Matrimonio y retorno
Un día estaba yo esperando el ascensor en el piso 8 de nuestra oficina cuando veo que se abre la puerta y sale de ella nada menos que el padre de mi polola, impecable en su uniforme de Capitán de Navío de la Armada de Chile. Sorprendido le pregunté a qué se debía tan inesperada visita. Me respondió que aprovechando que estaba en Santiago había querido pasar a ver a su antiguo amigo, mi por entonces jefe, a quien había conocido muchos años atrás en la Antártida. Yo sabía que se conocían de la época en que mi futuro suegro era comandante de una de las bases chilenas, en los años 50. Mi jefe en aquel entonces también era miembro de la marina y había estado a cargo de la renovación de los equipos de telecomunicaciones de las bases antárticas.
Lo acompañé hasta la oficina de mi jefe sin sospechar el verdadero motivo de su visita. Años después me confesó que en realidad había ido a Santiago especialmente a averiguar antecedentes de este argentino que salía con su hija. Seguramente hablaron de mi situación económica, de qué tal persona era y, lo más importante, si efectivamente era soltero a pesar de mis 32 años. Se ve que me fue bien en el examen pero, como le comenté a mi suegro, mi jefe era tan buena persona que aunque yo hubiera sido un crápula probablemente no se lo hubiera dicho. De una forma u otra, lo cierto es que pasé el System Assurance y mi pololeo siguió viento en popa.
Cuando mis compañeros supieron que yo me estaba por casar, se me acercó aquel que les conté que estaba de novio con la hija de un oficial de la Aeronáutica. Me preguntó si los trámites para contraer matrimonio en Chile eran muy complicados. Le respondí que no, que eran muy sencillos. Su cara de decepción me indicó que esa no era la respuesta que esperaba. Así fue no más. Vino a Chile soltero y terminó yéndose soltero.
Fijamos fecha para noviembre de 1976. El matrimonio civil sería en Viña del Mar y el religioso en Santiago. En Chile existe una costumbre muy civilizada que permite que el matrimonio civil se pueda llevar a cabo en un domicilio privado, en vez de hacerlo en las frías oficinas del Registro Civil con la próxima pareja haciendo fuerza en la vereda para que termines pronto. Por unos pesitos extra la oficial de justicia viene a tu casa con su libro de actas y te espeta un solemne discurso sobre los deberes y derechos de los contrayentes, uniéndose a la bien regada celebración una vez que se han estampado todas las firmas correspondientes.
Mis padres y algunos familiares habían venido de Buenos Aires para la ocasión. Mi madre se llevó una gran sorpresa cuando en medio de la ceremonia religiosa el cura dijo que estaba especialmente feliz de bendecir este matrimonio chileno-argentino, porque también él tenía nietos de ambas nacionalidades. No se quedó tranquila hasta que le explicamos que en realidad el cura no era tal cura, sino uno de los diáconos casados que recientemente había autorizado el Concilio Vaticano II.
En marzo de 1977 IBM de Chile incorporó 12 nuevos reclutas para su fuera de ventas e ingeniería de sistemas. Participé también en su entrenamiento. El perfil del ingeniero de sistemas había cambiado desde aquel ya lejano 1968 en que entré en IBM. Ya no se necesitaban expertos en todos los lenguajes imaginables de programación, sino personas capaces de manejar proyectos y que además supieran relacionarse bien con los clientes. Muy pocos de este grupo alguna vez llegarían a programar.
Estaba claro que la permanencia en Chile del grupo de argentinos ya no se justificaba. Logré que me extendieran la asignación hasta mediados de años y posteriormente hasta septiembre, argumentando que la Cordillera estuvo cerrada por la nieve durante gran parte del invierno y también que mi primera hija nacería en agosto. En el verano habíamos viajado a Buenos Aires y habíamos comprado un departamento en Pueyrredón y Santa Fe, lugar muy estratégico porque estaba pocos metros del Subte y a sólo 4 estaciones del Edificio IBM en Diagonal Norte, a pasos del Obelisco.
A último momento me ofrecieron quedarme como empleado permanente de Chile. Fue una decisión difícil pero ya teníamos todo planeado para irnos. Dejé a mi señora con mi hija recién nacida en casa de sus padres en Viña, cargué hasta el tope mi Peugeot y a cruzar la Cordillera una vez más. Ellos volaron algunos días después y nos instalamos en Buenos Aires.
Cuando me presenté en la oficina descubrí que muchos de los que habían estado en Chile conmigo ya no seguían en IBM. Supongo que se habían acostumbrado a vivir en un nivel superior al que
estaban acostumbrados, para mantener el cual necesitarían de ingresos mayores a los que podían obtener con nosotros. Por suerte mi lugar de trabajo sería el edificio de Diagonal, lo que me permitiría escaparme con frecuencia al mediodía, ya no para jugar al tenis sino para almorzar en mi casa.Vista de Diagonal Norte con edificio IBM |
A poco de llegar se produjo un terremoto en la organización, casi con características policiales. Es que el negocio de los mainframes /370 era tan bueno que habían aparecido fabricantes de equipos compatibles que funcionaban con el mismo software de IBM. Uno de ellos era vendido por la empresa ITEL (no confundir con Intel) que había decidido iniciar sus operaciones en Argentina. Su política de reclutamiento era contratar técnicos e ingenieros de IBM por el doble de sueldo. Como se podrán imaginar en la oficina no hablábamos de otra cosa. El asunto explotó cuando se descubrió que uno de los que habíamos estado en Chile, el que incluso tenía rango gerencial, era quien le pasaba a ITEL los nombres y datos de contacto para hacerles las ofertas. Cuando se supo no pudo ni volver a su oficina a recoger sus efectos personales. Los guardias de seguridad lo sacaron zapateando a la calle.
Eduardo V.E.: GENIAL as always...!!! qué más puedo decir...
ResponderEliminarFantástico y ameno relato. Muy bueno de verdad.
ResponderEliminarUn comentario sobre ITEL. Yo siempre creí que uno de los problemas fue que la gente de ventas que estaba acostumbrada a trabajar en IBM, paso a formar parte de una empresa poco conocida.
Los que trabajábamos en empresa más chicas como Bull, por ejemplo, teníamos que trabajar muchísimo para que nos abrieran las puertas e ir subiendo la dura pendiente para poder hablar con los de más arriba en las empresa.
Generalmente, la tarjeta que decía IBM, abría muchísimas puertas.
Cuando pasaron a ITEL, se dieron cuenta tarde que ya no era lo mismo y fue un fiasco.