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23/07/2019: Eduardo Vila Echagüe: Nubarrones tras la Cordillera

[Capítulo 39 de La Informática y yo]
Nubarrones tras la Cordillera

Contar con un OS/2 a domicilio me permitió evaluar las fortalezas y debilidades del producto. Estaba claro que era un sistema operativo mucho más avanzado que mi Windows. Por lo pronto tenía la capacidad de ejecutar aplicaciones nativas de 32 bits en OS/2, como también la posibilidad de abrir ambientes DOS y Windows 3. El ambiente OS/2 usaba prácticamente los mismos comandos del DOS, pero sin las restricciones de memoria de éste último. ¿Recuerdan cuando los nombres de los archivos no podían tener más de 8 caracteres de longitud? ¿Que iban seguidos de una extensión de 3 caracteres (.txt, .doc, .xls, etc.) que le decían al Windows con qué aplicación abrir el archivo? En el ambiente OS/2 los archivos podían tener nombres de cualquier longitud. La extensión ya no era necesaria, porque cada archivo ahora tenía un atributo llamado clase que permitía asociarlo con una o más aplicaciones.

Warp 3 con ambientes DOS, OS/2 y Windows 3.11
Traía integrado un paquete de oficina llamado IBM Works, con procesador de texto, planillas de cálculo, calendario, lista telefónica, agenda, etc. Era bastante básico, inferior al Microsoft Works que se entregaba con el Windows, siendo prácticamente la única aplicación nativa en OS/2. Pero como podía usar todas las aplicaciones de DOS y Windows existentes, por el momento eso no parecía un problema mayor. Por lo pronto instalé sin dificultad el Microsoft Office para Windows que habíamos comprado en mis tiempos de Gerente de Estudios y que estaba a mi nombre. Eran como 30 disquetes. ¿Se acuerdan cuando aún no existían los CD ni mucho menos las bajadas de la red? Mi OS/2 estaba en CD, pero había una versión que venía en como 50 disquetes. ¡Qué tiempos aquellos!

O sea, teníamos un muy buen producto, pero eso era todo. Para funcionar razonablemente bien requería de una memoria de al menos 8MB, en una época en que a los PC domésticos les bastaba con 2MB para el Windows. No se vendían computadores con el OS/2 precargado y los de marca, incluso los de IBM, todos traían el Windows. El OS/2 costaba más de U$100 y para instalarlo había que saber hacer espacio en los discos y seguir un procedimiento de instalación si no complicado, al menos difícil para los padres y madres de familia de aquella época, abuelos en la actualidad. En resumen, nuestro único mercado posible eran las empresas y algunos computines de esos que arman su propio PC y están a la búsqueda de las últimas novedades de la tecnología, siempre que pudieran disponer de copias piratas para el software.

Creo que el dinero para mercadeo se había consumido en la fiesta del anuncio. Así y todo nos preparamos para la próxima FISA (Feria Internacional de Santiago), donde esta vez iríamos sin corbata pero con una polera (remera) que decía Club OS/2. Aunque no esperábamos llegar al público masivo, teníamos la esperanza de interesar a los numerosos fanáticos de la computación. El OS/2  sería algo así como la Harley-Davidson de los sistemas operativos para PC. Quizás esto les de risa a mis lectores de hoy, aunque en ese momento no parecía tan descabellado. Pero la ilusión duró pocos meses.

En Agosto de 1995 Microsoft anunció con bombos y platillos el Windows 95. Para ponerlo a disposición de los proveedores de PC, les exigió que no los pudieran precargar con ningún otro sistema operativo. Eso significaba que tampoco IBM, el inventor de los PCs, podría vender con ellos su propio producto OS/2. ¿Lo encuentran abusivo? Nosotros lo encontramos indignante. Supe que nuestra unidad de PC fue amenazada con que no se le entregarían las copias maestras del Windows 95 hasta que no se comprometiera a no preinstalar el OS/2 en alguno de sus equipos. La negociación debió ser bastante áspera porque finalmente IBM recibió las copias sólo un día antes del anuncio, por lo que salió al mercado mucho tiempo después que sus competidores, lo que le causó una significativa pérdida económica.

