[Capítulo
26 de La Informática y yo]
IBM
y el cometa Halley
Se iniciaba el año 1986. IBM de Chile aún era la principal empresa
de informática del país, pero su participación de mercado caía rápidamente. Ya
hablamos de la feroz competencia en mainframes y sistemas intermedios.
Pero además el mundo de la pequeña empresa y sus soluciones basadas en redes Novell
de PCs nos era totalmente ajeno. Términos como router, switch o Ethernet eran incomprensibles para la
mayoría de nuestros vendedores. Para nosotros sólo existía el viejo y querido SNA.
Los pocos PCs que vendíamos eran para ser usados emulando las antiguas
terminales 'tontas'. Por último, ignorábamos completamente el creciente mercado de
servicios; en esa época sólo contaba como servicio el mantenimiento a nuestros
propios equipos.
Sin embargo éramos optimistas. Estábamos próximos a inaugurar
nuestro nuevo edificio. Dejábamos nuestras oficinas arrendadas en la calle
Agustinas frente al palacio de la Moneda y nos íbamos al Barrio Alto. En
realidad no tan alto, sólo unas cuantas cuadras más arriba, al inicio de de la
comuna de Providencia, hasta entonces un barrio bastante gris. Pero tenía
muchas ventajas. Estaría pegado a la estación del Metro Salvador. Ya no
tendríamos que deambular por el Centro buscando donde almorzar, puesto que
tendríamos un casino de lujo en el propio edificio. Adiós (sniff) al club IBM
en Amunátegui con Moneda, con su pool y mesa de ping pong. Tampoco tendríamos
que buscar estacionamiento para nuestros autos en los sitios eriazos (baldíos)
entre Teatinos y Amunátegui. Ahora podríamos usar los del propio edificio, al
menos los que teníamos cierto nivel para arriba. ¡Ya no seríamos inquilinos,
sino propietarios!
En esa época IBM de Chile dependía de LAMA, una agrupación de los
países menores de Sudamérica. Junto con Brasil, México y Argentina integrábamos
el Área IBM Latinoamericana. Al ser pequeños teníamos mucha libertad como país.
Nuestro Gerente General seguía siendo aquel señor que me ayudó en mi primera
venta de un Sistema /38, un caballero de los de antes. Nuestra plana mayor
estaba formada íntegramente por chilenos. Más abajo, quizás encontráramos algún
argentino afincado en el país por razones sentimentales.
La inauguración del nuevo edificio estaba programada para Abril.
Naturalmente contábamos con la presencia de las autoridades máximas de LAMA y
del Área Latinoamericana. Efectivamente ellos anunciaron su venida, pero hubo
una sorpresa. Venían con sus respectivas señoras y también con el hijo del Gerente General de LAMA, quien informó que quería
aprovechar su viaje para tener la mejor opción para ver al cometa Halley, el
que según los medios se vería mejor desde nuestro hemisferio, justamente a
mediados de Abril. La noticia causó consternación entre nuestros ejecutivos.
¡Un cometa! ¡Los procedimientos de IBM no dicen nada de cometas! ¿Que hacemos?
El cometa Halley había maravillado a nuestros abuelos en su última
pasada en 1910. Imagínense aquellos tiempos, sin smog y con una iluminación eléctrica
bastante limitada. Fue un espectáculo fantástico, aunque tambié bastante inquietante cuando se supo que nuestro planeta pasaría por la cola del cometa, formada por gases venenosos. Hubo unos cuantos que se suicidaron pensando que había llegado el fin del mundo, pero obviamente esto no sucedió, siendo este evento postergado para los años 2000, 2012 y quién sabe cuando llegará finalmente.
El cometa Halley |
Volvamos
a nuestros consternados ejecutivos. Todos expertos en cuotas de ventas, margen
de utilidades, satisfacción de cliente, pero de cometas, nada. Me imagino el
conciliábulo donde repasaron sus conocimientos de planetas, cometas, asteroides
y temas afines. Pero no salió humo blanco hasta que uno recordó el reportaje
que había salido en la revista de IBM a un empleado que decía tener aficiones astronómicas. ¡Quizás
ahí estaba la solución! Resultó ser que este empleado era el mismo argentino que
mencionamos antes, es decir, yo. ¡De relator me convertí en protagonista! ¡Oh
misterios insondables de la Providencia! Me enteré del asunto cuando sentado en
mi humilde cubículo Banda 7 recibí una llamada pidiéndome que me presentara
urgente en la Gerencia de Personal. ¡Qué susto! ¿Me habrán pillado en algo? Uno
tiene la conciencia tranquila, pero hasta por ahí no más. En fin, me armé de
coraje y subí.
