[Capítulo 20 de La Informática y yo]
¿Quién se acuerda de los IBM 8100?
Como sospecho que ya nadie se acuerda, dejaré la respuesta a la pregunta para más adelante en el capítulo. El año 1980 fue otro año en el que tuve que tomar decisiones importantes para mi futuro. En enero fuimos de vacaciones a Viña del Mar y ya no eramos tres sino tres y medio en la familia, como pueden apreciar en la foto de mi mujer y mi hija en la Cordillera, haciendo tiempo en la interminable cola para cruzar a Chile. Llegamos a media mañana y finalmente salimos cuando ya seponía el sol. Trámites y más trámites, papeleo del lado argentino y búsqueda de comestibles frescos del lado chileno, para evitar que entraran pestes que pudieran afectar a la agricultura. Hasta el día de hoy cuando llegas a Santiago en avión te fumigan antes del aterrizaje como si fueras un pordiosero.
Chile se veía muy bien. La economía ya se había recuperado gracias a la decisión de abrirse al mundo tomada siguiendo los consejos de los llamados Chicago boys. La seguridad ciudadana era muy alta. Prácticamente no había terrorismo y los delincuentes se contenían más por miedo a la policía que a la Justicia. El Poder Judicial era el único que no había sido intervenido cuando el derrocamiento de Allende y arrastraba todos los defectos de nuestros sistemas heredados de España. La situación se veía bien en comparación con Argentina, donde el llamado Proceso empezaba a mostrar síntomas de agotamiento.
De vuelta en Buenos Aires, la guata de mi mujer aumentaba y la temperatura ambiente no bajaba. Antes de casarse conmigo, ella había vivido en Talcahuano, Iquique y Viña del Mar, todas ciudades costeras regadas por la corriente de Humboldt, en las que la temperatura difícilmente pase de 25°C. En cambio en Buenos Aires ese año hasta abril tuvimos temperaturas por arriba de los 30°C, que rara vez bajaban de 25°C durante las noches. Mirábamos angustiados el humo de las chimeneas para ver si cesaba el viento Norte, que traía la humedad y el calor desde Brasil. Y aunque en la casa teníamos aire acondicionado, el cotidiano paseo a la plaza con nuestra hija le resultaba sofocante.
En la oficina yo seguía apoyando las ventas en los clientes que tenía asignados. Nuestro contacto normalmente era el Gerente de Sistemas de la empresa. La estrategia de IBM era lograr que todas las compras relacionadas con informática se canalizaran a través de esta gerencia, desde los equipos usados por las secretarias hasta los grandes computadores corporativos. Nuestra competencia, en cambio, atacaba a las áreas departamentales, cuestionando la lentitud de la Gerencia de Sistemas en proveer aplicaciones para estas áreas.
Un ejemplo de lo anterior es la forma en que IBM había vendido sus exitosas máquinas de escribir de bolita. Nuestra división de equipos de oficina estaba formada por un grupo de jóvenes bien parecidos e impecablemente vestidos. No se dirigían a la gente de Sistemas, sino a la secretaria del Gerente de Administración e incluso a la de la Gerencia General. Una vez que ella estaba convencida, el negocio se cerraba sin importar los precios. ¡Las mujeres no sólo reinan en el hogar!
Para 1980 una nueva tecnología irrumpió en este mercado. IBM anunció sus equipos DisplayWriter para reemplazar a las venerables máquinas de escribir. Físicamente eran muy parecidos a los primeros PC que aparecieron poco después. Como estaban destinados a procesar documentos, era posible configurarlos con una pantalla más alta que ancha, de 66 líneas de 100 caracteres. Esta es la forma natural de leer una página, pero nuestras pantallas de PC más anchas que altas nos han obligado a leer libros y documentos por partes durante 35 años, hasta la aparición de los Kindles y tabletas de hoy. La DisplayWriter tenía un sistema operativo orientado al trabajo secretarial con, ¡por fin!, un validador ortográfico. Como sólo se imprimía una vez revisado el documento, las correcciones se hacían antes, lo que me hace recordar aquel chiste de gallegos según el cual sabías que uno de ellos había estado trabajando en el PC cuando veías la pantalla toda manchada con liquid paper.
Los documentos se podían almacenar en diskettes, similares a los de los primitivos PCs. Pero para una secretaria mantener una biblioteca de documentos en diskettes seguramente era más complicado que guardarlos en papel. La alternativa era guardarlos en un computador central al que se conectaran todas las DisplayWriters. ¿Pero era lógico usar el mainframe para eso? La solución de la competencia era que se conectaran a un minicomputador independiente. La de IBM fue un equipo que dependiera del procesador central. En un caso, la decisión la tomaba la Gerencia de Administración, en el otro la de Sistemas. Obviamente IBM prefería la seguna alternativa.
