Deutschland
La recesión no sólo afectó mis ingresos. También trajo como consecuencia la reactivación de la oposición al gobierno. Éste se vio obligado a buscar apoyo en los partidos políticos de centro-derecha, a los que hasta entonces había ignorado. Para ello nombró como ministro del Interior a uno de sus principales dirigentes, quien hasta entonces había sido embajador en Argentina.
Días más tarde me sorprendió una llamada de una parienta diciéndome que estaba de visita en Chile. La invitamos a casa y allí nos contó que ella había tenido una relación muy cercana con el exembajador durante su estadía en Buenos Aires. Tanto es así que después en la noche no la fui a dejar a su hotel sino a un departamento, donde la recibieron unos personajes que parecían salidos de una película de James Bond. Como no soy curioso tampoco pregunté qué había pasado después, pero imagino que la relación no continuó por mucho tiempo. Al menos nunca salió nada en la prensa sobre esta misteriosa extranjera. Bastantes líos ya tenía el ministro para mediar entre el gobierno y la oposición y lograr que se cumpliera el calendario político de retorno a la democracia en los plazos de la nueva Constitución promulgada por el gobierno.
Muestra de que en 1984 el clima político había cambiado es el siguiente diálogo del que fui testigo en IBM. Un vendedor con muchos años de circo levanta el teléfono para hablar con el CEO de alguna empresa estatal. Escucho lo siguiente: — Aló, general fulano, ¿le cuento la última? ¿En qué se parecen Einstein y Pinochet? — Pasan algunos segundos y oigo que le dice: — ¡En nada, mi general, en nada, jaja! — Diálogo impensable algunos años antes.
El clima en la oficina también tenía sus peripecias. Recuerdo un día haber estado en la oficina de mi Gerente cuando de pronto empezamos a sentir un olor desagradable. A medida que aumentaba el calor, peor se sentía el olor. Tanto que tuvimos que desalojar todo el piso. Finalmente llegaron unos operarios que se subieron al techo falso y extrajeron un guarén, (chilenismo por rata enorme) que había muerto en una de las trampas que les ponían. Sistema simple pero no tan elegante. Ya era hora de que IBM buscara un edificio más moderno. Se los contaré en algún próximo capítulo.
Laboratorio IBM Böblingen |
Viajé a Frankfurt donde se reunió todo el grupo que participaría en la visita. La invitación era sólo para los países de la división IBM A/FE (Americas / Far East). Americas incluía todos los países de América excepto EEUU. En el grupo había japoneses, australianos, un neozelandés, varios canadienses y un representante de casi todos los principales países de Latinoamérica. Los alemanes habían decidido que el traslado a Böblingen se haría en bus, un trayecto de poco más de 200 km. El bus incluía una guía turística que nos iba explicando lo que se veía en el trayecto. Para cada castillo o ruina de castillo que se veía a la distancia nos daba muy eruditas referencias, pero cuando pasamos justo al lado de un enorme domo que evidentemente era una central nuclear, la ignoró como avergonzada. Si aún vive seguramente es fiel seguidora del Partido Verde.
Es curioso cómo los hispanoamericanos en el exterior nos unimos como si fuéramos de un solo país. En el bus desconcertábamos a los demás cantando las canciones típicas de nuestro folclore que todos conocíamos, desde rancheras mejicanas hasta tangos argentinos. Incluso un canadiense nos preguntó cómo era posible que nos entendiéramos siendo de diferentes países. Tal vez a él le costaba entender lo que hablaban los australianos.
Heidelberg |
No recuerdo mucho de los que nos dijeron en las charlas. Seguramente que el IBM 4361 era más poderoso, más barato, más confiable y tenía menos requisitos ambientales que sus predecesores. No me extraña el no acordarme, porque ese discurso lo he oído innumerables veces en todos los anuncios de productos nuevos en mi larga carrera informática. Los productos cuyas ventajas hoy anuncias con bombos y platillos, al cabo de pocos años estarás mostrando sus debilidades para poder vender el producto que lo reemplaza.
Castillo Hohenzollern |
En la cena estábamos armando nuestra mesa de latinoamericanos cuando de pronto se acercó el neozelandés y nos pidió si podía sentarse con nosotros. No es que hablara castellano, es que cualquier cosa era preferible a sentarse junto con los cuatro australianos que por lo visto se la pasaban diciendo pesadeces contra Nueva Zelanda, en tanto que él veía la armonía que reinaba en nuestro grupo. Creo que terminó acompañándonos en nuestros cánticos, sin entender una palabra de lo que decía.
Aproveché unos días de vacaciones para ir a conocer Italia. Mi último recuerdo de Alemania fue un taxista viejito que me llevaba al aeropuerto a más de 150 km por hora en su Mercedes. Capaz que fuera el papá de Schumacher. ¡Terrorífico! Gracias a mis oraciones llegamos bien y me pude embarcar para Roma.
Mi llegada a esta ciudad fue algo decepcionante. Era una tarde lluviosa donde todo se veía gris, en marcado contraste con Alemania donde hasta la vivienda más modesta parece recién pintada. En las calles se veía poca gente y los comercios todos cerrados con poco atractivas cortinas metálicas. Logré llegar a mi hotelito en la Via Nazionale (ya no pagaba IBM) y me acosté a dormir la siesta. Cuando desperté ya oscurecía. Decidí salir a la calle y, sorpresa, ¡la Cenicienta se había convertido en Princesa! Los locales abiertos, iluminados y con escaparates de refinado buen gusto. Todos los romanos se habían volcado a las calles. Caminé hacia donde se veía mucha gente y de pronto creí estar nuevamente en Buenos Aires. Los oía hablar con la misma entonación de mis tiempos juveniles, acostumbrado como ya estaba yo al acento chileno. Ahí me di cuenta de que los porteños hablamos castellano con acento italiano (¿o será tal vez que ellos hablan italiano con acento argentino?).
Durante la semana en Roma me sumergí en la antigüedad, que es mi otra gran afición después de la astronomía. También conocí Florencia y Pompeya. ¡Qué maravilla! Pero ya era hora de volver a mis tierras. Me embarqué en un Aerolíneas Argentinas donde por algún azar me pasaron a primera clase. Allí alcanzaba a oír la conversación entre las azafatas argentinas, la que me trajo nuevamente a nuestra compleja realidad. ¿De qué hablaban? ¿De modas? ¿De hombres? ¡No! ¡De sus problemas sindicales!
Excelente esta pintura historica de tus andanzas, ¡¡¡Felicitaciones Eduardo Vila Echague¡¡
ResponderEliminarY gracias por compartir tus expriencias de vida con todos nosotros.