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24/07/2015: Sergio Orce: Dos idilios destronados por una pasión.

Hernán me convenció de escribir algo relativo a cómo llegué a enredarme con el tema que les voy a contar, hoy para mí una pasión. Yo le comenté que en un club de dinoinfomáticos el tema me parecía fuera de lugar y que no interesaría nadie. Hernán insistió, entonces, para no quedar como un cobarde, le envié el presente texto, si lo publica que quede clara su total responsabilidad.   
Juego al ajedrez desde los 6 años, jugué mucho, me apasionó desde el principio y sigue apasionándome. Nunca jugué bien, no participé en torneos, no sé qué nivel tengo. En algún momento jugué en un nivel decente.  A este respecto me acuerdo que en el Club Argentino de Ajedrez observé un criterio curioso de evaluar el nivel: un día estaba mirando una partida y, como era habitual, luego de un momento pregunté al desconocido que miraba al  lado mío si quería jugar. El hombre me preguntó por mi apellido, y cuando lo supo me dijo no vale la pena, le voy a ganar. Me reí, nos reímos y le pregunté donde estaba la trampa. “Es muy simple”, me dijo, a todos lo que me pueden ganar aquí les conozco el apellido.
  
Esta situación idílica entre el ajedrez y yo sufrió un duro golpe a principios de los setenta. Una semana después que Fernández Long, recién llegado de Japón, diera su primer curso de GO, allá por 1970, uno de los asistentes al mismo comenzó a acosarme con el nuevo juego que había aprendido. Traté de ignorarlo todo lo que pude, pues numerosas veces ya me habían convencido de prestar atención a algún novedoso juego que era ‘del nivel del ajedrez’ y que terminaba en una gran decepción. 

Cuando finalmente accedí a aprender las reglas del GO, me gustó, comencé a jugar y terminé siendo uno de los socios fundadores de la Asociación Argentina de GO (AAGo). Avanzando en su aprendizaje llegó un momento en que el monopolio que tenía el ajedrez en mi mente se desmoronó. No es que dejó de gustarme, siguió estando al mismo nivel que antes, pero había sido desplazado del primer puesto por el GO. No tengo ningún criterio objetivo para justificar esta superioridad, me baso simplemente en la vaga sensación de jugar un juego con por lo menos una dimensión más. 

Sin embargo, de pronto descubrí un aspecto del ajedrez que resistió al embate del GO: la composición ajedrecística. Uso la expresión ‘composición ajedrecística’ para denotar que no se trata de un mero ‘problema de ajedrez’, como se lo denomina habitualmente. En efecto, resolver el problema es sólo un elemento de la composición, no necesariamente el más importante. La frase siguiente lo expresa en forma muy económica: 
Chess is a language. It is a means of communicating ideas and emotions from one person to another. This is what the composer is about when he composes a problem for the pleasure of the solver; it is what the solver is about when he derives his pleasure not merely from finding the solution, but from understanding the whole of the play and the relationship of its constituent parts; and this is what we mean when we define a chess problem as the presentation of a chess idea. Colin Sydenham, The Language of Chess and T. R. Dawson, The Problemist, 1989. 

No me acuerdo qué compositor decía no sin cierto humor que una diferencia fundamental entre la partida y la composición era que la partida está fundada en el error y la composición rechaza el error. Efectivamente, si no se cometieran errores no existiría la posibilidad de competir, es decir de jugar una partida. En nuestras conversaciones entre goístas, que traduzco al ajedrez (suponiendo que si la blancas y las negras juegan perfectamente ganan la blancas) comentábamos lo siguiente: Si dos dioses jugaran sortearían quien juega con las blancas y al que le tocaran las negras abandonaría. 
En el Club Argentino de Ajedrez empecé a frecuentar a los compositores, al principio el gran compositor argentino famoso internacionalmente, Arnoldo Ellerman, quien distribuía con simpatía consejos a compositores debutantes. La asistencia y luego la participación en las charlas técnicas del grupo me permitieron apreciar esta rama del ajedrez y comencé a componer tímidamente. 

Al principio solo hacía composiciones de mate en 2,  la mayor parte llenas de defectos, luego conocí las composiciones de ajedrez heterodoxo, en las cuales algunas de las reglas del ajedrez ortodoxo están cambiadas, esta etapa fue como entrar en una reacción en cadena. Como muchos saben, cuando en cualquier sistema llamado ortodoxo alguien osa modificar algo, se abren las puertas para los quasi infinitos algos que se pueden cambiar (ej. La religión católica y los protestantismos). El conjunto de reglas resultante de una modificación es llamado un ‘género’. A la cantidad de temas ya existentes en el ortodoxo, es decir para un solo conjunto de reglas, y que sigue creciendo, se agregan los nuevos temas que corresponden a cada uno de los géneros heterodoxos. Esto produce en el espacio de las ideas un magnífico efecto que me hace pensar en  una cruza de caleidoscopio con fuegos de artificio. 

Antes de seguir y dada la frecuencia con que se me hace la pregunta, me parece útil señalar una característica importante: toda esta actividad no sirve para mejorar el nivel del jugador en la partida viva, ni tampoco es su finalidad.  

Practiqué la composición en alguno de esos géneros pero realmente me entusiasmé cuando conocí hace poco un género muy particular: el género retrógrado o de análisis retrogrado (AR),  género que por error se lo clasifica entre los heterodoxos. 

En todas las composiciones sin AR (ortodoxas o heterodoxas, así como en la partida viva) se trata de explorar el futuro de la posición presentada para encontrar el camino que permita llegar al resultado pedido en el enunciado. Las composiciones con AR nos permiten entrar en un nuevo continente: el del pasado de la posición presentada. Y eso fue lo que me atrajo del ajedrez retrógrado: después de pasar años descubriendo, jugando con y admirando las bellezas del mundo por encima del nivel del mar (el  futuro de la posición ) me encontré con la posibilidad de descubrir, jugar y admirar las bellezas sumergidas por  debajo de los océanos (en las profundidades del pasado de la posición!).

Muestro a continuación un simple ejemplo de incursión en el pasado : 

Diagrama 1
Diagrama 2

En los Diagramas 1 y 2 las blancas dan mate. En el primero el mate con la torre en 8 es imposible no verlo. Si pasamos al diagrama siguiente, que se diferencia del anterior porque el peón negro está una casilla más atrás, el mate con la torre en 8 es igualmente visible, y además hay un nuevo mate posible avanzando el peón blanco, pero veamos el pasado. ¿Cual fue la jugada anterior a la del mate? Dado que el blanco viene de jugar, la anterior jugada la debe haber realizado el negro, ¿cuál fue esa jugada? Comprobamos que no hay ninguna jugada negra posible, luego la última jugada fue de las blancas y en consecuencia en la posición del diagrama le corresponde jugar a las negras, entonces, si las negras avanzan su peón la torre blanca da mate en 8, y si comen el peón blanco la torre da mate en la columna ‘a’. 

Diagrama 3
Por supuesto las composiciones más difíciles exigen entrar en el pasado más de una jugada, en algunos casos hasta la posición inicial.  Dejo un ejercicio para aquellos que quieran ver un poco más: 

Diagrama 3: Las blancas acaban de hacer su última movida sin darse cuenta que haciendo otra jugada en su lugar daban mate: encontrar que movida hay que devolver  y dar mate. Hay tres soluciones aparentes pero el análisis retrógrado elimina dos. 

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