[Capítulo 3 de La Informática y yo]
Prehistoria: la tarjeta perforada
Recuerdo aquel día de mayo de 1968 en que inventé
un pretexto para no ir a la Ford y me presenté a dar examen en la IBM. Tal como ahora, había muchas figuras geométricas y
series numéricas a completar. También había problemas simples de regla de tres con respuestas
múltiples. Como buen ingeniero que era, llevaba mi regla de cálculo en el bolsillo, por lo que era
cuestión de tomar los datos del problema y multiplicarlos y dividirlos en distinto orden hasta que diera
una de las posibles respuestas. Las calculadoras de mano estaban prohibidas, pero los que
vigilaban la prueba, seguramente ya feligreses de la nueva religión digital, miraron con desprecio
este burdo instrumento analógico y no me dijeron nada. En consecuencia terminé de los primeros, y me
pasaron al test psicológico. Sólo recuerdo que me preguntaron si prefería ser obispo o
general. Tal vez era una forma sutil de saber si yo era bueno para el software o para el hardware, porque si
me hubieran hecho la pregunta en esos términos, posiblemente ni la habría entendido. Seguramente
mi respuesta estuvo dentro de lo aceptable, porque me comunicaron que me presentara a trabajar el
1 de julio.
En aquella época las empresas de computación no
tomaban gente con experiencia. ¿De dónde la hubieran sacado, si recién se estaba inventando esta tecnología? Tomaban
muchachos jóvenes, apenas salidos de la universidad, en grupos de 15 o 20, porque como había que
enseñarles todo de cero les resultaba más a cuenta. Por supuesto, varones en su casi totalidad. Quizás
porque a las mujeres les costaba dar la imagen típica del empleado de IBM en aquellos años, cuya
indumentaria obligatoria era traje azul o gris oscuro, camisa blanca, zapatos negros bien lustrados
(¡nada de mocasines!) y una sobria corbata. Es que en aquellos años aún las mujeres no sabían vestirse de
hombres, como muchas hacen ahora para verse más ejecutivas.
Así que en
el día señalado me presenté a la escuela de IBM, donde nos informaron que
para empezar pasaríamos 2 o 3 meses en cursos teóricos, antes de que siquiera tocáramos
una computadora (las que en Argentina, por si no lo saben, son de sexo femenino). Allí estábamos
expectantes todos los
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Tarjeta Hollerith de 80 columnas
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candidatos a ser obispos o generales, pero que por el momento éramos
solamente sacristanes o reclutas. Finalmente nos ingresaron
a una sala de clases a tomar nuestro primer curso: "La tarjeta y su diseño".
Allí nos contaron que todo había
empezado cuando se hizo el censo de los Estados Unidos de 1880. En ese país la
Constitución obliga a un censo cada 10 años, entre otras cosas para saber
cuantos representantes le toca a cada Estado. Con el aumento explosivo de la
población, terminaron de procesar los datos ya cerca de 1890, y se dieron cuenta
de que si seguían así, el censo de 1890 lo terminarían después del 1900. Uno
de los empleados de la oficina del censo llamado Hollerith ideó registrar los
datos que recogían los encuestadores como perforaciones en tarjetas de
cartulina. Se hacía pasar la tarjeta por una especie de cepillo metálico, y
la corriente eléctrica pasaba por donde había hoyos y se interrumpía donde no
los había. Gracias a este invento, el censo de 1890 se procesó en un par de
años.
Años después se formó una empresa que a partir de
este invento fabricó una serie de máquinas capaces de procesar la información de las tarjetas con fines comerciales,
empresa que con el tiempo se convirtió en la IBM. Estas máquinas se denominaban genéricamente de registro
unitario. Los datos se registraban mediante una máquina perforadora, donde una operadora digitaba el
contenido de las planillas o documentos a ingresar. Para asegurarse que no hubiera errores
otra operadora repetía la digitación en una máquina verificadora, y si había discrepancias se
descartaba la tarjeta original y se perforaba una nueva.
Para procesar la información había lectoras y
perforadoras de tarjetas, una tabuladora capaz de imprimir unas trescientas
líneas por minuto, una calculadora para multiplicar y dividir, y una
clasificadora para ordenar los lotes de tarjetas. Eran máquinas enormes, cada
una de las cuales apenas cabría en el living de un departamento moderno. Se
controlaban mediante un tablero con muchos hoyitos donde se enchufaban cables
de colores. Era casi como si uno viera pasar los caracteres individuales. Si
queríamos que el nombre del cliente, que ocupaba en la tarjeta las columnas 5
a 24, se imprimiera en las posiciones 31 a 50 de la salida impresa, había que
conectar un cable desde el hoyo 5 de la entrada al 31 de la salida, otro del
6 al 32 y así hasta completar las 20 conexiones.