Allí me recibió el Gerente de Personal en persona (valga la
redundancia), quien sin mayor aclaración me preguntó si desde el nuevo edificio
se vería el cometa Halley. Aunque no entendí el motivo de la pregunta, quedé
aliviado cuando me di cuenta de que era un tema en el que yo jugaba con
ventaja. Respondí con un lacónico 'no'. Como vi que la respuesta no
entusiasmaba a mi interlocutor, le expliqué que yo ya había visto el cometa
desde mi casa, pero usando mi telescopio. A simple vista no se veía, por el
smog y la luminosidad del cielo, y si eso pasaba en mi casa sería peor desde un
lugar más céntrico como Providencia. En resumen, para ver al famoso cometa
había que salir de Santiago, por lo menos a una distancia de 50km. Tomó nota y
quedó en llamarme.
A los
pocos de días me llamó para contarme que habían identificado dos sitios
posibles. Uno era Baños de Corazón, cerca de los Andes, a
unos 80 km al norte
de Santiago. El otro era nada menos que el hotel Portillo, famoso centro de
esquí en plena Cordillera, a 60 km del anterior y a casi 3.000 metros de
altura. Me dijo también que en IBM estas cosas no se hacían a la ligera, y que
teníamos que hacer el rehearsal, lo
que significaba algo así como un ensayo previo. Para ello me propuso que
fuéramos a evaluar esos lugares, pertrechados con las respectivas señoras y mi
telescopio. La función del telescopio es bastante obvia, pero a ellas las
llevábamos para que vieran los aspectos logísticos de los lugares donde se
alojarían visitantes, vale decir la limpieza de los baños, la ausencia de
cucarachas y demás menesteres.
Hotel Portillo |
Así fue
como un par de semanas antes de la inauguración del nuevo edificio partimos en
caravana, el Gerente de Personal en su Mercedes y yo en mi Peugeot 504 de
segunda mano. No sé por qué fuimos en dos autos, tal vez porque la caja de mi
telescopio no cabía en la maleta y tenía que ir en el asiento trasero. Fue un
viaje complicado, porque el Mercedes tenía una tendencia natural a andar a 150
km por hora. Por suerte su dueño tenía claro que si me perdía corría riesgo su
futura carrera gerencial, así que logramos llegar a los Andes ya anocheciendo.
Subimos a Baños del Corazón y allí el experto en asuntos cósmicos, es decir yo,
dio su primer dictamen técnico: — Este sitio es tan iluminado y aún más húmedo
que Santiago.
No
recuerdo si alcanzamos a parar un rato o si de inmediato partimos hacia la alta
Cordillera. Fue un placer seguir al Mercedes subiendo en plena noche por los
espeluznantes caracoles de Portillo, pero gracias al San Cristóbal que siempre
llevo en mi auto arribamos sin contratiempos. El hotel estaba iluminado cuando
llegamos, aunque en esa época del año aún no estaba recibiendo huéspedes. Por
ese motivo se había dispuesto que nos alojáramos en dos de las cabañas
individuales que forman parte del complejo. Creo que nos trajeron algo de comer
y a continuación salí a armar el telescopio, mientras las damas inspeccionaban
los baños, las camas y demás.
Una vez
armado el aparato, el experto cósmico pidió al Gerente de Personal que
instruyera al Gerente del Hotel para que apagaran las luces exteriores y así
poder iniciar la observación. Así se hizo y repentinamente todo el valle donde
está Portillo quedó sumido en la oscuridad. Fue un momento mágico. Un manto de
innumerables estrellas se desplegó sobre nuestras cabezas, sólo interrumpido a
la distancia por la negra silueta de las montañas. Llevo más de 70 años mirando
el cielo, y nunca he visto un espectáculo tan maravilloso. Normalmente cerca
del horizonte las estrellas se ven más tenues, pero aquí, gracias a la altura,
todas se veían con la misma intensidad. Algo fantástico.
¡Gracias, IBM, por favor concedido!
¿Y el cometa? Ah, sí, me había olvidado. Ahí estaba en lo alto del
cielo, con una cola de varios grados de longitud. Pero al lado del espectáculo
de las Nubes de Magallanes, la Vía Láctea y algunos cúmulos de estrellas por
aquí y por allá, nada para morirse. He visto cometas mejores, el más
impresionante de todos el que vimos hace algunos años hacia el poniente, poco
después de la puesta de Sol. Desde Reñaca se veía la cabeza cayendo sobre
Valparaíso, en tanto que la cola llegaba hasta el medio del Océano. Si alguno
recuerda cómo se ve la Cruz del Sur, la cola del Halley no era más grande que
ella. Es que cada vez que se acerca al Sol pasa a distintas distancias de la
Tierra y su avistamiento en aquel año no era de los más favorables.
¿Y el telescopio? Sí, también lo miramos con el telescopio, pero
los cometas lucen más a simple vista o mejor con prismáticos. En el telescopio
sólo se ve el núcleo, pero lo que realmente luce es la cola. ¿Para qué lo
llevamos, entonces? ¡Para potenciar la imagen del experto, no más!
Terminadas las observaciones y medio muertos de frío nos volvimos
a las cabañas donde pasamos la noche. A la mañana siguiente, regresamos a
Santiago, a esperar la inauguración del nuevo edificio. Pero ésta es sólo la
primera parte de la historia del Halley.
Mi nombre : Florencia Aristondo Ruiz
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