A fines de 1978 se anunció la familia de procesadores distribuidos IBM 8100, con la intención de llegar a ese mercado departamental. Se podían instalar en ambiente de oficina, sin requerimientos especiales de aire acondicionado o piso elevado. Podían usarse con el sistema operativo DPCX, orientado a las aplicaciones secretariales, o el DPPX, para el resto de las aplicaciones departamentales. Lo que lo distinguía de los equipos de competencia era que la programación se hacía en el mainframe /370 al cual tenían que estar conectados. Ese terminó siendo el talón de Aquiles del nuevo sistema.
En casa esperábamos al nuevo miembro de la familia para junio. A principios de mes nos cortaron la electricidad durante varios días por unos arreglos en la vereda frente al departamento. Como también se cortó el agua, teníamos que bajar los nueve pisos hasta la Planta Baja y subirlos nuevamente con los pesados baldes. Lo más indignante era ver a la cuadrilla de SEGBA (Servicios Eléctricos del Gran Buenos Aires) donde uno trabajaba mientras cuatro miraban. Para mi señora con nueve meses de embarazo esto fue mejor que cualquier proceso de inducción del parto. Afortunadamente en esa semana no me tocó ir a visitar a mis clientes del grupo TECHINT, situados en La Plata o en Campana, a más de 60 km de mi casa. La mañana del 10 de junio fui a una reunión en PROCEDA, a un par de cuadras de donde yo vivía, seguramente para discutir un proyecto de ponerles IBM 8100 en las distintas empresas agroindustriales que conformaban el grupo. Como a las 10 me avisaron que llamaban desde mi casa. Había llegado la hora. Mi mujer bajó muy apurada los nueve pisos y minutos más tarde estaba en la Clínica Otamendi Miroli (¡donde también nacieron las hijas de Maradona!), a unas pocas cuadras de casa. Cuando yo llegué ya estaba el parto bien avanzado y al ratito apareció mi segunda hija, argentina de nacimiento y hoy chilena de adopción.
Aunque mi suegra había venido para la ocasión, mi mujer cada vez echaba más de menos el apoyo de su propia familia. Nunca me lo dijo, pero yo presentía que ella prefería volver a Chile. Yo tenía excelentes recuerdos de mi estadía allá y me tentaba la posibilidad de vivir en una casa con jardín, lo que no era tan fácil en Buenos Aires. También puse en la balanza la mayor estabilidad política de allá frente a la creciente incertidumbre que se percibía en mi país. En consecuencia, aproveché un viaje que hice a Chile para juntarme con la gerencia y preguntarles si me recibirían, esta vez ya no como asignado sino como empleado permanente. La respuesta fue afirmativa, aunque me aclararon que ya no sería Ingeniero de Sistemas Senior, porque Chile no tenía el volumen de negocios necesario para contar con ese nivel. Pero el sueldo de Advisor era bueno y nunca me han importado demasiado los títulos.
Al volver no le conté nada a mi mujer. Primero fui a hablar con mi gerente argentino, dispuesto a hacerle todo un teatro de que mi matrimonio estaba en riesgo y que era culpa de la IBM el que yo me hubiera casado en el extranjero porque ellos me habían mandado a Chile, etc., etc. Pero nada de eso fue necesario, mi gerente fue muy comprensivo y rápidamente consiguió la autorización de los niveles superiores. Quedamos en que yo trabajaría en IBM Argentina hasta el 31 de diciembre, en enero me tomaría vacaciones y el 1 de febrero estaría ingresando a IBM Chile.
Como se pueden imaginar, mi mujer no podía más de felicidad cuando le conté. Yo no tanto, porque siempre es una pena alejarte de tus padres ya mayores, de tus hermanos y de tus amigos. Pero no había ninguna solución que dejara totalmente contentos a ambos. Siendo ella de Viña del Mar y yo de Buenos Aires, finalmente buscamos un punto intermedio para vivir: ¡Santiago de Chile! Mejor que no miren el mapa y se queden con la impresión de que fue una decisión salomónica.
Sólo quedaba vender mis cosas y preparar nuestra partida. Para que vean cómo era la Argentina de aquellos años, la cochera que compré en 1977 en US$ 5.000 la vendí en 1980 a US$ 20.000. Eran los tiempos del dólar fijo de Martínez de Hoz. Con mi departamento fue aproximadamente la misma relación. Recuerdo la reunión en la escribanía contando la montaña de billetes verdes para después
llevarlos a algún pariente ducho en estos asuntos para que me los transfirieran a Chile. Poco antes de irme, cuando aún faltaba que me pagaran un saldo, hubo una primera devaluación. Me asusté pensando que el comprador podría ponerme problemas, pero afortunadamente él creía firmemente en el manejo económico del gobierno. Me pagó los dólares pactados y seguramente al año descubrió que su flamante departamento valía la cuarta parte de lo que había pagado.