La tarjeta tenía, si no me engaña la memoria, 80
columnas y 12 filas. En cada columna se codificaba un dígito, una letra o un
signo de puntuación; los dígitos con un hoyo, los demás con dos hoyos por
columna. Es decir, la capacidad de una tarjeta no se medía en megabytes ni en
kilobytes, sino que era simplemente de 80 caracteres, que aún no se llamaban
bytes. Se guardaban en cajas de 2000 tarjetas, de dimensiones 40cm x 20cm x
10cm, con un peso de unos 5 kg. En lenguaje actual, 160 kilobytes.
El último pendrive que compré tiene 8 Gigabytes.
Es tan chico que se me pierde a cada rato. Para guardar la misma cantidad de
información en tarjetas, hubiera necesitado 4 millones de cajas de tarjetas,
con un peso de unas 250 toneladas, más o menos lo que pesa un avión Jumbo. El
avance de la tecnología podrá hacernos menospreciar las tarjetas, pero no
olvidemos que durante la mayor parte del siglo XX, la información
computacional de las principales empresas se almacenó en ese medio.
Si encontramos engorroso el guardar la
información en tarjetas perforadas, nos sorprenderemos aún más al saber cómo
se hacía para procesarla. Imaginemos como operaba un banco. Los datos básicos
del cliente, como código, nombre y dirección se registraban en tarjetas
llamadas maestras, que sólo se modificaban al dar de alta o de baja algún
cliente. Para cada cuenta de los clientes había un segundo tipo de tarjeta
con el código del cliente, el número de la cuenta y su saldo. Los movimientos
en forma de cheques, retiros, depósitos, comisiones, etc, se digitaban
diariamente en tarjetas llamadas de detalle, donde iba la fecha, el número de
cuenta, el tipo de movimiento y el importe. ¿Se imagina la cantidad de
movimientos diarios de un banco grande? Pues cada uno de ellos debía ser
perforado y verificado esa misma tarde, porque el saldo tenía que estar actualizado
a la mañana siguiente.
Durante la noche se clasificaban los movimientos
por número de cuenta. Si usted está acostumbrado a clasificar las filas de su
planilla electrónica seleccionándolas y apretando la opción correspondiente
de un menú, olvídese. La clasificación se hacía dígito a dígito, empezando
por el último y terminando por el primero. La clasificadora tenía un bolsillo
de entrada y diez de salida. Después de cada pasada se recogían ordenadamente
los diez lotes de salida, se juntaban y se volvían a ingresar, restándole uno
a la columna de ordenamiento. Si eran 20.000 los movimientos, y la cuenta
tenía 8 números, había que leer 160.000 tarjetas para poder ordenarlas.
A continuación en una lectora de tarjetas se
ponían las cuentas y en otra los movimientos. Se leía la primera cuenta,
luego todos los movimientos de la misma, se iba actualizando el saldo y
finalmente se perforaba una nueva tarjeta de cuenta con el saldo actualizado.
Y eso se hacía todos los días.
A fin de mes había que emitir los estados de
cuenta. Para hacerlo había que volver a leer todos los movimientos del mes,
combinando la información de los tres tipos de tarjetas. Los cierres de mes
podían demorar varios días y los operadores terminaban agotados de tanto
manipular las famosas cajas de tarjetas. Por algo era sólo trabajo de
hombres, en tanto que el de perforación y verificación se reservaba a las
mujeres.
En la época en que yo entré a IBM, sólo pocas
empresas continuaban procesando en base a tarjetas. Por ese entonces ya estábamos
en la tercera generación de computadoras. Sin embargo veremos que el esquema
de procesamiento casi no había cambiado, sólo que ahora las tarjetas
únicamente se usaban para el ingreso inicial de la información. Se leían y
grababan en cintas magnéticas, también como archivos maestros y de detalle.
La información de cada tarjeta se grababa como un registro y, gran adelanto,
ahora podían contener más o menos de 80 caracteres. Los registros se podían
clasificar también directamente en las cintas, lo que en el caso de archivos grandes podía llevar mucho tiempo, pero siempre era mejor que estar manipulando las famosas cajas. Pero, al igual que antes, el archivo maestro era procesado en paralelo con el archivo de movimientos, se aplicaban los cambios y se generaba un nuevo archivo maestro.
