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2015.11.16: Hernán Huergo: Mi primer día de taller literario

Instigado por otoño, o sea, por Luis Edgardo Pees Labory

Finalmente me decidí, el primer martes de Febrero de 2005. Era hora de empezar el Taller Literario, ese objetivo mío postergado varias veces sin demasiadas razones. Tengo unos cuantos amigos que me conocen desde hace un tiempo como “el cronista” y se divierten con lo que escribo. Más de una vez me dijeron: “Hernán, tenés que desarrollar esa veta. ¿Porqué no hacés algún taller literario de los buenos?”.


Así que ese martes me puse a buscar, por Internet, cuál sería mi taller. Apareció allí, en la pantalla, era la cuarta entrada: “Taller Literario de Emilio Matei, Centro Cultural Recoleta”. Excelente, algunos me habían hablado bien de este centro. Dos opciones. Sábados o martes. Martes es lo que busco, entremos. 19 a 21 horas, ¡perfecto! Vayamos a Cómo Participar. Clic. La página no está disponible, ¡carajo!

Allí mismo zarpé rumbo a Junín 1930. Eran las dos de la tarde pero el sol no lastimaba, por suerte. “Puede empezar hoy mismo”, me dijo la chica de Cursos y Talleres. “Las clases son en la sala vidriada de acá al lado”. Pagué los 50 pesos por el mes para evitar arrepentimientos. El primer paso estaba dado.
Emilio Matei

Me presenté en la sala vidriada no menos de diez minutos antes de la hora señalada. Me sorprendió que ya hubiera un grupo de 5 personas alrededor de la gran mesa. Un hombre de pelo blanco de edad parecida a la mía estaba sentado en una de las sillas y hablaba con entusiasmo. Cada frase era una consigna, una recomendación, una pauta para tener en cuenta al escribir. No dudé de que se trataba de Emilio Matei. Parada a su lado, una mujer quizás de treinta y pico lo miraba con una atención cercana al embeleso. De vez en cuando lo interrumpía con alguna pregunta. La identifiqué como italiana, la pronunciación evidente, la forma particular de construir las oraciones que había escuchado tantas veces. Un señor sentado enfrente de Matei, de pelo no tan blanco y edad parecida, observaba la escena con atención, supongo que tomando también nota mental de los conceptos que fluían sin pausa del maestro. Un par de chicos jóvenes completaban el grupo, sentados alrededor de la mesa.

Me quedé parado al lado del señor que escuchaba, mirando la escena. Esperé un rato a que alguien diera alguna señal de haber notado mi presencia, pero nada. Decidí presentarme solo. Primero saludé al maestro, luego a la italiana, Paola, después a Eduardo, que al rato supe que era abogado, y a los dos más jóvenes. Terminada la interrupción Emilio retomó el hilo, recuperando de inmediato el entusiasmo y atención de la italiana y de la audiencia.

Me senté, abrí mi cuaderno y empecé a anotar. Los adverbios terminados en mente deben evitarse en lo posible. Once palabras por oración es una regla que siguen los periodistas. Deben evitarse los pronombres como aquél y otros parecidos, son retóricos, rimbombantes. Los adjetivos van después de los sustantivos, salvo algunos casos como “lindo perro”. Los artículos indeterminados se usan una sola vez, la primera, “venía un perro”, pero luego se usa “el perro”. Las metáforas pueden ser usadas por quienes tienen dominio de las mismas, como García Márquez. El peligro de un cuento es la autobiografía. En un escrito referido al amor la palabra amor no debe aparecer. En un cuento lo primero es la acción, luego la descripción. Al revés de la novela. Bioy Casares no conocía esta regla, era mejor novelista que cuentista.

Serían las siete y pocos minutos cuando Matei decidió dar por comenzada la clase, pero yo ya había anotado un montón de cosas. Habían llegado otros dos alumnos, también jóvenes. Éramos unas ocho personas.

El mecanismo de la clase era lo que imaginaba. Los asistentes llevan sus trabajos, sus cuentos, sus escritos. Cuando les llega el turno, los leen. Completada la lectura, todos los demás critican, preguntan, comentan, ponderan, lo que sea. Cierra el maestro con sus observaciones y recomendaciones. El estudiante intentará una nueva versión de su trabajo teniendo en cuenta todos los comentarios recibidos. En el proceso todos aprendemos.
Me alineé rápidamente con el esquema. Arrancó con la lectura el abogado. Cuando me llegó el turno en la ronda de las críticas, no me callé nada, fui uno más de los despiadados. Después era mi turno para leer algo mío. Previendo que eso podía pasar había llevado una de mis crónicas, que yo creía lograda. Al terminar mi lectura fui duramente castigado por mis compañeros de taller, era lo que esperaba. Todo muy merecido, para qué negarlo. Pero el maestro se reservaba el juicio final, por cierto contundente y lapidario. Si mi objetivo era hacer un culto a los lugares comunes, entonces la cosa no estaba tan mal. Quizás debía leer Boquitas Pintadas de Puig, que es el modelo perfecto de novela usando lugares comunes, para perfeccionar ese estilo.

Me quedé sorprendido de que las críticas no me molestaran. Disfrutaba el momento. Sentía que estaba aprendiendo. Creo que fue entonces que sentí que el taller valía lo que costaba.

La tarde se iba extinguiendo y una luz mortecina y única que había en la sala vidriada intentaba ganar su batalla con la noche. Todavía hubo tiempo para una lectura más y la correspondiente ronda de los críticos.