Según los expertos el Windows 95 no era gran cosa. Sólo parcialmente podía considerarse un sistema operativo de 32 bits, ya que conservaba partes del código anterior. Su estabilidad era precaria, comparada con la robustez del OS/2. Requería también unos 8 MB de memoria para un funcionamiento aceptable. Por fin se podría tener archivos con nombres de cualquier longitud, aunque siempre con la extensión de 3 letras (hoy ya son 4). Acrobat tiene que terminar en .pdf, un Word en .doc (ahora .docx), etc. Aparecieron nuevas versiones de MS Works y MS Office prácticamente con las mismas funciones de las versiones previas, pero que ahora usaban las interfaces de 32 bits. Todas las nuevas aplicaciones también las usarían, por lo que ya no funcionarían en Windows 3 y, lo peor para nosotros, tampoco en el ambiente Windows de OS/2.

En esas condiciones, el mercado doméstico parecía irremediablemente perdido y sólo nos quedaba intentar llegar al mercado empresarial. Había una versión de OS/2 para servidores que tenía excelente reputación a nivel internacional, incluso mejor que la de su competidor el Windows NT. Pero si las estaciones de trabajo usaban Windows, difícilmente se atreverían a tener otro proveedor para el servidor. Nuestro único éxito fue en la propia IBM, que tomó la decisión de instalar OS/2 en todas las estaciones de trabajo de sus empleados. Incluso allí la medida fue resistida por los vendedores, que preferían usar las nuevas versiones de MS Office para intercambiar información con sus clientes que ya las usaban.

Afortunadamente había otros negocios de Software en los que estamos involucrados, habitualmente asociados a los mainframes IBM de las grandes empresas. Recuerdo uno en particular que nos permitió ver la importancia de la psicología en el proceso de ventas. Un gran banco estaba interesado en un paquete de software de varios cientos de miles de dólares pero, por razones tributarias, no lo quería pagar 'al contado' sino financiado a varios años. IBM tenía una unidad de financiamiento con tasas menores que las que podía obtener una empresa local, pero obviamente no más atractivas que las que podía conseguir un gran banco internacional. Cuando estábamos negociando con el cliente nos dimos cuenta de que nuestros interlocutores, como buenos financieros, se fijaban más en nuestras tasas de financiamiento que en el precio total del paquete.

¿Cómo hacer para cerrar el negocio? Como IBM Financing no tenía autorización para bajar las tasas, los de Software les cedimos parte de nuestro margen para que hicieran aparecer en nuestra propuesta una tasa inferior. Lo que vio el cliente no fue una rebaja en el precio sino una en la tasa, y con eso ganamos el negocio. Me imagino a los ejecutivos del cliente ufanándose con sus pares de otros bancos, comentando cómo ellos le habían doblado la mano a IBM para conseguir un tasa aún más baja que la del mercado. La moraleja de esta historia es que hay que ver dónde le aprieta el zapato al que va a tomar la decisión por el negocio y tratar que nuestra oferta le alivie esa presión. Los intereses del que decide el negocio no siempre son idénticos a los de su empresa, por lo que ambos deben ser contemplados al diseñar la oferta.

Y esto nos lleva a otro tema. ¿Qué pasa cuando los intereses del que decide el negocio son contrarios a los de su empresa? IBM tenía una tradición de ética muy estricta al respecto. Lo más que podíamos hacer por el ejecutivo de informática era incluirlo en un viaje de estudios a Estados Unidos o Europa  y coordinar para que allí fuera recibido y agasajado por nuestros peces gordos. Ya que no podíamos aumentar sus ingresos, sí podíamos hacerlo con su ego. Sabíamos que no siempre bastaba con eso, pero no podíamos hacer más, aún sospechando que alguno de nuestros competidores le estuviera ofreciendo algo más tangible.

¿Por qué cuento esto? Es que en mis viajes a Buenos Aires a partir de mayo de 1995 empecé a ver conversaciones en voz baja, miradas furtivas, algo raro en el ambiente. Escuche la palabra 'muletto' varias veces, sin entender bien qué podía tener que ver con IBM. Sabía que así se llama el auto de repuesto que en la Fórmula 1 tienen preparado por si falla uno de los autos regulares, pero nosotros no estábamos en el negocio de las carreras de autos.

