Se definía como un humanista y renegó de todo dogmatismo; tal vez por eso su obra fue devastada por los fanáticos y su persona convertida en estandarte; trajo la primera computadora científica al país y fundó la carrera de Computador científico, pero su vida puede leerse como un retrato de lo que pudo ser nuestra Nación. Tal vez, si aprendemos su mayor lección, de lo que todavía podemos ser
Manuel Sadosky fue un hombre y fue muchos hombres. Se lo conoce por haber fundado la carrera de Computador científico (ahora Licenciado en computación) en La Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires; por haber sido el Secretario de Ciencia y Técnica del Dr. Raúl Alfonsín, cuando este ejerció la presidencia de la Nación, y sobre todo por haber traído a la emblemática y mayormente desconocida Clementina, la primera computadora científica que llegó al país y a la región. Fue, qué duda cabe, uno de los pioneros de la informática en la Argentina, y el detalle de su biografía puede leerse online en este trabajo del matemático Pablo Jacovkis. La biografía más extensa sobre Sadosky (Manuel Sadosky: ciencia con conciencia en América latina, publicada por Paidós) es obra de Pedro Kanof.
Hay, sin embargo, otro Sadosky, uno que es metáfora y espejo de la Argentina. Nació el 13 de abril de 1914 en Buenos Aires. Miren la fecha. Un poco más de dos meses después, Gavrilo Princip lanzará una granada al automóvil en el que se desplazaba el archiduque Franz Ferdinand de Austria junto con su esposa, Sofía. Ambos morirán a causa de las heridas y el atentado será la chispa que encenderá una de las contiendas más horrendas que ha presenciado la civilización, la Primera Guerra Mundial. Nueve años antes, los padres de Manuel habían emigrado de Ekaterinoslav, en Ucrania, buscando un destino mejor. Ese destino del que hoy las nuevas generaciones buscan escapar. Es decir, la Argentina. Duele, claro que duele.
Natalio, su papá, era zapatero. Su mamá, María Steingart, a la que le decían Minie, casi no sabía leer y escribir. Estos dos datos se reiteran cada vez que se habla de Sadosky. ¿Por qué? Por la distancia que hay entre el padre zapatero y la madre que casi no sabe leer y escribir y el pionero de una de las disciplinas más abstractas y complejas que existen. Está bien, parece claro. Pero si miramos de cerca hay mucho más en esta foto. Si Natalio y María iniciaron su cruzada épica en 1905 fue precisamente para que sus hijos tuvieran una vida mejor. Por eso se vinieron a la Argentina. Vamos a ese pasado.
Tienen diez hijos, los Sadosky, de los que sobreviven siete. Han huido de una Rusia imperial donde la miseria, el trabajo infantil y el antisemitismo se cobran vidas humanas a diario. El antisemitismo será una línea inmutable que continuará en la Unión Soviética, luego de 1917. Los padres de Sergey Brin, uno de los fundadores de Google, emigraron por este mismo motivo, solo que a Estados Unidos y más de 70 años después que los Sadosky. Vuelvo a la actualidad.
Manuel Sadosky fallece en Buenos Aires el 18 de junio de 2005. Es decir, un siglo después de que Natalio y Minie cruzaran medio planeta buscando una vida mejor. Hay que decir algo: la encontraron, y todos sus hijos (salvo una de sus hermanas, que debió entrar a trabajar en Harrods) se graduaron en la universidad. Es probable que en nuestra Argentina actual, anestesiada a fuerza de golpes y decepciones, la afirmación anterior pase inadvertida. Pero los que tenemos años suficientes fuimos testigos de esa cara de orgullo inocultable que ponían nuestros padres o nuestros abuelos inmigrantes cuando accedíamos a un logro académico. Creíamos haber conseguido algo. Y era cierto. Pero sus rostros expresaban otra cosa. Ellos habían vencido el hambre, la guerra, la persecución, el desarraigo, la incertidumbre y la apuesta más grande que puede hacerse en esta vida, y ahí estaban sus retoños, prósperos y mejores.
Por desgracia, la historia de este otro Sadosky, el que es una metáfora de la Argentina perdida, lo muestra también a él sufriendo la persecución, la intolerancia y el desarraigo. Y aun así, y esto es asimismo una faceta de la Argentina inabarcable o imposible, Sadosky le daría a la Nación sus mejores horas. Aunque no todas sus horas, porque lo expulsaron una y otra vez, hasta que recuperamos la democracia, en 1983.
