7. “Clementina” en el
Instituto de Cálculo
Laura
Rozenberg. —Ya es Vicedecano de la
Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. Están a punto de poner en
marcha el Instituto de Cálculo y van a comprar… ¡una computadora enorme! Esto
no era tan simple en 1957. La industria de la computación apenas despuntaba.
¿El suyo era un proyecto realista?
Asado con amigos y colegas del Instituto de Cálculo. De izquierda a derecha:Cora, Marcelo Larramendy, Nicolás Babini, Manuel, Julian Araoz, Rudyard Magaldi, Roberto Steingart y Mario Berdichevsky. |
Manuel
Sadosky. —Sí, cómo no, estábamos bien informados. Manteníamos
contacto con
argentinos que trabajaban en el exterior con buenas computadoras y leíamos lo
suficiente. Aquí llegaba una revista, Computer’s Reviews, que traía las últimas
novedades y también había muchos libros. El libro de Wiener, sobre cibernética,
nos abrió mucho la mente.
—¿Qué aplicaciones pensaba
darle a la máquina?
—Básicamente,
aplicaciones que fueran de utilidad para el país en muy diversas áreas. La
computación podía servir para orientar y ordenar la administración pública;
para impulsar la investigación operativa, que estaba creciendo mucho; para
diseñar planes y estrategias… Tener una computadora representaba un salto
tecnológico extraordinario.
—Usted solía escribir
artículos sobre la evolución del cálculo y usó la máquina de calcular cuando
muchos profesores aún la evitaban en las clases. ¿Cuándo fue la primera vez que
se refirió a la computación?
—Lo
recuerdo muy bien. Fue en 1950. Roque Carranza me pidió algo para la revista
del Centro de Estudiantes de Ingeniería y yo escribí sobre el tema, anticipando
los progresos que traería la computación. Unos años después, en 1954, escribí
otro artículo sobre el tema en el Acta de Neurociencias, por encargo de Alfredo
Thompson, Jefe del Hospital Francés.
Programando la ENIAC |
Pero la historia de la computación es más antigua. Los autores de las primeras computadoras fueron Pascal y Leibniz. Pascal construyó una máquina simple de sumar para su padre, que era contador y estaba abrumado por los cálculos. Consistía en una serie de rueditas en un eje y sus rotaciones permitían calcular las sumas de una manera novedosa. Leibniz, por su parte, fundándose en la lógica, hizo una máquina que sumaba y multiplicaba, y además tuvo la idea de ocuparse del sistema de numeración: se le ocurrió que los números podían representarse con menos elementos; en otras palabras, con un cero y un uno se podía representar cualquier número. Había creado el sistema binario que tuvo mucha importancia en el desarrollo de los circuitos electromecánicos y electrónicos, y resulta un concepto fundamental de la lógica. Lentamente, estas ideas se fueron desarrollando, perfeccionando, siempre con limitaciones muy grandes. Hacia mediados del siglo XIX, el inglés Charles Babbage, un precursor de los procesos automáticos, concibió máquinas modernas. Pero la tecnología de esa época no estaba suficientemente desarrollada. Sus prototipos terminaron en el Museo Británico de Londres. De
John von Neumann (1903-1957) |
—¿Cómo implementaron la
compra de la primera computadora que se alojó en la Ciudad Universitaria?
Pedro Zadunaisky (1917-2009) |
—Finalmente, ¿cómo se
materializó?
—Fue
gracias al CONICET, la institución dio los fondos.
—¿No hubo apoyo de la
universidad?
—Bueno,
se vio que el CONICET estaba en mejores condiciones. Todavía eran pocos los
pedidos de fondos. Aún no estaba implementada la carrera del Investigador.
—Se dice que hubo una
licitación.
—Sí.
Se licitó y ganó la firma Ferranti, de Manchester, Inglaterra, y compramos un
modelo Mercury.
Con Rebeca Guber y Clementina en el Instituto de Cálculo (1965). |
—Muchas veces se ha
recordado que se trataba de una enorme máquina que ocupaba toda una habitación.
¿Recuerda los detalles?
M. Sadosky con Juan Carlos Angio, trabajando con la Clementina |
—Ese fue el núcleo del
Instituto de Cálculo.
Humberto Ciancaglini un curso en el Centro Argentino de Ingenieros que tuvo vasta repercusión y fue apoyado por las empresas que se ocupaban de las ventas de los equipos que iban apareciendo en muchos países.
Humberto Ciancaglini (1918-2012) |
—Los
cambios eran rápidos. Cuando finalmente llegó la computadora, en 1960, ya había
modelos más nuevos. ¡Y todavía hubo que esperar un año más para instalarla!
—Años más tarde, el
interventor Raúl Zardini diría con malicia que ustedes
compraron una máquina
que no servía para nada…
M. Sadosky y Wilfred Durán |
—Usted dice que con la Mercury se arreglaban bien. ¿Pudieron además proyectar la compra de un modelo más avanzado?
Clementina y Cecilia Berdichevsky |
—Sí.
Estábamos en tratativas pero “La noche de los bastones largos” nos ganó de
mano. De todos modos, la máquina se usó seis años. Podríamos pasarnos una tarde
entera hablando de las cosas que se hicieron.