Edificio IBM Buenos Aires
Poco a poco me fui poniendo al tanto de lo que sucedía. Parece que el año anterior IBM había cerrado un negocio gigantesco con el Banco Nación, creo que para automatizar la totalidad de sus oficinas. Algo muy necesario, porque el sistema bancario argentino se veía retrasado respecto del chileno, donde la cuenta única nacional y el movimiento electrónico del dinero ya llevaban unos 15 años. El negocio había sido de tal magnitud que superaba con creces las ventas anuales de IBM de Chile. Como resultado IBM Argentina había recibido todos los premios y sus ejecutivos suculentos bonos por haber sido el país más exitoso de la región y tal vez del mundo. Incluso se rumoreaba que esto había puesto al Gerente General de IBM Latinoamérica en carrera para la gerencia general de la Corporación. Imagínense en qué nivel estaba el ego de muchos de nuestros colegas argentinos y desde qué altura miraban a estos chilenitos que ahora venían a integrarse a IBM LA South.

Finalmente se fue aclarando el asunto. El 'muletto' resultó ser un software de una tercera empresa que se usaría en caso de que fallara el software que desarrollaría IBM. Por él IBM habría pagado un valor cercano al 10% del negocio total con el Banco Nación (un porcentaje sospechosamente parecido a las propinas que damos en un restaurante). ¿Realmente existía ese software? Hubo acusaciones, desmentidas por parte de IBM, investigación por parte de la Dirección General Impositiva (DGI), comentarios de que si IBM había cometido algún error se pagaría la multa correspondiente, intervención del Poder Judicial y finalmente en septiembre del mismo año una noticia bomba, la renuncia del Gerente General de IBM LAS y de los Directores de Operaciones y Finanzas.

El Gerente General había sido compañero mío cuando ingresamos a IBM en el ya lejano 1968. Muy simpático e ingenioso, mejor vendedor que técnico. Yo no había seguido su carrera hasta la cumbre, pero indudablemente ambos habíamos cambiado. Conociendo los controles que impone IBM a los grandes negocios, siempre queda la duda de si éstos eran los únicos responsables o la cosa venía de más arriba. En Chile todo el asunto causó consternación. Nos veíamos arrastrados por un problema en el que no teníamos arte ni parte. Por lo pronto, nuestros negocios con el Sector Público, nunca muy buenos, se paralizaron completamente. Luego llegó la noticia de que había sido nombrado como nuevo Gerente General de IBM LAS un señor venezolano conocido nuestro, ya que había tenido ese cargo en el Grupo Andino cuando nosotros aún estábamos allí. Sabíamos que era una excelente persona, pero tenía frente a él una tarea compleja para desenredar la madeja en que se había convertido la IBM Argentina. ¿Tendría la fuerza suficiente?

01/07/2019: Carlos Tomassino: UN RECUERDO - Por qué Eitel Lauría fue importante en mi vida


(tomado de mi libro en ciernes Mi vida, la Informática)


Corrían los finales de 1969 y de pronto me convertí en un desesperanzado.

Desde hacía cuatro años (diciembre 1965) yo venía siendo un destacado programador y analista en Industrias Pirelli. Destacado y entusiasmado, cabría agregar, por lo que me tocaba vivir en la empresa. Ese entusiasmo por la computación (que además me pagaba muy bien) me había hecho interrumpir  mis estudios de ingeniería electrónica en la FIUBA, los que había abandonado en la medida que “mi sistema” en Pirelli (Contabilidad General y Proveedores) iba ocupando mis días y fines de semana con horas extras y mucha dedicación.

Claro, mi edad avanzaba. Había promediado los 25, noviaba con una compañera  de trabajo con la que me encaminaba al casamiento, y de pronto caí en la cuenta que a pesar de ese entusiasmo, no podría salir del esquema de “empleado” en el que yo mismo me había encasillado. Eso me desesperanzaba.

Encima, se estaba reconfigurando el sector (se pasaría de un NCR 315/100 a un prometido IBM 370 que llegaría en dos años, se decía), y yo no figuraba entre los posibles candidatos a este nuevo equipo, viendo que se tomaban ingenieros más jóvenes que yo, con más dinero del que ganaba. Un desastre.

Así que empecé a buscar de retomar mis estudios, interrumpidos en segundo/tercero, pero ello me hacía sentir mal, me sentía “viejo” entre los muchachos más jóvenes y sin compañeros de estudio.

Un día me enteré que había una universidad que tenía una carrera de Sistemas, así que me encaminé a ver si podía anotarme. Pero al llegar, me desilusioné. Era la (luego muy importante) universidad CAECE,  que en esos momentos iniciales estaba en una vieja casona de la calle Anchorena al 1600, casi llegando a Juncal. Yo provenía del inaugurado edificio de Paseo Colón al 800, y claro, la comparación me desmotivaba, incluso no tenían allí computadora instalada. Se ofertaba, sí, una carrera que terminaba con un pomposo título de Doctor en Sistemas. Pero no me atrajo.

