[Capítulo 1 de La Informática y yo]
Mi encuentro con la informática
Hace algunos años mi hija me sorprendió con la siguiente pregunta:
— ¿Papá, tú trabajas en lo mismo que estudiaste?
Es que ella estaba terminando sus estudios secundarios y tenía que decidir qué carrera universitaria iba a seguir. Mi respuesta no la ayudó mucho:
— Hija, en lo que yo trabajo no existía cuando yo estudié.
Finalmente ella tomó la decisión de estudiar Ingeniería Comercial, carrera que en este país tiene un fuerte componente de mercadotecnia. Algo que ha existido desde siempre, desde que en el jardín del Edén la serpiente convenció a Eva de comer el famoso fruto prohibido. Ella no tendrá el problema que yo tuve.
¿Y qué es lo que yo estudié? Ingeniería Industrial, en Buenos Aires, en la primera mitad de la década del 60. Una carrera interesante, con una buena base en ciencias puras, matemáticas, física y química, complementada con sus aplicaciones en electrotecnia, construcción, organización de empresas,
procesos industriales, etc.
Entré a trabajar en la Ford, justamente como ingeniero industrial, paseándome junto a la línea de montaje con un cronómetro, tomando los tiempos de cada tarea para poder distribuir de manera equitativa el trabajo entre todos los obreros de la línea. Pero casi al año de estar allí un compañero de la universidad me contó que estaban tomando gente en IBM. Me presenté y me aceptaron, en julio de 1968. Transcurrieron más de 45 años hasta que finalmente me retiré de la misma empresa. He visto pasar mucha agua bajo el puente; esa es la historia que les quiero contar. La historia de la informática vista por alguien que, si bien no la vio nacer, la acompañó en su desarrollo, partiendo desde ser algo misterioso que parecía no tener mayor relevancia en nuestras vidas, hasta llegar a esto que hoy nos rodea por todas partes.
Les aseguro que en la universidad no me habían enseñado absolutamente nada de informática. Sin embargo yo no era tan ignorante como para no saber lo que era IBM. En aquella época estas siglas se usaban prácticamente como sinónimo de computación, tal como la Gillette lo era de las hojitas de afeitar. Había gente que trabajaba en el departamento IBM de una empresa, incluso cuando en ese departamento ya no hubiera ninguna máquina IBM. Recuerdo un chiste de la tira cómica del genial dibujante argentino Quino, donde Mafalda y sus amigos le preguntan a Manolito, el hijo del almacenero gallego, por qué estaba en su almacén con sandalias. La respuesta fue que estaban haciendo el inventario y que las sandalias eran como una IBM para él.
Odio tener que explicar los chistes, pero si alguno no lo entendió, la gracia era que siendo vistos los gallegos en Buenos Aires como no particularmente brillantes, Manolito no era muy bueno para las matemáticas, por lo que las sandalias le permitían utilizar diez dedos adicionales para llevar la cuenta de los artículos del almacén.
En estos últimos 40 años la informática ha producido enormes cambios en nuestro modo de vida, pero esto no ha afectado nuestra vida cotidiana tanto como lo que vivieron nuestros bisabuelos a fines del siglo XIX. La llegada del agua corriente, el ferrocarril, el telégrafo, la electricidad y sus aplicaciones, como la luz eléctrica, los refrigeradores, los tranvías y los ascensores, para culminar a comienzos del siglo siguiente con los automóviles, los aeroplanos y la radio, todo eso en unas pocas décadas, cambió la vida cotidiana de la gente común de una manera que difícilmente se repita en la historia de la
humanidad.
Para mis abuelos, cuya vida se desarrolló en la primera mitad del XX, el mundo actual no les sería tan extraño. Si entraran a mi casa verían las mismas comodidades que ellos tuvieron. Sólo preguntarían por el uso del microondas y especialmente por esas pantallas planas que verían en muchas de las habitaciones. Si mi abuelo se subiera a mi automóvil, quizás le llamen la atención los cinturones de seguridad, pero en pocos minutos podría andar circulando por la ciudad. En la calle, además del volumen del tránsito, los semáforos serían lo más novedoso para él, aunque difícilmente echara de menos el antiguo sistema en que un policía dirigía el transito encaramado en una garita.
Si revisamos los últimos cuarenta años, ciertamente no veremos cambios tan espectaculares en nuestro entorno doméstico, sino otros más sutiles que afectan principalmente a nuestra vida cultural.
A mis abuelos no les llamaría la atención ver en mi casa varias bibliotecas atestadas de libros, pero se sorprenderían si les dijera que casi no los miro porque la mayoría de mis lecturas son hoy en una tableta. Lo mismo pasa con mi colección de la revista astronómica que conservo completa desde
1965, ocupando un considerable espacio. El año pasado recibí por una módica suma en 10 DVD las imágenes de todos los números desde 1943 hasta ahora. ¿Qué sentido tiene seguir guardando mis queridas revistas? ¡Ojalá no se entere mi señora!
Veríamos aún mejor el impacto de la informática hoy si pudiéramos hacer el experimento inverso. Llevar a nuestros hijos y nietos a la época de mi niñez, a mediados del siglo XX. Lo ejemplifica a la perfección un simpático chiste que me llegó hace poco.
Un padre y su hijo adolescente están viendo un programa médico. El hijo le dice:
— Papá, si alguna vez me vez conectado a un montón de aparatos y viviendo a base de líquidos, por favor no me dejes vivir así.
El padre asintió, fue al cuarto del hijo, le desconectó el televisor, el equipo de música, la consola de videojuegos, le quitó el celular, el iPad y le botó las latas de cerveza, el ron y todas las bebidas. ¡Y el hijo casi se murió...!
A lo largo de estos muchos años, en varias ocasiones me ha tocado recibir nuevos empleados que venían llegando directamente de la universidad. Aunque muy preparados en las tecnologías más modernas, andaban totalmente perdidos al encontrarse con otras más antiguas que aún abundan en las empresas a las que prestamos servicios. Tomé la costumbre de en un par de horas tratar de contarles la historia de la computación. Sus compañeros comentaban: — ¡Ahí ya está el jefe con sus fenicios! — Nunca supe de donde salió esa frase. Hay civilizaciones mucho más antiguas que los fenicios, como los sumerios o los egipcios. Pero en mi caso aplicaba mejor, porque no partía desde el principio, sino desde la época en que había llegado a IBM, la que coincide aproximadamente con las más antiguas tecnologías que mantienen cierta vigencia.
Esta es la misma historia que pretendo contar en este libro. No es la historia de la informática sino mi historia de la informática. Seguramente no será muy rigurosa pero espero que sea más amena que si llenara el libro de referencias y citas a los distintos gurús que ha tenido esta industria
(Continuará)
Autor del Blog: HERNÁN HUERGO
Podés enviar tus aportes y fotos a hhuergo@gmail.com.
Podés incorporarte como Dino o Dina de la Informática Argentina si has nacido con fecha igual o anterior a 1961 y tenés diez o más años de experiencia informática en nuestro país. Podés solicitarlo a hhuergo@gmail.com.
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Otro escritor talentoso en el grupo !!!???
ResponderEliminar¿Es el mismo Vila Echague que intercambiaba con Sofia Elicagaray el registro de "presente" cuando pasaban lista en las clases de la FIUBA? La suave Sofía (con voz femenina) daba el "PRESENTE" como Vila Echague. En respuesta a esta atención, Eduardo (con grave voz de bajo bien masculino) decía "PRESENTE" cuando era el turno de Sofía.