—Uno de los escritos sobre
la historia de la primera computadora relata que tenían un lema: “Primero el
hombre, después la máquina”.
—Efectivamente.
Esa fue la consigna permanente. Enviamos personal al exterior para capacitarse
y organizamos seminarios en la facultad para empezar a difundir el tema.
—¿Se formaron
programadores?
—Sí.
Básicamente analistas y programadores. Pero también hubo un gran
trabajo de
reorientación de ingenieros y matemáticos. Oscar Matiussi, con una beca del
Centro Internacional del Cálculo, y Jonas Pajuk, por el CONICET, viajaron a
Manchester para aprender todo lo relativo al mantenimiento. Gracias a eso, no
hubo que retener al personal inglés que vino a instalar la máquina.
Jonas Paiuk (-2014) |
—La bautizaron
“Clementina”…
—Sí,
porque venía programada de fábrica con ese ritmo fox, Clementine… pero aquí le
agregamos la música de La cumparsita. Al principio, la máquina funcionaba con
cintas de papel perforado. Más adelante se le agregó un convertidor para
tarjetas que diseñó el propio Instituto.
—¿Qué vino a hacer
exactamente Cecily Popplewell, la única mujer contratada de Manchester?
Oscar Varsavsky (1920-1976) |
—¿Cómo implementaron la
reconocida preocupación por los problemas nacionales?
—Hubo
toda una serie de trabajos. Uno de ellos fue un modelo matemático que serviría
para estudiar el aprovechamiento de los ríos de la zona cuyana. Como estábamos
muy atentos, cuando vino la gente de la CEPAL a proponernos trabajar en ese
tema, mediante el cual podrían preverse crecidas y todo lo relativo a la
construcción de diques, Oscar Varsavsky opinó que estábamos en condiciones de
encararlo y, con un equipo de jóvenes, se empezó a trabajar en un modelo que
fue el primero que hicimos.
—¿Había algún antecedente
similar?
—Sí.
Después nos enteramos de que en la Universidad de Harvard habían hecho un
trabajo similar pera la cuenca del Mississippi, y la verdad es que nos dejó muy
satisfechos, porque era la prueba de que estábamos haciendo cosas de buen
nivel.
—¿Y en la administración
pública?
—Nos
vinculamos con varios organismos estatales, con YPF, con Ferrocarriles del
Estado, con Obras Públicas, con el INTA… Pero lo más importante, seguramente,
fue el Censo Nacional de 1960. Por primera vez se usó la computación para el
desarrollo y la evaluación de los datos y eso ahorró muchísimo tiempo. Antes,
sólo la elaboración de los datos llevaba como diez años. Era un trabajo
tremendo en cualquier país del mundo.
—¿Los trabajos del
Instituto de Cálculo llegaron a tener repercusión internacional?
M. Sadosky- Presidente Reunión UNESCO en París (1962) |
—Lo curioso es que algunos
sectores estudiantiles no estaban demasiado de acuerdo, más bien se oponían a
los proyectos de ustedes.
—Pretendían
que la universidad diera más apoyo, más subsidios.
—¿Cuál era la situación
real de la universidad?
—En
términos comparativos estábamos mucho mejor que antes. Ellos tal vez no
comprendían que el gobierno de Illia estaba haciendo un gran esfuerzo. Por eso
buscábamos apoyo en el CONICET, en el exterior. La universidad en sí todavía
estaba débil.
—¿Cómo fue la actitud del
presidente Illia?
—Creo
que hizo un gran esfuerzo por ayudarnos. A Illia lo conocí personalmente por
intermedio de Roque Carranza, y nos vimos muchas veces. Yo le explicaba la
importancia de los trabajos que hacía el Instituto de Cálculo, le presentaba a
los científicos importantes que venían del exterior…
—¿Llegó a hablar con él
del presupuesto universitario?
—Por
supuesto, le hablé especialmente de la computadora. De la idea de cambiarla por
un modelo más moderno. Pero cada vez que entrábamos en el tema del presupuesto
aparecían limitaciones. Sin embargo, él estaba dispuesto a que el Ministerio de
Economía diera el aval. Organizamos en la facultad una reunión con los
representantes de las firmas comerciales y todo el personal del Instituto, y
ahí se analizaron las ofertas.
—¿Qué resultó?
—Parecía
que todo estaba en marcha y un día Illia me llamó por teléfono diciendo que
deseaba conocer el Instituto personalmente.
—¿Lo invitó?
—Sí,
claro. Para nosotros era muy importante que fuera. Iba a ser la primera vez que
un presidente visitaba la Universidad y el Instituto, y eso tenía un carácter
político que había que exaltar debidamente. Pero era una época tremenda y
algunos sectores estudiantiles estaban “alzados”. Y en el decanato me
advirtieron que si Illia visitaba el equipo se podía llegar a producir una
situación violenta.
—¿Qué hizo entonces?
—Lo
volví a llamar y le dije que el ambiente estaba poco propicio para la visita.
“Voy lo mismo”, me contestó. Yo me di cuenta de que no tenía otra salida y le
dije que la máquina del Instituto se había descompuesto y debíamos dejar la
visita para después.
—¡Qué triste!
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