En esas dudas estaba, ya recién casado, pero con mucha bronca por la situación laboral, cuando algún amigo me hizo llegar la información de que en la Universidad Tecnológica de la calle Medrano el año siguiente se iba a lanzar una carrera de Analista de Sistemas.

Fui a la Universidad, y allí no supieron darme precisiones, pero me sugirieron averiguar en la esquina donde estaba, me dijeron, el Centro de Cálculo que proponía la carrera. Entré en esa esquina y lo primero que vi fue una imponente IBM 360/20 en un espacio a toda orquesta con empleados y estudiantes, cargando pesados cajones de tarjetas perforadas. Era un día claro, y todo me entusiasmó…

Me sugirieron hablar con el Director, y obviamente dije que sí.

Fue la primera vez que vi a Eitel Hernani Lauría.  Lo recuerdo muy bien: sonriente, con sus cejas arqueadas hacia arriba, y (jaja) ya muy calvo para la edad que tendría, pero con cabello oscuro entonces, pero, fundamentalmente, muy amigable. La sensación de amigable me la dio la forma de estrechar mi mano, amplia, cálida y afectuosa y en su trato sumamente cordial.

Me invitó a sentarme en su despacho, y allí, aparte de preguntarme algo sobre mi vida y trabajo, en forma muy entusiasta (diría apasionada) empezó a hablarme de la carrera y sus posibilidades, poniendo énfasis en que yo era un caso típico del estudiante que aplicaba a la misma: “jóvenes con estudios interrumpidos de Ingeniería, Ciencias Exactas o Económicas,  que trabajaban en el área de procesamiento de datos...”  (tal como se conocía en ese entonces a la disciplina informática).

Salí entusiasmado, y volví a la facultad a buscar los formularios de inscripción. Y esa misma tarde le comenté a mi querido amigo Alberto “Coco” Solanas, de la existencia de la carrera. Coco, con quien trabajábamos juntos en Pirelli, se inscribió también en los siguientes días.

En marzo de 1970, 60 estudiantes comenzamos a cursar la carrera, en dos horarios después de las 17.30 horas, vespertino y nocturno.

El coordinador de la misma era el Ingeniero Oscar Domínguez Soler quien, recientemente fallecido, supo ser un excelente amigo. Pero debo reconocer que no volví a ver a Lauría.  Hasta que…

La cursada, para mis conocimientos de ese entonces, me era muy simple. Había quienes no conocían ni Fortran ni Cobol, incluso eran muy elementales en programación. En cambio todos esos temas que se dictaban los conocía bien, y entonces empecé a acumular dieces…. Y a leer e interesarme de la importancia de la carrera.

Algún lector que me haya conocido por aquella época, quizás recuerde que yo era un joven alto y flaco de anteojos y bigotes, más bien callado y tímido, cordial sí, pero un típico estudiante ensimismado de Ingeniería.

Un día de ese mismo año, con otra camada ingresada a mitad de año, charlábamos con algunos compañeros de la carrera y la posibilidad de que se trocase, a través de alguna articulación, en una ingeniería, cuando uno de los compañeros, que muchos conocen, Jorge Zaccagnini, en ese entonces Jefe de Sistemas de Industrias Gurmendi, me dice.. “vos estás equivocado, Tomassino, esta carrera no puede nunca engancharse con Ingeniería porque la carrera en realidad no existe, es un curso de dos años con titulación del Centro de Cálculo, no de la Universidad….”

Me puse loco.  “¿Cómo?, ¿no es una carrera..?”

Me fui de una a ver a Lauría. Estaba exaltado, la secretaria del Centro, Norma, me sugirió “cálmese”, pero no lo logró. Fue adentro y le debe haber explicado algo a Lauría y entonces pasé por segunda vez a su oficina.

Pero no estaba solo. Había una reunión, en donde se encontraban los ingenieros (ya fallecidos, creo) Frediani, Biscardi y Falco. Lauría me dio su afable mano, y me  presentó, siempre cordial, “Tomassino es nuestro típico caso…”, dijo sonriente. Me alcanzaron una silla y me invitaron a sentarme.

Ahí comenté la situación, que recién me había enterado que…., etc. etc.