JD Salinger
Hubo tiempo también para muchas otras reflexiones y comentarios del maestro. Yo continuaba tomando mis notas. Anoté Raymond Carver como un escritor a investigar. Borges tiene un estilo decimonónico. Rashomon fue escrito por un japonés en 1915 y parece que lo hubiera escrito ayer. Debía leer a Salinger: Un día perfecto para el pez banana. Cortázar se puede dar el lujo de cambiar el punto de vista y convertir una telenovela de cuarta, La Seorita Cora, en una obra maestra.

Minutos antes de las nueve de la noche la débil luz de la sala se apagó. Era la forma clara e inequívoca que usaba el ordenanza cercano para avisarnos que teníamos que irnos. La despedida fue expeditiva, una vez que recuperamos la luz perdida. Nos veríamos el martes de carnaval, a la misma hora.

Me fui contento, había aprendido cosas, tenía muchas cosas más para aprender.

  1. Te agradezco la transmisión de conceptos a tener en cuenta para escribir un cuento. Estoy retomando el tema literario y los tendré en cuenta.
    Ahora, creyendo interpretar las inquietudes de DINOS y DINAS, esperamos conocer algún cuento tuyo.
    La pelota está de tu lado...
  2. Como ustedes sabrán, yo también "escribo" (o sea, escribo ficción).
    Pero nunca fui a un taller literario, aunque participé activamente en el taller literario de la sección de Literatura del foro Psicofxp, extinguido en noviembre de 2014. Para entonces, ya había publicado dos libros de cuentos y uno de "filosofía de la vida", los tres como "libros de autor" (es decir, ediciones pagadas por mí), en la Editorial Dunken.
    En el taller literario del foro,se escribían relatos, que eran leídos, comentados, juzgados y votados por los pares, pues no había un "maestro". Ahí escribí más de cien cuentos, aún sin publicar en papel. Nunca se me dio por la poesía.
    Aparte de las lecturas de toda mi vida (unos 2.000 libros, calculo), para perfeccionarme como escritor recurrí a dos fuentes: "The rules of style", Strunk y White, disponible en Internet, y a "El arte de escribir en veinte lecciones", de Antoine Albalat, bastante difícil de conseguir en la Web o en las librerías de la calle Corrientes. Los recomiendo a quien quiera escribir mejor, aunque eso de seguro no garantizará las ganancias de un García Márquez.
    En general concuerdo con las reglas que enuncia Hernán, pero tengo algunos comentarios para algunas (y así todo esto se escapa de los propósitos del blog):

    Los adverbios terminados en mente deben evitarse en lo posible: En general, OK; el problema es la larga y molesta terminación "mente". En inglés es más fácil, pues se usa "ly".
    Once palabras por oración es una regla que siguen los periodistas. Parece bueno para los periodistas, pero en literatura conviene intercalar oraciones cortas, largas y medianas.
    Deben evitarse los pronombres como aquél y otros parecidos, son retóricos, rimbombantes. OK. Por ejemplo, nada más molesto que ver escrito "el cual" o "el primero de ellos".
    Los adjetivos van después de los sustantivos, salvo algunos casos como “lindo perro”. OK.
    Los artículos indeterminados se usan una sola vez, la primera, “venía un perro”, pero luego se usa “el perro”. OK.
    Las metáforas pueden ser usadas por quienes tienen dominio de las mismas, como García Márquez (de quien se cuenta que tenía un corrector de estilo que eliminaba todos los adverbios terminados en "mente"). Correcto.
    El peligro de un cuento es la autobiografía. No lo veo así. Si uno no saca sus temas de la vida real, pueden volverse artificiales.
    En un escrito referido al amor la palabra amor no debe aparecer. OK.
    En un cuento lo primero es la acción, luego la descripción. Al revés de la novela. Bioy Casares no conocía esta regla, era mejor novelista que cuentista..Acá no estoy de acuerdo. Bioy escribió novelas bastante malas, y muchos cuentos excelentes, aparte de o otros desechables. Como buenos ejemplos, cito "El atajo" y "El calamar opta por su tinta".
    Pido perdón por el extenso comentario, pero no pude resistirme.
  3. Gracias Luis, gracias Ricardo,

    Además de los comentarios recibidos por el Blog una Dina me escribió diciendo: Disfrute mucho de esta entrada. Como si me hablara a mi. Empecé un taller de narrativa... Por esas casualidades tengo a Salinger a mano izquierda ...Escribiré para Dinos... Gracias. Un abrazo.

    A Luis Edgardo le digo: ya compartiré algún cuento con ustedes, pero antes espero aportes prometidos por... Por Héctor, por Norberto, por Alfredo, por Carlos..., por muchos más.

    A Ricardo le agradezco sus comentarios sobre las reglas que Emilio Matei recomendaba para los cuentos. Mi comentario para él es que la experiencia de participar en talleres literarios es muy enriquecedora, tanto para uno mismo como para los textos que uno produce. Nadie es buen juez de sí mismo y nada mejor que un buen maestro de taller para que señale qué podemos mejorar. Recuerdo el caso de la chica que llegó al taller y pidió leer. La primera clase no tiene cargo, le dijo Matei, pero no da derecho a leer. La chica sacó la billetera y pagó el mes. Adelante entonces, dijo el maestro. Terminada la lectura, la recién llegada lucía sonrisa ancha y triunfal, que se fue borrando a medida que arreciaban los comentarios de la jauría -yo era parte-, ya entrenada. Pero cuando Matei tomó la palabra y dio su dictamen, la no sonrisa pasó al llanto, al casi grito, al que me devuelven la plata. Recuperó la plata y no volvió. Una lástima para ella. Ser duramente castigado al inicio era parte del juego, del aprendizaje.

    A la Dina que me escribió le pido que cumpla su promesa. Esta vez sí!

    Un abrazo a todos.

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