Foto Juan Pablo Vittori (CEPRO, SEGB - FCEN-UBA) |
Esta entrevista con Manuel Sadosky es el resultado de varias horas de charla que tuvieron lugar entre fines de 1992 y comienzos de 1993, a partir de una propuesta del rectorado de la Universidad de Buenos Aires. El desafío era un tanto complicado, porque al conocido educador y matemático ya lo había entrevistado “todo el mundo”. Y no fue tarea sencilla la que me propusieron –descubrir al Manuel de todos los días–, pues cada vez que se intentaba abordar un tema más personal, él se las ingeniaba para propulsarse desde el fondo del mar de las ideas, donde nadaba como un delfín, hasta la superficie del más aburrido de los estanques. Incluso las anécdotas de su niñez, teñidas de un tono costumbrista, parecía haberlas elegido para reforzar conceptos. Es que para Manuel, hasta los detalles más intrascendentes no tenían valor si no se los analizaba a la luz de un acontecimiento histórico, un proceso, o una causa. (En este sentido, recuerdo que me llamó la atención un cuaderno de tipo escolar en el que durante años registró minuciosamente cuestiones personales seguidas de algún hecho histórico que hubiese ocurrido de manera simultánea en el país o en el mundo.)
Me produce una gran satisfacción saber que por fin este trabajo saldrá a la luz, a casi una veintena de años de aquellas reuniones transcurridas en su cómodo living de la calle Paraguay. (Su departamento quedaba frente a la Escuela Normal Número 1 y Sadosky, hombre racional por excelencia, se complacía en señalar aquel detalle como si la proximidad con una de las instituciones emblemáticas de la educación pública argentina contuviera la clave de algún misterio. A mí tampoco me resultaba indiferente la cercanía, ya que aquella fue la escuela a la que concurrí durante la primaria.)
Sadosky fue un personaje central de la política científica y educativa del siglo XX en el país, y por lo tanto, su visión tiene un valor histórico que merece ser preservado. Por tal motivo, esta entrevista puede ser leída tanto por quienes simplemente tengan curiosidad por conocer su pensamiento, como por aquellos que con un interés más académico busquen acercarse a su discurso en forma directa.
Quiero agradecer a la Fundación Sadosky por su interés en haber recogido este material y considerarlo para su publicación, así como el arduo trabajo de compilación de este volumen que estuvo a cargo de Carlos Borches y Raúl Carnota. Agradezco también a Sara Rietti y a Rebeca Guber, porque fue idea de ellas, hace ya muchos años, realizar esta entrevista, y con tal propósito gestionaron el trabajo a través del rectorado de la UBA. Y a Leopoldo Kulesz por su generoso apoyo y por ayudarme a mantener vivo el deseo de que estas páginas se publiquen.
Quisiera, por último, hacer una reflexión, y es que estas largas esperas a veces tienen su beneficio. El tiempo pasa pero uno aprende a escuchar las voces interiores de las personas queridas que nos acompañan aunque ya no estén físicamente con nosotros.
Años atrás yo trataba de llegar al fondo de una persona que se resistía a abrir su intimidad, y prefería centrarse en otros temas. Lo que no tuve en cuenta, y ahora lo veo más claramente, es que Manuel tenía sus razones; en el breve tiempo que lo conocí, su mensaje caló hondo en mi memoria. Siempre me acompañarán sus palabras, su forma de ver el mundo. La sabiduría detrás de aquella voz que repetía: “Una sola persona o un pequeño grupo ya es una tradición. Es como una pequeña llama, un pequeño foco y hay, desde luego, una diferencia muy grande entre la falta de fuego y una llama pequeña.” Manuel incansablemente buscaba a los que quisieran acercarse, compartir y dejarse encender por esa llama que es el deseo del conocimiento y el amor por la educación.
Cuando tuvo lugar aquella entrevista, en la Argentina comenzaba a intensificarse el debate educativo y no eran pocos los que apoyaban el proyecto privatista, que incluso contemplaba arancelar las universidades estatales o pasarlas directamente a manos privadas. La gente se volcó a las calles a protestar. Quienes habían gozado del privilegio de una educación pública y gratuita –y comprendían su valor– no estaban dispuestos a que el país perdiera una de sus joyas más valiosas. Otros países, como Chile, se dejaron tentar por un modelo liberal extremo en el que se privatizó la totalidad de las escuelas primarias y secundarias, y donde el costo de la educación superior se volvió inaccesible hasta para la clase media, obligando a las familias a tomar créditos y a endeudarse durante años para que sus hijos estudien. (En el llamado primer mundo esto no es novedad, y ante la actual crisis económica, en países como Estados Unidos, los estudiantes que se reciben y no logran encontrar trabajo frente al desempleo creciente no tienen manera de pagar los préstamos que fácilmente superan el medio millón de dólares al concluir sus estudios universitarios. Junto a quienes en los años de la burbuja financiera tomaron hipotecas para pagar viviendas que hoy valen menos que esas hipotecas, todos ellos trabajan a sol y a sombra sólo para pagar deudas, sin el menor atisbo de poder lograr salir de las garras del sistema.)
En la Argentina, la educación pública milagrosamente fue preservada, pese a los detractores que insisten en un modelo diferente. También están mejorando las condiciones en el sector científico; y el apoyo público a grupos de investigación ha crecido de manera notable. Quizá, como decía Manuel, todo esto no ha sido más que el resultado de esas llamitas aisladas que se mantuvieron encendidas en los años de oscuridad y prevalecieron en la conciencia colectiva. Sea como sea, nuestro deber es evitar que esa llamas desaparezcan y seguir luchando para que los dos orgullos de nuestro país no se acaben nunca, y para hacerlos crecer y mejorar: la educación pública, laica y gratuita; y el hospital público y de excelencia para todos aquellos que lo necesiten.
Laura Rozenberg
Buenos Aires-Nueva York, 2011
Gracias Laura, Gracias Hernan, Gracias Dinos y Dinas, Gracias a todos los que, como yo, tenemos una llama encendida en nuestro corazón, cada vez que se lo menciona. Manuel fue mi maestro, mi profesor de carrera y de la vida, mi tutor y sus enseñanzas están permanentemente conmigo.Es cierto Laura, rara vez Manuel hablaba de si mismo, al punto tal que una vez le pregunte si había jugado al football, (ya que tenemos una foto de el que así lo testifica) y me contesto, "no se en que parte de mi memoria habré olvidado ese partido"
ResponderEliminarNunca se olvido de educar a toda persona que se le acercaba, nunca dudo de la defensa de la Ciencia y su aplicación para cambiar nuestra economía. Por eso, a pesar de que Oscar Varsavsky y él no tenían la mejor relación, el se encargo de difundir los ideales de Oscar como si fuera su alumno.Muy valido tu recuerdo, LAURA; y estoy muy feliz de lo que los relatos sobre Manuel, que tanto disfrute de los recuerdos de Raul, Carlos y Jorge Aguirre, vuelven a mi memoria.