Cuando terminé de hablar, seguramente algo confuso y dicho entre borbotones, pero elocuente, Lauría tomó la palabra:

“Justamente, Tomassino, estábamos hablando de esto, y de hecho, ya presentamos en Rectorado un plan más moderno de 3 años para que la carrera sea de la Universidad, obviamente una carrera de título intermedio, después veremos. Y por supuesto homologaremos su curso”.

Me quedé duro y esbocé algo así como “qué les digo a los compañeros entonces…?”. Y allí tomó de nuevo la palabra Lauría, quien me sugirió “reúnase con los compañeros y arme una pequeña comisión así les vamos dando información sobre los pasos que llevamos adelante…Frediani será su interlocutor”.   Frediani  era el Vicedirector del Centro, también cordial, aunque demostraba cierta dureza militar, y luego tuvo un cargo docente en la misma. Fue una persona que años después me dio sabios consejos.

Armamos entonces esa “Comisión de Alumnos de Analista de Sistemas UTN”, y allí fui su presidente, y el principal interlocutor.

A inicios del año siguiente, me invitaron a una reunión, donde nos informaron que la carrera era ya de título intermedio, y homologado nuestro título. Entonces decidimos ir por más, y pedir una titulación de grado. Frediani me dijo que Lauría quería hablar a solas conmigo. Fui y en esa ocasión Lauría me argumentó:

“Tomassino, lo que piden sus compañeros es imposible. Ninguna posibilidad de articular con una Ingeniería, hay situaciones que son muy complejas….” Y ante mi cara de desazón me dijo:

“Pero, dado que usted ya trabaja en los sistemas desde hace unos años y es un muy buen alumno que se ha comportado con nosotros queremos que usted con dos o tres compañeros que elija, que sean profesionales y que también trabajen, armen una comisión y nos propongan un plan para esa licenciatura”.

De la desazón… a la ilusión…

Nos juntamos varios para armarla, recuerdo que participaron al menos, Hugo Raymundi, Juan Carlos Colman, Alberto Uhalde, Hugo Álvarez, Alberto Modelli e incluso algunos profesores como Roberto Laborero… En pocos meses terminamos una carrera de dos años y la presentamos. No sé si sirvió de mucho, ya que la finalmente aprobada difería bastante, pero estuvimos ese tiempo ocupados… y no molestamos…

Mientras tanto, fuimos terminando la carrera de Analista de Sistemas, cosa que ocurrió finalmente en diciembre de 1971, habiéndome recibido con 9,71 de promedio. Un traga...

En ese diciembre, no habiendo bancado más la situación en Pirelli, y ante un ofrecimiento de mi compañero de estudios Juan Ayala, partí de la empresa rumbo a un objetivo mayor, como analista SCD en el Registro Nacional de las Personas,  pero con un período intermedio de pocos meses, hasta que se produjese la vacante,  en la Obra Social del Ejército.

Y me fui de vacaciones. De regreso, en los primeros días de febrero, recibía una llamada de Norma de Centro de Cálculo donde Lauría deseaba verme.

Pensando que el tema era la Licenciatura, fui raudo.  En el Centro de Cálculo me encontré con dos sonrientes Lauría y Frediani.

“Lo felicitamos por la finalización de la carrera, muy bueno…”, fueron las palabras de Lauría, y continuó: “ y queríamos saber si usted quiere  formar parte de nuestro equipo…” y ante mi sorpresa agregó: “como graduado de la primera camada, queremos que usted sea el coordinador de la carrera…”

Por supuesto, que dije que me sentía muy honrado, y dije que sí, pero el tema luego de unos minutos lo coronó Frediani:  “Y además pensamos que Ud. con su experiencia, podría ayudarnos a armar una materia final del plan de Analista de 3 años y que se cursará en 1973 (el siguiente año), para ello lo designaríamos con un cargo de Jefe de Trabajos Prácticos…”

Por supuesto que  ello me significó desde ese momento tener una relación personal con Lauría y Frediani.  Como coordinador me encomendaron varias tareas que durante ese 1972 cumplí a rajatabla y que me significaron un fuerte conocimiento tanto de la gestión como de lo académico, más allá de la confianza que generé.

No cuento aquí otros detalles, que no tienen que ver con Don Eitel, aunque sí con mi vida profesional, ya que mi intención en este escrito es mencionar cómo influyó Eitel Lauría en mi vida.

Sólo diré que aprobada la Licenciatura, un grupo de los analistas 1971 realizamos un curso cuatrimestral de transición y accedimos a la Licenciatura en 1973 para recibirnos en el segundo semestre de 1974.