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En 1969, sólo un año después de ingresar en IBM,
me enviaron a mi primer viaje al extranjero. ¡Qué emoción! Nada menos que a
Río de Janeiro. Buena forma de empezar. El motivo era el anuncio de un nuevo
sistema de computación más pequeño, pensado para lo que ahora llamaríamos
PYMEs y que entonces simplemente eran las empresas medianas que no tenían
presupuesto para arrendar nuestras computadoras principales, las que más
adelante llamaríamos mainframes.
Nuestra instructora era una señora carioca y las
clases se dictaban en inglés. Estuve todo el primer día tratando de entender
su peculiar pronunciación. Finalmente me di cuenta de que cuando ella decía
'j' yo tenía que imaginarme la letra 'r', y si decía 'ch', obviamente estaba
pronunciando la 't'. Había otras equivalencias que memoricé, y me hice una
tabla de traducción en tiempo real, con lo que pude comprender el resto del
curso. No sé si ahora yo podría repetir la hazaña, porque, a diferencia de la
evolución de las computadoras, yo tenía entonces en mi cabeza un procesador
mucho más rápido que el que tengo hoy.
El nuevo sistema de computación era un verdadero juguete. En lugar de
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Tarjeta IBM de 96 columnas |
ocupar una enorme sala climatizada con paredes de vidrio (llamada glass house por los gringos) se podía poner sobre una mesa y le bastaba un aire acondicionado de pared. Era capaz de leer tarjetas y perforarlas, al igual que sus hermanas mayores, pero la diferencia era que usaba una tarjetita mucho más chica, casi cuadrada, que no tendría mucho más de 8 cm por lado. Además, ¡oh maravilla!, en lugar de tener capacidad sólo para 80 caracteres, en ésta cabían 96. ¿Se imaginan tamaña revolución?
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Cuando volví a Buenos Aires me tocó anunciar las novedades a mis compañeros. Fue la primera de las innumerables presentaciones de nuevos productos que me tocó hacer a lo largo de mi carrera. Pueden suponer mi entusiasmo. Les dije que después de 80 años usando el mismo diseño de tarjeta, ahora teníamos una nueva tarjeta para los próximos 80 años. A continuación me extendí en las consecuencias sociales del nuevo anuncio. ¡Por fin las mujeres podrían trabajar en los centros de cómputo! Como dije anteriormente, hasta ese momento los operadores siempre habían sido no sólo varones, sino también bastante fornidos para manipular las famosas cajas. ¡Se avecinaba toda una revolución en el campo laboral!
Esto último se cumplió sólo en parte. Efectivamente la mujer tiene hoy un papel fundamental en casi todas las áreas de la informática, a excepción de la operación, que sigue a cargo mayoritariamente de hombres, seguramente por los turnos nocturnos. En cuanto a mi otra predicción, la tarjeta para el próximo siglo, fue un fracaso total. A fines de la década del 70 sólo se continuaba usando tarjetas para los juegos de pronósticos deportivos. Y, lo que es peor, ¡la tarjeta que se empleaba para eso era la de 80 columnas!
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Muy bueno. Me hizo revivir mis recuerdos.
ResponderEliminarAlgunas observaciones:
1. Si no me equivoco, en una conversación con Hernán, discutimos si la marca fatídica era la "X en 80" o la "X en 81". En la primera ilustración de una tarjeta perforada en este artículo, se puede distinguir que esa tarjeta tenía "X en 81". Creo que se la usaba sólo para las verificadoras de tarjetas, para marcar (no sé si con su presencia o su ausencia) que la tarjeta había sido verificada. Y seguramente habría otra máquina que la podía leer, para separar tarjetas buenas de las malas, quizá una clasificadora. Creo que en la entrada a la 1401 no se podía leer esa columna.