El ascenso
Vivía enfrente del Colegio Mariano Acosta y era consciente de que esa escuela le había dado el impulso inicial. Fue compañero de otro grande, Julio Cortázar. Y tuvo maestros notables, como Alberto Fesquet, José Luis Romero y Jorge Romero Brest. Hizo allí cinco años de la primaria y toda la secundaria, y cuando le faltaba un año y medio para graduarse, llegó 1930 y el primer golpe militar con el que el sueño de la república democrática empezó a hacerse pedazos.
No quiero profundizar en el análisis histórico, ideológico y político, porque ni soy experto ni puedo extenderme tanto, pero con todo y las circunstancias que la Argentina empezó a atravesar en ese momento, Manuel se graduó como doctor en física y matemática en la Universidad de Buenos Aires en 1940. Viajó becado al Instituto Poincaré en París, Francia, para hacer su posgrado. Luego siguió su carrera en Italia, y finalmente regresó a la Argentina. Empezó a dar clases en la Universidad de La Plata, y ahora saco otra foto del álbum. En 1952 Sadosky fue excluido de la Universidad. ¿Por qué? Porque no aceptó la condición de afiliarse al peronismo. Dato no menor (aunque Sadosky lo relativiza, en un extenso reportaje que le concedió a Laura Rozenberg en 1993 y que la Sociedad Científica Argentina compila aquí): ente muchos otros, también Bernardo Houssay, premio Nobel de Medicina en 1947, fue separado de su cargo.
Entre 1940 y 1946 Sadosky estuvo afiliado, junto con su primera mujer, Cora Ratto, al partido comunista. Incluso después de desvincularse, siguió (como muchos otros) encandilado con el relato soviético. Al final, reconocería el error de haber apoyado ese proyecto. “Tal vez, [mi mayor error] fue la apreciación que en un momento hice de la Unión Soviética”, le dijo a Rozenberg en el reportaje citado arrriba. Pero para entonces, la polarización ya estaba instalada en la Argentina y el apellido Sadosky, recortado de la realidad, sin que importaran sus experiencias, sus decisiones y su condición humana (o sea, falible, atravesada por la duda y las paradojas), quedó convertido en estandarte. Así agigantado, perdió su dimensión humana y eclipsó a muchos científicos y académicos que contribuyeron a poner al país en la carrera tecnológica. Un caso, solo como ejemplo: la Escuela Superior Latinoamericana de Informática (Eslai), que nació durante la gestión de Sadosky como Secretario de Ciencia y Técnica, fue idea y obra de otros miembros de la comunidad científica, cuyos apellidos el argentino promedio casi no ha oído mencionar.
Clementina
Cuando cae Perón, Sadosky y otros académicos que habían sido desterrados regresan al aula. Será vice decano de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires entre 1957 y 1966. Este segundo año es significativo, porque habrá otro golpe militar, y esta vez deberá exiliarse en Brasil, luego de la Noche de los bastones largos.
Pero en ese breve período en el que hubo cierto grado de normalidad, entre 1957 y 1966, Sadosky compuso su obra maestra: junto con varios colaboradores (como Cecilia Berdichevsky y Rebeca Cherep de Guber), fundó el Instituto de Cálculo y consiguió los fondos y la decisión política para traer a Clementina, la computadora. “Sadosky era un hombre que tenía este don: lograba que las cosas se hicieran”, me dice Hugo Scolnik, que fue primero su asistente y luego su colega y asesor. Me cuenta muchas anécdotas y detalles cotidianos de aquél Sadosky incansable y de su entorno, que llevaría horas ordenar y reconstruir.
En todo caso, miren las fechas. En 1960 Sadosky crea el Instituto de Cálculo. Clementina se pone en marcha en 1961. Cuatro años antes nacía Fairchild Semiconductor en Estados Unidos, donde inventarán el circuito integrado. En el Instituto de Cálculo, alrededor de ese prodigio que es Clementina, se han conjurado mentes brillantes y un poder de cómputo como la región nunca antes ha visto. La denominación formal de Clementina es Mercury, y es obra de la empresa inglesa Ferranti. En su momento, fue un instrumento de cálculo ferozmente veloz: en 180 millonésimas de segundo era capaz de sumar o restar dos números de coma flotante. ¿Eso es mucho o es poco?
En 2011 entrevisté a Santiago Ceria, que ese año había asumido como director ejecutivo de la Fundación Sadosky, para que me explicara de qué era capaz Clementina. Dejando un número de consideraciones técnicas de lado, aquella máquina enorme (Sadosky pensaba que las computadoras se volverían cada vez más grandes, aunque llegó a ver que en realidad iba a ocurrir todo lo contrario) podía hacer unas 5500 sumas o restas por segundo.