Pero más allá de algunas anécdotas que reservo para mi libro, quiero finalizar contando hasta dónde influyó Don Eitel en mi vida:

A fines de 1972, era vox populi que si Cámpora accedía al poder, los miembros que habían colaborado con el gobierno (régimen militar de Onganía, Levingston y Lanusse) perderían sus cargos.  En los primeros días del año siguiente Frediani, en presencia de Lauría, me dijo “Tomassino, llegan tiempos difíciles a la Facultad. Usted ya queda designado para el próximo año en la materia en la que ha venido trabajando, según arregló Lauría con el Decano García, pero es hora de sincerarnos con usted para lo que va a ocurrir…” Y Lauría agregó. “sabemos que nos van a echar cuando el nuevo gobierno asuma, y deseamos que usted, si lo desea, se quede, para ser nuestro referente. Sé que usted defenderá la carrera como lo ha hecho en estos años…Usted es la continuidad de la carrera”.

Se me humedecieron los ojos y agradecí. Nos dimos un abrazo.

El 25 de mayo de 1973 diría que una bomba atómica implosionó en la calle Medrano… y todos partieron. Fui uno de los pocos que quedé.

Esto no lo sabe mucha gente, pero muchos amigos de la carrera como Carlos Pastoriza, Sergio Singer y el propio Coco Solanas, supieron dar buenas referencias de mi accionar al nuevo responsable de la carrera, el hoy muy amigo, un tipo muy capaz (y ya Dino),  Raúl Bauer, y en fin… por esas cosas del destino, seguí durante 42 años ( hasta mi jubilación en 2014) ligado siempre a la facultad como Profesor Titular, carrera que supe ayudar a construir, y que unos años más tarde, convertida ya en Ingeniería en Sistemas de Información, me tuvo como Director en dos períodos (1989/1991 y 2000/2005).

Y en realidad me convertí en un defensor de la carrera a ultranza. En 1974, habiendo sido designado Director de Sistemas del Registro de las Personas, un rector de la UTN decidió cerrar la carrera por considerarla “no tecnológica” sino del área de las ciencias económicas. Rápidamente llamé a todos los compañeros. Éramos cientos y otros tantos estudiando analistas y licenciaturas…. ¿Cómo no defenderla…? Era el legado de Lauría….

Generamos la Asociación de Graduados en Sistemas de la UTN, la convertimos en Asociación Civil, y emprendimos una larga batalla, yo como presidente entre 1975 y 1979. Años muy difíciles… A fines de 1979, se reabrió la carrera de Analista Universitario de Sistemas gracias al Rector Conca…. Lo conseguimos..!!!

La Asociación dio origen luego, junto a entidades de graduados de otras universidades, en 1984, al Consejo Profesional en Ciencias Informáticas, que busca hasta hoy la colegiación. Nuevamente, yo sigo en 2019 proponiendo y luchando por esta tesitura, que ante tantas decenas de miles de graduados se ha vuelto, en mi criterio, fundamental. Yo pienso que Lauría lo apoyaría…

En todos los años subsiguientes Lauría tuvo importantísimo accionar, Director de la  carrera de Ingeniería Informática en el ITBA y casi un columnista habitual de La Nación. Siendo yo decano de la UB, conseguimos para esa universidad la primera carrera denominada Ingeniería Informática. Apenas se enteró, Lauría me llamó para felicitarme y compartir la novedad. Nos vimos entonces en un bar de la avenida Corrientes. Allí le conté las novedades y me pidió permiso para llevar adelante la carrera. Me hizo avergonzar. Yo le debía haber pedido permiso a él. Y obviamente, armó una carrera excelente. 

En cada ocasión que nos encontramos, supe decirle que yo era una de sus plantitas regadas de su carrera de la UTN, si no la única. La última vez que lo vi, en los premios Sadosky del año 2009 (premio conque fui honrado a la Calidad Académica Informática), lo visité en su mesa y cuando le reiteré estos conceptos, delante de su señora, del Ingeniero Arturo Rodríguez Ponti y otros comensales, se sonrió y me honró con estas hermosas palabras:

“Usted Tomassino, fue uno de mis mejores alumnos…”
y me dio un abrazo y ese apretón de manos cálido, que nunca olvidaré.

Fue un gran ingeniero y mejor hombre de familia y amigo. Merece ampliamente nuestros respetos.