2. Las tarjetas de 96 columnas duraron poco, al punto de que no recuerdo haber visto una real.
3. Las cintas magnéticas eran una mejora importante, pero tenían sus problemas. La Franco, una compañía de seguros, fue uno de los primeros clientes que las empleó. Un día, aparecieron operadores y gerentes de La Franco que necesitaban usar las unidades de cinta del Centro de Pruebas de IBM, porque había algún problema con las de La Franco. Recuerdo que un gerente de La Franco (por suerte olvidé su nombre), quien se destacaba por decir a cada momento "desde el inicio", vino con una cinta para ordenar ("sort"). Nuestras unidades eran de un modelo más barato y, por supuesto, más berreta que las del cliente. Las clasificaciones se realizaban en varias "pasadas", lo que implicaba poner y quitar cintas de las unidades, y ¡ay del operador que se confundiera! El sort en cuestión duró, si no recuerdo mal, unas 5 horas. Pero justo cuando se estaba por llegar al resultado final, una unidad de cintas falló, dejando la cinta como un fideo en el punto de falla. Se volvió a correr el sort. Otras 5 horas, y resultado idéntico. No se imaginan la cara del gerente en cuestión, quien "desde el inicio" había puesto el mayor cuidado. Creo que ese trabajo urgente quedó para la semana siguiente, cambiando las unidades de cinta por otras mejores (que también de vez en cuando podían fallar). Lo que no recuerdo es cómo terminó el asunto.
El sort/merge es una de las tareas que reducen dramáticamente el tiempo de proceso de tareas siguientes, pero en aquellas épocas tardaba muchísimo en realizarse, creciendo en forma casi exponencial con el tamaño del archivo. Hoy día se sigue utilizando el sort con discos magnéticos, pero su necesidad ha disminuido mucho con las bases de datos.
Hola Hernán y Ricardo!!! Leo la discusión y no puedo evitar entrar en la payada!!!!!!
ResponderEliminarLa “X fatídica” era la “X en 80” porque se perforaba para “marcar” la tarjeta para algún proceso posterior. En realidad, podía ser una marca “buena” o “mala” según fuera a descarte o a ser utilizada en otro proceso. Lo de fatídica era un mito urbano: a los que hacían (hacíamos) alguna macana, se decía que se le ponía la X en 80 en el legajo personal, quedando descartado para futuras promociones (se había quemado!!!). No creo necesario aclararlo pero, por las dudas, es obvio que esa “marca fatídica” nunca existió realmente.
La “X en 81” era una marca que hacia la verificadora 056 (Dinos Juniors a preguntarles a los Dinos Seniors!!!) cuando la verificación en la 056 coincidía con la perforación hecha en la 024 ó 026 (a preguntar de nuevo!!!). Cuando había discrepancia, la 056 avisaba y daba una segunda oportunidad para corregir lo tecleado en la verificación. Si continuaba la diferencia, la 056 perforaba una muesca en el borde superior de la tarjeta, en correspondencia con la columna errónea y NO perforaba la X en 81.
Cuando no había ninguna discrepancia, se perforaba la X en 81. Esto permitía sacar la tarjeta errónea ¡¡¡mirando el lote al trasluz!!!! y corregirla haciendo una nueva.
Creo que los Dinos (Juniors y Seniors, de IBM o “de la competencia”) debemos recordar con respeto la humilde “ficha perforada” (denominación no recomendada) porque los ingresos monetarios logrados por IBM con ella fueron los que financiaron en gran parte el desarrollo posterior del que hoy nos enorgullecemos…,
Un abrazo, Alejandro C Pacecca
Meticulosa y genial descripción la de Hernán. Espero el siguiente capítulo de esta serie (que no está en Netflix) que describa los pasos de los programadores de segunda generación (like 1401/1440 IBM) para diseñar un programa (uso del template), escribir, revisar, corregir, compilar en la exigua hora de máquina que nos daban (hablo de La Franco Argentina) a los programadores,y finalmente probar esperando que no nos diera PROCESS (la señal maldita). Para Ricardo: el gerente de aquellos años se llamaba Fernando Vilallonga.
ResponderEliminarluiggi: Tu expresión de Meticulosa y genial descripción no me corresponde; supongo que merece un GO TO EDUARDO VILA ECHAGÜE.
EliminarDon Alejandro Pacecca
ResponderEliminarMencionó la palabra “payada”
Siento que me mojó la oreja
Y contesto con esta pavada.
Sobre la tarjeta perforada
Recuerdo bien a las perforadoras
Que eran las verdaderas actoras
De las que uno se enamoraba.
Y recuerdo el cotorreo
Que había en el sector
Producto del cuchicheo
Cuando entraba un programador
Muchos de los programadores
Se casaron con estas minas
Y así ambos fueron los gestores
De la actual tecnología
En vez de la tarjeta perforada
Podemos hablar de la impresora
Esas cosas que ahora
Requieren de una tinta tan salada
La impresora original
Que la 1401 traía
120 posiciones imprimía.
50% mas que una tarjeta
Y esa había sido la meta
Del dueño de la dinastía.
De 120 a 132 pasó un suspiro.
Pero un número tan irregular
Quien o por que le dio ese giro
Algun Dino me lo podrá explicar?