Sólo faltaba seleccionar lo que iba a llevar, y repartir el resto. Lo más difícil fue meter en el auto el telescopio cuya foto vieron en un capítulo anterior. El pie de fundición pesaría unos 30 kg y el tubo de 25 cm. de diámetro medía 1,60 mts. de largo. Mi familia partió en avión a casa de mis suegros, y yo con el Peugeot cargado hasta las orejas emprendí nuevamente rumbo a Mendoza.
Familia cordillerana |
Diccionario |
En la oficina yo seguía apoyando las ventas en los clientes que tenía asignados. Nuestro contacto normalmente era el Gerente de Sistemas de la empresa. La estrategia de IBM era lograr que todas las compras relacionadas con informática se canalizaran a través de esta gerencia, desde los equipos usados por las secretarias hasta los grandes computadores corporativos. Nuestra competencia, en cambio, atacaba a las áreas departamentales, cuestionando la lentitud de la Gerencia de Sistemas en proveer aplicaciones para estas áreas.
Un ejemplo de lo anterior es la forma en que IBM había vendido sus exitosas máquinas de escribir de bolita. Nuestra división de equipos de oficina estaba formada por un grupo de jóvenes bien parecidos e impecablemente vestidos. No se dirigían a la gente de Sistemas, sino a la secretaria del Gerente de Administración e incluso a la de la Gerencia General. Una vez que ella estaba convencida, el negocio se cerraba sin importar los precios. ¡Las mujeres no sólo reinan en el hogar!
Para 1980 una nueva tecnología irrumpió en este mercado. IBM anunció sus equipos DisplayWriter para reemplazar a las venerables máquinas de escribir. Físicamente eran muy parecidos a los primeros PC que aparecieron poco después. Como estaban destinados a procesar documentos, era posible configurarlos con una pantalla más alta que ancha, de 66 líneas de 100 caracteres. Esta es la forma natural de leer una página, pero nuestras pantallas de PC más anchas que altas nos han obligado a leer libros y documentos por partes durante 35 años, hasta la aparición de los Kindles y tabletas de hoy. La DisplayWriter tenía un sistema operativo orientado al trabajo secretarial con, ¡por fin!, un validador ortográfico. Como sólo se imprimía una vez revisado el documento, las correcciones se hacían antes, lo que me hace recordar aquel chiste de gallegos según el cual sabías que uno de ellos había estado trabajando en el PC cuando veías la pantalla toda manchada con liquid paper.
Los documentos se podían almacenar en diskettes, similares a los de los primitivos PCs. Pero para una secretaria mantener una biblioteca de documentos en diskettes seguramente era más complicado que guardarlos en papel. La alternativa era guardarlos en un computador central al que se conectaran todas las DisplayWriters. ¿Pero era lógico usar el mainframe para eso? La solución de la competencia era que se conectaran a un minicomputador independiente. La de IBM fue un equipo que dependiera del procesador central. En un caso, la decisión la tomaba la Gerencia de Administración, en el otro la de Sistemas. Obviamente IBM prefería la seguna alternativa.
Sistema 8100 |
En casa esperábamos al nuevo miembro de la familia para junio. A principios de mes nos cortaron la electricidad durante varios días por unos arreglos en la vereda frente al departamento. Como también se cortó el agua, teníamos que bajar los nueve pisos hasta la Planta Baja y subirlos nuevamente con los pesados baldes. Lo más indignante era ver a la cuadrilla de SEGBA (Servicios Eléctricos del Gran Buenos Aires) donde uno trabajaba mientras cuatro miraban. Para mi señora con nueve meses de embarazo esto fue mejor que cualquier proceso de inducción del parto. Afortunadamente en esa semana no me tocó ir a visitar a mis clientes del grupo TECHINT, situados en La Plata o en Campana, a más de 60 km de mi casa. La mañana del 10 de junio fui a una reunión en PROCEDA, a un par de cuadras de donde yo vivía, seguramente para discutir un proyecto de ponerles IBM 8100 en las distintas empresas agroindustriales que conformaban el grupo. Como a las 10 me avisaron que llamaban desde mi casa. Había llegado la hora. Mi mujer bajó muy apurada los nueve pisos y minutos más tarde estaba en la Clínica Otamendi Miroli (¡donde también nacieron las hijas de Maradona!), a unas pocas cuadras de casa. Cuando yo llegué ya estaba el parto bien avanzado y al ratito apareció mi segunda hija, argentina de nacimiento y hoy chilena de adopción.
