Quería contar algunas anécdotas de Mischa, y al mismo tiempo siento que cuando uno hace algo así roza sin querer el juego del yo-yo, cuando realmente hay que hablar del homenajeado. Pero al fin de cuentas solamente podemos contar nuestras experiencias, esperando que sirvan para arrojar luz sobre personas tan polifacéticas.
Ingresé a Exactas de la UBA en 1959 luego de un secundario horroroso, y un difícil comienzo en Ingeniería. Encontrarme de repente con gente que creaba, y que por lo tanto no eran meros repetidores de libros o apuntes obsoletos, constituyó una experiencia inolvidable. Uno era obviamente Mischa, recién llegado al país. Lo conocí en el Aula Magna cuando iba a dar mi primer examen (Algebra, dada por Cora Ratto de Sadosky, cuyo libro con Mischa fue y es un clásico). Una alumna estaba dando oral con Oscar Varsavsky, profesor temible. Y estaba aterrorizada. Mischa la rescató, se sentó con ella detrás mío, y le explicaba con santa paciencia, cosa que Varsavsky le criticó más tarde. Realmente no sabía nada, pero luego entendí que Mischa pensaba que todos eran “rescatables”.
Mischa Cotlar |
Tengo una anécdota que vacilo en contar porque puede resultar increíble, pero bueno ahí va: como todo pichón de matemático tuve una idea para intentar demostrar el último teorema de Fermat, la escribí, y se la di a Mischa (todavía conservo el original). No me dijo que estaba loco ni mucho menos; se puso a estudiarla y me pidió que lo viera en una semana. Fui, golpeé la puerta, me dijo “entre” con una voz media rara, abrí, y estaba cabeza abajo, posición yoga que luego me contó que la usaba con frecuencia cuando quería pensar en algo difícil. Días después me dijo que los casos particulares que había demostrado estaban bien, pero que el teorema general no me iba a salir porque las desigualdades del Análisis que usaba no eran lo suficientemente “finas”. Lo que importa de esto es la actitud: “perder” el tiempo con un estudiante, animarlo, aconsejarlo, hacerle sentir que era o podía llegar a ser “alguien”.
Vino la Noche de los Bastones Largos, la diáspora, terminamos en países distintos. Yo estaba en Suiza haciendo el doctorado con B.L.Van der Waerden, y llegó un momento que estaba atascado totalmente, sin saber como seguir, y sin recibir ninguna ayuda de mi advisor. Supe que Mischa estaba de profesor en Niza, lo llamé, y me invitó a su casa. Era pleno invierno, llegué con una tremenda gripe, cenamos (ahí entendí como un vegetariano puede ser bien gordo pues comía grandes cantidades de nueces, avellanas, etc.). Al terminar me propuso ir a dar una vuelta, proposición mirada con sospecha por su mujer Yanny (también matemática) por razones que ahora se aclararán. Salimos, y al dar vuelta a la esquina me dijo: ¿ querés un heladito ? Acepté, y cuando volvimos estaba Yanny en la puerta con las manos en la cintura y le dijo: seguro que le propusiste a Hugo ir a comer un heladito! Años de experiencia con el pertinaz trasgresor!
Naturalmente me abrió todas las ventanas, pues no hay como el aire fresco aunque uno se esté muriendo de una gripe. Apagué la luz, resistí un rato, me levanté en silencio y cerré todo. Al rato se abrió la puerta y Mischa me dijo: sabía lo que ibas a hacer! Entró, abrió todo, y me la tuve que bancar.
Al día siguiente hablamos de Matemática. Me escuchó, me advirtió como siempre que él no sabía nada, que eso era muy difícil, pero al final me explicó que la tesis era algo muy importante para un matemático, que debía hacerlo sin ayuda (no usó esas palabras, pero el mensaje era claro), y que si me esforzaba mucho lo iba a conseguir. En definitiva no me ayudó en nada. Al día siguiente debía volver a Zürich, me llevó a la estación, y no hubo manera de impedir que me pagara una couchette.
Retorné al trabajo, tan perdido como antes del viaje. Un día me llega un enorme libro, regalo de Mischa. Comienzo a estudiarlo, era muy intrincado (de esos que uno puede avanzar una página por día con mucha suerte). Luego de dos semanas, y sin ver la relación con lo que quería hacer, lo llamé a Mischa y le pregunté. Ay no querido, fui a una librería en París, y el libro ese es tan hermoso que te lo quería regalar (aquí falta el acento ruso, pero se lo imaginan). Ganas de asesinarlo ( a veces el exceso de bondad puede conspirar contra la esperanza de vida).
Pasó el tiempo, terminé el doctorado y me volví a la Argentina. Me invitan a Venezuela, y al llegar, un amigo que me esperaba me llevó a recorrer un poco la tórrida zona de Maiquetía. De repente lo vemos a Mischa en short y camiseta, haciendo footing, y transpirando a mares. Ya en esa época tenía problemas cardíacos, y le exigían dieta y ejercicios. Charlamos un rato y me invitó a cenar. Allí Yanny me contó alguna de las historias terribles de su niñez. Una que me impactó es que vivía metida en una cama con su mamá, porque hacía un frío atroz y no tenían para comer. Alguien les avisó que un pueblo distante 11km había pan, se abrigaron como pudieron, caminaron, pero el rumor era falso. Creo que ese pasado fue muy marcante para ellos y explica muchas actitudes .
Llega 1982, Mischa aparece en Buenos Aires, los invitamos a almorzar. Fui a buscarlos a su departamento de la calle Sarandí. Me observaba manejar, y al llegar me dijo: qué bien manejas el tiempo de los semáforos; casi no paraste. Bajó del auto, le abrí la puerta del jardín de entrada, y de repente se paró. Le pregunté si le pasaba algo y me dijo: hay hormigas en el suelo, no hay que pisarlas. Estuvimos un buen rato esquivándolas. Luego ambos dos se tiraron al piso a jugar con mis chicos, en una actitud muy linda y espontánea.
Cuando cumplió 90 años dio una conferencia en la facultad de Ingeniería. Fue una pieza notable sobre Ética y Ciencia, mostrando que hay cosas muy importantes más allá de los papers y el Citation Index.
Mischa fue miembro del Tribunal Russell para juzgar los crímenes de guerra en Vietnam, y una vez me contó que habían podido hacer su trabajo en París gracias a la ayuda de una persona que no registré. ¿Qué hizo pregunté? Nos consiguió una máquina de escribir.
Había gente que pensaba que esas actitudes eran ficticias, que no podían ser reales.
Para él todas las personas eran maravillosas, pero sabía perfectamente lo que podía cada uno.
Sin duda se está perdiendo una generación “fundacional”, y extrañaremos la presencia referencial de Mischa Cotlar, Manuel Sadosky, y otros próceres de la ciencia argentina.
Hugo Scolnik
17/01/2007
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