Cierto, tu teléfono celular es cientos de millones de veces más veloz que eso. ¿Pero cuántas sumas y restas podés hacer vos a mano a cada segundo? No mucho más que una; y al ratito ya vas a estar cometiendo decenas de errores. En cierta ocasión nos pusimos a estimar con Scolnik, que me honra con su amistad, cuánto cálculo humano hace una computadora de escritorio en un segundo, y llegamos a un número (grosso modo, sin entrar en detalles, pero razonable) de 65.000 años. ¿Perdón, 65.000 años?
Así es, tu notebook hace en un segundo tantas cuentas que vos, con lápiz y papel, tardarías 65.000 años en completar. Clementina, 62 años atrás, era capaz de hacer una hora y media de cálculo humano por segundo, y eso era una maravilla. Además, se la podía programar para que emitiera pitidos que entonaban la canción Oh, my darling Clementine, de donde provino su apodo. Folk estadounidense, por si les interesa el dato.
“Clementina ocupaba una habitación –me dijo Ceria en 2011–, eran 18 módulos de 2 metros de alto y 50 cm de profundidad y 80 cm de ancho.” Es verdad, era enorme, primitiva y lenta para los estándares actuales, pero para un instituto de matemática aplicada, como el que había fundado Sadosky junto con Alberto González Domínguez y Simón Altmann en 1960, era un salto enorme al futuro.
Pero una vez más, nuestro incorregible idilio con los extremos, los líderes mesiánicos y la violencia política apretarían el botón Cancelar, y en 1966, tras el golpe militar que derrocó al Arturo Illia, Sadosky tuvo que irse del país. El equipo alrededor de Clementina fue desmantelado. Miren las fechas, una vez más. Dos años después, en 1968, se fundará Intel, en Estados Unidos, y en 1971 inventarán allí el cerebro electrónico. ¿Hay un patrón aquí o estoy alucinando?
El maestro
Sadosky fue un cruzado de la educación (como cualquier persona inteligente) y escribió dos libros emblemáticos que formaron a generaciones de matemáticos e ingenieros; Cálculo Numérico y Gráfico (1952) y Elementos de cálculo diferencial e integral (1956), en colaboración con de Guber. Esas obras forman parte de la biografía del primer Sadosky.
El otro, el exiliado, al que perseguían desde los dos extremos del dial por disentir, tuvo que volver a irse, después de haber regresado al país, cuando en 1974 la Triple A lo amenazó de muerte. De nuevo, les ruego que miren las fechas. Es 1974 se va a Venezuela, donde conocerá a Raúl Alfonsín, que también ha debido exiliarse, y se harán amigos. Un año después, en 1975, se funda Microsoft en Estados Unidos. En marzo de 1976 hay otro golpe militar en la Argentina; es el mismo año en que se funda Apple en el Silicon Valley. En 1983 vuelve la democracia a nuestro país. En enero de ese año, se pone en marcha Internet en Estados Unidos.
Sadosky está de vuelta en la Argentina y será el Secretario de Ciencia y Técnica de Raúl Alfonsín. Volvemos a creer que podemos ser un país donde el mérito, el esfuerzo, la argumentación racional, el disenso pacífico y la diversidad ideológica en una democracia occidental pueden convertirnos finalmente en una nación próspera y justa.
Un poco más de dos décadas después del regreso de la democracia, habiéndose mantenido activo casi hasta el final, Sadosky nos deja. Ha pasado un siglo desde la llegada de sus padres al país. Su impronta es indeleble. Sus padecimientos, también. Hubo una Argentina que lo hizo un pionero de la informática y le permitió mover las piezas (con la ayuda de mucha gente, todas mis fuentes insisten en esto, y vale la pena mencionarlo, aunque sea obvio) para poner al país en un camino que hoy nos ubicaría entre las naciones más poderosas del mundo. Esa Argentina republicana y democrática nos llena de orgullo. Pero no ocupamos ese lugar, ni cerca.
Es que está la otra Argentina, que la sombra de Sadosky representa de una forma desesperante y absurda, porque todos esos sueños se cancelaron, una y otra vez, y generaciones enteras quedamos entrampadas en un enfrentamiento del que solo quedan la pobreza y la exclusión. El hijo de inmigrantes debió emigrar, y regresar, y volver al destierro, y volver a volver, como en un círculo nefasto que parece que somos incapaces de vencer.
Hay dos Sadosky. Uno, el humanista (así se definía él) enérgico que movía cielo y tierra y, con eso, contribuyó a poner a la Argentina entre los primeros lugares en una carrera que conducía al futuro. El otro Sadosky fue rehén de la misma historia de violencia, dogmatismo e intolerancia que el resto de nosotros. Todos coinciden en que Manuel fue sobre todo un gran maestro. Pues bien, nos haríamos un enorme favor si aprendiéramos su principal lección: no importa tener razón, lo que importa es pensar.
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