Vienen a mi
mente algunos recuerdos jocosos: cuando Luis Marzulli y yo nos dimos cuenta de
que el procesador del lenguaje
ensamblador de la Mercury sólo
consideraba el primer carácter de las directivas, empezamos a escribir programas en los
cuales, en lugar de poner Sector,
poníamos Sadosky, en vez de Routine escribíamos Rebeca; y les decíamos: “Dr.
Sadosky, Dra. Guber: vean lo que hemos hecho, ¡modificamos el software en honor
a ustedes!”. Obviamente era broma.Y así, el Dr. Sadosky, el siempre inquieto
visionario que buscaba cómo solucionar problemas reales que sirvieran
invariablemente para aprender, porque si no, no servían, es decir era “no” a lo
rutinario; y la Dra. Guber, sagaz conocedora del quehacer del IC, que más de
una vez nos llamaba a la realidad, nos miraban preguntándose qué hacíamos.
Lo que hacíamos
era que nos interesaba conocer las entrañas de la Mercury desde el punto de vista funcional y su software
de base, que no conocíamos con ese nombre en aquel entonces; pero así comenzó
mi aproximación a esta área de conocimiento y desarrollo que habría de ocuparme
muchas décadas en mi vida.
Aunque las
herramientas de expresión a nuestra disposición eran limitadas, empezamos a
vislumbrar la importancia de la Algorítmica
y la vastedad de los caminos que empezaban a abrirse ante nosotros, gracias a
que contábamos con elementos para estudiar y avanzar; por ejemplo, las
publicaciones periódicas de la ACM (Association for Computing Machinery) y del
IEEE (Institute of Electrical and Electronics Engineers) que se recibían en la
Biblioteca de Matemáticas, Física y Meteorología. Tuvimos además una iniciación
a las bases formales de la Computación con la llegada del Prof. Bernard
Vauquois de la Université de Grenoble, Francia al IC, visitante por unas
semanas. Sus clases nos dieron una visión panorámica formal importante;
¡conocimos así la Máquina de Turing!, entre otras cosas. Haber vislumbrado “la
importancia de la Algorítmica”,
constituye un hecho fundamental que a lo largo de transformaciones, evolución y
bajo diferentes pautas, nos ha acompañado a lo largo del tiempo,
constituyéndose en pilar de procesos amplios de enseñanza-aprendizaje.
Para realizar los
trabajos de tratamiento lingüístico (análisis
morfológico, búsqueda de prefijos, búsqueda
de sufijos, análisis de
terminaciones verbales y algo de análisis
sintáctico) con el objetivo que llegamos a alcanzar de traducir frases
sencillas del ruso al castellano, había que programar algoritmos relativamente
complejos en lenguaje Convencional,
naturalmente, y además de los programas correspondientes a los algoritmos, que
eran de tamaño considerable, había que almacenar en memoria mucha información. Y
también teníamos los problemas de transliteración
del alfabeto cirílico al latino, y la codificación de los caracteres ¡en
las cintas perforadas de cinco bits de la Mercury!
La Mercury
tenía ¡4KH (1 H: palabra de 10 bits) de
memoria interna y 64 KH entre ambos
tambores magnéticos de memoria externa!, por lo que había que esmerarse
para que programas y datos cupieran y había que hacer procesamientos parciales. Estudio,
ingenio y creatividad eran necesarios para poder resolver los problemas. Las
dificultades de localización de información implicaban problemas delicados de
direccionamiento en la Mercury, que había que resolver por software para
ampliar los alcances del hardware. Por eso, en la novel carrera de Computador
Científico, al impartir -conjuntamente con Julián Aráoz- la materia de
Programación, formulábamos ejercicios de cierta envergadura en cuanto a
direccionamiento, lo cual era importante en aquel entonces.
Conjugábamos
trucos y artimañas (un ejemplo: el programa que se traía del sector un segmento
para continuar, superponiéndolo físicamente sobre sí mismo), y aunque nos
resultaba divertido y desafiante, recuerdo que en el transcurso de 1965
empezamos a valorar la importancia de la expresión por medio de primitivas que
permitieran mayor claridad, consistencia y completitud, para centrar la atención en la complejidad del
algoritmo y en la pureza del mismo, más que en el ahorro de lugar, por
ejemplo. Luis Marzulli y yo,
desarrollando y experimentando, llegamos a “sentir” la necesidad de segmentar,
de programar con estilo, de evitar saltos, de trabajar con rutinas, y a
demostrar que más valía aumentar el código que generábamos, aún con las
consiguientes dificultades para que éste cupiera en memoria, superponiendo
segmentos con autollamados, con el fin de hacer una programación más clara. Para
esas fechas ya había reflexiones y pronunciamientos formales en este sentido de
Donald Knuth, NiklausWirth, Edgard Dijkstra,
hacedores de la Computación, que marcaron derroteros señeros.
El conocimiento
y el dominio de la arquitectura de la Mercuy,
me permitieron trasladar la experiencia a la Universidad del Sur y ser parte
del grupo que dirigía el Ing. Jorge Santos, para la construcción dela
computadora CEUNS (Computadora
Electrónica de la Universidad Nacional del Sur) cuyo software de base elaboré. CEUNS fue un proyecto de gran valía.
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Lo que hicimos
en esa época fue importante, fue gratificante y fue lindo. El IC significó una
punta de lanza generadora de cambios y avances, que en su corta vida fue modelo
de llevar a buen puerto la triple misión
de investigación y desarrollo, contribución a la educación superior y servicio a la comunidad por medio de la
resolución de problemas de interés nacional. Con razón dijo el Dr. Sadosky años
después, en 1992: “la
traumática intervención de 1966 terminó
con ‘el milagro’ del que era parte el Instituto de Cálculo”. Para mí, haber estado en ese “milagro” fue
un privilegio de formación y aprendizaje.
Raíces que
se originaron en esa época, se desarrollaron y crecieron hasta dar frutos
importantes en diferentes lugares. Más
allá de la evolución y los cambios en los que todos hemos estado y estamos, ha
habido líneas directrices gestadas y nacidas en aquella época que se
constituyeron en sólidos paradigmas que norman el andar por los caminos
académicos y profesionales de todos los que estuvimos en el Instituto de
Cálculo.
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Visto a la
distancia, a través del tiempo, al terminar estas notas, me entero de algo que
celebro grandemente:“El Consejo Federal de Educación declaró de importancia
estratégica a la enseñanza y el aprendizaje de la Programación en todas las
escuelas durante la escolaridad obligatoria”, Resolución CFE Nº 263/15, Buenos
Aires, 12 de agosto de 2015. ¡Enhorabuena!
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