso sin pagar cuota de ingreso. Este Club tiene un papel parecido al del Jockey Club de Buenos Aires, pero sin sus áreas deportivas ni turfísticas. Durante la Unidad Popular había perdido buena parte de su masa societaria, y estaba necesitado de hacer caja.

Varios de nosotros aprovechamos la oferta y nos hicimos socios. Quedaba a unas pocas cuadras de IBM y empezamos a ir allí regularmente. La comida era exquisita, especialmente los filetes a lo pobre, nombre irónico que le dan en Chile a un filete (lomo en porteño) acompañado de papas y huevos fritos y unas cebollas tostadas especialidad del Club, que de sólo recordarlas se me hace agua la boca. El problema era que mientras esperábamos la comida nos llenábamos de un delicioso pan con mantequilla (manteca en argentino). El pan en Chile es demasiado rico y el resultado fue que llegué al país con 73 kg. y al año y medio cuando me casé ya iba por 85 kg. Afortunadamente para entonces la oferta de socio temporario ya no estaba vigente.

En los sótanos del Club había mesas de billar y de pool. Se ve que allí los socios jugaban por mucha plata, porque el mozo que nos traía los cafés era al mismo tiempo un árbitro implacable que no te perdonaba si por descuido rozabas una de las bolas. Un día estábamos dándole duro a los tacos cuando de pronto fuimos sorprendidos por nuestro Gerente General. Pero la sorpresa mayor fue la de su acompañante, un funcionario de IBM Argentina que estaba asignado en un cargo importante en IBM Méjico y que no sabía de nuestra asignación en Chile. Nuestro Gerente General lo había invitado a almorzar en el Club y le estaba haciendo un recorrido por las instalaciones, cuando de pronto aquel ve un montón de caras conocidas totalmente fuera de contexto. Les explicamos que sacrificábamos nuestro horario de almuerzo para tener un rato de esparcimiento, explicación que todos sabíamos que era más falsa que Judas pero que fue aceptada en atención a nuestro ilustre visitante.

Mi trabajo consistía en predicar las bondades de las Bases de Datos. Además de Santiago me tocó hablar en Viña del Mar, Concepción y Antofagasta. Pero me sentía como San Juan Bautista, una voz que clama en el desierto (algo literal en el caso de Antofagasta). Los clientes IBM no estaban aún preparados para tanta maravilla. Además nuestra solución, el DL/1, era bastante complicada, habiendo sido diseñada para equipos mucho más grandes que los existentes en Chile. Iniciamos algún proyecto, pero aún no se había completado cuando me volví a la Argentina. Quizás lo tomaron alguno de los 5 nuevos Ingenieros de Sistemas chilenos que ingresaron a principios del 76. Fue la primera contratación después de la llegada de la Unidad Popular al poder. Una de nuestras actividades fue su entrenamiento. Al menos ahí parece que lo hicimos bien, porque la mayoría de ellos llegaron a puestos gerenciales. Aún mantengo el contacto con varios de ellos.

Tampoco descuidamos las actividades deportivas. Algunos integramos el equipo de fútbol de empleados de IBM que participaba en una liga local. Supongo que los chilenos se desilusionaron un poco al comprobar que no había ningún Maradona entre nosotros. Yo con un par de compañeros preferimos volver al tenis, naturalmente en ese horario tan elástico llamado en Chile de colación. Recuerdo una anécdota al respecto. Había quedado con uno de mis amigos en escaparnos al mediodía a jugar al tenis. Como no trabajaba en el mismo edificio que yo, traté de ubicarlo sin éxito por teléfono durante la mañana en su lugar de trabajo. — ¿Se habrá acordado? — pensé. Por las dudas llamé a su casa y me atendió la señora. Cuando pregunté por él me dijo que estaba en el trabajo. — Le conté que habíamos quedado en jugar al tenis, y le dije: —¿podés fijarte si se habrá llevado la raqueta? — Voy a ver — me respondió. Volvió al rato con la voz cambiada, ahora masculina: — ¡Hola, Negro, por supuesto que voy, nos juntamos a tal hora, jaja!

Pasado el año de asignación a varios nos ofrecieron quedarnos un año más, entre ellos a los 3 solteros. ¿Sería porque éramos más baratos o más bien por alguna influencia misteriosa de nuestras pololas chilenas? Si fue así, la cosa les resultó en parte, porque 2 de los 3 nos casamos y aún seguimos felizmente casados con ellas. Pero ese es tema del próximo capítulo. 

2 comentarios:

  1. A mí me entretienen estas historias, más conociendo al personaje como me tocó conocerlo. Todos los años que lo tuve cerca -en IBM- era un solterón empedernido, especialista en cualquier tema que se le cruzara, astrónomo de nivel y muchas otras ciencias en su haber. Se llama a sí mismo en este capítulo como Vilaman. Apodo merecido por sus diversas aventuras exitosas. Cómo hizo la polola chilena para ingresarlo al bando de los mortales más comunes y casados sigue siendo un misterio para mí y para muchos. En este episodio hay alguna pista pero habrá que seguir leyendo capítulos futuros para conocer mejor la historia.

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  2. luiggi pees labory22 de agosto de 2017, 14:14

    Don Eduardo V.E.: sus memorias merecen ser publicadas!!!

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