Juego al ajedrez desde los 6 años, jugué
mucho, me apasionó desde el principio y sigue apasionándome. Nunca jugué
bien, no participé en torneos, no sé qué nivel tengo. En algún momento jugué en un nivel decente. A
este respecto me acuerdo que en el Club Argentino de Ajedrez observé
un criterio curioso de evaluar el nivel: un día estaba mirando
una partida y, como era habitual, luego de un momento pregunté al desconocido que miraba al
lado mío si quería jugar. El
hombre me preguntó por mi apellido, y cuando lo
supo me dijo “no vale la pena,
le voy a ganar”. Me reí, nos reímos y le
pregunté donde estaba la trampa. “Es muy
simple”, me dijo, “a todos lo que me pueden ganar aquí les conozco el apellido”.
Esta
situación idílica entre el ajedrez y yo sufrió un duro golpe a
principios de los setenta. Una
semana después que Fernández Long, recién llegado de Japón, diera su primer
curso de GO, allá por 1970, uno de los asistentes al mismo comenzó a acosarme con el nuevo juego que había
aprendido. Traté de ignorarlo todo lo que pude, pues numerosas veces ya me habían convencido de prestar atención a
algún novedoso juego que era ‘del nivel del ajedrez’ y que terminaba en una
gran decepción.
Cuando finalmente accedí a aprender las reglas
del GO, me gustó, comencé a jugar y terminé
siendo uno de los socios
fundadores de la Asociación
Argentina de GO (AAGo). Avanzando en su aprendizaje llegó un momento en que el monopolio que
tenía el ajedrez en mi mente se
desmoronó. No es que dejó de gustarme, siguió estando al mismo nivel
que antes, pero había
sido desplazado del primer puesto por el GO. No
tengo ningún criterio objetivo para justificar esta superioridad, me baso
simplemente en
la vaga sensación de jugar un juego con por lo menos una dimensión más.
Sin
embargo, de pronto descubrí un aspecto del ajedrez que resistió al embate del GO: la composición ajedrecística. Uso la expresión
‘composición ajedrecística’ para denotar que no se trata de un mero
‘problema de ajedrez’, como se lo denomina habitualmente. En efecto, resolver el problema es sólo un elemento de la composición, no necesariamente el más importante. La frase siguiente lo expresa
en forma muy económica:
“Chess is a language. It is a means of
communicating ideas and emotions from one person to another. This is what the
composer is about when he composes a problem for the pleasure of the solver; it
is what the solver is about when he derives his pleasure not merely from finding the solution, but from
understanding the whole of the play and the relationship of its constituent
parts; and this is what we mean when we define a chess problem as the
presentation of a chess idea”. Colin Sydenham, The Language of Chess and
T. R. Dawson, The Problemist, 1989.
No
me acuerdo qué compositor
decía no
sin cierto humor que
una diferencia fundamental entre la partida y la
composición era
que la partida está fundada en el error y la composición rechaza el error. Efectivamente, si no se cometieran errores no existiría la posibilidad de
competir, es decir, de jugar una partida. En nuestras conversaciones entre goístas, que traduzco al ajedrez (suponiendo que si la blancas y las negras juegan
perfectamente ganan la blancas), comentábamos
lo siguiente: Si dos dioses jugaran sortearían quien juega con las blancas y al que le
tocaran las negras abandonaría.
En
el Club Argentino de
Ajedrez empecé a frecuentar a los
compositores, al principio el gran compositor argentino famoso
internacionalmente, Arnoldo Ellerman, quien distribuía con simpatía
consejos a compositores debutantes. La asistencia y luego la participación en
las charlas técnicas del grupo me permitieron apreciar esta rama del ajedrez y
comencé a componer tímidamente.
Al
principio solo hacía composiciones de mate en 2, la mayor parte llenas de defectos, luego
conocí las composiciones de ajedrez heterodoxo, en las cuales algunas de las
reglas del ajedrez ortodoxo están cambiadas, esta etapa fue como entrar en una
reacción en cadena. Como muchos saben, cuando en cualquier sistema llamado ortodoxo
alguien osa modificar algo, se abren las puertas para los quasi infinitos algos
que se pueden cambiar (ej. La religión católica y los protestantismos). El
conjunto de reglas resultante de una modificación es llamado un ‘género’. A la
cantidad de temas ya existentes en el ortodoxo, es decir para un solo conjunto
de reglas, y que sigue creciendo, se agregan los nuevos temas que corresponden
a cada uno de los géneros heterodoxos. Esto produce en el espacio de las ideas
un magnífico efecto que me hace pensar en
una cruza de caleidoscopio con fuegos de artificio.
Antes de seguir y dada la frecuencia con que se me hace la pregunta, me
parece útil señalar una característica importante: toda esta actividad no sirve
para mejorar el nivel del jugador en la partida viva, ni tampoco es su finalidad.
Practiqué la composición en alguno de esos
géneros pero realmente me entusiasmé cuando conocí hace poco un género muy
particular: el género retrógrado o de análisis retrogrado (AR), género
que por error se lo clasifica entre los heterodoxos.
En todas las composiciones sin AR (ortodoxas o
heterodoxas, así como en la partida viva) se trata de explorar el futuro de la
posición presentada para encontrar el camino que permita llegar al resultado
pedido en el enunciado. Las composiciones con AR nos permiten entrar
en un nuevo continente: el del pasado de la posición presentada. Y
eso fue lo que me atrajo del ajedrez retrógrado: después de pasar años
descubriendo, jugando con y admirando las bellezas del mundo por encima del
nivel del mar (el futuro de la posición ) me encontré con la posibilidad
de descubrir, jugar y admirar las bellezas sumergidas por debajo de los
océanos (en las profundidades del pasado de la posición!).
Muestro
a continuación un simple ejemplo de incursión en el pasado :
Diagrama 1 |
Diagrama 2 |
En los Diagramas 1 y 2 las blancas dan mate. En el primero el mate con la torre en 8 es imposible no verlo. Si pasamos al diagrama siguiente, que se diferencia del anterior porque el peón negro está una casilla más atrás, el mate con la torre en 8 es igualmente visible, y además hay un nuevo mate posible avanzando el peón blanco, pero veamos el pasado. ¿Cual fue la jugada anterior a la del mate? Dado que el blanco viene de jugar, la anterior jugada la debe haber realizado el negro, ¿cuál fue esa jugada? Comprobamos que no hay ninguna jugada negra posible, luego la última jugada fue de las blancas y en consecuencia en la posición del diagrama le corresponde jugar a las negras, entonces, si las negras avanzan su peón la torre blanca da mate en 8, y si comen el peón blanco la torre da mate en la columna ‘a’.
Diagrama 3 |
Por supuesto las composiciones más difíciles exigen entrar en el pasado más de una jugada, en algunos casos hasta la posición inicial. Dejo un ejercicio para aquellos que quieran ver un poco más:
Diagrama 3: Las blancas acaban de hacer su última movida sin
darse cuenta que haciendo otra jugada en su lugar daban mate: encontrar que movida hay que devolver y dar
mate. Hay tres soluciones aparentes pero el análisis retrógrado elimina dos.
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