Aunque mi suegra había venido para la ocasión, mi mujer cada vez echaba más de menos el apoyo de su propia familia. Nunca me lo dijo, pero yo presentía que ella prefería volver a Chile. Yo tenía excelentes recuerdos de mi estadía allá y me tentaba la posibilidad de vivir en una casa con jardín, lo que no era tan fácil en Buenos Aires. También puse en la balanza la mayor estabilidad política de allá frente a la creciente incertidumbre que se percibía en mi país. En consecuencia, aproveché un viaje que hice a Chile para juntarme con la gerencia y preguntarles si me recibirían, esta vez ya no como asignado sino como empleado permanente. La respuesta fue afirmativa, aunque me aclararon que ya no sería Ingeniero de Sistemas Senior, porque Chile no tenía el volumen de negocios necesario para contar con ese nivel. Pero el sueldo de Advisor era bueno y nunca me han importado demasiado los títulos.
Al volver no le conté nada a mi mujer. Primero fui a hablar con mi gerente argentino, dispuesto a hacerle todo un teatro de que mi matrimonio estaba en riesgo y que era culpa de la IBM el que yo me hubiera casado en el extranjero porque ellos me habían mandado a Chile, etc., etc. Pero nada de eso fue necesario, mi gerente fue muy comprensivo y rápidamente consiguió la autorización de los niveles superiores. Quedamos en que yo trabajaría en IBM Argentina hasta el 31 de diciembre, en enero me tomaría vacaciones y el 1 de febrero estaría ingresando a IBM Chile.
Como se pueden imaginar, mi mujer no podía más de felicidad cuando le conté. Yo no tanto, porque siempre es una pena alejarte de tus padres ya mayores, de tus hermanos y de tus amigos. Pero no había ninguna solución que dejara totalmente contentos a ambos. Siendo ella de Viña del Mar y yo de Buenos Aires, finalmente buscamos un punto intermedio para vivir: ¡Santiago de Chile! Mejor que no miren el mapa y se queden con la impresión de que fue una decisión salomónica.
Sólo quedaba vender mis cosas y preparar nuestra partida. Para que vean cómo era la Argentina de aquellos años, la cochera que compré en 1977 en US$ 5.000 la vendí en 1980 a US$ 20.000. Eran los tiempos del dólar fijo de Martínez de Hoz. Con mi departamento fue aproximadamente la misma relación. Recuerdo la reunión en la escribanía contando la montaña de billetes verdes para después
llevarlos a algún pariente ducho en estos asuntos para que me los transfirieran a Chile. Poco antes de irme, cuando aún faltaba que me pagaran un saldo, hubo una primera devaluación. Me asusté pensando que el comprador podría ponerme problemas, pero afortunadamente él creía firmemente en el manejo económico del gobierno. Me pagó los dólares pactados y seguramente al año descubrió que su flamante departamento valía la cuarta parte de lo que había pagado.
Sólo faltaba seleccionar lo que iba a llevar, y repartir el resto. Lo más difícil fue meter en el auto el telescopio cuya foto vieron en un capítulo anterior. El pie de fundición pesaría unos 30 kg y el tubo de 25 cm. de diámetro medía 1,60 mts. de largo. Mi familia partió en avión a casa de mis suegros, y yo con el Peugeot cargado hasta las orejas emprendí nuevamente rumbo a Mendoza.
Es probable que Gladys Rizzo y Alejandro Pacecca se acuerden del 8100. Eran los únicos que sabían qué había sido el 1700.
ResponderEliminarMe acuerdo muy bien de las 8100.Instalamos tres o cuatro en Alpargatas, pero cuando estábamos por cerrar el convenio por cinco más para las agencias del interior,les arruiné el negocio reemplazandolas por las 5280 de GS. Alguien se acuerda de las 5280 ???
ResponderEliminarYo estaba en esa época en la Caja Nacional de Prevision de Industria, Comercio y Actividades Civiles (CNPICAC) se instaló una 8100 fué un gran avance para la caja (procesabamos aproximadamente + de 2000000 de jubilaciones, pensiones seguros etc.). Algo que te olvidaste de mencionar que tenía un lenguaje de programación que, si mal no me acuerdo, se llamaba DMS / DCX y lo importante que permitía programar básicamente por objetos con un diccionario centralizado, las pantallas, registros y procesos lo cual era un avance fenomenal para esa época. Con esto se llego a realizar la famosa Liquidación Directa de Jubilaciones y Pensiones para cuando una persona se jubilaba o solicitaba la pension como sucesor. Una debilidad que se tenía con este sistema era que nos encontrabamos conectados punto a punto con el mainframe y en esas épocas las comunicaciones no eran nada confiables.
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